Aprender a vencer las tentaciones con Cristo

La palabra tentación parece fuera de moda. Hoy, para muchas personas no hay reglas fijas. Todo es posible y todo está permitido. La sociedad está saturada de una enorme variedad de estilos en lo visual, lo alimentario, lo relacional, e incluso lo religioso. Sin embargo, para aquellos que basan su vida en la Biblia, la referencia para la vida se encuentra en el Libro Sagrado. Allí están plasmados los principios que establecen lo bueno y lo malo, pero también están los recursos para afrontar las tentaciones.

La experiencia de Cristo en el desierto frente a los embates de Satanás (Mat. 4:1-11) es un relato poderoso y nos sirve de ejemplo sobre cómo obtener fortaleza intelectual y spiritual frente a los ataques del maligno. En Hebreos 4:15, Pablo declaró que Jesús “enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo, él nunca pecó” (NTV). Esta declaración plantea algunas preguntas: ¿En qué sentidos fue tentado “como nosotros”? ¿Incluye eso todas las tentaciones que nos acosan hoy?

El propósito de este artículo es analizar la naturaleza de las tentaciones que enfrentó Cristo y entender cómo se relacionan con las nuestras. La experiencia de Jesús en el desierto nos enseña a enfrentar los deseos de placer, poder y posesión. Al seguir su ejemplo, aprendemos a lidiar con estas aspiraciones humanas y caminar por el camino del crecimiento espiritual.

Placer

Hay una ciencia detrás del placer. Samir Zeki, profesor de neuroestética en el University College de Londres, explica que los estímulos visuales desencadenan placer mental frente al deseo, el amor y la belleza. Los paisajes, la música o las caras activan el sector emocional del cerebro. En una relación satisfacción-recompensa, la dopamina regula la sensación de placer.[1]

Hay desencadenantes del placer que son comunes a todas las personas, pero también hay placeres que adquirimos a través del aprendizaje o la repetición. En México, por ejemplo, a casi todo el mundo le gustan los picantes. En Asia Central, la carne de caballo es un manjar que disfrutan muchas personas. Así, el ambiente y la frecuencia de los hábitos vistos o repetidos se vuelven placenteros. Dado que los placeres son activados por la dopamina, algunas adicciones destructivas pueden ser causadas por un desequilibrio de esta sustancia.[2]

Morten Kringelbach, neurocientífico danés, desaconseja dejarse guiar siempre por las sensaciones emocionales, porque el placer que provoca la comida es diferente del que provoca la música, pero las señales eléctricas en regiones específicas del cerebro son las mismas. El sentimiento de placer se puede dividir en tres fases: (1) deseo (anticipación, anhelo); (2) gusto (apreciación); y (3) saciedad (satisfacción). El placer tiene una función: promover la interacción continua con su objeto o situación.

Por ejemplo, cuando comes, comes hasta el final porque eso te da placer, saciedad. Alguien que no quiere comer se va enfermando y puede morir de desnutrición. Necesitamos placer para estimularnos a comer y mantener la salud. Este mismo principio se aplica a prácticas negativas como el consumo de drogas: un placer momentáneo lleva a la continuidad, que en este caso puede resultar en la muerte. Así, la emoción y la razón deben ser consideradas en la experiencia del placer.[3]

En la primera tentación, Jesús fue desafiado a satisfacer rápidamente una legítima necesidad: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mat. 4:3). Comer no está mal. Sin embargo, Cristo decidió permanecer fiel al propósito del ayuno porque esto le proporcionaría condiciones más adecuadas para el desarrollo mental y espiritual que necesitaba. El ejemplo de Jesús nos enseña que no es imposible controlar nuestros deseos. Todo tiene su lugar, y el equilibrio es la palabra clave del éxito. Ante la tentación, Cristo respondió que “no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (vers. 4). No venció siendo autosuficiente, sino obediente y dependiente del Padre.[4]

Poder

Se está investigando mucho “el poder de la mente”, pero también es necesario comprender los efectos que tiene “el poder en la mente”. En diversos ambientes y situaciones de la vida existen relaciones de poder. Estas relaciones, muchas veces, se complican porque el “poder” es un privilegio que pocos saben utilizar de forma equilibrada y humanitaria. Michel Foucault observó: “Donde hay poder, este se ejerce. Nadie es, propiamente hablando, su poseedor. Sin embargo, siempre funciona en cierta dirección, con unos de un lado y otros del otro; no se sabe a ciencia cierta quién lo posee, pero se sabe quién no lo tiene”.[5]

Los investigadores David Owen y Jonathan Davidson no fueron los primeros en nombrar los cambios que el poder efectúa sobre quienes lo ejercen, pero sí fueron pioneros en catalogarlos como una enfermedad. En 2007 defendieron la existencia de un cuadro psiquiátrico con patrones de conducta narcisista provocados por la exposición a posiciones de poder. A esto se le llamó el síndrome de Hubris. Los síntomas son: “Pérdida de contacto con la realidad, predisposición a la autoglorificación, arrogancia, presunción, preocupación exagerada por la imagen, forma de hablar mesiánica, autoconfianza exagerada y desdén por el consejo o la crítica de los demás”.[6]

La segunda tentación de Cristo está relacionada con el poder. “Entonces el diablo lo llevó a la santa ciudad, lo puso sobre el pináculo del Templo y le dijo: –Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, pues escrito está: ‘A sus ángeles mandará acerca de ti’, y ‘En sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra’ ” (Mat. 4:5, 6).

