Es importante que conozcamos la verdad bíblica. Pero, además, necesitamos revelar de qué manera ese conocimiento ejerce influencia sobre nuestra vida.

No puede exagerarse la influencia que ha ejercido Pablo sobre nuestras doctrinas y nuestras creencias. Pero lo que más impresiona en sus escritos es que él nunca se satisfacía con sólo establecer puntos de doctrina o aclarar cuestiones teológicas. Su principal preocupación era la vida que debe vivirse, porque le fe realmente se manifiesta en la vida diaria.

La doctrina de la vida después de la muerte, por ejemplo, es una promesa maravillosa, pero la vida antes de la muerte es sin lugar a dudas un don de Dios para todos. Vivimos, hacemos planes, pensamos, decimos y hacemos cosas que afectan a otros seres vivos. Hay gustos y sabores, pensamientos y acciones, sueños y sentimientos. Eso es la vida. El propósito de la vida no es sólo saber, sino vivir. Visto de ese modo, la pregunta realmente importante es: ¿De qué manera nuestro conocimiento y nuestra comprensión acerca de lo que creemos ejerce influencia sobre la vida que vivimos?

La doctrina, en cierto sentido, es sirviente de la vida. Como adventistas leemos la Biblia diligentemente, la estudiamos y sabemos mucho acerca de ella. Eso es importante. Dios nos ha confiado una comprensión muy especial de la verdad bíblica, y nos ha enviado a compartir eso con el mundo. Pero necesitamos preguntarnos: ¿Qué influencia ejerce nuestro conocimiento sobre nuestra vida?

En la parábola de Cristo acerca del buen samaritano, tanto el sacerdote como el levita podrían haber enseñado la verdad de que, como seres humanos, debemos prestar ayuda a los necesitados. Pero sólo el samaritano se detuvo para ayudar y vivir esa verdad. Él sabía que eso es lo que importa.

Saber y vivir

Pedro, con la vista fija en el fin del mundo, escribió: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios!” Y añade: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles” (2 Ped. 3:11, 12, 14). Quiere decir que lo que sabemos y creemos es importante para amoldar la vida que vivimos. No basta con saber.

Hay momentos en los que necesitamos detenemos para aclarar ciertos puntos teológicos confusos que intentan invadir nuestras filas. Hay ocasiones en las que necesitamos hablar francamente y estar seguros de que ciertamente estamos haciendo la tarea que el Señor nos encomendó. Sí, necesitamos hacerlo, pero con un propósito: nuestra vida personal; nuestra relación con el Altísimo y con la gente, y nuestra fidelidad a la misión que Dios nos encomendó. Necesitamos estar seguros de que la vida que vivimos tiene significado.

La teología, en sí misma, no lo es todo. Convertirse en alguien encerrado en la teología y bien informado no es el objetivo más elevado de la vida. Al contrario, lo que verdaderamente importa es haber hecho algo y haberse convertido en alguien útil para Dios, su misión y su pueblo. El Señor necesita gente sensible a su voluntad, atenta a las luchas y las necesidades de los demás, gente cuyo objetivo sea Cristo y la calidad de vida que él desea que tengamos. Está buscando gente que pueda dar testimonio en favor de él, para ofrecerle a un mundo incrédulo algo más que hechos y datos.

Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Qué está pasando conmigo como individuo? ¿Qué clase de vida estoy viviendo? ¿En qué me estoy convirtiendo? Los eventos finales nos sorprenderán por la velocidad con que se producirán. De modo que la pregunta persiste: ¿Qué está pasando conmigo hoy?

Numerosos pasajes de las Escrituras ilustran el hecho de que debemos vivir de acuerdo con lo que sabemos y creemos. Consideraremos tres de ellos:

UNA VIDA HUMILDE

El primero lo encontramos en Filipenses 2:6: “El cual (Cristo), siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” (La versión portuguesa dice: “Quien, aunque era de naturaleza divina, no consideró que fuera usurpación ser igual a Dios” Nota del traductor.) Por medio de una singular selección de vocablos, Pablo se refiere al proceso por medio del cual Jesús se hizo hombre, algo que realmente es un misterio. Cristo se vació de una forma: la de Dios, y tomó otra: la del hombre. Este pasaje ha dado pie a muchas teorías acerca del vaciamiento de Cristo. Se ha escrito mucho al respecto, pero sigue siendo un misterio para nuestra limitada comprensión humana. Exactamente, ¿de qué se vació Cristo? ¿Lo hizo por la eternidad? ¿Asumió de nuevo aquello de lo cual se vació cuando ascendió a los cielos? ¿Qué riesgos implicó su actitud? El pueblo de Dios dispondrá de la eternidad para aclarar estas acuciantes preguntas.

