¿Cómo era Jesús en su naturaleza humana?

Poseyó Jesús una naturaleza humana pecaminosa o sin pecado? Con frecuencia se presentan dos posiciones básicas. Una es la posición prelapsariana (del latín lapsus, “deslizarse”). Los proponentes de esta posición declaran que Jesús poseía una naturaleza humana como la de Adán antes del pecado; en otras palabras, una naturaleza humana sin pecado. Jesús era, por lo tanto, ciento por ciento inmaculado. Nació sin pecado y decidió mantenerse impecable. Así, su vida fue perfecta en todo sentido. Y como era perfecto y absolutamente sin pecado, pudo ser nuestro sustituto en la cruz y morir para pagar el precio de nuestros pecados. A cambio de eso, él nos da su perfecta justicia. Consecuentemente, cuando Dios nos mira, no ve nuestras debilidades o fracasos, sino la vida y el registro perfectos de Jesús, el cual nos cubre. El principal problema que algunos perciben en este punto de vista es que Jesús tenía ventaja sobre nosotros, por lo cual no puede ser nuestro ejemplo perfecto.

La segunda posición es la poslapsariana. Según este punto de vista, Jesús poseía una naturaleza humana como la de Adán después de la caída; es decir, Jesús poseía una naturaleza humana pecaminosa. Ellos creen que fue necesario que él tuviera una naturaleza pecaminosa a fin de comenzar su obra redentora en el mismo punto donde usted y yo comenzamos. Sólo entonces podría ser verdaderamente nuestro ejemplo y demostrar que es posible que los seres humanos obtengan la victoria sobre el Pecado y vivan una vida de completa obediencia.

La teoría poslapsariana tiene varios problemas. Si Jesús poseía una naturaleza pecaminosa como la de Adán después de la caída, ¿no lo convertiría ese hecho en parte de la raza humana pecaminosa que necesitaría ser redimida? Si él mismo necesitara redención, ¿cómo podría haber sido nuestro redentor?

Eso nos sugiere la pregunta, ¿nacen las personas culpables de pecado y por lo tanto en condición perdida, o llegan a ser culpables cuando eligen pecar? En otras palabras, ¿es el pecado una condición o una elección? Si nacemos culpables y perdidos, todo ser humano necesita un Salvador. Si nacemos sólo con la posibilidad de pecar y no llegamos a ser culpables hasta que elegimos cometer pecado, entonces todo bebé que muere, todo individuo que no alcanza la edad de la responsabilidad moral, y todos los que no tienen suficiente madurez mental serán salvos sin la mediación de un Salvador. ¿Podrá Dios aceptar en el cielo a personas que no hayan tenido un Salvador?

Perfeccionismo Impecable

La principal razón para creer y promover la naturaleza pecaminosa de Jesús es el concepto de perfeccionismo impecable. Hay quienes creen y enseñan que Dios deberá tener una última generación de personas que probarán ante el universo que es posible para los seres humanos guardar la ley de Dios. La idea es que nosotros somos esa generación y que debemos trabajar diligentemente para alcanzar ese punto de total victoria sobre el pecado.

La respuesta común a todo este dilema es doble. Primero, Jesús ya ha provisto la evidencia, que es la única que el universo necesita, que la ley de Dios puede ser guardada perfectamente por los seres humanos. El, habiendo sido perfectamente humano, guardó la ley de Dios en forma perfecta. Desde entonces, los seres creados no se han preguntado en cuanto al derecho y la justicia de Dios al demandar obediencia. En segundo lugar, si Dios requiere perfecta obediencia de todos aquellos que, como parte de esta última generación, estarían listos para encontrarse con él, ¿no es extremadamente desalentador que no exista nadie en la historia, excepto Jesús, que alcanzase esa norma perfecta? Si Jesús es el único que ha tenido éxito hasta el momento, esa verdad no nos alienta realmente.