¿Por qué poder? La justificación diabólica para que Jesús saltara al vacío radicaba en que el Padre ordenaría ángeles para que lo rescataran instantáneamente. El poder divino ilimitado estaba disponible para la misión de Cristo, pero no para ser usado innecesariamente. Jesús no necesitaba probar a nadie, ni siquiera a sí mismo, que él era Dios. Satanás quería hacer que Cristo actuara precipitadamente, haciéndolo pecar. Sin embargo, el Maestro no se dejó corromper por el poder o la autoridad que poseía.[7] Él sabe que el poder debe ser usado para el bien común.

Poseer

El consumismo es una enfermedad que puede dañar la vida financiera, social y emocional de sus víctimas. Quienes padecen esta condición se sienten eufóricos al momento de la compra, pero no quedan satisfechos con lo que compraron. Luego viene la culpa por haber gastado el dinero, y aparecen signos como:

Esconder lo que compró, así como las deudas contraídas.

  • Tener deudas mucho más elevadas de lo normal.
  • Comprar artículos innecesarios.
  • Remordimiento y frustración después de la compra.
  • Sentir necesidad de consumir en todo momento.[8]

El apóstol Pablo dijo: “Raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Tim. 6:10). La codicia hace que las personas pacíficas se conviertan en voraces devoradores de sus vecinos. Muchos no quieren perder la oportunidad de ganar más, aumentar su salario o adquirir cosas. Especialmente, si es de la manera fácil.

En la tercera y última tentación, Satanás “llevó a Jesús a un monte muy alto, le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adoras” (Mat. 4:8, 9). La respuesta de Cristo, sin embargo, fue contundente: “Vete, Satanás, porque escrito está: ‘Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás’ ” (vers. 10). Jesús no cedió a la tentación de conquistar el mundo, postrado ante el diablo. Los bienes no sedujeron al Maestro, y tampoco deben seducirnos a nosotros. Una frase popular en conferencias de finanzas dice: “El consumismo es el acto de comprar lo que no necesitas, con el dinero que no tienes, para impresionar a la gente que no conoces, con el fin de tratar de ser una persona que no eres”. Recuerda, sin embargo, que desde el punto de vista bíblico, el ser es más importante que el tener.

Conclusión

Toda persona batalla con tentaciones relacionadas con el placer, el poder y las posesiones. Sería grandioso que el placer existiera solo para nuestro beneficio, pero los excesos terminan en displacer. Sería grandioso si el poder pudiera usarse solo para resolver problemas y bendecir a las personas; sin embargo, a menudo se usa para oprimir, castigar o humillar. Sería excelente que las posesiones nos trajeran comodidad sin deudas, vida de apariencias ni desigualdades.

La humanidad está corrompida. Elena de White escribió: “Muchos consideran este conflicto entre Cristo y Satanás como si no tuviese importancia para su propia vida; y para ellos tiene poco interés. Pero esta controversia se repite en el dominio de todo corazón humano. Nunca sale uno de las filas del mal para entrar en el servicio de Dios sin arrostrar los asaltos de Satanás. Las seducciones que Cristo resistió son las mismas que nosotros encontramos tan difíciles de resistir. Le fueron infligidas en un grado tanto mayor cuanto más elevado es su carácter que el nuestro. Llevando sobre sí el terrible peso de los pecados del mundo, Cristo resistió la prueba del apetito, del amor al mundo y del amor a la ostentación, que conduce a la presunción. Estas fueron las tentaciones que vencieron a Adán y a Eva, y que tan fácilmente nos vencen a nosotros”.[9]

A pesar de la realidad de este conflicto, “para toda clase de tentación hay un remedio. No somos abandonados a nosotros mismos para pelear la batalla contra el yo y contra la naturaleza pecaminosa, mediante nuestra propia fuerza finita. Jesús es un poderoso ayudador, un sostén que nunca falla […]. Nadie tiene que fracasar o desanimarse, cuando se ha hecho una provisión tan amplia para nosotros”.[10]

Jesús fue tentado en todo aquello que está a la raíz de toda derrota humana, pero venció. Su ejemplo debe motivarnos a crecer en la comunión con el Padre, el conocimiento de las Escrituras, la disposición a orar y ayunar, y la convicción de resistir los embates de Satanás. De esta manera, estaremos en el camino que lleva a perfeccionar  el carácter en justicia y santidad, para bendecir a las personas en la Tierra y ser aptos para ser ciudadanos del Cielo.

Sobre el autor: pastor en Pitanga, PR, Brasil.


Referencias

[1] BBC, “A ciência do prazer: Por que gostamos do que gostamos”. Disponible <link.cpb.com.br/0b442e>, consultado 5/5/2022.

[2] David J. Linden, The Compass of Pleasure (Nueva York: Viking, 2011), p. 32.

[3] Morten Kringelbach y Kent Berridge, Pleasures of the Brain (Nova York: Oxford University Press, 2010), p. 109.

[4]  Mario Veloso, Mateus: Contando a história do Rei Jesus (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2011), p. 62.

[5] Michel Foucault, Microfísica do Poder (Rio de Janeiro, RJ: Graal, 2001), p. 137.

[6] Sofia Teixeira, “O poder sobe mesmo à cabeça, segundo as neurociências”. Disponible en <link.cpb.com.br/455c58>, consultado 5/5/2022.

[7] Matthew Henry, Comentário bíblico de Matthew Henry: Mateus a João (Rio de Janeiro, RJ: CPAD, 2008), t. 5, pp. 81, 82.

[8] Equipe André Bona, “Oneomania: Entenda mais sobre a doença do consumismo”. Disponible en <link.cpb.com.br/8ac6d9>, consultado 5/5/2022.

[9] Elena de White, El Deseado de todas las gentes (Florida: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2008), p. 91.

[10] _____________, The Review and Herald (8 de abril de 1884).