El papel de la Revelación General para la comprensión de la Deidad.
Sin la revelación del Señor en el tiempo y el espacio, la humanidad estaría totalmente perdida en cuanto a quién es él, cuál es su voluntad, o incluso si él existe. Afortunadamente, Dios es un ser relacional. Desde el momento en que creó a la humanidad, comenzó a impartir conocimiento sobre sí mismo, sus acciones y sus pensamientos. Primero a través del contacto directo (Gén. 3:8); luego, por medio de visiones (Núm. 12:6), sueños (Gén. 28:12), teofanías (Gén. 18), ángeles (Núm. 22:31-35), el Urim y el Tumim (Núm. 27:21), la naturaleza (Sal. 19:1-4), la historia (Dan. 2:21), la conciencia humana (Rom. 2:14-16) y –finalmente– a través de Jesucristo (Juan 1:18), Dios nos comunica la verdad y el conocimiento divinos (Heb. 1:1, 2). Este es un conocimiento que se origina en una revelación divina que está más allá de nuestro poder de adquirir mediante un simple esfuerzo racional.
Si bien Dios se revela a sí mismo de muchas maneras diferentes, los cristianos tienden a clasificar sus medios de revelación en dos categorías: especial y general/natural. Millard Erickson define la Revelación Especial como “la manifestación divina de sí mismo a personas particulares en momentos y lugares definidos, permitiendo que esas personas entren en una relación redentora con él”.[1] Esta revelación nos llega a través de la Biblia, la regla suprema e infalible de fe y verdad, dada por Dios por inspiración del Espíritu Santo. Además, en ella encontramos la mayor revelación divina, Jesucristo.
Los otros medios de revelación de Dios a menudo se denominan “Revelación General”. Es la manifestación divina a toda la humanidad en la naturaleza, la historia y la conciencia. Es perceptible a través de las experiencias sensoriales cotidianas y tiene un alcance universal. Como argumenta Alister McGrath, en este caso, “se entiende que la naturaleza como Creación tiene una capacidad ontológicamente fundamentada para reflejar a Dios como su Creador y Originador”.[2]
Aunque ambos tipos de revelación se denominan “la revelación de Dios”, la Biblia supera con creces la manifestación divina en la naturaleza. Cuando se trata del conocimiento de Dios, es más específica, densa e instructiva que la Revelación General. Además, despliega todo el plan de salvación, mostrando a los pecadores cómo obtener el perdón de sus pecados y el camino al cielo. Entonces, algunos podrían preguntar: “Si tenemos la Revelación Especial de Dios, la Biblia, ¿por qué es necesaria la Revelación General? ¿La necesitamos?” En este artículo, me gustaría reflexionar sobre este tema.
La naturaleza
“¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos” (Sal. 8:1). En muchos de los “salmos de la naturaleza”, los escritores bíblicos alaban a Dios por su gloria manifestada en la Creación. Se califica su nombre como “magnífico” (“poderoso”), un atributo real que denota su gobierno, ley y juicio sobre las cosas creadas. Frente a la inmensidad del Universo, el salmista alaba al Creador, al reconocer la gloriosa manifestación y plenitud de la gloria de Dios en la Creación. Por lo tanto, la naturaleza no es objeto de alabanza, sino que es testigo de la majestad del Creador.
El testimonio de la gloria de Dios inherente a la naturaleza a veces se personifica, como en el Salmo 19:2 al 4: “Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y hasta el extremo del mundo sus palabras”. Aunque el salmista declaró que “no hay lenguaje” (vers. 3), la actividad de la naturaleza es claramente “vocal y lingüística”.[3]
De esta forma, a pesar de no ser “verbal” ni “escrita”, la información se sigue transmitiendo. También se puede concluir que se trata de una actividad comunicativa a partir del uso de expresiones como “declara”, “es oída su voz” y, lo más interesante, “declara sabiduría”. Esto último implica información, aspecto fundamental en la comunicación entre dos personas. En esta descripción pictórica que ofrece el salmista, el conocimiento se transmite de una noche a otra, y el salmista (y el lector) es tratado como un curioso, que absorbe el contenido de esta comunicación.