Es cierto que Dios demanda perfecta obediencia a su ley. Note como lo expresa Elena de White:

“Dios pide obediencia de todos sus súbditos, obediencia completa de todos sus mandamientos. Ahora, como siempre, demanda perfecta justicia como el único título para el cielo. Cristo es nuestra esperanza y nuestro refugio. Su justicia sólo es atribuida al obediente. Aceptémosla por fe, para que el Padre no encuentre ningún pecado en nosotros” (Comentario bíblico ASD, tomo 6, pág. 1072).

Pero sólo hay una forma en que podemos lograr ese objetivo: aceptar a Jesús como nuestro Salvador. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efe. 2:8, 9). “En el momento en que el pecador cree en Cristo, queda libre de condenación a la vista de Dios; porque la justicia de Cristo es suya: la perfecta obediencia de Cristo se le imputa”.[2] Entonces somos vistos por Dios no sólo como pecadores que han sido perdonados, sino como si nunca hubiéramos pecado. “El carácter de Cristo reemplaza al vuestro, y sois aceptados por Dios como si no hubierais pecado”.[3] No tenemos por qué temer el juicio; puesto que Dios no nos mira para ver cómo hemos actuado en nuestra vida cristiana, sino para ver cuán bien ha actuado Jesús y acreditar eso a nuestro registro. “Mediante la fe en su sangre, todos pueden encontrar la perfección en Cristo Jesús. Gracias a Dios porque no estamos tratando con imposibilidades. Podemos pedir la santificación. Podemos disfrutar del favor de Dios. No debemos inquietamos por lo que Cristo y Dios piensan de nosotros, sino que debe interesamos lo que Dios piensa de Cristo, nuestro Sustituto’.[4]

“Sed, pues, vosotros perfectos”

Mateo 5:48 perturba a muchas personas. “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. ¿Ser tan perfectos como Dios? ¡Qué tremendo desafío! Elena G. de White nos ayuda a entender ese texto: “¿Como Dios es perfecto en su esfera de acción, así el hombre debe ser perfecto en la suya”?[5]

¿Alcanzaremos alguna vez ese blanco final, un estado de total impecabilidad? “En cada grado de desarrollo nuestra vida puede ser perfecta; pero, si se cumple el propósito de Dios para con nosotros, habrá un avance continuo. La santificación es la obra de toda la vida’.[6]

Si la santificación es la obra de toda la vida, nunca alcanzaremos el blanco de la perfección a menos que sea en el momento de nuestra muerte. De modo que mientras mi vida sigue su curso, debo continuar creciendo en Cristo y avanzar hacia arriba, hacia la santificación, que es la perfección. La perfección es el blanco que hay que alcanzar, pero con el entendimiento de que nunca la alcanzaré completamente. Cristo es “un perfecto y santo ejemplo, para que lo imitemos. No podemos igualar el Modelo; pero no seremos aprobados por Dios si no llegamos a ser una copia fiel de él y, según la habilidad que Dios nos ha dado, semejamos a él”.[7] Pero eso no debe desanimamos, puesto que se me asegura que en cada paso del camino, cubierto con la justicia de Cristo, se me considera perfecto y totalmente aceptable delante de Dios.

La palabra “perfección”, tal como se presenta en la Escritura, podría entenderse mejor como madurez. De modo que Dios me invita a seguir madurando en mi experiencia cristiana y mi relación con él, durante toda mi existencia. “La obra de nuestra vida es lanzamos hacia la búsqueda de la perfección del carácter cristiano, luchando continuamente por la conformidad con la voluntad de Dios. Los esfuerzos comenzados en la tierra continuarán por toda la eternidad”.[8]

La perfección como madurez

Permítanme ilustrar el concepto de la perfección en “nuestra esfera” y en nuestra etapa de desarrollo. Mi esposa y yo tenemos una preciosa nietecita. Cuando nuestro hijo nos llamó para comunicarnos su nacimiento, dijo “ella es perfecta”. Y lo era, perfectamente bien formada y normal. Perfecta en su esfera. Perfecta para su etapa de desarrollo. Pero estaba muy lejos ser finalmente perfecta y madura.

