Los robots son “personas” hechas artificialmente; tienen eficiencia mecánica pero carecen de sensibilidad. En el presente parece que una clase de fantásticos autómatas amenaza destruir al mundo. Comienzan su obra alimentando la mente con ensueños inofensivos, luego producen pesadillas, y por último atacan con fobias y hasta con la locura. Por cierto que éste no es un cuadro agradable. En lo pasado las afiebradas mentes de ciertos escritores lograron crear monstruos mecánicos aterradores; pero nuestra brillante época conoce medios mejores para entretener la mente. Se especializa en la creación de robots que mantienen en tensión los nervios de nuestros jóvenes, situación que termina por enviarlos prematuramente al consultorio del psiquiatra. Es extraño, pero los robots de la exageración, del temor y de la destrucción están avanzando hacia la iglesia cristiana. ¿Cuentan nuestros creyentes con la fortaleza necesaria para neutralizar la influencia nociva de los modernos autómatas que amenazan destruir la paz mental de los hijos de Dios?

Nuestros robots de la actualidad reclaman a los jóvenes y los ancianos como sus conejillos de Indias. Los implementos mecánicos utilizados en las esferas de la educación, la ciencia y la tecnología son signos de progreso. No quisiéramos que se nos entienda mal, o que se nos tilde de cínicos o retrógrados. El progreso científico es importante, y la iglesia debiera ir al mismo paso con él; pero nos aventuramos a decir que algunos de nuestros sinceros creyentes a veces se marean al querer seguir el ritmo de los muchos inventos. Como denominación hemos reconocido la existencia de campos de concentrada investigación, hemos elevado nuestras normas y desarrollado nuestros departamentos, que ahora están dirigidos por especialistas. Todo esto ha sido para bien. Pero en esta etapa de nuestro progreso debiéramos preguntarnos: ¿Está convirtiéndose en una monstruosidad este robot de los especialistas, agobiando a la iglesia con cargas mecánicas? ¿Estamos desarrollando dentro de nuestras esferas y departamentos un perfeccionismo técnico que podría entorpecer la completa santificación del creyente? ¿No sería oportuno que nuestros dirigentes recuerden estos consejos de Dios: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi espíritu ha dicho Jehová de los ejércitos,” y “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”?

¿No debiéramos asegurarnos de que los objetivos de nuestras concentraciones, instituciones y fábricas pongan de relieve las gracias más profundas del Espíritu en lugar de alabar la eficiencia de nuestros planes? Hay padres que se angustian por la salvación de sus hijos; y por cierto que ellos necesitan nuestro ministerio. La juventud confundida recibirá mayor beneficio de nuestro amor que de los mejores planes. Los enfermos y los frustrados necesitan de nuestra comprensión, y los ancianos anhelan nuestro consuelo, después de sus numerosos años de servicio fiel a la causa. Realizar todo esto requiere una buena parte de nuestro tiempo. Extraños robots están atemorizando a los santos en todas partes, y los ministros de Dios deben aprender a hablar consoladoramente a sus hijos. Como obreros de la causa de Dios, ¿no haremos de esto nuestra principal preocupación?