Corría el año 1842 cuando piadosas pedían el Señor quería dar ¡luz y dirección a los creyentes! Adventistas antes del gran chasco de 1844. Mediante un sueño profético, el Señor habló ese año a Guillermo Foy, de Boston, Massachusetts, presentándole el viaje del pueblo de Dios hacia la santa ciudad. Recibió dos visiones. Una gran multitud se congregó para oírlo hablar y referir lo que había visto acerca del cielo y la tierra renovada. Poco antes del chasco de 1844, Dios le dio una tercera visión, mostrándole tres plataformas. La visión representaba la obra de los tres ángeles de Apocalipsis 14, pero Foy no pudo comprenderla, porque esperaba que Jesús vendría muy pronto. Tampoco hizo esfuerzo alguno por referirla a los demás.
Poco antes del gran chasco del 22 de octubre de 1844, Dios le dio tres visiones a Hazen Foss, de Maine. Foss creía que el Señor vendría en esa fecha. Este hombre parecía haber sido favorecido por una serie de características personales para ser el verdadero instrumento de Dios. Se le reveló el viaje que el pueblo remanente debía efectuar para Pegar a la santa ciudad y también se le presentaron los peligros que tendría que afrontar. Dios le señaló las dificultades y las persecuciones que él mismo experimentaría si relataba fielmente lo que le había sido mostrado. Lo mismo que Foy, vio las tres plataformas que debía cruzar el pueblo de Dios a medida que se acercaba a la ciudad. Pero Hazen Foss no aceptó la tarea que se le confiaba, y rehusó relatar la visión.
Por segunda vez recibió la misma visión, y se le dijo que si rehusaba relatarla quedaría libre de la responsabilidad. Volvió a rehusar. Y en una tercera visión se le dijo que quedaba libre, y que la responsabilidad de comunicar la visión recaería sobre “la más débil de las débiles”, cumpliendo ella con el pedido divino. Foss reaccionó demasiado tarde y cuando sintió que Dios le había quitado el poder y la misión conferidos, por no haberse mostrado digno de su elevado cometido, exclamó: “¡Soy un hombre perdido!”
Unos meses después del chasco, Dios llamó a una tercera persona para que actuara como su mensajera. El llamado ocurrió durante una reunión de oración en la que cinco mujeres más piadosas pedían más luz. Esto sucedía en casa de la Sra. Haines. La Srta. Elena Gould Harmon (que después llegó a ser la Sra. Elena G. de White), de 17 años edad y de salud precaria, estaba en ese grupo de oración. Su salud fue gravemente perturbada por el accidente que tuvo a los nueve años de edad y que la afectó por el resto de sus días. Elena vio en visión gran parte de lo que Dios había revelado a Foy y Foss. ¡Cuánto consuelo y luz recibieron tanto ella como las personas a quienes relató la visión! ¡Qué oportuno fue este mensaje para aquella hora amarga! Esta fue la primera de unas dos mil visiones que recibió esta mensajera de Dios, “la más débil de las débiles”, durante los siguientes. 72 años de su vida. Durante este tiempo escribió unas cien mil páginas llenas de consejos divinos para el pueblo de Dios, las que se hallan en unos 53 libros que legó a la iglesia remanente.
La vida de Elena G. de White fue preparada para la gran misión que Dios le habría de confiar. A los nueve años de edad recibió una pedrada en el rostro que afectó su salud por el resto de sus días. A los once años experimentó lo que era la conversión y a los doce fue bautizada en la Iglesia Metodista. A los trece años oyó a Guillermo Miller dar su segundo ciclo de conferencias en Portland, Maine. Sintió entonces que no estaba preparada para la venida de Jesús. Su alma tenía sed de la salvación, pero no sabía cómo aceptarla. Durante cuatro años y medio —la época más impresionante de su vida—, el interés absorbente de Elena era prepararse para la venida de Cristo y hacer su parte en dar a conocer el Salvador a otros. Providencialmente fue inducida a buscar consuelo y gozo en la anticipación de la gloria futura que para ella era una viva realidad.
