El problema de la salud debiera ser de primordial importancia para cada obrero. Debiéramos ser hombres y mujeres de salud vigorosa, y no débiles y enfermizos con poca o ninguna fuerza.

“Para continuar con esta ardua y magna obra, es necesario que los ministros de Cristo posean salud física. Para lograr este fin deben adquirir hábitos regulares y adoptar un saludable sistema de vida. —“Testimonies” tomo 4, pág. 264.

Para estar sano, el hombre no debe solamente comer bien, sino también trabajar bien, descansar bien y pensar bien. Parece haber muchos propulsores de la reforma pro salud que se quedan a medio camino. Hay muchos que pretenden tener el remedio para todas las enfermedades físicas en unas pocas pildoritas. Muchos de esos enérgicos vendedores que saben muy poco acerca del cuerpo y sus funciones, están predicando con el fervor de un evangelista. Dicen que nuestras molestias causadas por la indigestión, la sangre impura, la artritis y otras dolencias, pueden ser curadas comprando sus productos exclusivos. La razón por la que los vendedores de píldoras pueden darse una buena vida es porque saben hacer bien su propaganda y porque la gente se deja engañar con facilidad.

No creo que el problema de la alimentación pueda remediarse comiendo porotos soya, yogurt, mezcolanzas de miel y melaza, o ingiriendo píldoras vitamínicas de toda la gama del alfabeto. Personalmente me gusta el yogurt, y los porotos soya forman parte de mi alimentación. Pero de cualquier modo creo que debemos reconocer que el problema de la salud es mucho más amplio que una taza de té de hierbas o una píldora vitamínica. Supongo que cada obrero y su esposa habrán llegado a un acuerdo inteligente con respecto al asunto de la nutrición. Con la ayuda de un médico cristiano que conozca algo acerca de la nutrición y de la medicina preventiva, cada uno puede trazar un programa para satisfacer sus necesidades individuales. Tanto el alimento, como el descanso, el trabajo y el ejercicio deben ser equilibrados y bien distribuidos. “El Ministerio de Curación” presenta la verdadera filosofía de una vida sana. Hay en él más y mejores instrucciones sobre la generalidad de los problemas relacionados con una vida sana que en cualquiera de los libros ya impresos, o por imprimirse. Debemos estudiar más diligentemente ese libro.

“Nadie puede sentar reglas estrictas para otros. Cada cual debe dominarse a sí mismo, fundándose en la razón.”—“El Ministerio de Curación” pág. 291.

“Los que entienden debidamente las leyes de la salud y se dejan dirigir por la razón, evitan los extremos, esto es que ni incurren en la licencia ni en la restricción.”—Id., pág. 300.

Los obreros que comen alimentos equilibrados, que hacen el ejercicio necesario, que tienen un descanso adecuado, que no se preocupan innecesariamente, que poseen una abundante dosis de optimismo, que hacen el trabajo como delante de Dios, que guardan sus conciencias libres de mancilla, que no sienten odio hacia nadie, ni son celosos, se conservarán sanos y serán una real contribución para la causa de Dios.

La fidelidad

Cada obrero debe ser fiel. Leemos en “Testimonies to Ministers,” pág. 251:

“Amaos como hermanos, sed afectuosos, corteses, fieles unos a otros como la brújula, pero venced ese sentimiento de superioridad sobre vuestros compañeros de ministerio que os puede llevar a sentiros separados de los demás en vuestras labores.”

La instrucción es clara: debemos ser fieles unos a otros. Esto no debe ser interpretado como que debemos dejar de lado los principios, para ser fieles. La fidelidad hacia la verdad incluye fidelidad hacia los demás. La amistad nunca debiera ser de tal índole que soporte a los hombres sin principios; nunca tan fuerte que cubra el pecado. Cuando la fidelidad es capaz de sacrificar los principios, no es genuina, ha llegado a ser una política corrompida. Esa clase de fidelidad es traicionera. Nunca debiera haber apariencias en la causa de Dios.

Cuando es la mayoría la que habla, nuestras convicciones personales deben ser puestas de lado. La actitud belicosa debe dar lugar a la sumisión y a la cooperación. La verdadera fidelidad es probada cuando nos encontramos en una situación en la que nuestras convicciones personales deben ser abandonadas. Hay momentos para expresar nuestras convicciones, pero también hay momentos en que debemos aceptar los deseos de la mayoría y apoyarlos sinceramente.