Dios nos ve, cuando estamos en Cristo, como perfectos, aun cuando nuestros hechos y nuestra actuación disten mucho de ser la perfección final. Así como un bebé crece y se desarrolla, aprende y madura, mientras la vida dure, así también debemos crecer nosotros, desarrollarnos y aprender, y madurar espiritualmente mientras vivamos.

Nuestra nietecita vive a unos 3,000 kilómetros de distancia de nosotros, así que no siempre podemos verla tan seguido como quisiéramos. Cuando tenía unos 22 meses de edad, ella y sus padres vinieron a visitarnos. Breann todavía no había aprendido a usar los términos abuelo y abuela. Y nosotros no le enseñamos a decir esas palabras. Sencillamente desarrollamos nuestra relación con ella mientras todos nos llamaban abuelo y abuela. La semana que pasamos juntos se esfumó demasiado rápido, y un día los llevamos al aeropuerto para que regresaran a su casa. Mientras les decíamos adiós, Breann miró directamente hacia mí, saludó con su manita, y dijo: “Adiós abuelita”. Permítanme decirles que mi corazón se derritió de amor y gratitud, y les puedo asegurar que esa indicación de reconocimiento y relación fue plenamente aceptable para mí.

Asi es como Dios se relaciona con nosotros. Aunque en cualquier etapa de la vida nuestra actuación no sea el ciento por ciento perfecta, si estamos en Jesús, él la acepta como si lo fuera. Y él la ve como perfecta para cada etapa de nuestro desarrollo.

Por supuesto, se supone que si dentro de 20 años Breann todavía siguiera diciéndome “abuelita”, no estaría yo muy emocionado. Nosotros esperamos que ella madure y progrese. Así también a Dios no le gusta vernos y descubrir que estamos tan cerca de la santificación hoy como estábamos hace 20 años. Pero recordemos, nuestra aceptación no se basa en nuestro desarrollo espiritual; nuestro desarrollo espiritual es el resultado de saber que hemos sido aceptados por él.

¿Consiste la perfección en vencer el pecado?

De paso, ¿es la perfección simplemente un asunto de vencer todo pecado conocido en nuestra vida? Hace poco hablé con alguien que pretendía no haber pecado durante los dos últimos años pasados. Elena G. de White tiene un consejo para quienes tienen tales pretensiones: “Los que viven más cerca de Jesús, son también los que mejor ven la fragilidad y culpabilidad de la humanidad, y su sola esperanza se cifra en los méritos de un Salvador crucificado y resucitado… Y la aserción de estar sin pecado constituye de por si una prueba de que el que tal asevera dista mucho de ser santo… Cuanto más lejos esté de Cristo y más yerre acerca del carácter y los pedidos de Dios, más justo se cree”[9] Luego añade: “Ningún apóstol o profeta pretendió haber vivido sin pecado… Así ocurrirá con todos los que contemplan a Jesús. Cuanto más nos acerquemos a él y cuanto más claramente discernamos la pureza de su carácter, tanto más claramente veremos la extraordinaria gravedad del pecado y tanto menos nos sentiremos tentados a exaltarnos a nosotros mismos”.[10]

¿Por qué tanta confusión?

Ahora, ¿por qué existen dos bandos adventistas que toman posiciones opuestas con respecto a la naturaleza de Cristo? Aquellos que toman una posición a la cual llaman el mensaje adventista “histórico” y “verdadero”, se refieren a la otra como “herejía” o “nueva teología”. Numerosos libros y varios ministerios independientes pretenden proclamar la “verdad” con respecto a este asunto. Al mismo tiempo, el libro Question on Doctrine, publicado por la iglesia en 1957, ha sido condenado como herejía, traición y entreguismo a los evangélicos.