A los 17 años, postrada en oración, quedó inconsciente de cuanto la rodeaba y recibió su primera visión referente a las cosas qué experimentaría en el futuro y a la venida de Cristo. Considerado a la luz de las circunstancias, no se trataba de un mensaje común; en verdad era muy extraordinario. Y después de una lucha contra sus sentimientos naturales de timidez, relató esta visión al grupo de creyentes adventistas de Portland. Como conocían tanto el carácter como la profunda experiencia cristiana de la mensajera, reconocieron que era digna de confianza y unos sesenta de ellos dieron a la visión la bienvenida como correspondía a un mensaje del cielo.
Hay dos peligros que amenazan al que busca la verdad. Por un lado está el peligro cíe rechazar temerariamente la verdad y por el otro, el peligro de aceptar a ciegas lo falso. Por eso, el mensaje de Dios en estos puntos es bien definido: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios: porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo” (1 Juan 4:1). Para evitar que sus hijos acepten una sutil falsificación, el Señor añade esta recomendación: “Examinadlo todo; retened lo bueno” (1 Tes. 5:21).
En la vida y obra de esta mujer extraordinaria existe una sólida base de confianza para quien sinceramente anhela conocer la verdad respecto al maravilloso don conferido a la iglesia remanente. Elena G. de White falleció en 1915, a la edad de 88 años, habiendo dedicado más de 70 años de ministerio activo a la causa de Dios. Y en el transcurso de su vida fecunda, salieron de su pluma miles de páginas llenas de mensajes inspirados en los que alternan el consejo, la dirección, la reprensión, la amonestación y la orientación certera. Teniendo en cuenta su cultura y las circunstancias de su vida anteriormente señaladas, coloca a quienes han tenido la dicha de relacionarse íntimamente con sus escritos, sobre la sólida base de confianza expresada por la Palabra de Dios en Isaías 8:20 y Mateo 7:15-21, para probarla ampliamente y saber diferenciarla y definirla como a una verdadera mensajera de Dios. Su experiencia cristiana y su carácter se suman a los méritos ya mencionados para creer que sus asertos de haber recibido visiones celestiales quedan fuera de toda duda. En ella encontramos la ejemplificación de una vida cristiana consecuente. Ya desde su conversión, se notó en ella el comienzo de una experiencia cristiana inusitada para una niña de su edad.
No se puede negar que había un poder sobrenatural relacionado con sus visiones. Centenares de personas pudieron atestiguar ciertos fenómenos físicos ocurridos durante las mismas. Algunos de esos fenómenos tienen un sorprendente paralelismo con los mencionados por la Biblia. El apóstol Pablo, al referirse a su propia experiencia dice: “Mas vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que… (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé: Dios lo sabe), fue arrebatado hasta el tercer cielo… Que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras secretas que el hombre no puede decir” (2 Cor. 12:1-4). Así también la Sra. de White, mientras se hallaba en visión estaba ajena a lo que la rodeaba y parecía estar viendo escenas celestiales que iba describiendo con una expresión de dulzura en el rostro.
Otra manifestación sorprendente del poder sobrenatural la constituía el hecho de que durante las visiones, aunque duraran horas, no respiraba en absoluto, aun cuando estuviera hablando. Esto no lo puede explicar la ciencia. El profeta Daniel, hablando de sí mismo mientras se encontraba en visión dice: “Porque al instante me faltó la fuerza, y no me ha quedado aliento. Y aquella como semejanza de hombre me tocó otra vez, y me confortó” (Dan. 10:17, 18). ¡Qué notable contraste con los médiums espiritistas modernos que pretenden ser los videntes bíblicos de antaño!