Incidentalmente, nuestra fidelidad con respecto a los demás debe ser lo suficientemente fuerte como para preservarnos de criticar las debilidades ajenas. No condice con la lealtad el empequeñecer a nuestros prójimos. No debiera ocurrir que los miembros de nuestras iglesias se muestren disconformes por la manera en que los ministros hablan de sus colegas.

Integridad moral

Hablando desde el punto de vista moral, estamos viviendo en una generación inicua y pervertida. El código moral de conducta enunciado en la Biblia ha sido, en la mayoría de los casos, completamente despreciado. Como ministros del Evangelio tenemos la responsabilidad de volver a elevar las normas. No debemos olvidar estas dos cosas: que “no os ha tomado tentación sino humana,” y que no estamos por encima de la tentación. Por su trabajo, el ministro debe tratar con personas de ambos sexos. Pero de cualquier modo su vida debe recibir la aprobación de lo alto. Él está en constante peligro de arruinar su reputación. Siempre hay alguien que está aguardando y observando para descubrir los errores del misionero. Mucha gente tiene éxito- al murmurar contra el pastor. El tema del cual siempre se habla es el de la familiaridad del ministro con el sexo opuesto. Una vez que se ha comenzado a hablar sobre ese punto, raras veces se deja de hacerlo, aunque no haya más que un mínimo de fundamento. Tales habladurías se aferran al ministro como el can a su presa, y lo sueltan difícilmente. Por lo tanto, el pastor debiera vivir tan lejos de la línea discutible, que si comenzasen las habladurías murieran por falta de evidencias en que fundarse.

Walter Schuette dice en su libro “The Minister’s Personal Guide,” pág. 52:

“Las habladurías son un enemigo despreciable, y no obstante un enemigo astuto y poderoso; y a veces, las visitas pastorales llegan a ser una fuente productiva de la cual se extraen habladurías que se propagan con un goce maligno.”

El pastor Schuette advierte el peligro de que un hombre hable con una mujer que esté sola en su casa. Resulta poco menos que la caída de la reputación de un ministro cuando algún miembro veraz de la comunidad, hombre o mujer, llega a comentar: “El automóvil del predicador está estacionado frente a la casa de la Sra. de Rodríguez dos o tres veces a la semana.” Esa señora puede ser la directora del coro, la tesorera de iglesia o la directora de la sociedad Dorcas. Pero el ministro debe cuidarse de que lo vean en la casa de ella a menudo.

“Para aumentar las preocupaciones del ministro hemos de decir que muchas iglesias cristianas tienen en su feligresía a mujeres a quienes el epíteto de ‘intrigantes’ es plenamente aplicable. Ya sea por medio de las tretas insidiosas comunes o del deliberado deseo de poner en dificultades al pastor, urden un plan tras otro con el fin de verlo solo. Una de las primeras cosas que debemos aprender en el ministerio es a defendernos de tales mujeres. A veces no se las puede vencer sin ser decididamente rudos. Pues bien, seamos rudos.”—Id., págs. 52, 53.

He visto caer a hombres buenos y capacitados porque en su necedad habían llegado a una “inocente familiaridad.” De tales hombres el sabio dice: “Vase en pos de ella luego, como va el buey al degolladero, y como el loco a las prisiones para ser castigado.” Los he visto salir de las reuniones de junta, habiendo tenido que dejar sus credenciales, llorando porque su pasado y su futuro habían sido arruinados, y a veces llorando porque habían sido atrapados. Muchas veces, después de haber sido despedidos, se vuelven en contra de la junta de la asociación. Pero esto no quita el hecho de que la junta no los puso a ellos en el aprieto, sino que simplemente cumplió con su deber al relevarlos de sus puestos. En un momento de debilidad fueron arruinados muchos años de servicio en lo que respecta a la buena influencia ejercida. Cuando algún hombre pierde su buena reputación, ha perdido algo de valor primordial. ¿Qué había ocurrido? La respuesta es simple: Había dado el primer paso “inocente.”

“Si algunas hermanas, casadas o solteras, demuestran familiaridad, rechazadlas. Sed cortantes y decididos a fin de que comprendan de una vez por todas que no consentís en tales debilidades.”—“Testimonies tomo 1, pág. 437.

“La pureza moral, el respeto propio, una decidida resistencia, deben ser fomentadas firme y constantemente. Nunca debiéramos dejar de ser reservados. Un acto de familiaridad, una indiscreción, pueden comprometer el alma, abriendo las puertas a la tentación y debilitando de ese modo el poder para resistir.”—“Counsels on Health” pág. 295.

