Un sermón sin un llamado eficaz es semejante a un viaje que no llega a destino.

    “Esperamos tener un vuelo rápido, de apenas 23 minutos, de Chicago a South Bend. Estaremos allí en breve”. El copiloto dijo las palabras que esperaba oír. Me acomodé en el asiento, ajusté el cinturón de seguridad y envié un mensaje a mi esposa, diciéndole que estaba todo bien, y que la encontraría en la zona de recogida de equipaje.

    Poco después, el pequeño avión de propulsión a chorro rugió en la pista antes de subir rápidamente, alcanzó su altitud crucero sobre el Lago Michigan y descendió sobre su costa este, para posarse en una de las dos pistas del pequeño aeropuerto de South Bend. Yo estaba eufórico porque, aunque este había sido un corto viaje a Texas para visitar a mis padres, pronto encontraría a mi esposa e iría a casa.

    Como estaba sentado cerca de la salida, rápidamente solté el cinturón de seguridad, tomé mi mochila y esperé a que la azafata nos diera permiso para desembarcar. Y allí llegó la frustración. Cansado de estar de pie, me senté y esperé. ¡Y esperé mucho!

El puente de embarque tuvo un problema, y fue necesario llamar a un mecánico para descubrir qué estaba causando su mal funcionamiento y arreglarlo. Imagine la escena: cerca de la salida, tan cerca del desembarque, viendo a mi esposa, ansioso por llegar a casa. Pero sin poder hacer nada…

Acerca de sermones y viajes

    Predicar un sermón se asemeja a un viaje aéreo, de varias maneras. Cada elemento de la experiencia de vuelo encuentra su contrapartida en un sermón: desde la llegada al embarque en el aeropuerto hasta la salida del aeropuerto, en el desembarque.

    Luego de concluir una materia que dicté en el exterior, mi anfitrión me dejó en el aeropuerto a fin de retornar a casa. A partir de aquel momento, me encontraba solo en la tarea de ubicarme en aquellos concurridos pasillos. Entonces, me paré frente a un enorme panel electrónico, intentando descubrir a dónde tenía que ir para hacer el check-in. Esa información abrió el camino para que yo pudiese dar los primeros pasos en mi jornada de retorno. Para algunos, el título del sermón tiene la misma función.[1] Este provee la dirección inicial que el predicador, iluminado por el Espíritu Santo, desea que los oyentes naveguen.

    Después del check-in, los pasajeros embarcan y se preparan para partir. Entonces, la aeronave carretea en la pista, despega y gradualmente alcanza la altitud crucero, la parte principal del vuelo, que lleva a los pasajeros del punto A al punto B. La introducción del sermón actúa de la misma forma. Así como ningún avión se aleja de la pista e instantáneamente alcanza su altitud crucero, la introducción debe ser bien planificada y estudiada, a fin de llevar a los oyentes hacia aquella que es considerada la parte principal del sermón, el cuerpo.

    El cuerpo del sermón puede ser comparado con la porción del vuelo que ocurre en la altitud crucero, el momento del viaje que recibe más atención. En los viajes de larga distancia, los pasajeros gastan gran parte de sus energías durante esta fase, comiendo, leyendo, durmiendo y distrayéndose. De modo similar, los predicadores tradicionalmente dedican gran cantidad de tiempo a estudiar y prepararse para esta parte del sermón. La lógica que impulsa estos esfuerzos está en la idea de que la diseminación de información equivale a una homilética capaz. Sin embargo, el cuerpo del sermón debe ser visto como una de las varias piezas del rompecabezas homilético.

Hora de descender

    Mucho antes de que un miembro de la tripulación anuncie el descenso de la aeronave, los viajeros frecuentes reconocen intuitivamente que están aproximándose al aterrizaje. Si fue un vuelo largo, especialmente, ellos saben cuánto tiempo tienen antes de tener que guardar su notebook o usar el baño por última vez. En esta fase, los pasajeros tienen algunos minutos para prepararse para un aterrizaje exitoso.