Mientras visitaba a una persona, durante un esfuerzo público realizado en la ciudad de Buenos Aires, me encontré con la desagradable sorpresa de llegar a la casa de un médium espiritista. Cuál no fue mi impresión cuando a poco de haber iniciado la conversación, el visitado, con ojos y expresión de persona sobresaltada me dijo: “Tengo que comunicarle un mensaje”. En seguida entró en trance, sentado a medio metro de mí, y yo, encomendándome al cuidado de Dios, fui testigo presencial del notable contraste que existía entre él y el verdadero instrumento de Dios. Noté cómo cerró los ojos, su rostro denotaba un intenso sufrimiento, respiraba fuertemente y en la comisura de sus labios aparecía un poco de espuma. Después de salir del trance, que duró unos diez minutos, le pregunté “¿Qué mensaje me comunicó Ud.?” La respuesta fue: “No sé, porque el espíritu tomó posesión de mí y no sé lo que dijo”.
Los fenómenos físicos que acompañaban las visiones de la Sra. de White no se presentan por sí mismos como evidencias concluyentes del poder divino, sino que son mencionados por su notable paralelismo con el caso de los profetas bíblicos. El pastor Arturo G. Daniells, quien fue presidente de la Asociación General por espacio de 21 años y llegó a conocer de cerca a Elena G. de White, dice de ella lo siguiente: “Nuestra propia conclusión, basada en sus escritos, y en observaciones personales que abarcan más de cincuenta años, es que nunca en la historia de la iglesia ha hablado Dios más manifiestamente a su pueblo, advirtiéndole los peligros, elevando la norma de justicia y dirigiendo la obra confiada a su iglesia en la tierra, de lo que lo ha hecho mediante este instrumento de su selección” (El Permanente Don de Profecía, pág. 303).
Haciendo una síntesis de la vida y obra de la Sra. Elena G. de White podemos decir que está plenamente en armonía con las verdades básicas señaladas en la Biblia, abarca la acción universal de la iglesia de Dios con la que se identificó plenamente puntualizando la evangelización mundial, exponiendo un programa misionero mundial, .señalando el orden en la iglesia, dando consejos sabios sobre nuestra notable organización, fomentando la educación cristiana, apoyando la obra de publicaciones, abrogando por la educación en materia de salud y temperancia, defendiendo los principios del sano vivir, siendo la gestora de varias instituciones que han dado jerarquía a nuestra denominación, presentando extraordinarios proyectos misioneros de alcance mundial, interviniendo providencialmente en consejos sobre instituciones en momentos precisos, señalando personas y lugares que no había conocido.
Sus consejos se hicieron sentir en horas de tremendas crisis y nos salvaron de doctrinas y filosofías ajenas a la Palabra de Dios. Predicó la unidad del pueblo de Dios y su extraordinario planeamiento y organización mundial bajo la dirección de Dios mismo. Sus consejos sobre la obra médica nos salvaron de la desorientación. Tampoco se desentendió de la posición social de la familia. Con su vigorosa pluma combatió la esclavitud, el sistema de castas, los prejuicios raciales, la opresión del pobre, el abandono de los desafortunados y presentó un amplísimo panorama de valores éticos, sociales y espirituales superiores. Realmente, “se ha puesto en contacto con la humanidad en todas sus necesidades y la ha llevado a más alto nivel”.
La Hna. White jamás aseveró ser dirigente de la Iglesia Adventista. Vez tras vez definió su obra como una simple voz —la de una mensajera que llevaba un mensaje de Dios para que su pueblo fuera conducido a Cristo. No hubo ensalzamiento propio. El agente elegido por Dios fue fiel a la tarea señalada. ¡Cuántas veces expresa en sus escritos, sus características humanas falibles, y cuántas veces sintió su propia necesidad de la gracia perdonadora y poder sustentador de Dios!