¿Por qué tanta confusión? La Biblia nos asegura que “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1,14). Sí, Jesús llegó a ser en verdad un ser humano, uno de nuestra raza. La Biblia también, al parecer, es definida en el sentido de que Jesús era un ser sin pecado: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). El diablo no pudo encontrar nada en Jesús por lo cual condenarlo. Pedro expresó la impecabilidad de Jesús “como de un Cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Ped. 1:19). El autor de la epístola a los Hebreos lo identifica como santo y sin mancha: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: Santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (Heb. 7:26).

Si bien la Biblia es bastante clara en cuanto a la impecabilidad de Jesús, aparentemente entramos en problemas con los escritos de Elena G. de White. La siguiente referencia del espíritu de profecía parece apoyar el prelapsarianismo, o el punto de vista de la naturaleza no pecaminosa de Jesús.

“No debemos tener dudas en cuanto a la perfección impecable de la naturaleza humana de Cristo”.”[11]

“Sed cuidadosos, sumamente cuidadosos en la forma en que os ocupáis de la naturaleza de Cristo. No lo presentéis ante la gente como un hombre con tendencias al pecado. Él es el segundo Adán. El primer Adán fue creado como un ser puro sin pecado, sin una mancha de pecado sobre él; era la imagen de Dios. Podía caer, y cayó por la transgresión. Por causa del pecado su posteridad nació con tendencias inherentes a la desobediencia. Pero Jesucristo era el unigénito Hijo de Dios. Tomó sobre sí la naturaleza humana, y fue tentado en todo sentido como es tentada la naturaleza humana. Podría haber pecado; podría haber caído, pero en ningún momento hubo en él tendencia alguna al mal. Fue asediado por las tentaciones en el desierto como lo fue Adán por las tentaciones en el Edén”.[12]

Las tentaciones de Jesús

Jesús, el “segundo Adán” y perfectamente impecable, fue tentado; de hecho, “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15). Fue tentado en todas las cosas como lo somos nosotros, y sin embargo, nunca pecó, por lo cual es nuestro ejemplo perfecto. Fue tentado en una medida mayor de la que nosotros jamás seremos tentados. Observe esta descripción de Elena G. de White: “Las seducciones que Cristo resistió son las mismas que nosotros encontramos tan difíciles de resistir. Le fueron infligidas en un grado tanto mayor cuanto más elevado es su carácter que el nuestro”.[13] Imaginemos cuán fuerte fue la tentación que soportó a usar su poder divino a fin de protegerse a sí mismo o suplir sus necesidades. ¡Cuán grandemente debe de haber sido tentado a bajar de la cruz! Yo nunca he sido tentado tan severamente. ¿Y usted?

En el capítulo “La tentación” del libro El Deseado de todas las gentes, Elena G. de White describe la mayor tentación sufrida por Jesús. Atacándolo en el momento de mayor debilidad física y emocional, Satanás trató de convencerlo de que él realmente no era el Hijo de Dios. De hecho, trató desesperadamente de cambiar las cosas, de prevalecer sobre Jesús convenciéndolo de que él, Satán, era el Hijo de Dios y que Jesús, era el ángel caído del cielo. ¿Puede usted imaginar cuán grande sería la tentación para Jesús, frente a esa duda e incertidumbre, de convertir las piedras en pan? Yo le pregunto, ¿ha sido usted tentado tan severamente alguna vez? [14]

Jesús: ¿prelapsarianismo o poslapsarianismo?

Considere primero las siguientes citas de Elena G. de White sobre la naturaleza impecable de Jesús:

“Nunca dejéis, en forma alguna, la más leve impresión en las mentes humanas de que una mancha de corrupción o una inclinación hacia ella descansó sobre Cristo, o que en alguna manera se rindió a la corrupción… Que Cristo pudiera ser tentado en todo como lo somos nosotros y sin embargo fuera sin pecado, es un misterio que no ha sido explicado a los mortales. La encarnación de Cristo siempre ha sido un misterio, y siempre seguirá siéndolo. Lo que se ha revelado es para nosotros y para nuestros hijos; pero que cada ser humano permanezca en guardia para que no haga a Cristo completamente humano, como uno de nosotros, porque esto no puede ser.

