Los argumentos de la nueva encíclica papal que confirma nuestra creencia de que el fin se acerca.

El 29 de junio del año pasado, Benedicto XVI entregó su tercera encíclica, que fue publicada el 7 de julio. Caritas in Veritate,[1]la nueva carta apostólica, rinde homenaje a Populorum progressio, encíclica de autoría de Pablo VI (1967). En ambas, el tema predominante es la responsabilidad social de la iglesia, que se apoya en una doctrina peculiar.

“Sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efe. 4:15). Ese es el versículo clave para la encíclica. Desde el comienzo, se promueve el desarrollo integral de la humanidad, teniendo como base el amor, “fuerza extraordinaria”, que el Papa dice que mueve “a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz”. La caridad es de tal manera identificada con la propia vida cristiana, que aparece como el “Rostro de su Persona [de Cristo]”. Benedicto enfatiza más el tema: “La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”.

Ante los efectos generados por la posmodernidad, para la cual la verdad es utilitaria y definida por parámetros socioculturales, Benedicto dirige sus críticas al pensamiento vigente, llamando a una adhesión a los valores del cristianismo, que deben revelarse en las esferas privada y pública, a fin de que haya “un verdadero y propio lugar para Dios” en el mundo. Convoca a todos los hombres a que sean “sujetos de caridad”.

En la encíclica, hay un llamado vehemente a la reforma económica, en vista del agravamiento de la crisis mundial. Dos criterios recordados por Benedicto fundamentan su ética socioeconómica: la justicia y el bien común. Por esas vías, traza la ruta hacia una globalización que asuma las dimensiones de “toda la familia humana”, en una unión de todos sin barreras. Así, la ciudad del hombre estará más cercana a la ciudad de Dios, donde la unión será completa.

Los rostros de la caridad

En el primer capítulo de la encíclica, el Papa retoma los homenajes a Populorum progressio, de la que destaca la enseñanza acerca de la actuación de la iglesia en la sociedad, como promotora de la “fraternidad universal cuando puede contar con un régimen de libertad”. Irónicamente, las Escrituras nos recuerdan la persecución ocurrida durante la Edad Media, en la que la iglesia de Roma luchó contra los santos (Dan. 7:25; Apoc. 17:5, 6) Ciertamente, las actividades de ese período constituirían obstáculos para la paz, iguales a los censurados por la actual encíclica.

Benedicto XVI dice que la perspectiva de la eternidad es indispensable para el desarrollo integral del hombre. A pesar de todo, en la encíclica anterior, Spe Saivi (2007), la eternidad era confusamente definida como “el momento pleno de satisfacción, en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad”.

Si bien la vida eterna, cuando es bien comprendida, ofrece un sinnúmero de beneficios al desarrollo cabal de la persona, quedan serias dudas de que solo un “momento pleno de satisfacción” restaure al hombre a la condición de la perfección edénica. La restauración requiere que se adopte el Edén como parámetro, dado que allí el hombre era integral, sin muerte. Si el problema de la muerte no es resuelto, será imposible que el hombre vuelva a disfrutar algo semejante a un “desarrollo integral” en el campo de la metafísica.

Hay otro aspecto de la encíclica que entra en conflicto con la visión católica: señalando su confianza en el poder de las instituciones, el Papa argumenta que, en estos casos, “o se niega el desarrollo, o se lo deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la autosalvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado”. Pero aquí cabe una pregunta: en la época de Gregorio Vil, uno de los papas políticamente más influyentes de Occidente, la sociedad ¿fomentaba un “desarrollo más humanizado”? Entendiendo que Benedicto toma en cuenta la excesiva confianza humana, que acredita la salvación al esfuerzo propio, cuestionamos: el catolicismo ¿no produce algo semejante? Las indulgencias, las peregrinaciones y la disciplina religiosa ¿no son obras meritorias que conducen a una autosalvación? Esa contradicción interna lanza descrédito a la propuesta de desarrollo sobre la base de “una vocación transcendente de Dios Padre”, de la forma en que es retratada en la encíclica.