Sus escritos no constituyen un sustituto de la Palabra de Dios ni una nueva regla de fe, sino que tienen el propósito de elevar el nivel espiritual de la iglesia, instruirla, amonestarla, corregirla y guiarla en una forma especial en medio de los peligros de los últimos días. Sus escritos “guían al más alto nivel moral, desaprueban toda suerte de vicio y exhortan a la práctica de toda virtud. Señalan los peligros por los cuales hemos de pasar en nuestro viaje hacia el reino. Denuncian las artimañas de Satanás y nos previenen contra sus asechanzas. Nos han protegido de hombres y movimientos fanáticos e irrazonables. Han denunciado iniquidades ocultas y han traído a luz errores encubiertos, revelando los motivos de los pérfidos. Repetidamente han movido a la iglesia a una mayor consagración a Dios y a hacer más celosos esfuerzos en favor de los perdidos y descarriados”.
En la Review and Herald del 26 de julio de 1906, la Sra. de White expone con amplios detalles la obra a la cual había sido llamada. Entresacamos las siguientes declaraciones: “Algunos han tropezado en el hecho de que no aseveró ser profetisa; y se han preguntado ¿por qué es esto así? No tengo otra declaración que hacer sino que se me ha instruido de que soy la mensajera del Señor; de que él me llamó en mi juventud para ser su mensajera, recibir su palabra y dar un claro y decidido mensaje, en el nombre del Señor Jesús… ¿Por qué no he aseverado ser profetisa? Porque muchos de los que hoy declaran audazmente ser profetas, son un vituperio para la causa de Cristo; y porque mi obra incluye mucho más de lo que la palabra ‘profeta’ significa… Aseverar que soy una profetisa es algo que nunca he hecho. Si hay quienes me llaman así, no tengo controversia con ellos. Pero mi obra abarca tantas líneas de acción que no puedo llamarme de otra manera que mensajera, enviada para ser portadora de un mensaje del Señor a su pueblo y sobrellevar la obra en cualquier ramo que el Señor designe”.
Frente a una objeción que escuchamos con cierta frecuencia en el sentido de que la Biblia es suficiente y que en ella está expresada toda la voluntad de Dios para el hombre y que por lo tanto no necesitamos de los escritos de la Sra. White, me parece oportuno insertar la siguiente declaración de su pluma: “La Palabra de Dios basta para iluminar la mente más oscurecida, y puede ser entendida por los que tienen deseos de comprenderla. Pero no obstante todo eso, algunos que profesan estudiar la Palabra de Dios, se encuentran en oposición directa con sus más claras enseñanzas. Entonces, para dejar a hombres y mujeres sin excusa, Dios da testimonios claros y señalados, trayéndolos de vuelta a la Palabra que han descuidado de seguir” (Testimonios Selectos, tomo 4, pág. 222).
Nosotros que vivimos en los días finales de la historia en que vemos cumplirse las señales del pronto regreso de Jesús, agradecemos profundamente la orientación certera que hallamos en abundancia en los escritos de Elena G. de White. Agradecemos la luz y bendición que han traído a nuestra vida. Y anhelamos de todo corazón afrontar la vida y la muerte con el valor con que ella lo hizo. Cuando ya estaba a punto de dejar este mundo declaró: “No tengo ningún pensamiento desalentador ni tristeza… No tengo nada de qué lamentarme. Que el Señor haga su voluntad y su obra en mí para que sea acrisolada y purificada; eso es todo lo que deseo. Sé que mi obra está cumplida; de nada vale decir algo más” (Life Sketches, pág. 444).
Estas palabras, junto con lo expuesto en sus escritos, reflejan fielmente la vida y obra de este instrumento singular de Dios. Que el Señor permita que hagamos uso adecuado de sus escritos y sigamos con fidelidad sus consejos, especialmente en estos días, los más difíciles de la historia de la humanidad. “Creed a Jehová vuestro Dios, y seréis seguros: creed a sus profetas, y seréis prosperados”.
Sobre el autor: Profesor de Biblia del Colegio Adventista de Chile