La naturaleza no solo proclama “la gloria de Dios”, sino también “anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1). Esta es una referencia tanto a la Creación como al trabajo continuo de Dios como Sustentador de las obras creadas. Por tanto, la Creación divina no debe confundirse con Dios mismo. El Creador del que testifica la naturaleza no es una deidad panteísta, sino que está por encima de la naturaleza y obra a través de ella.
Mientras que algunos podrían cuestionar la validez de la Revelación Natural, Pablo argumenta que, debido a ella, la humanidad es “inexcusable” (Rom. 2:1). A los habitantes de Listra, el apóstol afirmó que Dios “no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y de alegría nuestros corazones” (Hech. 14:17). Jesús mismo presentó la naturaleza como fuente de revelación: “Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta” (Luc. 12:24). Al llevar a los discípulos a reflexionar sobre los cuervos, Cristo los estaba invitando a examinar la naturaleza para extraer conocimiento sobre la bondad divina.
Y la bondad de Dios no es lo único identificable en los fenómenos naturales. En Romanos 1:18 al 21, Pablo menciona sus “atributos invisibles”, su “eterno poder” y su “divinidad” (LBLA) como elementos reconocidos en la naturaleza. Por lo tanto, concluyó que los seres humanos “no tienen excusa”. Lo sorprendente de esta declaración es que el apóstol condena a la humanidad por conocer a Dios, pero no actuar de acuerdo con su carácter.
Esto plantea una pregunta interesante: ¿Cómo podrían estas personas conocer a Dios si no tuvieran acceso a las Escrituras? El texto nos ayuda a responder esa pregunta. Primero, Pablo enfatizó la culpa de los malvados, diciendo que los “atributos invisibles” de Dios “se han visto con toda claridad” (LBLA) en la Creación. Esto significa que, aunque afectada por el pecado, la humanidad todavía es capaz de detectar la existencia y la naturaleza de Dios a través de sus obras creadas.
En segundo lugar, al declarar que los atributos divinos se perciben “por medio de las cosas hechas”, Pablo mostró que la revelación natural no se limita a la percepción, sino que requiere reflexión y “llegar a una conclusión acerca del Creador”.[4] En este sentido, la interpretación es fundamental, y si el ser humano es inexcusable, es responsabilidad suya. Por lo tanto, aunque no posean todo el conocimiento, todos tienen suficiente información para decidir cómo deben relacionarse con su Creador. Y, si eligen vivir una vida de injusticia, están condenados.
La historia
Así como Dios dejó su marca en la naturaleza como Creador, también dejó su marca en la historia humana como el Señor de la providencia. La cosmovisión bíblica de la historia y del tiempo no es estática. Su perspectiva lineal define a Dios como el actor principal, que conduce los giros y las vueltas de la historia hacia un objetivo final, el cumplimiento de un plan eterno.
Por lo tanto, si Dios está obrando en el mundo y avanzando hacia sus metas, debe ser posible detectar la tendencia de su obra en eventos que ocurren como parte de la historia. Sin embargo, la evidencia aquí es menos impresionante que la de la naturaleza, ya que depende de la experiencia y el conocimiento del investigador, así como del análisis de registros históricos, que no siempre son precisos o completos.
La Biblia, por su parte, se refiere constantemente a la historia como el escenario en el que Dios actúa y se manifiesta. Presenta la forma en que el Señor trató a Egipto (Éxo. 9:13-17), Asiria (Isa. 10:5-19), Babilonia (Jer. 50:1-16), Medopersia (Isa. 44:24-45:7), los cuatro reinos que siguieron al colapso del reino de Alejandro (Dan. 11:5- 35) y el Imperio Romano (Dan. 7:7, 23). Las Escrituras muestran que “la justicia enaltece a una nación, pero el pecado deshonra a todos los pueblos” (Prov. 14:34, NVI). También indican que “aunque Dios pueda, para sus sabios y santos propósitos, permitir que una nación más impía triunfe sobre otra menos impía, al final tratará más severamente a los más impíos que a los menos impíos (Hech. 1:1-2:20)”.[5]
La conciencia
En Romanos 2, Pablo argumentó sobre una conciencia activa en aquellos que no han recibido la Revelación Especial de Dios con respecto a su Ley Moral. Según él, hay una ley interna, “escrita en el corazón, como lo demuestra el testimonio de su conciencia y sus propios pensamientos, que unas veces los acusan y otras los defienden” (vers. 15, BLPH). Así, la conciencia de los gentiles, junto con esta ley interna, les daba testimonio. Siguiendo este razonamiento, la ley interna es anterior a la conciencia. En consecuencia, la ley natural, como Revelación General, juega un papel específico en el plan de salvación. Informa a una persona de sus deberes espirituales ante el Creador y Juez del mundo. Una vez consciente de su propia responsabilidad o culpa, el pecador es consciente de la necesidad de transformación y salvación.