“Cristo es llamado el segundo Adán. En pureza y santidad conectado con Dios y muy amado por Dios. El comenzó donde el primer Adán comenzó. Voluntariamente pasó por el mismo terreno donde Adán cayó, y redimió a la raza caída de Adán… Mantuvo en su naturaleza humana la pureza de su carácter divino”[15]

“Cuando el tiempo se cumpliera sería revelado en forma humana. Debía ocupar su puesto a la cabeza de la humanidad tomando la naturaleza del hombre, pero no su pecaminosidad”. [16]

“Cristo no poseía la misma deslealtad pecaminosa, corrupta y caída que nosotros poseemos, pues entonces él no podría haber sido una ofrenda perfecta”.[17]

Después de leer estas citas no puede haber dudas con respecto a la perfecta impecabilidad de la naturaleza humana de Jesús y de que él poseía la naturaleza de Adán antes de la caída.

Pero ahora considere las siguientes referencias que parecen sugerir la posición poslapsariana: que Jesús poseyó una naturaleza pecaminosa.

“Revestido con las vestiduras de la humanidad, el Hijo de Dios descendió al nivel de aquellos a quienes deseaba salvar. No había en él engaño ni pecaminosidad, fue siempre puro e inmaculado; y sin embargo, tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa”.[18]

“Al tomar sobre sí la naturaleza del hombre en su condición caída, Cristo no participó de su pecado en lo más mínimo. Estuvo sujeto a las flaquezas y debilidades que rodean al hombre”.[19]

“Tomó sobre sí la naturaleza humana caída y sufriente, degradada y manchada por el pecado”.[20]

“Habría sido una humillación casi infinita para el Hijo de Dios revestirse de la naturaleza humana, aun cuando Adán poseía la inocencia del Edén. Pero Jesús aceptó la humanidad cuando la especie se hallaba debilitada por cuatro mil años de pecado. Como cualquier hijo de Adán, aceptó los efectos de la gran ley de la herencia”.[21]

“Cristo no tomó sobre sí una humanidad sólo aparente. Tomó la naturaleza humana y vivió la naturaleza humana… Él tomó nuestras debilidades. No sólo fue hecho carne, sino fue hecho a semejanza de carne de pecado”.[22]

Este pasaje, “semejanza de carne de pecado”, presenta ciertas dificultades. Algunos dicen que significa que tomó la forma y la naturaleza que eran como carne pecaminosa, pero no realmente pecaminosa. Otros insisten que el pasaje significa que él tomó la forma y la naturaleza, es decir exactamente nuestra carne pecaminosa. Filipenses 2:5-8 dice: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz”.

La frase “hecho semejante” es traducción de la frase griega en homoiomati. El término se usa también en Romanos 8:3 y 1:23: “Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne”, “y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles”. ¿Significa el término en homoiomati exactamente semejante en todos los respectos? Si es así, de acuerdo con Romanos 1:23, los incrédulos literalmente cambiaron la “gloria del Dios incorruptible” en la imagen del hombre corruptible, de aves, bestias y reptiles. Obviamente, una conclusión tal es errónea.

Pero, ¿cómo comprenderemos los dos grupos de declaraciones de Elena G. de White, que parecen ser opuestos unos a otros? ¿Se contradice a sí mismo el Espíritu de Profecía? ¿Ignoraba Elena G. de White los hechos? Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es sí, estamos ante graves problemas.

Una posible solución al dilema

Permítanme sugerir una posible solución al aparente dilema. Aunque Elena G. de White usó el término naturaleza humana cuando se refería a ambos aspectos de la humanidad de Jesús, es probable que algunos términos y definiciones diferentes fueran útiles para aclarar esto. Quizá en los días de Elena G. de White este asunto no era de interés significativo, o posiblemente el término naturaleza humana era comprendido en forma diferente.

