Teología de la misión

En la década de los años setenta hizo su explosiva aparición una nueva teología de la misión en Latinoamérica: la teología de la liberación. Muchos la consideraron como un movimiento básicamente político, como se vio por los violentos disturbios dirigidos por sacerdotes y pastores; sin embargo, detrás de todo ello estaban los teólogos —tanto católicos como protestantes— forjando una nueva teología de la misión que dio lugar a una visión no bíblica del mundo.

El movimiento de la teología de la liberación es un buen ejemplo de cómo ciertos ideales contemporáneos del mundo pueden distorsionar la visión cristiana de la misión. Inmersa en la teología latinoamericana estaba la formación de una teología no escrituraria de la misión. Para evitar escollos semejantes en nuestra propia teología de la misión, la Iglesia Adventista del Séptimo Día debe tener una visión bíblica y cristocéntrica del mundo. El establecimiento y conservación de esta visión del mundo y la preservación resultante de nuestra misión global es el tema de este análisis.

Para poner el marco correspondiente, demos un vistazo más profundo a lo que ocurrió con la visión del mundo y la misión del movimiento de la teología de la liberación. Antes que la verdadera reformulación de la misión eclesiástica tuviera lugar, vino la acción debilitadora de una teología mal fundada. Las doctrinas más afectadas fueron la eclesiología —la doctrina de la iglesia; la Cristología — la doctrina de Cristo; y la hermenéutica —la interpretación de las Escrituras. Examinaremos cada una de estas doctrinas oportunamente.

Aberraciones de la teología de la liberación

Pretensiones eclesiológicas. Un teólogo de la liberación afirmó; “Una revisión radical de lo que la iglesia ha sido y de lo que es actualmente, se hace necesaria”.[1] La iglesia fue condenada como demasiado rica, demasiado jerárquica y demasiado callada. El objetivo era que la iglesia compartiera sus riquezas con los pobres, desprendiéndose de su elevada posición, y que se acercara más al pueblo. Más aún, los teólogos de la liberación desafiaron a la iglesia a ser una “iglesia profética”, denunciando, como lo hicieron los profetas del Antiguo Testamento, las injusticias cometidas contra los pobres y oprimidos. Cuestionaron, incluso, el concepto de la iglesia como “el pueblo de Dios”, y propusieron considerar, más bien, a toda la humanidad como ‘el pueblo de Dios’.

Pretensiones Cristológicas. La teología de la liberación tuvo como propósito volver a traer de nuevo al Cristo de los evangelios, el Cristo que caminaba entre la gente; sanándolos y alimentándolos. En realidad, minó bastante la imagen bíblica de Cristo, es decir, el Cristo sufriente en la cruz y el Cristo conquistador viniendo en las nubes del cielo. Desafió al primero por sus connotaciones de fracaso y derrota y al segundo, por su cercanía a los reyes terrenales y a las potencias gobernantes. Todos sabemos que esto no es sino lenguaje político que sigue una agenda política. Lo que queremos es ilustrar la forma en que el movimiento de la teología de la liberación pretendía desafiar el mensaje de la iglesia para alcanzar sus objetivos.

Nueva hermenéutica. Para los teólogos de la liberación el estudio de la Biblia es inútil a menos que se inicie con la comprensión de la realidad circundante. En otras palabras, el punto de partida para hacer hermenéutica no es el texto sagrado en sí mismo, sino la situación en la cual la mayoría de la humanidad vive, es decir, la pobreza y la opresión. Sólo entonces —dicen los teólogos de la liberación— puede la historia del Éxodo, o el regreso de Israel del cautiverio babilónico, tener nuevo significado para la gente que se encuentra hoy en situaciones similares.

Una teología de la misión centrada en Jesús

La teología de la liberación es una de las muchas teologías de la misión que han entrado en acción. Algunas de ellas condenaron el proselitismo como uno de los males de la cristiandad. Otras abogaron por la presencia cristiana en vez de las iglesias cristianas. Otras más consideraron la responsabilidad social de la iglesia como más importante que la atención espiritual que puede ofrecer al mundo.