El ministro deberá mantenerse distanciado de tales asuntos. ¡Guardemos limpios nuestros pensamientos, manos y corazón! No es necesario tener entre las nuestras la mano de una dama durante medio minuto para hacerle entender que estamos contentos de verla de nuevo, y para desearle que le vaya bien. Si deseamos acariciar manos, tomemos las de nuestra esposa, y nadie podrá decirnos nada. La haremos feliz a ella y salvaguardáremos nuestra reputación.

Necesidad de convicción

Hoy, el ministro necesita convicción. El protestantismo del siglo veinte ha perdido casi totalmente su convicción. Y aun el pequeño grupo que ha salido de entre ellos, no expresa su convicción. Parece que estamos temerosos de dar a conocer al mundo dónde estamos y por qué estamos allí. En el protestantismo moderno también hay mucho temor de delinear claramente su posición. Estamos tan ansiosos de “ganar amigos e influir sobre la gente” que no hacemos ninguna de las dos cosas. Nuestra posición en la iglesia y en la comunidad debiera ser clara como el cristal. Debemos saber hacia dónde vamos y por qué.

“Nadie debe consentir en ser mera máquina, accionada por la inteligencia de otro hombre. Dios nos ha dado capacidad para pensar y obrar, y así obrando con cuidado, buscando en Dios nuestra sabiduría, seremos hechos capaces de hacer honor a nuestras responsabilidades. Conservad la personalidad que Dios os ha dado. No seáis la sombra de otra persona. Esperad que el Señor obre en vosotros, con vosotros y por medio de vosotros.”—“El Ministerio de Curación” pág. 482.

Nuestra congregación debiera saber que estamos en esta posición para algo; que no somos simplemente hombres que seguimos una corriente y que podemos ser llevados de aquí para allá como la arena. No debemos estar interesados en trepar “al vagón donde viaja la mayoría.” Un ministro, antes que abandonar sus convicciones, debe estar dispuesto a empujar su vagón en la dirección contraria, aunque deba ir solo, derramando sangre y sudor, y sin que nadie lo aclame.

“Los hombres fuertes son los que han sufrido oposición y contradicción. Poniendo en juego sus energías, los obstáculos con que tropiezan se vuelven para ellos bendiciones positivas. Llegan a saber valerse de sí mismos. Los conflictos y las perplejidades provocan el ejercicio de la confianza en Dios, y producen la firmeza que desarrolla el poder.”—“El Ministerio de Curación” pág. 484.

“Necesita (Dios) hombres que piensen más en cumplir con su deber que en recibir su recompensa; hombres que sean más solícitos por los principios que por la promoción.”—Id., pág. 457.

Nuestros hogares

La desintegración de los hogares tiene una influencia devastadora sobre la civilización, y resulta igualmente alarmante tiara la vida de la iglesia. El hogar del ministro debe ser ejemplar.

“Esto no significa solamente que debe tener el temor de Dios como regla en la familia.

Significa también que, como esposo, se adornará con la belleza de conducta que sólo puede dar un tierno amor por su esposa. Significa que en su trato hacia sus hijos distará mucho de ser el duro capataz, o el comandante inflexible, o el insensato que no comprende la vida ni los intereses de los niños. La paternidad en nuestros días no es una responsabilidad sencilla; pero el ministro, como hombre de Dios, la llevará con suficiente abnegación e inteligencia. Si no podemos encontrar ambas cosas en él, ¡ay de nosotros!”—“The Minister’s Personal Cuide” pág. 69.

Si queremos demostrar el carácter de Dios en nuestros hogares, debemos estar seguros de que haya completa sumisión a Dios de parte del esposo y de la esposa, y de ambos entre sí. Nuestra devoción debiera ser tan completa que no puedan infiltrarse influencias extrañas. Si no podemos tener un hogar ejemplar en todos los sentidos, dudo que podamos representar los más altos ideales.

Conclusión

Nuestra vocación es santa y nuestras vidas debieran estar en armonía con ese elevado llamado a que hemos respondido. El mayor valor de la causa no se funda en sus depósitos financieros ni en sus bendiciones materiales. Los edificios y los terrenos tienen también su valor, pero más importante que todos los valores que se pueden tasar en dinero, es la valuación espiritual en la vida del ministro.

Dijo una vez M. L. Andreasen:

“La iglesia tiene derecho a que sus ministros sean puros, poderoso-, llenos del Espíritu Santo, bien instruidos, humildes, honestos, consagrados. y dedicados a su trabajo. Con un ministro tal que Dios pueda bendecir, pronto se concluirá la obra.”

Sobre el autor: Presidente de la Asociación de California del Sur, Estados Unidos.