En el capítulo siguiente, se presentan más datos sobre la crisis económica. En vista de la realidad de un mundo globalizado, en que “el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos”, la solución para la crisis solo puede ser integrada partiendo de “una nueva síntesis humanista”. Primeramente, se debe “salvaguardar y valorar” el capital humano, rechazado por la competitividad industrial; los derechos de los trabajadores tienen que ser revaluados.

Se combate más de una vez el relativismo que impediría el “verdadero diálogo intercultural”. Además de eso, el relativismo elimina la posibilidad de la trascendencia en la experiencia humana. Y, acertadamente, la crítica del Papa alcanza el meollo del dilema del hombre posmoderno. Si no hay trascendencia, el hombre no posee ninguna certeza con respecto a la validez de sus acciones. Solo Dios, absoluto y trascendente, sirve de parámetro para las acciones y los saberes de la humanidad. De allí que el relativismo posmoderno solo puede conducir a la incertidumbre existencial y epistemológica.

El Papa se compromete con la causa contra el aborto, rechazando la mentalidad antinatalista y la práctica de la eutanasia, y promueve la libertad religiosa. Las causas enumeradas son genuinamente cristianas y su base histórica se halla sustentada en una creación divina. Ratzinger reconoce que “el hombre no es un átomo perdido en un universo casual, sino una criatura de Dios, a quien él ha querido dar un alma inmortal y al que ha amado desde siempre”. Como evolucionista teísta que es, el Papa admite que Dios dirigió la evolución y que, en algún momento, dotó a la criatura surgida de formas inferiores con un alma inmortal. Este concepto distorsiona la narración bíblica del Génesis.

Remitiendo al don de la verdad sobre nosotros, el tercer capítulo presenta la imposibilidad de “confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social”. “La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad”. En otro lugar, el pontífice ha declarado que el origen del mal es un hecho que “permanece oscuro Con respecto al episodio del Génesis, “podemos adivinar [el origen del mal], no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro”.

En ese punto, reaparece la comprensión equivocada acerca de los orígenes, que afecta la comprensión acerca del surgimiento del pecado: primero, el dogma del pecado original, que está en contraposición a la culpa individual (Eze. 18:20). El pecado original existe, pero no en el sentido de culpa por procuración o culpa hereditaria. La Biblia nos habla de un hecho histórico cometido por un Adán histórico, a partir del cual la humanidad heredó la condición corrompida (Rom. 5:12). Segundo, percíbase el descrédito de la narrativa bíblica, dado que ni siquiera merece ser considerada histórica. Con el obstáculo conformado por estos dos factores, se hace imposible entender la doctrina bíblica del pecado.

El capítulo termina alabando el don del trabajo y retomando las consideraciones acerca de la necesidad de desarrollar el principio de la caridad en verdad en el campo económico: “Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad”.

Preocupaciones sociales y ecológicas

Bajo el título “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente”, el cuarto capítulo evalúa la mentalidad occidental hedonista y busca restaurar el concepto de matrimonio. Según el Papa, “convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona”.

El desarrollo económico también recibe atención, en la propuesta de una economía más humana, en la que la ética deje de ser un mero adjetivo, para ser real para el hombre, hecho a imagen de Dios.

A continuación, Benedicto aborda las preocupaciones ambientales, enfatizando una concepción más adecuada del mundo físico como obra divina que revela algo de su Autor (Rom. 1:20). Lo que algunos cristianos reformados llaman “mandato cultural” aparece en la carta: la obligación dada a Adán de cuidar de la creación, que se nos impone, orientando la interacción entre el hombre y la naturaleza (Gén. 2:15). Vale recordar que, justamente, esta percepción impide que el hombre llegue a “considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, abusar de ella”. Por un lado, se evita que la naturaleza sea puesta sobre el hombre; por otro, que se desarrolle la “completa tecnificación”.