En todo esto, el único camino seguro hacia una teología sólida de la misión es un enfoque bíblico y Cristocéntrico. Tanto los misiólogos modernos como los escritos proféticos concuerdan en que la misión de Cristo es el modelo para la misión de la iglesia.

“En estas dos sentencias (Juan 17:18; 20:21] Jesús hizo más que bosquejar un vago paralelismo entre su misión y la nuestra. Hizo de su misión un modelo de la nuestra, deliberada y exactamente, diciendo: ‘Como el Padre me envió a mí, así yo os envío’. Por tanto, nuestra comprensión de la misión de la iglesia debe ser deducida de la del Hijo”.[2]

“Los seguidores de Cristo deben hacer la misma obra que Cristo hizo cuando estuvo en el mundo”.[3]

Dimensiones cosmológicas

La visión que Cristo tenía del mundo hace de éste el objeto del amor divino. Este principio de amor por el mundo fue fundamental para la misión de Cristo (véase Juan 3:16), y es básico para la misión de la iglesia. Es cierto que, al parecer, hay una tensión teológica entre “de tal manera amó Dios al mundo” (Juan 3:16) y “no améis al mundo” (1 Juan 2:15); pero es claramente impropio concluir que Dios quiere que nos separemos del mundo en términos de nuestra misión. En la visión que Dios tiene del mundo éste es un lugar para salvar, no para condenar, porque el juicio de Dios sobre el mundo tiene como blanco definitivo la salvación, no la condenación (Juan 3:17-19).

Dependiendo de nuestra visión del mundo, lo veremos como “un montón de basura de Satanás o como bajo tratamiento de reciclaje de parte de Dios’.[4] Los cristianos que tienen una visión distorsionada del mundo encuentran más fácil condenarlo que hacer algo para salvado.

Mucho más que sólo hacer de este mundo un objeto de su amor, la visión que Cristo tenía de él lo convirtió en un lugar donde pudiera encamarse. El principio de la encamación es el más importante para la formulación de una teología de la misión. “El [Cristo] no aterrizó como un visitante interespacial, ni llegó como un extraterrestre que traía su propia cultura consigo. Él tomó en sí mismo nuestra humanidad, nuestra carne, nuestra sangre y nuestra cultura… No hay duda que uno de los fracasos más característicos de nosotros los cristianos, y no menos de nosotros los así llamados cristianos evangélicos, es que rara vez parecemos tomar en serio este principio de la encarnación… Nos resulta más natural gritar el evangelio a la gente desde cierta distancia, antes que involucrarnos profundamente en sus vidas, llegar a pensar en su cultura y sus problemas y sentir con ellos sus tristezas y dolores”.[5]

A medida que seguimos el ejemplo de Cristo, el mundo llega a ser también el lugar de nuestra encamación. El impacto que ello produce en la teología de la misión es básico y fundamental: la comisión de Cristo no es sólo ir al mundo, sino estar en el mundo (véase Juan 17:15-17). Cualquier intento de separar la iglesia del mundo es contra el principio de la encamación que Cristo estableció para su iglesia.

Dimensiones antropológicas

La visión que Cristo tenia de la persona humana fomenta un enfoque del ser humano total. Su misión estuvo orientada hacia las necesidades físicas, mentales y espirituales de la gente, así como las necesidades sociales de la comunidad, todo eso rodeado de la compasión divina (véase Mat. 9:35, 36). Al realizar sus actos de misericordia, Cristo estaba “haciendo hermenéutica”; es decir viviendo la interpretación correcta del evangelio.

‘Constantemente [Cristo] anduvo haciendo bienes, simpatizando con los cansados, los que llevaban pesadas cargas, los oprimidos, alimentando a los hambrientos y sanando a los enfermos. Mediante sus palabras llenas de amor y sus hechos llenos de bondad, interpretó el evangelio… El evangelio es el poder de Dios para salvación cuando se entreteje con la vida práctica, cuando es vivido y practicado. La unión de una obra semejante a la de Cristo por el alma y por el cuerpo es la verdadera interpretación del evangelio”.[6]

Esta declaración confirma que la hermenéutica, la interpretación del evangelio, no la hacen únicamente los círculos académicos y teológicos —por esenciales que sean estos círculos—, sino la vida diaria de los cristianos sencillos que derraman su compasión en las situaciones comunes de la vida.

