Provoca tristeza reconocerlo, pero la inmoralidad sexual ha sido el pecado que más líderes evangélicos ha cobrado. Ministerios diezmados, familias destruidas, iglesias sin impacto son el resultado de la crisis moral en estos últimos tiempos. El diablo posee interés especial en deteriorar nuestra moral, y tiene en los líderes eclesiásticos su blanco predilecto. Si él consigue que uno de ellos caiga en pecado, se anota una victoria estratégica en su intento por desacreditar a la Iglesia y ridiculizar el nombre de Jesús.
Todo esto hace necesaria una postura de constante vigilancia ante los cada vez más agresivos ataques del adversario. Por lo tanto, permítanos recomendarle algunos pasos prácticos para evitar y resistir la tentación sexual:
Jamás minimice la tentación sexual
Se ha dicho que, por lo menos una vez en la vida, seremos tentados en el plano sexual. No crea esta tonta mentira que afirma: “cuanto más espiritual sea una persona, menos tentaciones enfrentará”. No existe disciplina espiritual que nos inmunice contra las tentaciones sexuales. Simplemente, reconozcamos que somos vulnerables a cualquier tipo de inmoralidad. La advertencia de Pablo merece un lugar prominente en nuestros ministerios: “considérate a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gál. 6:1). “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12).
No culpe a los demás
En otras palabras, tome la responsabilidad de sus propias decisiones. La impotencia espiritual y la debilidad moral resultan de nuestras desafortunadas elecciones morales. Randy Alcorn comenta: “A menudo se dice que la gente “cae” en la inmoralidad. La expresión es tan reveladora como defectuosa y peligrosa. El término “caer” denuncia una mentalidad de víctima. Suena como que el colapso moral viene de ningún lugar, que hay poco o nada que pudiéramos haber hecho para evitar lo que ocurrió. No caemos en la inmoralidad, sino que caminamos hacia ella. Ciertamente, a veces corremos de cabeza hacia ella. La inmoralidad es una elección. No es algo que la gente hace que ocurra. Si dependemos de nuestro Salvador, y tomamos pasos deliberados y progresivos para cultivar la pureza y evitar la inmoralidad, podemos evitarla. Ella no nos elige. Nosotros la elegimos, o elegimos evitarla”.[1]
Mantenga distancia
Nadie llega a la inmoralidad de un día para otro. Ninguna persona se levanta una mañana diciendo: “Qué hermoso día, es una ocasión propicia para pecar”. Existe un proceso lento de flojera espiritual que termina conduciéndonos al desastre moral.
La mayoría de las infidelidades ocurren en la proximidad. La aventura comienza con una relación de amistad en el trabajo. Sienten mutua admiración, como una especie de amor platónico. A medida que los dos cultivan esta amistad, gradualmente comienza a convertirse en más romántica de lo que quisieran. Ellos traspasan la línea y empiezan a compartir entre ellos asuntos no apropiados. La aventura comienza cuando comparten sentimientos mutuos, aunque no se hayan involucrado en ninguna actividad sexual, lo que los lleva a dar el paso hacia el otro lado de la línea, y los resultados desastrosos son inevitables. Se gesta entre ellos una sutil, pero poderosa, fusión de almas. Y, aunque no exista todavía una aventura física o sexual, ya han comprometido su integridad moral.
Alcorn advierte: “Recuerda esta gran verdad: una relación puede ser sexual mucho antes de ser erótica. Solo porque no estoy tocando a una mujer, o solo porque no estoy fantaseando encuentros eróticos con ella, no significa que no esté comprometiéndome sexualmente con ella. A menudo lo erótico viene al final de la atracción sexual”.[2]
Luche en el retiro de su comunión
Si bien es cierto que la madurez espiritual no garantiza la ausencia de tentaciones, sí nos capacita para saber cómo evitarlas y resistirlas. Una vez le preguntaron a John Stott cuál había sido el secreto de su éxito ministerial. Él señaló: “mi rutina diaria”. Explicó que aparta una hora diaria, media jornada semanal, un día al mes y una semana al año para cultivar su vida espiritual. Se gana mucho más en una hora con Dios que en toda una vida sin él. La acción no debería sacrificar la reflexión. No invierta más de sus energías en el trabajo para Dios que en la comunión con Dios. Él está más interesado en el obrero que en su obra.