    La conclusión de un sermón se asemeja al descenso y aterrizaje de un avión. La mayor parte del viaje queda atrás y llega la hora de tocar tierra firme nuevamente. Así como fue al despegar, el aterrizaje debe ser seguro y suave. Cualquier imprevisto en este momento causa inquietud. Los pasajeros acostumbran a guardar sus mayores elogios para los pilotos que ejecutan aterrizajes tranquilos.

    Aquellos que nos oyen no esperan que el sermón experimente un “aterrizaje forzado”. Ellos quieren sentir que nosotros, como predicadores, sabemos cuándo llegó el momento de disminuir gradualmente la “altitud” y aterrizar con éxito. Aun cuando un sermón haya estado al borde de un desastre, nadie desea un aterrizaje forzado. Los oyentes todavía desean alguna forma de notificación de que su “vuelo” terminará en breve.

Destino final

    Mi hijo regresó recientemente a Baltimore, después de pasar una semana con nosotros. El tiempo estimado de vuelo era de 1:45 hs, período que incluía el momento en que el avión salía de la puerta de embarque y llegaba a la puerta de desembarque en el destino final. De hecho, un viaje solamente ha tenido éxito total cuando todos los pasajeros pueden desembarcar con seguridad.

    La entrega de un sermón funciona de la misma forma. No termina hasta que los “pasajeros” puedan llegar a su destino final. Si la congregación no tiene la oportunidad de tomar una decisión como resultado del sermón, el predicador falló en su tarea. Nadie debería cerrar un sermón sin hacer un llamado, así como un piloto jamás debería terminar un vuelo sin conducir a sus pasajeros al destino final.

    Uno de los mayores desafíos para los predicadores es hacer llamados eficaces. Existen muchas razones por las cuales ellos luchan con esta parte del sermón. Algunos desconfían de su capacidad de persuasión o incluso de su preparación.[2] Otros temen a la indiferencia del público y el descontento, y consideran el rechazo una afrenta personal. Están también los que creen que es una actitud invasiva pedir a las personas que tomen una decisión.

    Los predicadores, sin embargo, tienen permiso para invadir el espacio personal del oyente. Esta autorización es inherente al llamado a ocupar el púlpito y a la elección del oyente de estar en la iglesia. Nuestro abordaje al corazón de las personas debe ser directo, objetivo e incontestable. Haddon Robinson afirmó: “Como un abogado capaz, un ministro pide un veredicto. Su congregación debería ver su idea entera, completa, y conocer y sentir lo que la verdad divina demanda de cada uno”.[3] Este abordaje contempla tres componentes en cada llamado: reflexión, decisión y acción.

    Reflexión. La reflexión implica la escucha crítica, que, a su vez, lleva a la interpretación del mensaje, juzgando sus puntos fuertes y flacos, y le atribuye un valor.[4] Atribuir valor durante el proceso de llamado exige que los oyentes se pregunten a sí mismos: “¿Qué se dijo en este sermón?” “¿Por qué es importante lo que se dice?” “¿Qué debo hacer como resultado de este mensaje?” La reflexión exige que los oyentes interactúen con el predicador y sus preguntas, así como con el Espíritu Santo, que, durante el sermón, habló de manera diferente a cada persona de la congregación.

    El abordaje del predicador en este proceso es de importancia crítica. Muchos oradores quieren usar sus llamados para instruir a sus oyentes acerca de lo que deben pensar y cómo deben responder. Este abordaje inhibe la capacidad de las personas de reflexionar acerca de cómo el Espíritu Santo desea que respondan.

    Un abordaje preferible sería implicar a los oyentes en una serie de preguntas que los lleven a mirar introspectivamente para considerar dónde están y hacia dónde precisan ir. Tal procedimiento crea el ambiente para que cada persona llegue al destino que el Espíritu Santo le asigna individualmente.

    Decisión. Es el momento en el que los oyentes reflexionan y se preguntan qué deben hacer como respuesta a las preguntas que les fueron presentadas durante la parte inicial del llamado. Esta reflexión exige que ellos den el próximo paso. Ese paso está fundamentado en la naturaleza del sermón.