Dimensiones teológicas y eclesiológicas

Cristo, con su presencia y su compasión, acercó mucho el reino de los cielos a la gente. Espera que sus seguidores hagan lo mismo al ministrar a los enfermos, los hambrientos, y el confortar a los débiles (véase Mat. 10:7, 8; Luc. 10.3). Nosotros, como adventistas del séptimo día, ponemos un fuerte énfasis en la dimensión escatológica del reino de Dios, y eso es bueno. En cuanto a formar una teología de la misión, limitando nuestra visión del reino a las dimensiones escatológicas, puede ser un error. En la visión de Cristo, el reino de los cielos estaba presente y era real entre la gente. La tensión teológica entre el “ya” y el “todavía no” parece encajar en el concepto del reino. Sin abandonar la predicación y la enseñanza de la segunda venida, podemos enriquecer las vidas de las personas con las bendiciones presentes del reino de Dios.

En las ilustraciones que Cristo usó para aclarar la misión de la iglesia podemos hallar importantes connotaciones misiológicas. Por ejemplo, él habló de la luz, la sal y la levadura. Es cierto que para ¡luminar al mundo la iglesia necesita situarse en un plano más elevado, “sobre un monte” (Mat. 5:14-16).  Para evitar cualquier malentendido, el Señor sabiamente acompañó esta ilustración con el concepto de ser la “sal” (vers. 13). Para ser la “sal” de la tierra, o la “levadura” en la masa (véase Mat. 13:33; Luc. 13:21), la iglesia tiene que descender de la colina y mezclarse con la “masa” para producir la transformación desde adentro. Una vez más hallamos el principio de la encarnación en acción.

Una Iglesia en acción

Hace poco nuestra iglesia tuvo un cambio de paradigma cuando se movió de una visión geográfica de la misión a un enfoque más antropológico. Hasta 1985 la iglesia informaba su avance mundial’ usando un mapa territorial. El número de países a los cuales había entrado era la norma para evaluar cuán lejos estábamos de terminar la misión. En el Concilio Anual de 1986 en Río de Janeiro, Brasil, la iglesia se movió hacia un nuevo enfoque: segmentos específicos de población dentro de esos países. Esto, por supuesto, armoniza más con el punto de vista bíblico de la misión, que representa el mensaje yendo, no sólo a las naciones, sino también a “toda tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6).

“Id”, la primera palabra de la gran comisión, es considerada por muchos misiólogos como uno de los más importantes descubrimientos mitológicos de todos los tiempos. Fue el punto de partida de un nuevo concepto de misión. Jesús tuvo la visión de una iglesia en movimiento, desde el centro hasta las orillas. Su iglesia moviéndose siempre más y más lejos. La vio como una comunidad que nunca se establece, nunca se satisface con lo que ha alcanzado hasta el momento. Es una iglesia que siempre tiene nuevos objetivos, nuevos territorios a los cuales entrar, y nuevos grupos de población a los cuales alcanzar. Esto coincide con la visión del mundo y de la misión que tenía Cristo.


Referencias:

[1] Gustavo Gutiérrez, Liberation Theology: Perspectivas, pág. 322.

[2] John Stott, Christian Mission in the Modern World (Downers Grove, III.: InterVarsity Press, 1975), pág. 23.

[3] Elena G. de White, Review and Herald, 27 de marzo de 1894.

[4] Harvie Conn, Evangelism: Doing Justice and Preaching Grace (Phillisburg, N. J.: Presbyterian and Reformed Pub. Co., 1992), pág. 107.

[5] Stott, pág. 25.

[6] Elena G. de White Review and Herald, 4 de marzo de 1902.