Cierta vez el director de una orquesta me invitó a presenciar un ensayo en el que intervenía un conjunto coral. Mientras perfeccionaban una parte expresiva del canto, interrumpió a los coristas con estas palabras: “¡Vigilad la transición!” Acto seguido cantó el trozo tal como debía cantarse. Yo trabajaba en la oficina de una editorial, donde los artículos a menudo adolecían de la debida transición, de manera que realicé mentalmente una interesante comparación.
También necesitamos vigilar la transición en nuestras reuniones, religiosas y seculares. Recuerdo uno de esos sábados inolvidables en que recibimos abundantes bendiciones espirituales. Celebrábamos una reunión de reavivamiento para los jóvenes. En las horas de la tarde el Espíritu de Dios se había manifestado en la congregación. Nos separamos sosegadamente sintiendo a Dios muy cerca de nosotros, porque él había hablado poderosamente mediante sus siervos.
Para contribuir al mayor éxito de esa ocasión, por la noche se efectuó un programa social. La comisión encargada había trabajado arduamente para proporcionarnos a todos una hora de alegría y recreación. Y podríamos agregar que esa reunión recreativa fue semejante a muchas otras que se efectúan en nuestro medio. Los jóvenes, con entusiasmo, y tal vez algo ruidosamente, manifestaron su agrado y aprobación por lo hecho. Pero algunas personas de claro discernimiento, que siempre están presentes en tales reuniones, no quedaron por entero satisfechas. Algunas de las partes presentadas no estuvieron a la altura de las normas adventistas; hubo en ellas algo de ligereza y aun de frivolidad. Podríamos reflexionar con benevolencia: “¿No se observó la transición en este caso?” ¿No es oportuno que demos ayuda ministerial a los encargados de preparar los programas sociales en nuestra iglesia? ¿O ya estamos vigilando la transición?