(Segunda parte)
Luego se presentan cuatro incidentes bíblicos para probar que el alma es consciente después de la muerte: la muerte de Esteban, las palabras de Jesús dichas al ladrón, la presencia de Moisés en el monte de la transfiguración y la experiencia de Saúl en Endor. Examinaremos separadamente cada uno de estos incidentes.
En la página 128 se dice que el hecho de que Esteban haya encomendado su espíritu en las manos del Señor Jesucristo “establece que la naturaleza inmaterial del hombre es independiente de su cuerpo”. Aceptamos que en la muerte algo inmaterial abandona el cuerpo, pero ¿prueba esto que ese algo sea una entidad consciente? No lo creemos, por las siguientes razones: cuando Jesús murió, encomendó su espíritu (pnéuma) en las manos de su Padre. Según la concepción dualista del hombre, a la que el Sr. Martin evidentemente se apega (véase pág. 119), el alma o espíritu es el “hombre real”, y el cuerpo es solamente un soporte o caparazón. Así, según esta concepción, cuando Jesús murió, su cuerpo fue quitado de la cruz y colocado en la tumba de José, pero el “hombre real”, que el Sr. Martin prefiere llamar la “unidad” (pág. 128) o “entidad espiritual” (pág. 121) fue a estar con el Padre. Si es esto así, cuán extraño es que “tres días” después él declarara explícitamente: “Aún no he subido a mi Padre” (Juan 20:17). Según la teoría del Sr. Martin Cristo había ascendido hacia su padre el viernes en la tarde. Por lo tanto concluimos que el espíritu (pnéuma) que abandona el cuerpo en la muerte no es el “‘hombre real”. Creemos que es el espíritu (ruach), o “hálito de vida” (traducción literal) que Dios le “dio” (Ecl. 12:7) al hombre al principio, y que da a cada criatura viviente (véase Gén. 2:7 y compáreselo con Gén. 7:22 y Sal. 104:29, 30). Cuando el hombre muere, este principio vital “sale” y vuelve “a Dios que lo dio”, y el cuerpo vuelve “a la tierra” y en ese momento “perecen sus pensamientos” (una parte integral de la consciencia). (Compárese Ecl. 12:7 y Sal. 146:4). De manera que el Sr. Martin carece de apoyo bíblico para suponer que la parte inmaterial del hombre, llamada espíritu, que Esteban encomendó en las manos de nuestro Señor, fuera una entidad consciente.
El Sr. Martin, comentando sobre Luc. 23:43, dice que Jesús “nunca calificó” las palabras “de cierto te digo”, “porque la calificación era innecesaria” (pág. 129). Puede ser verdad que en ninguna otra parte se registre que Jesús haya calificado estas palabras, pero esto no prueba que, por lo tanto, fueran innecesarias cuando Jesús las habló al ladrón arrepentido. Creemos que eran necesarias, debido a la insólita circunstancia en que fueron pronunciadas. Y no sólo esto, sino que el texto original, traducido e interpretado según nuestro punto de vista, no son ridículamente redundantes como supone el Sr. Martin. El texto original dice: amén legó soi sémeron met emou ése en to paradeíso, y su traducción podría ser: “De cierto te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”, o bien: “De cierto te digo hoy, estarás conmigo en el paraíso”. La gramática griega permite que el adverbio “hoy” califique al verbo légo, “te digo”, o al verbo ése [eimí], “estarás”. En ninguna de ambas traducciones hay redundancia. Preferimos colocar la coma después del adverbio “hoy” para que califique al verbo “te digo”. Es evidente que el Sr. Martin prefiere hacer que el adverbio califique al verbo “estarás”. No levantamos objeción alguna contra este derecho de interpretar el pasaje en esa forma, pero objetamos a su pretensión de que puede interpretarse solamente como él lo hace, y que por lo tanto ello constituye una prueba de que el alma posee existencia consciente después de la muerte. No es prueba de lo que pretende.
En cuanto a Moisés y la transfiguración, el Sr. Martin dice que los adventistas no tenemos fundamento para decir que Moisés apareció en esa ocasión con su cuerpo resucitado, porque Judas no dice que Moisés resucitó de los muertos. Concluye que por lo tanto “es evidente que el alma de Moisés apareció a nuestro Señor” (pág. 129). Esto es asombroso. En esencia, el Sr. Martin está diciendo que debido a que Judas 9 no dice que el cuerpo de Moisés fue resucitado, por lo tanto con eso ha probado que se trataba de su alma. La dificultad yace en que el Sr. Martin no ha establecido que el alma tiene una existencia consciente después de la muerte, y el pasaje en consideración ni siquiera menciona la palabra alma. Una vez más el Sr. Martin da por sentado lo que debe probarse.