Pero, ¿sería el intento de responder a esas preguntas la principal preocupación de Pablo? Ciertamente no. El apóstol dice que Cristo, que poseía una condición infinitamente más elevada que la de cualquier ser creado, no salió a defender su igualdad con el Padre ni a demostrarla. Era algo de lo que él estaba seguro, y no necesitaba demostrar su grandeza. Nosotros, en cambio, a veces estamos confusos, reflexionando tal vez en nuestra propia inseguridad más que en cualquier otra cosa.

Lo que Pablo dice aquí es que Cristo, que era igual a Dios Padre, se hizo hombre cuando vino a este mundo. Al apóstol le preocupaba la manera en que vivió Jesús entre nosotros. Decidió tomar la forma humana. Escogió la oscuridad de un siervo, porque esa era la mejor manera de ayudar a la humanidad. Vino a dar esperanza a los seres caídos. Vino a darnos un futuro a usted y a mí, y sabía que no había otra manera de hacerlo sino volviéndose siervo. Y, al hacerlo, nos dio un ejemplo de vida cristiana.

Quiere decir que los versículos 3 al 5 aclaran que el asunto más importante es la humildad de Cristo, opuesta al orgullo que procura la afirmación propia. La intención del pasaje no es referirse, en principio, a la naturaleza de Cristo, ni a lo que hizo o dejó de hacer cuando descendió del cielo y vino a la tierra. En vez de eso, trata de enseñar a los creyentes a honrar en lugar de buscar honra; dar en lugar de recibir. Este pasaje es una ilustración acerca de cómo debemos vivir. Esa clase de humildad nos induce a abrirnos delante de Dios, y a aceptarnos mutuamente. Esta es la actitud cristiana: aceptarnos mutuamente así como Cristo nos aceptó.

En Romanos 15:2 y 3, Pablo dice: “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación. Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo”. El apóstol está diciendo aquí algo muy crítico acerca de nuestro estilo de vida y de la manera en que empleamos el tiempo y los talentos, y acerca de nuestros intereses. Señala algo que es fundamental para la calidad de vida que debemos vivir. Tenemos que interesarnos en la vida de nuestros compañeros de viaje, compartir sus alegrías y tristezas, y llevar sus cargas. Así quiere el Señor que vivamos.

Para algunos esto no es fácil: tienden a estar más enclaustrados que otros. Consideran que es un esfuerzo demasiado grande preocuparse por los demás, pero esa es la manera de vivir que Dios quiere que tengamos. Para mí es fácil aceptar a los que se me parecen. Pero cuando el aspecto de la gente es diferente y su idioma también, cuando van a otra iglesia, comen y beben como yo no lo hago, la distancia que resulta es difícil de reducir. La gente tiende a incrementar las distancias en lugar de buscar la manera de ayudarse mutuamente. Reducir esas distancias no es fácil. Todavía la intimación a aceptarnos mutuamente como seres humanos sigue siendo de gran valor delante de Dios. Después de todo, Cristo dio la vida por la humanidad, y le asignó un valor incalculable a cada ser humano.

La aceptación a la que nos referimos aquí no significa que aceptamos los errores de conducta, ni los valores, ni la fe ni las creencias de la gente. Significa, en cambio, que simpatizamos con ellos y queremos ayudarlos como seres humanos que son, a quienes Dios también ama mientras les ayudamos a ver y a superar sus errores.

Por medio de su encarnación y su muerte, Cristo declaró que todos los seres humanos son valiosos. “Este es el misterio en el que anhelan mirar los ángeles. Desean saber cómo Cristo pudo vivir y trabajar en un mundo caído, cómo pudo mezclarse con la humanidad pecadora. Para ellos era un misterio que Aquel que odiaba con intenso odio el pecado, sintiera la más tierna y compasiva simpatía hacia los seres que cometían pecados”.[1]

Este es el tipo de humildad que Cristo desea presentarnos. La humildad disipa la arrogancia de una persona. Esta se vuelve más humana, gentil y agradable. Esta es la humildad que Cristo trató de comunicar y vivir cuando tomó forma humana.

Una vida exenta de juicios

El segundo pasaje que quiero considerar es el de Colosenses 2:16 al 19. Es familiar para los adventistas; se refiere a sábados, lunas nuevas y sombras. Con frecuencia nosotros, los cristianos, nos referimos a estos textos con esos temas en mente. Pero, ¿habrá sido esa la principal preocupación de Pablo cuando escribió estas palabras?

Cierta vez conversaba con un pastor de otra denominación acerca de nuestras creencias. En determinado momento él trajo a colación este pa­saje y dijo que la observancia del sábado no es tan importante para la vida del cristiano, y que nadie debería ser juzgado por eso. Estuvimos de acuerdo en que no hay que juzgar a nadie. Esa tarea le corresponde al Señor, y él va a ejercerla con justicia. La primera preocupación de Pablo en este pasaje es la cuestión de que un creyente no debe juzgar a otro, en temas doctrinales tales como la observancia de los sábados, las fiestas religiosas y las lunas nuevas. La poderosa intimación de Cristo es bien clara y está en vigencia: “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mat. 7:1).

A esto se refiere este pasaje.