¿Es posible que cuando la escritora inspirada se refirió a la naturaleza humana impecable de Jesús estaba hablando de su naturaleza espiritual, es decir, de su relación con Dios el Padre? El no nació con un complejo de culpabilidad ni malas inclinaciones heredados de Adán. Nació en un estado puro, sin mancha, impecable, como el de Adán cuando salió de las manos de su Creador. Una vez más, ¿es posible que cuando Elena G. de White se refiere a la naturaleza humana debilitada de Jesús, se estaba refiriendo a su condición física, es decir, a sus debilidades físicas que son el resultado de los estragos del pecado patentes en la raza humana? El experimentó cansancio, dolor, hambre y sed. Tuvo necesidad de alimento y descanso. Anheló la simpatía humana y necesitó asistencia divina. Estuvo sujeto a la muerte. Sus circunstancias, al menos en lo que se refiere a su condición física, fueron las mismas que las de Adán después de la caída; de hecho, fue peor aún, porque él se unió a la raza humana después que ésta había estado debilitada por 4,000 años de lucha en un mundo pecaminoso.

Note que ambos conceptos están presentes en estas declaraciones: “Tomó sobre su naturaleza sin pecado nuestra naturaleza pecaminosa, para que pudiera saber cómo socorrer a los que son tentados”.[23]

“Fue ajeno a la corrupción, extraño al pecado; y sin embargo, oró, y eso muy frecuentemente con fuertes clamores y lágrimas. Oró por sus discípulos y por sí mismo, identificándose así con nuestras necesidades, nuestras debilidades, y nuestros fracasos, que son tan comunes para la humanidad… Fue un poderoso suplicante, que no tenía las pasiones de nuestra naturaleza humana caída, pero rodeado de debilidades semejantes, tentado en todos los puntos en que nosotros somos tentados”.[24]

“Cristo no podría haber hecho nada durante su ministerio terrenal para salvar a los hombres caídos, si lo divino no se hubiera mezclado con lo humano. La limitada capacidad del hombre no puede definir este admirable misterio: la mezcla de estas dos naturalezas, la divina y la humana. Esto nunca se podrá explicar. Ei hombre debe maravillarse y quedar callado. Y sin embargo, el hombre tiene el privilegio de ser participante de la naturaleza divina, y de esa manera puede, en cierta medida, penetrar en el misterio”[25] (Comentario bíblico adventista del séptimo día, carta 5,1899, Comentarios de Elena G. de White, tomo 7, pág. 916).

“Durante cuatro mil años, la familia humana había estado perdiendo fuerza física y mental, así como valor moral; y Cristo tomó sobre sí las flaquezas de la humanidad degenerada’.[26]

¿Inocentes debilidades versus propensiones pecaminosas?

Tim Poirier, del Patrimonio White, en su monografía “A Comparison of the Christology of Ellen G. White and Henry Melvill”, trata este tema. Demuestra cómo es posible que Elena G. de White haya usado algo de la terminología de Melvill al expresar los puntos de vista que Dios le había dado en cuanto a la naturaleza de Cristo. Henry Melvill fue un popular predicador británico del siglo diecinueve, contemporáneo de la Sra. White. Melvill señala dos consecuencias primarias de la caída de la raza humana. Ellas son, “inocentes debilidades” y “propensiones pecaminosas”. Por inocentes debilidades se refiere a cosas como dolor, fatiga, hambre, tristeza y muerte. Estas, dice Melvill, son consecuencias de la culpabilidad, pero están libres de culpa. El pecado produjo dolor, pero el dolor no es pecado. Cuando habla de las propensiones pecaminosas, se refiere a las tendencias e inclinaciones humanas hacia el pecado. Luego Melvill aclara que antes de la caída Adán no tenía ni inocentes debilidades ni propensiones pecaminosas, pero después de la caída poseía las dos. Cristo, sin embargo, dice, tomó las primeras, es decir, las inocentes debilidades, pero no las segundas, es decir, las propensiones pecaminosas.