Ahora, si bien es cierto que Judas 9 no dice que el cuerpo de Moisés resucitó, no puede negarse que se hace referencia a su cuerpo. Judas 9 dice que Miguel “el arcángel” y Satanás disputaban “por el cuerpo de Moisés”, y en 1 Tesalonicenses 4:16, el único otro pasaje que habla de “arcángel”, dice que “el Señor mismo… descenderá del cielo”, “con voz de arcángel”, “y los muertos en Cristo resucitarán primero”. No vemos razón para que Pablo haga referencia al arcángel a menos que el arcángel sea el Resucitador de los muertos. Por lo tanto, concluimos que Moisés resucitó corporalmente cuando Miguel el arcángel y el diablo disputaron por él. Entonces, la evidencia está a favor de que Moisés apareció a nuestro Señor con su cuerpo resucitado. No hay ninguna evidencia que siquiera sugiera que se trataba del alma de Moisés.
En Samuel 28:7-19 se registra la visita de Saúl a la mujer de Endor, quien tenía un “espíritu de adivinación”. El Sr. Martin sostiene que “cada caso” de este relato “indica que Samuel se dirigió a Saúl en su naturaleza espiritual. En ninguna parte se insinúa siquiera que no fuera Samuel, y cualquier intento de establecer lo que el texto hebreo no dice, es evidencia de que no se reconoce el principio hermenéutico de interpretación que gobierna el proceso de la sólida exégesis” (págs. 130, 131). En primer lugar creemos que una comparación del relato de la entrevista que aparece en 1 Samuel con una traducción literal de 1 Crónicas 10:13, muestra que un “espíritu”, y no Samuel, se dirigió a Saúl. 1 Samuel 28:7 dice que Saúl pidió a sus siervos que buscasen a una mujer con “espíritu de adivinación”, y en 1 Crónicas 10:13 dice que “consultó a una adivina”. El pasaje original permite interpretar que Saúl preguntó al espíritu mismo. Creemos que este espíritu personificaba a Samuel y que el autor de 1 Samuel al llamar “Samuel” al espíritu sencillamente está utilizando el lenguaje de la apariencia.
En segundo lugar, 1 Samuel 28:6 dice que Saúl “consultó a Jehová”, pero 1 Crónicas 10:14 dice que Saúl “no consultó a Jehová”. No es razonable que Dios, que no contestó a Saúl “ni por sueños, ni por Urim, ni por profetas” (1 Sam. 28:6), le respondiera por medio de algo que constituía una abominación para él (véase Lev. 19:31; 20:6, 27; Deut. 18:10, 11; 1 Sam. 28:3; Isa. 8:19). Por lo tanto, concluimos que Dios no estaba respondiendo a Saúl mediante el supuesto “Samuel”. Saúl no estaba consultando al Señor cuando habló con el espíritu.
En tercer lugar, es extraño que, como enseña el Sr. Martin, si a la muerte los creyentes van “a la presencia del Señor” (pág. 128), y los incrédulos van “a un lugar de castigo” (Ibid.), Samuel haya venido “de la tierra” (1 Sam. 28:13, 14; compárese con los vers. 11 y 15), y que Samuel le haya dicho que “mañana estaréis conmigo tú y tus hijos” (vers. 19). Sencillamente, eso no tiene sentido.
III. EL INFIERNO Y EL CASTIGO ETERNO
Veamos ahora la cuestión de si los incrédulos serán atormentados eternamente en el infierno. Estamos de acuerdo con el Sr. Martin en que “el pensamiento de una agonía interminable de seres racionales que comprenden plenamente su perturbadora suerte es tan asombroso que excede la comprensión” (pág. 138). Es más que asombroso; pensamos que no es bíblico.
El tormento eterno se funda en la suposición de que Dios ha dado a todos los hombres, independientemente de sus caracteres, almas que nunca reducirá a la no existencia. Esta suposición, como hemos demostrado, no es bíblica, porque ni una sola vez en toda la Biblia se asocia el alma o el espíritu del hombre con la idea de eternidad. Nunca pondremos demasiado énfasis en este punto.