Haremos bien en recordar que Jesús llamó a sus discípulos para que “estuvieran con él” y, luego, para “enviarlos a predicar” (Mar. 3:14). Nosotros hemos invertido el orden del contenido de ese versículo y, por ende, servimos a Dios sin antes haber estado con él. C. H. Mackintosh señaló: “Para poder trabajar para Dios exteriormente, es preciso estar con él interiormente. Es necesario que yo me mantenga en el santuario secreto de su presencia, o de lo contrario fracasaré completamente en mi servicio”.[3]
Cuidado con lo que ve
La mayoría de las tentaciones ingresan por la vista. Varios personajes de la Biblia fueron atraídos al pecado por causa de una mirada (Gén. 3:6; Jos 7:21). En los ejemplos dejados por Eva y Acán, encontramos que cuatro acciones constituyen los peldaños de la escalera en la que se desciende al pecado: ver, codiciar, tomar y esconder.
El caso de David es otro ejemplo típico. Segunda de Sarnue nos comenta un triste episodio en la vida del hombre a quien Dios había llamado como un “varón conforme a mi corazón” (Hech. 13:22): “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa” (2 Sam. 11:2). El versículo z, relata: “Y envió David mensajeros y la tomó”.
No obstante, Jesús enseñó: “Por tanto, si tu ojo derecho te hace pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él sea arrojado al infierno” (Mat. 5:29, NVI). El Señor sugiere tomar una acción drástica para que nos libremos de todo aquello que nos lleva a pecar. Debemos estar conscientes de que los ojos son órganos sexuales muy poderosos. Helen Fisher señala: “Tal vez sean los ojos, y no el corazón, ni los genitales, ni el cerebro, los órganos donde se inicia el romance, pues es la mirada penetrante la que provoca la sonrisa humana”.[4] Además, se ha comprobado que fijar la mirada de dos a tres segundos puede despertar un deseo sexual intenso.
Por tanto, cuide sus ojos. Una mirada codiciosa conduce a menudo a pensamientos pecaminosos que pueden generar una acción inmoral. Job nos ofrece un buen ejemplo: “Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una mujer para codiciarla?” (Job 31:1).
Principiis obsta
Un antiguo adagio latino afirma: principiis obsta, que significa “resiste al comienzo”. La reacción lenta permite que la tentación vaya cobrando fuerza en nuestro interior, debilitándonos espiritualmente hasta conseguir que cedamos.
Un significativo número de pecados se debe a que no nos oponemos con un “no” rotundo a lo atractivo de la tentación, y mantenemos una secreta complicidad con el pecado que rehusamos abandonar. Guillermo Hendriksen advierte: “La tentación debiera ser arrojada inmediatamente y en forma decisiva. Perder tiempo es mortal. Las medidas tomadas a medias causan estragos”.[5]
No podemos evitar todos los estímulos sexuales, pero sí podemos evitar que echen raíces en nosotros. Por lo tanto, manténgase alejado de los sitios que lo inviten a codiciar. Saque su computadora de su habitación y colóquela a la vista de todos en su casa. Si es necesario, póngale una contraseña que solo un familiar conozca.
Huya de la tentación, así como también de la compañía de aquellos que pueden ayudarlo a caminar hacia el lazo de la seducción. José enfrentó con éxito la presión sexual. Resistir tal embate y tal presión exige una gran valentía y un inmenso temor a Dios, y José utilizó ambos: “…él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió” (Gén. 39:12). Pablo en 1 Corintios exhorta los creyentes a que “huyan de la inmoralidad sexual” (6:18, NVI). Igualmente le demanda a Timoteo: “Huye de las malas pasiones de la juventud” (2 Tim. 2:22, NVI). Contra el diablo, el consejo bíblico es resistir y él huirá.
Huir, en realidad, no es cobardía, es valentía. Ser fiel al Señor exige un precio que puede resultar muy alto en algunas oportunidades. Pero jamás dude de que la recompensa de Dios por su fidelidad en nada puede compararse a alguna aparente y momentánea pérdida terrestre. Confesar a Cristo no siempre es fácil, pero “no sería lógico que la piedra más preciosa tuviera un costo mínimo”.
Sobre el autor: Respectivamente, pastor y abogado, y médica ginecóloga en Argentina.
Referencias
[1] R. Alcorn, “El ministro y la tentación sexual”, Apuntes pastorales, Vol. I, N. 1. 1991.
[2] Ibíd.
[3] C. Mackintosh, Estudios sobre el Pentateuco (Morelos, México, 1960).
[4] H. Fisher, Comentario extraído del material de Clínica Sexológica de CETIS, Buenos Aires, 2001.
[5] G. Hendriksen, Comentarlo del Nuevo Testamento (Michigan: Libros Desafío, 1995).