El mensaje de Colosenses 2 se refiere a que los hermanos en la fe no deben juzgarse unos a otros. Pablo, en sus viajes misioneros, sufrió constantemente el acoso de gente que lo seguía por donde pasaba, imponiéndole al pueblo cosas que el evangelio no requería y castigando a los que no aceptaban su punto de vista. Hoy también hay personas que gastan enormes cantidades de tiempo, energía y dinero para imponerles conceptos espirituales a sus seguidores. A ellos les aplico esta cita: “A menudo consideramos sin esperanza a los mismos que Cristo está atrayendo hacia sí. Si tuviéramos nosotros que tratar con esas almas de acuerdo con nuestro juicio imperfecto, tal vez ello extinguiría su última esperanza. Muchos que se creen cristianos serán hallados faltos al fin. En el cielo habrá muchos de quienes sus prójimos suponían que nunca entrarían allí. El hombre juzga por la apariencia, pero Dios juzga el corazón”.[2]

Juzgar por las apariencias es una actitud extraña para la mente de Cristo. Gastar tiempo juzgando espiritualmente a alguien, en este contexto, es destructivo para la relación de los hermanos en la fe. Es perjudicial para la gente y finalmente deshonra a Dios.

Por eso, Pablo dice: Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Col. 3:12, 13). Una vez más el énfasis esencial de este texto está en cómo vivimos, cómo consideramos a la gente y cómo la tratamos. Es una descripción importante y poderosa acerca de la calidad de vida que debe saturar la comunidad eclesiástica a la que pertenecemos. Seremos más fuertes de esta manera.

UNA VIDA PIADOSA

Finalmente, tenemos el pasaje de 2 Pedro 3, donde el apóstol relaciona nuestra vida con la segunda venida de Cristo, y donde ese acontecimiento se describe y se proclama como un hecho incuestionable. Si bien es cierto que el regreso de Jesús se proclama allí lúcida y poderosamente, el énfasis de las palabras de Pedro también reposa en la influencia que el conocimiento de esa realidad ejerce sobre la manera de vivir del creyente.

En la iglesia primitiva la creencia en el regreso de Cristo saturaba todo el pensamiento. Y Pedro pregunta: “Ya que sabemos que Jesús volverá, ¿qué influencia ejerce esa realidad en nuestra vida?” Somos adventistas. No hay delante de nosotros una realidad más importante que la Segunda Venida. Es el momento que en cierto modo resumirá la historia de este mundo. Señala el fin de las sombras y los dolores. ¿Cómo influye hoy esa realidad sobre nuestra manera de vivir?

Bien, escribe Pedro, ya que esa realidad está próxima, debemos vivir de una manera “santa y piadosa” (2 Ped. 3:11). El apóstol está hablando de vidas sobre las que reposa la aprobación de Dios. Vivir de manera “santa y piadosa” implica una vida dedicada al Señor y que gira constantemente en torno a Cristo. Significa que mientras tomo decisiones acerca de mi persona y mi vida, lo hago pensando en Cristo, su misión y en el fin del tiempo. Significa que diariamente trataré de purificarme, y que estaré seguro de la diferencia que existe entre lo verdadero y lo falso. Significa que trataré de ser más bondadoso, más compasivo, porque Cristo es así. Eso es una vida “santa y piadosa”.

“Estudiemos con diligencia la Palabra de Dios, para que podamos proclamar con poder el mensaje que debe darse en estos últimos días. Muchos de aquellos sobre quienes resplandece la luz de la vida abnegada del Salvador, no están dispuestos a vivir una vida de sacrificio en favor de los demás. Desean exaltarse a sí mismos”.[3]

“Una vida cristiana consagrada derrama siempre luz, consuelo y paz.  Se caracteriza por la pureza, el tino, la sencillez y el deseo de servir a los semejantes. Está dominada por ese amor desinteresado que santifica la influencia. Está henchida del Espíritu de Cristo, y doquiera vaya quien la posee deja una huella de luz”.[4] Esta es una descripción maravillosa.

Puesto que estamos viviendo en los últimos momentos de la historia de esta tierra, y si recordamos que se nos ha confiado una importante misión, ¿qué espera el Señor de nosotros en esta hora? Tres cosas vienen a mi mente: Primero, él dice: “Quiero que tu vida refleje los valores que te enseñé. No debes mirar en otra dirección”. Segundo: “Quiero que estés despierto, sobrio y alerta” La tercera, la presenta por medio del profeta: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miq. 6:8).


Referencias

[1] Elena G. de White, Comentario bíblico adventista (Buenos Aires: ACES, 1995), t. 7, p. 916.

[2] Elena G. de White, Palabras de vida del gran Maestro (Buenos Aires: ACES, 1991), p. 50.

[3]  Elena G. de White, Testimonies (Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association, 1948), t 8, p. 210.

[4] Elena G. de White, Patriarcas y profetas (Buenos Aires: ACES, 1985), p. 724.