Concordamos plenamente con el Dr. Hodge, a quien el Sr. Martin cita como autoridad, en que “las palabras griegas y hebreas traducidas en nuestra versión por ‘eterno’ o ‘perpetuo’, significan una duración cuya terminación es desconocida” (pág. 131). También concordamos con él cuando dice: “Cuando se emplea con referencia a cosas perecederas, como cuando la Biblia habla de los ‘collados eternos’, simplemente indican existencia indefinida para la cual no hay límite conocido” (págs. 131, 132). Pero no estamos de acuerdo con él cuando dice, sin ningún fundamento bíblico, que el “alma humana” posee “existencia sin fin”, por la sencilla razón de que la Biblia no afirma tal cosa, aun cuando los términos alma y espíritu se empleen más de 1.600 veces en la Biblia. En cambio la Biblia sí dice claramente que toda existencia, incluyendo la existencia consciente, depende enteramente del poder sustentador de Dios (Hech. 17:28; Juan 1:3, 4; Col. 1:16, 17; Heb. 1:3; Neh. 9:6; Sal. 36:9; etc.), y por lo tanto concluimos que las palabras “eterno” y “perpetuo” cuando se aplican al hombre se refieren a una existencia para la que no hay un límite asignable. Solamente Dios es eterno en sentido absoluto. Todas las cosas le deben a él su origen y existencia. En el caso de los justos, “eterno” y “perpetuo” significan “sin fin”, no porque tengan almas que son “eternas por creación” (pág. 132), sino porque han llegado “a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Ped. 1:4) por la fe en Cristo. Los incrédulos no participan de esta naturaleza.
Visto a la luz de estas consideraciones, Mateo 25:41 y 46 no presenta ningún dilema para los adventistas. Cuando se arroja a los impíos al “fuego eterno”, son castigados durante un lapso de duración indefinida pero limitada. Puesto que no participan de la “naturaleza divina” son perecederos, y las palabras “eterno” y “perpetuo”, cuando se las aplica a ellos, simplemente significan “duración cuyo fin no se conoce”. Por otra parte, puesto que los justos son participantes de la naturaleza divina que es imperecedera, las palabras “eterno” y “perpetuo” tienen el significado de duración sin fin.
Marcos 9:47, 48 no ofrece problema alguno. La expresión “el gusano de ellos no muere”, es sencillamente una figura de dicción, y estamos de acuerdo con el Sr. Martin en que “no se puede constituir una doctrina a partir de una figura de dicción” (pág. 121). Por lo tanto, rechazamos su constitución de la doctrina del tormento eterno basada en este pasaje.
Se cita 2 Pedro 2:9 en apoyo de la doctrina del castigo consciente de los incrédulos en el estado intermedio. El contexto de este pasaje muestra que Pedro se refiere aquí al castigo y la liberación en esta vida actual. En los versículos que preceden a este pasaje en consideración, el apóstol menciona varios ejemplos de retribución divina en la vida actual, a saber, los ángeles que pecaron, los antediluvianos y los impíos habitantes de Sodoma y Gomorra. También habla de dos ejemplos de liberación divina en la vida presente: Noé y su familia y Lot. Luego el apóstol concluye: “Sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para [griego, eis] ser castigados en el día del juicio”. Nadie discutirá el hecho de que los justos no necesitan ser librados de la prueba después de la muerte, y por lo tanto su liberación debe referirse a la liberación en su vida. Puesto que el contexto muestra que Pedro se refiere al castigo y la liberación en la vida presente, parecería razonable concluir que la última parte del vers. 9 también se refiere al castigo de los impíos en esta vida y no después de la muerte.
Si primero no se supone que hay existencia consciente en el estado intermedio, no hay razón para creer que el apóstol se refiere al castigo consciente en el intervalo que ocurre entre la muerte y el juicio. Por lo tanto, antes de que el argumento del Sr. Martin, basado en este pasaje, pueda significar tormento consciente en el estado intermedio, primero debe probar que hay existencia consciente en el estado intermedio. Afirmamos que no ha podido probar tal cosa.