    Por ejemplo, si el sermón fuera acerca del trabajo misionero, la persona puede reflexionar sobre su falta de contacto con los otros y entonces decidir: “Me comprometeré a ser usado por Dios para compartir mi fe”. Si fuera acerca de servir a la comunidad, el oyente puede reflexionar sobre su cómoda vida y entonces decidir: “Voy a aprender más sobre las necesidades de mi comunidad”. Si el mensaje fuera acerca de estrechar la comunión con Dios, la persona puede decidir dar al Señor permiso para renovarla y restaurarla. Cada oyente toma su decisión dependiendo del punto donde se encuentra en su caminar con Dios.

    Acción. Reflexionar y decidir son pasos importantes. Sin embargo, si no se establece un plan de acción concreto, el pathos se pierde cuando se pronuncia la bendición y la congregación comienza a encontrarse en la salida del templo. El predicador debe crear un clima durante el llamado de modo tal que motive a los oyentes a hacer algo concreto sobre lo que reflexionaron y decidieron. Un abordaje es limitado cuando se concentra en el aspecto informativo, sin generar un resultado transformativo, que se revela en un estilo de vida renovado y lleno del Espíritu.

    En otras palabras, un predicador que omite uno de los tres elementos del llamado se asemeja a un comandante que aterriza un avión y carretea hasta la puerta, pero no abre la puerta hacia el puente de embarque, y así empide que los pasajeros salgan y se encaminen a sus destinos. Así como cada viajero determina cómo continuará su viaje, los asistentes a la iglesia deben crear un plan que indique cómo llegarán al lugar en el que el Espíritu Santo desea que estén.

Conclusión

    Después de un tiempo, la azafata del avión que nos llevó de Chicago a South Bend nos dio permiso para desembarcar. Resuelto, atravesé el largo pasillo y salí del área de seguridad. Todo lo que necesitaba era acceso a la terminal del aeropuerto, para finalmente poder encontrarme con mi amada esposa.

    Los predicadores del evangelio deben tener el mismo abordaje cuando hacen llamados. Nos colocamos entre Dios y el pueblo, hablando con intencionalidad y determinación, deseando que los oyentes dejen entrar a Jesús, porque él está a la puerta del corazón y llama (Apoc. 3:20). ¡Cristo no quiere nada menos que encontrarse con su amada novia!

    ¿Duda usted de hacer llamados? ¿Tiene miedo de que las personas ignoren lo que tiene para decirles? ¿Y si usted y yo, en lugar de eso, confiamos en la obra que el Espíritu Santo hace en el corazón de nuestros oyentes? ¡Sea valiente, llame en el espíritu y el poder de Elías (Luc 1:17), y vea lo que Dios hará por medio de sus humildes vasos de barro!

Sobre el autor: Director del departamento de Ministerio Cristiano en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, EE.UU.


Referencias

[1] Muchos especialistas en homilética han definido, tradicionalmente, las partes del sermón como introducción, cuerpo, conclusión y llamado. Yo incorporo un quinto elemento, el título, al comienzo del sermón. Este provee un elemento crítico que liga a los oyentes a los otros componentes vitales del sermón.

[2] Al utilizar la palabra persuasión, la utilizo en el contexto de emplear el pathos. Cuando utilizo el término pathos, me refiero al reconocimiento de que los seres humanos fueron creados como entes emocionales. Sin embargo, no hablo de hacer llamados utilizando el emocionalismo como medio u objetivo.

[3] Haddon W. Robinson, Biblical Preaching: The Development and Delivery of Expository Messages (Grand Rapids, Michigan: Baker Academic, 2001), p. 176.

[4] Para más explicaciones, ver Bruce E. Gronbecket al., Principles and Types of Speech Communication (Nueva York: Addison-Wesley Educacional Publishers, 1997), p. 35; Willie Edward Hucks II, “A preaching program to instill social consciousness in African-American churches in Dallas/Fort Worth, Texas” (tesis de doctorado, Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día, Universidad Andrews, 2005), pp. 105-107.