“La oferta de reconciliación en el evangelio solo tiene sentido cuando uno se ve a sí mismo como un pecador ante el Dios de la Creación. Si el conocimiento intuitivo e inferencial de Dios no estuviera presente, la comunicación bondadosa de Dios a los seres humanos en forma de Revelación Especial seguiría siendo una abstracción sin sentido. La Revelación Especial, entonces, comienza en el punto donde termina el conocimiento natural del ser humano sobre Dios. […] La Revelación Especial completa no niega la revelación de Dios en la naturaleza, la providencia y la conciencia”.[6]
A pesar de la descripción negativa de Pablo de la humanidad en Romanos 3, su razonamiento en el capítulo 2 muestra que “incluso en su alejamiento de Dios, la humanidad todavía tiene alguna conexión con su Creador y no está sumida en la anarquía total y la ilegalidad”.[7] Esto solo fue posible porque inmediatamente después de la Caída Dios implantó enemistad entre la humanidad y Satanás (Gén. 3:15).
De acuerdo con Norman Gulley, “esto no quiere decir que la enemistad sea suficiente para obtener la salvación. En el mejor de los casos, es la gracia común que exige el nuevo nacimiento. En ese sentido, tiene todo que ver con la Revelación General, ya que todos los humanos tienen esa ‘enemistad’ interior que explica por qué tantos no cristianos tienen un sentido de justicia e imparcialidad”.[8] El autor cree que este doble sentido equivale a la Revelación Natural de Dios dentro de la humanidad. Todos los seres humanos, de todas las culturas y épocas, pueden dar fe de los efectos de estos dos sentidos en su vida. Es un recordatorio constante de que fuimos hechos para algo mucho más grande.
Debería hacerse un comentario adicional sobre este asunto. El argumento de la moralidad no debe enunciarse como prueba de un conjunto específico de normas que siguen todos los seres humanos, sino como un “ímpetu moral”,[9] o conciencia.[10] Aunque Dios tiene un conjunto de leyes para seguir, la Revelación Natural no muestra cuáles son. Si bien cada cultura tiene un concepto de lo correcto y lo incorrecto, qué es lo que esto significa exactamente puede variar mucho. Sobre la base de la Revelación General, lo que todos tienen en común, sin embargo, es la sensación de que hay algo “correcto” e “incorrecto”.
Limitaciones de la Revelación Natural
Aunque el Señor utilice la naturaleza, la historia y la conciencia para revelarse a los seres humanos, la Revelación Natural claramente tiene sus limitaciones. Para empezar, carece de contenidos proposicionales sobre Dios, siendo insuficiente para proveer la base de un sistema teológico. A lo sumo, lo que puede hacer es crear una conciencia de su existencia, o una vaga sensación de infinitud.
Además, la Revelación General no es inspirada, como la Biblia. Aunque a veces se llama a la naturaleza “el segundo libro de Dios”, está lejos de considerarse inspirada. “La naturaleza es creación divina y llegó a existir a través del diseño especial de Dios. Como tal, revela algo sobre él, su Creador. Pero la naturaleza no es inspirada”.[11]
Otro aspecto que limita su potencial de revelación son los efectos del pecado en la naturaleza. Si bien la naturaleza apunta a toda la belleza, el amor y la sabiduría que contiene el Universo, también revela un lado más oscuro, lleno de muerte, sufrimiento y miseria.
Además, la naturaleza carece de lo más importante para la actual condición pecaminosa de los seres humanos. “El mayor límite de la Revelación General es su incapacidad para decir algo sobre Jesucristo. Por lo tanto, el centro mismo de la Revelación Particular está ausente en la Revelación General”.[12] Esta situación se ve agravada por el hecho de que el pecado también ha debilitado las capacidades intelectuales de los seres humanos, haciéndolos deficientes en su interpretación de la Revelación Natural.