EL INFIERNO Y EL CASTIGO EN EL GRIEGO DEL NUEVO TESTAMENTO
En esta última sección, el Sr. Martin se esfuerza por apoyar su creencia en el tormento eterno basándose en las palabras griegas que se utilizan para describir el castigo de los incrédulos. Comienza citando Mateo 5:22 y 10:28: “‘Cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno [géhenna] de fuego’ ”. “ ‘Temed más bien a aquel que puede destruir [apolésai] el alma [psijé] y el cuerpo [soma] en el infierno [géhenna]’”. El Sr. Martin dice que géhenna “describe un lugar de castigo para los que no son salvados”, y apolésai [apóllumi] que va junto al otro término en Mateo 10:28, significa según él “‘ser entregado a la aflicción eterna’ ”. De esto concluye que géhenna “simboliza separación eterna y castigo consciente de naturaleza espiritual infligidos al hombre irregenerado” (pág. 135). Una comparación de Mateo 10:28 con esta declaración muestra que el Sr. Martin interpreta que “alma” significa “naturaleza espiritual”.
Nuestra primera pregunta es: ¿De qué se separa eternamente el alma o naturaleza espiritual cuando el hombre irregenerado es arrojado al infierno? Responde en la pág. 128 que la “naturaleza inmaterial del hombre (alma y espíritu) está separada del cuerpo (Mat. 10:28; Luc. 8:55; 1Tes. 5:23; Heb. 4:12; Apoc. 16:3); Que es independiente de la forma material del hombre, y se separa de esa forma en la muerte, para ir a la presencia del Señor (Fil. 1:23) o al lugar de castigo (Luc. 16)”. Esto hace muy evidente que el Sr. Martin cree que el alma, o naturaleza espiritual, se separa del cuerpo cuando el hombre irregenerado es “sumergido” en el “infierno” (véase pág. 131). La segunda pregunta es: puesto que apóllumi está gramaticalmente y contextualmente unida con el cuerpo tanto como con el alma, ¿por qué el Sr. Martin ignora la aplicación de apóllumi al cuerpo en la conclusión que extrae? Creemos que se debe a que la definición “para ser entregado a la aflicción eterna”, que ha dado del término apóllumi, implica consciencia, y habría sido absurdo entregar el cuerpo a la aflicción eterna si está eternamente separado de la naturaleza espiritual, que se supone es la parte consciente del hombre. Trató de evitar esta trampa simplemente ignorando el cuerpo. Al ignorar esto ha evitado una inconsecuencia, pero con ello ha invalidado su argumento.
En lo que atañe a Isaías 66:24, que según él enseña el castigo eterno, repetimos que “no se constituye una doctrina a partir de una figura de dicción” (pág. 121).
El segundo pasaje que utiliza el Sr. Martin para apoyar la doctrina del tormento eterno es 2 Tesalonicenses 1:8, 9. Pretende que la palabra ólethros, traducida “destrucción” en realidad debería traducirse “ruina”, y que por lo tanto los malvados están arruinados pero no destruidos. Luego procede a establecer una analogía entre una lamparilla eléctrica rota o “quemada” y la destrucción” de los impíos, pretendiendo que aunque la función de la lamparilla está destruida, el vidrio permanece. El problema con esta analogía es que el Sr. Martin ha traspuesto los elementos que la componen.
Según su teoría, el cuerpo es material y el alma es inmaterial. Para ser consecuente, debería considerar el cuerpo análogo al vidrio y el alma a la función de la lamparilla, y no viceversa, como él lo ha presentado. Los adventistas creemos que cuando el cuerpo ha sido quebrantado por la muerte, la consciencia, que es una función del alma, cesa. Por eso es necesaria la resurrección de los justos y también de los impíos (Juan 5:28, 29; Hech. 24:15). Si el alma o espíritu es capaz de existencia consciente fuera del cuerpo, ¿qué necesidad hay de resurrección? No sólo esto, sino además ¿qué objeto tendría una segunda venida o un juicio general? Vemos así que el Sr. Martin sigue trabajando sobre la falsa suposición de que el alma es eterna por creación.
La palabra griega basanizo, que se encuentra en Apocalipsis 20:10 (también en Mat. 8:6, 29; Mar. 5:7; Luc. 8:28; Apoc. 14:10, 11) es presentada a continuación como una evidencia de que los impíos sufren “‘tormento’ eterno consciente” (pág. 137). El Sr. Martin declara luego que mediante este texto “la teoría de la aniquilación o, como dicen los adventistas, la destrucción final, de los impíos se aniquila a sí misma” (pág. 137).