Melvill resume todo ello muy bien en uno de sus sermones (Los Sermones [1844] de Melvil están disponibles en el Patrimonio White subrayados por Elena G. de White): “Pero, si bien (Cristo) tomó la humanidad con las inocentes debilidades, no la tomó con sus propensiones pecaminosas. Aquí se interpuso la Deidad. La humanidad de Cristo no fue la humanidad adámica, es decir, la humanidad de Adán antes de la caída; ni la humanidad caída, es decir, la humanidad de Adán en todos sus aspectos después de la caída. No fue la adámica, porque tuvo las ¡nocentes debilidades de la caída. No fue la caída, porque nunca descendió a la impureza moral. Fue, por lo tanto, más literalmente nuestra humanidad, pero sin pecado”.

¿De modo que podemos concluir que la naturaleza humana de Cristo no fue ni prelapsariana ni poslapsariana, sino ambas? fue perfectamente impecable, como era Adán antes de la caída. A esto podemos llamarle su naturaleza espiritual. Pero también sufrió las inocentes debilidades como las que sufrimos todos después de la caída. A esto podemos llamarle su condición humana.

Alabado sea Dios. Jesús se hizo humano y vivió una vida perfecta para damos el ejemplo perfecto. Y alabado sea Dios porque fue tan perfectamente sin pecado a fin de poder ser nuestro sacrificio perfecto.


Referencias

[2] Elena G. de White, Fundamentáis of Chrístian Education (Nashville, Tenn.: Southern Pub. Assn., 1923), pág. 429.

[3] El camino a Cristo (Boise, Idaho: Publicaciones Interamericanas, 1961, 14a. reimpresión, 1993), págs. 62, 63.

[4] Mensajes selectos (Mountain View, Calif.: Publicaciones Interamericanas, 1967, tercera edición 1977), tomo 2 pág. 37.

[5] Counsels to Parents and Teachers (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1913), pág. 365.

[6] Palabras de vida del gran Maestro (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1971), pág. 46.

[7] Testimonies for the Church (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1948), tomo 2, pág. 549.

[8] Id, tomo 4, pág. 520

[9] El conflicto de los siglos (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1954), págs. 525, 527.

[10] Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1977), pág. 463.

[11] Mensajes selectos (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn. 1966), tomo 1, pág. 256.

[12] Comentario bíblico adventista, Comentarios de Elena G. de White, tomo 5, pág. 1102.

[13] El Deseado de todas las gentes (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1955), pág. 91.

[14] Comentario bíblico adventista, Comentarios de Elena G. de White, tomo 5, págs. 1102, 1103.

[15] My Life Today (Washington, D.C.: Review And Herald, 1952), pág. 323.

[16] Comentario bíblico adventista, Comentarios de Elena G. de White, tomo 7, pág. 924.

[17] Mensajes selectos (Mountain View, Calif.: Publicaciones Interamericanas, 1984), pág. 147.

[18] Review and Herald, 15 de Diciembre de 1896.

[19] Mensajes selectos (Mountain View, Calif.: Publicaciones Interamericanas, 1966), tomo 1 pág. 299.

[20]

[21] El Deseado de todas las gentes (Bogotá: Asociación Publicadora Interamericana, 1955), pág. 32.

[22] Comentario Bíblico Adventista, Comentarios de Elena G. de White, tomo 5, pág. 1098.

[23] _________ Medical Ministry (Mountain View, Calif.: Pacific Press Pub. Assn., 1932), pág. 181.

[24] _________ Testimonies, tomo 2, págs. 508, 509.

[25] Comentario bíblico adventista del séptimo día, carta 5, 1889, Comentarios de Elena G. de White, tomo 7, pág. 916.

[26] El Deseado de todas las gentes, pág. 92.