Aunque la humanidad está dotada de razón y conciencia, con el tiempo ha experimentado una disminución de su fuerza mental y espiritual. Por tanto, la Revelación General puede entenderse adecuada y correctamente solo desde el punto de vista de la Revelación Especial. Incluso “el conocimiento histórico del Jesús humano no es suficiente para producir el significado revelador de su vida y su obra”.[13]
¿Qué decir de la Teología Natural?
Basándonos en el testimonio de las Escrituras sobre la Revelación General, podemos abordar el tema de la “Teología Natural”. ¿Ofrece la Revelación General suficiente contenido para construir una teología natural? A lo largo de la historia, los eruditos cristianos han respondido de maneras muy diferentes esta pregunta. Algunos creen que es posible, e incluso usan los términos “Revelación General” y “Revelación Natural” de manera intercambiable.
Básicamente, “el corazón de la Teología Natural es la idea de que es posible, sin un compromiso previo de fe con las creencias del cristianismo, y sin depender de ninguna autoridad especial, como una institución (la iglesia) o un documento (la Biblia), llegar a un conocimiento genuino de Dios solo a partir de la razón”.[14]
Como ya se ha visto, debido a los efectos que el pecado ha impuesto a la naturaleza y a los seres humanos, una teología natural parece ser impracticable. Como ejercicio cognitivo, se basa en suposiciones que no son compatibles con lo que enseñan las Escrituras. La información que proporciona la Revelación General no es suficiente para construir adecuadamente lo que entendemos por “teología” (un estudio de Dios).
Aun así, nos damos cuenta de la importancia y la relevancia de la Revelación General como un instrumento para llevar a los seres humanos a buscar un conocimiento pleno y salvífico sobre Dios y su salvación, tal como se encuentra en su Revelación Especial. Otro tema importante que debe destacarse es que, sin la revelación de Dios en la naturaleza, la historia y la conciencia, su Revelación Especial solo proporcionaría un contenido teórico, místico y etéreo, desprovisto de objetividad y vínculos concretos con la existencia humana.
En conclusión, la Revelación de Dios, en sus modalidades Especial y General, muestra que el Señor actúa en el Universo físico, en el tiempo y en los seres humanos. Lejos de ser una deidad platónica, Dios actúa en el espacio y el tiempo, y se revela a los seres humanos para brindarles una relación enriquecedora y salvífica con su Creador.
Sobre el autor: editor de libros en la Casa Publicadora Brasileira.
Referencias
[1] Millard J. Erickson, Christian Theology (Grand Rapids, MI: Baker Academic, 1983), p. 175.
[2] Alister McGrath, A Scientific Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2001-2003), t. 1, p. 297.
[3] Rolf P. Knierim, The Task of Old Testament Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1995), p. 323.
[4] Everett F. Harrison, “Romans”, en The Expositor’s Bible Commentary: Romans Through Galatians (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1976), t. 10, p. 23.
[5] Henry Thiessen, Lectures in Systematic Theology (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1989), p. 9.
[6] Bruce A. Demarest, General Revelation (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1982), pp. 250, 251.
[7] Hans K. LaRondelle, LaRondelle Biblical Theology Courses (Bradentown, FL: Barbara LaRondelle, 2015), p. 2.
[8] Norman Gulley, Systematic Theology: Prolegomena (Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2003), p. 192.
[9] Robert H. Mounce, “Romans”, The New American Commentary (Nashville, TN: Broadman & Holman, 1995), t. 27, p. 95.
[10] C. S. Lewis, Mere Christianity (Nueva York: Macmillan, 1952), pp. 17-39; Francis Schaeffer, The God Who Is There (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1968), pp. 119-125.
[11] Frank M. Hasel, “Living With Confidence Despite Some Open Questions: Upholding the Biblical Truth of Creation Amidst Theological Pluralism”, Journal of the Adventist Theological Society 14:1 (Primavera 2003), p. 237.
[12] Gulley, Systematic Theology: Prolegomena, p. 213.
[13] Donald G. Bloesch, Holy Scripture: Revelation, Inspiration & Interpretation (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1994), p. 74.
[14] Erickson, Christian Theology, p. 157.