En resumen, preservar la naturaleza gana la posición de problema moral de la sociedad. Benedicto, de hecho, ha tomado esto en serio, levantando la bandera ecológica, al punto de que el Vaticano participó, este año, de iniciativas como “La hora de la tierra”. Nos parece que el sentido de oportunismo motiva los recientes pronunciamientos papales acerca de este asunto. A fin de cuentas, la causa atrae a un gran número de personas, lo que le da al Vaticano la oportunidad de proveer un liderazgo espiritual al movimiento que rompe fronteras en el siglo XXI.

En el quinto y más importante capítulo de la encíclica Caritas in Veritate, el Papa menciona la alienación de las personas y de los pueblos; es decir, se refiere a la propia dificultad de amar. La superación de esto pasa por la adopción de una visión metafísica de las relaciones entre las personas. Lejos de bajar la guardia ante el relativismo, Benedicto enfoca la relación genuina, que se “ve iluminada de manera decisiva por la relación entre las Personas de la Trinidad en la única Sustancia divina”, remitiéndonos al texto de Juan 17:22.

Debe haber diálogo e intercambio de ideas entre creyentes e incrédulos, incentivados por la acción eficaz de la “caridad en la sociedad”, que surge del diálogo entre la fe y la razón. La encíclica admite la cooperación entre pueblos diferentes como forma de dar sentido a la globalización. La cooperación debe ocurrir en niveles económicos y culturales, sin abandonar las bases cristianas en la lucha contra el relativismo.

En un punto importante del documento, el papa Benedicto XVI afirma que los efectos de la crisis económica mundial requieren “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial”, que “deberá estar regulada por el derecho, atenerse de manera concreta a los principios de subsidiaridad y de solidaridad, estar dirigida a la realización del bien común, comprometerse en la realización de un auténtico desarrollo humano integral inspirado en los valores de la caridad en la verdad”. Y señala que esa autoridad necesitaría contar con un reconocimiento mundial.

¿Qué otra autoridad sería esta, sino la propia Iglesia Católica que, incluso, ya ofreció a los Estados Unidos sus servicios de “Autoridad moral”?[2]

Finalmente, en el último capítulo, se realizan nuevas reflexiones acerca de la globalización y hay comentarios relacionados con la bioética. La visión naturalista del hombre es criticada a la luz del presupuesto de un alma inmortal, que está en abierta oposición a la enseñanza bíblica (Gén. 2:7; Sal. 115:17; Ecl. 9:5, 6, 10; Heb. 9:27). Otro contrasentido aparece en la evocación de María y de las expresiones de alabanza asociadas a ella.

A la luz de todo esto, reafirmamos que los adventistas concuerdan en que la “verdad en amor” hace falta en el mundo. Los cristianos tienen un vasto campo de actuación social, que necesita ser retomado. Por otro lado, cuestionamos la falta de base bíblica y las distorsiones de las Escrituras, cometidas para apoyar algunas de las alegaciones del Papa. Sobre todo, percibimos un sentimiento reinante de autopromoción de una espiritualidad politizada, que se eleva como autoridad mundial, en los moldes de lo que se ha observado en Occidente, durante la Edad Media. Más que nunca, el estudiante de las profecías puede reconocer que el tiempo está cercano.

Sobre el autor: Capellán del Colegio Adventista de Joinville, Asociación Catarinense, República del Brasil.


Referencias

[1] Benedicto XVI, Caritas in Veritate [en línea]. Disponible en: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_benxvl_enc_20090629_caritas-in-veritate_sp.html

[2] Ver Douglas Reis, “Auxilio listra: servido de autoridade moral” [en línea]. Disponible en: http://questaodeconfianca.blogspot.com/2oo8/o4/auxilio-lista-servicos-de-autori-dade.html