No importa dónde esté la familia del pastor, Dios le está dando la oportunidad de ser una bendición
Revista: Ministerio Adventista
Colgué el teléfono y no sabía qué hacer. Me había imaginado que ese día llegaría, pero no creía que fuera tan pronto. “¿Te quieres casar conmigo?”, fue la pregunta que escuché por teléfono. “¿Por qué tanto apuro?”, pregunté, e inmediatamente vino la respuesta: “Querida: me están trasladando al norte del país”
Eso ocurrió cuando cumplía 18 años. Y ¿qué podía hacer? En ese momento vivía en Sao Paulo, y mi novio se encontraba a mil kilómetros al norte. Cuando nos mudáramos, la distancia sería de dos mil kilómetros. Estaba indecisa y sentía miedo, porque tendría que ir a un lugar donde nunca había estado antes y donde no conocía a nadie. Entonces, me acordé de una historia que había escuchado muchas veces respecto de alguien que un día escuchó la voz de Dios, que le ordenaba: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré (…) y serás bendición” (Gén. 12:1, 2).
La fe impidió que Abraham cuestionara a Dios. “No fue una prueba ligera la que soportó Abraham, ni tampoco era pequeño el sacrificio que se requirió de él. Había fuertes vínculos que lo ataban a su tierra, a sus parientes y a su hogar. Pero no vaciló en obedecer al llamamiento. Nada preguntó en cuanto a la tierra prometida. No averiguó si era feraz y de clima saludable, si los campos ofrecían paisajes agradables o si había oportunidad para acumular riquezas. Dios había hablado, y su siervo debía obedecer; el lugar más feliz de la tierra para él era donde Dios quería que estuviese” (Patriarcas y profetas, pp. 118, 119).
Abraham tenía que dejar a sus amigos, su familia, su tierra natal y su pasado. Después de salir, se convertiría en un peregrino y extranjero. No es fácil arrancar las raíces y comenzar todo de nuevo. Y ya no era un jovencito; era un señor de 75 años. Se puede creer que todo salió bien, pero una decisión como ésa es difícil para cualquier hombre de esa edad, y hasta de la mitad. Procuramos permanentemente que nuestra vida sea estable; lo desconocido nos asusta. ¿Y si me arrepiento de esta decisión? ¿Cómo será la gente? ¿Cómo será la casa que me tocará en suerte? Preguntas como éstas bullen en nuestra mente cuando enfrentamos una mudanza.
En ese momento, después de reflexionar en la maravillosa historia de Abraham, supe que Dios estaba a cargo de este asunto y que tenía un propósito determinado para nosotros. Nuestro noviazgo duró seis meses, y después nos casamos. Me trasladé a la ciudad de la cual mi esposo hablaba tanto y tan bien, llevando conmigo el recuerdo de una frase muy sabia de mi madre: “Siempre vamos hacia un lugar mejor”. Soy hija de pastor, y conozco los cambios que la vida nos ofrece. Pero no importa dónde viva usted; recuerde que Dios la envió allí y que le dio la oportunidad de conocer otra gente que le enseñó preciosas lecciones de vida, que nunca podrá olvidar.
Cuando aceptamos el llamado de Dios, no nos libramos de ciertas aflicciones y cuidados. “Abraham continuó su viaje hacia el sur; y otra vez fue probada su fe. El cielo retuvo la lluvia, los arroyos cesaron de correr por los valles y se marchitó la hierba de las llanuras. Los ganados no encontraban pastos, y el hambre amenazaba a todo el campamento. ¿No pondría ahora el patriarca en tela de juicio la dirección de la Providencia? ¿No miraría hacia atrás, anhelando la abundancia de las llanuras caldeas? Todos observaban ansiosamente para ver qué haría Abraham, a medida que una dificultad sucedía a la otra. Al ver su confianza inquebrantable, comprendían que había esperanza; sabían que Dios era su Amigo y lo seguía guiando” (Ibíd., p. 121).
Dios sabe cuántas veces lloramos al echar de menos a nuestros seres queridos; pero también sabe cuántas veces le agradecimos por estar en un lugar donde nunca habíamos pensado estar y por conocer gente que nos amaba como si fuéramos sus hijos.
Si por alguna razón usted se siente desanimada y triste en su nuevo lugar de trabajo, ore a Dios. Ocúpese de la familia, visite a alguien, lea la Biblia y otros libros. Haga ejercicios todos los días, duerma las horas necesarias. No deje que el enemigo se posesione de su mente llenándola de pensamientos negativos, egoístas y llenos de desánimo. Permita que Dios y quienes la rodean ejerzan una influencia beneficiosa en su vida. Acepte el llamado de Cristo a servir donde él quiera que sirva. Haga su parte, y usted “será bendición”
Sobre el autor: Esposa de pastor en la Asociación del Occidente del Amazonas.