Nos parece muy extraño que el Sr. Martin hable con tanta confianza acerca de Apocalipsis 20:10 y 14:10, 11, porque unas pocas páginas antes confiesa: “La Biblia no nos revela la naturaleza del infierno y del lago de fuego tan vívidamente descripto en el libro de Apocalipsis” (pág. 131). Nos parece que mediante esta admisión ha aniquilado eficazmente su pretensión de haber destruido nuestra doctrina.
No hay necesidad de comentar en cuanto a Mateo 8:6, 29; Marcos 5:7 y Lucas 8:28, puesto que no hay base para sostener que basanizo significa tormento consciente; sin embargo, deberíamos hacer notar que esta palabra no sugiere tormento eterno. Como la frase “por los siglos de los siglos” (griego, éis tóus aiónas ton aiónon, o bien éis aiónas aiónon), como las palabras “perpetuo” y “eterno”, se aplican a los impíos que no son imperecederos por naturaleza, concluimos que las expresiones del Apocalipsis que se refieren al tormento de los impíos tienen una duración desconocida pero limitada.
El último argumento gramatical que se presenta en favor de la teoría del tormento eterno es la palabra está (griego, ménei) que aparece en Juan 3:36. Este texto es relacionado con Romanos 2:8, 9 y Apocalipsis 14:10, con lo cual se infiere la conclusión de que la ira de Dios continúa obrando eternamente sobre los impíos.
Ante todo, la palabra griega ménei, aunque puede sugerir la idea de acción continua, no implica necesariamente la idea de una acción continua eterna, esto último se deriva obviamente de Apocalipsis 14:10, que, como ya lo señalamos, supone que el alma es eterna por naturaleza. Por lo tanto, el argumento basado en Juan 3:36 queda invalidado. Creemos que la ira de Dios está sobre los impíos continuamente hasta que hayan sido castigados de conformidad con sus obras.
CONCLUSIÓN
En suma, el Sr. Martin inicia su intento de afirmar la existencia consciente después de la muerte probando que los justos poseen vida eterna. Ha fracasado en su intento, porque no establece que la vida eterna incluye siempre asociación consciente o que aun incluya asociación consciente en los pasajes con los que él pretende apoyar su suposición.
El segundo grupo de argumentos se basa en las palabras bíblicas alma y espíritu, que él presenta como evidencia de que la “naturaleza cognoscente e inmaterial del hombre” sobrevive como una entidad consciente después de la muerte del cuerpo. Ha fracasado en esto, porque las palabras alma y espíritu tienen muchos significados además del de consciencia o cognoscencia, y él no comprueba que éste sea el significado en los pasajes que expone como prueba para su suposición.
El tercer y cuarto conjuntos de argumentos se fundan sobre la suposición de que él ha demostrado que el alma es eterna por creación. Ha fallado notablemente en esto, porque las Escrituras enseñan invariablemente que el hombre debe su existencia al poder sustentador de Dios, y en ninguna parte de la Biblia sugiere ni siquiera remotamente que el alma o espíritu sea eterno, por creación o porque el poder de Dios mantenga su existencia eternamente.
Aparte de la evidencia bíblica de que el hombre no tiene existencia eterna consciente, creemos que la razón indica que sería imprudente e injusto ordenar que el hombre tenga una existencia consciente sin fin independientemente de su carácter. Imprudente, porque al crear al hombre como un ente moral libre existía la posibilidad definida de que pudiera caer. Injusto, porque habiendo caído está irremediablemente condenado al tormento eterno por los pecados de una vida relativamente corta. El Sr. Martin sostiene que no es “propio o razonable hacer que nuestros sentimientos y juicios constituyan la medida de la esencia y la actividad de Dios”, pero replicamos que si los seres humanos son capaces de juzgar entre los beneficios de la vida eterna y los males de la condenación eterna, somos incapaces de ver la gran injusticia de destinar a seres racionales a una agonía eterna por los pecados cometidos en esta breve vida.
Pero nuestro caso no solamente tiene el apoyo de la razón. Las Escrituras enseñan que cuando termine la lucha entre el bien y el mal, Dios será “todo en todos” (1 Cor. 15:24-28). No podemos imaginar a Dios siendo en los impíos, y tampoco podría Dios ser “todo” si a los rebeldes contra su gobierno se les permite vivir para que blasfeme eternamente su nombre santo. Por lo tanto concluimos que las Escrituras enseñan que la existencia consciente sin fin se hace posible solamente aceptando “la vida eterna mediante Jesucristo nuestro Señor”.
Sobre el autor: Pastor de la Asociación Sur de Nueva Inglaterra, EE. UU.