En la preparación para la confrontación final, es importante que comprendamos y nos apropiemos de la victoria sobre el poder las tinieblas.

Posiblemente, el estudio de la muerte vicaria de Cristo en la cruz es la tarea más enriquecedora y desafiante en la teología cristiana. La historia del pensamiento cristiano indica que la profundidad teológica de este evento histórico ha estimulado una constante exploración de su contenido. Muchas teorías sobre la Expiación han sido formuladas en el intento de revelar el significado de la muerte de Cristo; pero ninguna de ellas se ha mostrado capaz de integrar la plenitud de la grandeza de este asunto. La mayoría de ellas enfatiza la manera en que todo lo que sucedió en la Cruz contribuyó a la salvación de los pecadores, pero dice muy poco acerca del significado cósmico de los acontecimientos del Calvario.

Por otro lado, la teología cristiana jamás debería ignorar o pasar por alto la realidad de que, sobre la cruz, Cristo venció, de una vez por todas, los poderes cósmicos del mal.

Cristo vencedor

Desde el inicio del conflicto cósmico, Dios dispuso tiempo y espacio para la expresión del intento de aquellas criaturas que, haciendo mal uso de la libertad que les fuera otorgada, se corrompieron. Esa anomalía de pecado y mal fue permitida en el cosmos con el fin de que los poderes malignos pudieran revelar su verdadera naturaleza y los resultados de sus elecciones, además de preservar la libertad de los hijos de Dios y la integridad de su Reino. El enfrentamiento decisivo en este conflicto tuvo lugar en un planeta que se alineó con las fuerzas rebeldes. La misión de rescate de este planeta llegó a constituir, al mismo tiempo, la liberación del cosmos de la presencia y la influencia de los poderes del mal.

Durante su ministerio. La victoria de Cristo sobre los poderes cósmicos fue desarrollada a lo largo de dos confrontaciones relacionadas entre sí. La primera fue en el ámbito de su ministerio terrenal. Cristo se hizo objeto de constantes ataques enemigos, pero jamás permitió que fuera deshecho el profundo lazo de unidad existente entre él y el Padre. Venció toda tentación y, permaneciendo leal al Padre, triunfó en su propia vida sobre los poderes del mal (Mat. 4:1-11). Por naturaleza y por elección personal, fue absolutamente sin pecado (Heb. 4:15; 1 Juan 3:5). Durante su ministerio en la tierra, también liberó a los que fueron poseídos por Satanás (Mat. 17:14-18; Mar. 1:23-26; 5:1-13).

Las narraciones de posesión demoníaca en los evangelios testifican el hecho de que el reino de Satanás fue sacudido, en sus fundamentos, por Cristo y estuvo cerca del colapso total ante la poderosa presencia del Hijo de Dios.

Por medio de la Cruz y de la resurrección. La segunda confrontación fue la victoria final y absoluta de Cristo sobre los poderes malignos, conquistada en la Cruz. Lo hizo en favor de los seres humanos pecadores, que estaban esclavizados por el poder de las tinieblas. Jesús enfrentó el dominio de estos poderes y, en ese proceso, Dios “nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Col. 1:13, 14). Cristo invadió el reino del caos y experimentó todo lo que los seres humanos debían experimentar, a fin de liberarlos del poder satánico (Hech. 26:18). ¿Cuán capaz fue de traer esa liberación? Combatió, y “despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:15). Sí, ¡Cristo venció los poderes cósmicos del mal!

La expresión “principados y potestades” y otras semejantes designan, primariamente, los poderes creados por Dios por medio de Cristo (Col. 1:15,16), que inexplicablemente se hicieron hostiles al propio Dios; es decir, Satanás y sus ángeles (Apoc. 12:7, 8). El lenguaje utilizado por el apóstol Pablo en Colosenses 2:15 parece referirse a la celebración de una victoria militar romana. En esas ocasiones, se realizaba una procesión triunfal, durante la cual los enemigos vencidos eran públicamente exhibidos antes de ser ejecutados. Esa imagen fue usada por Pablo para describir la victoria total, absoluta y completa de Cristo sobre los poderes demoníacos. Vino para destruir las obras del demonio (1 Juan 3:8) y, gracias a su muerte, subyugó la fuerza del enemigo, lanzándolo al polvo de la derrota y la humillación (Juan 12:31).

En virtud de su muerte, Cristo selló el destino final de los poderes malignos y, por la resurrección, proclamó triunfalmente su victoria. Ahora, podemos mirar anticipadamente al fin, cuando destruirá para siempre “todo dominio, toda autoridad y potencia” (1 Cor. 15:24). La victoria de Cristo asegura a los creyentes que ya no están bajo el dominio del mal y que, por lo tanto, no necesitan vivir y actuar como si fueran súbditos de ese reino. Todavía no aniquiló para siempre a los demonios, pero quebró su poder sobre la raza humana, compartiendo su triunfo con toda persona que lo acepte como Salvador y Señor.

Participando de la victoria

Como todavía no están totalmente privadas de su poder, las huestes demoníacas se encuentran activas en el mundo, atormentando a los seres humanos y buscando recuperar el reinado en la vida de todos los que ya encontraron la libertad en Cristo Jesús (Rom. 6:12). El mundo, de cierta forma, todavía se halla bajo el poder del mal (1 Juan 5:19), y Satanás es presentado como dios de este mundo (2 Cor. 4:4), y los seres humanos en rebelión contra Dios todavía están haciendo la voluntad de él (2 Tim. 2:26). Pero los que se unieron a Cristo, por la fe, no se encuentran bajo el control de ningún demonio. Es cierto que continuarán siendo tentados, oprimidos a causa del sufrimiento y hasta, incluso, serán alcanzados por armas naturales y sobrenaturales; pero pertenecen a Cristo.

Algunas veces, Dios permite que hechos y situaciones desagradables los alcancen, pero los fortalecerá, para que permanezcan comprometidos con él (2 Cor. 12:7-9). Tal vez, por eso mismo, Jesús enseñó a sus seguidores a orar suplicando protección: “Mas líbranos del mal” (Mat. 6:13). La verdad fundamental es que el poder del maligno, que antes dominaba la vida de sus hijos, fue sustituido por el dominante poder de Cristo quien, por su Espíritu, habilita a todo creyente para apropiarse de su victoria. En lugar de hallarse ahora bajo el poder de los espíritus malignos, están bajo la guía y la protección del Espíritu de Dios (Rom. 8:14-17).

Liberados de las cargas del pasado. El recuerdo del pasado se caracteriza, frecuentemente, por sentimientos de culpa que tienden a disminuir la autoestima de una persona y que oprimen tremendamente. Las imperfecciones humanas son usadas por los demonios con el objetivo de motivar a las personas a buscar la paz a través de la sumisión a ellas, en la forma de autojustificación o, sencillamente, apartándose del Señor. Los seres humanos han sido esclavos de sus propios modelos, que tienen como objetivo conquistar la aceptación ante Dios.

El concepto hindú y budista de karma, por ejemplo, aprisiona a hombres y mujeres en un círculo que difícilmente puede ser quebrado. De acuerdo con este sistema de creencia, la reencarnación -como ciclo de nacimiento, sufrimiento y muerte- es el proceso por el que se alcanza la perfección humana, asegurando la entrada en el nirvana (estado inmutable y perfecto). El recuerdo del pasado persigue a los seres humanos, mientras que ellos, en su estado de culpabilidad, buscan desesperadamente controlar la situación, sintiéndose impotentes al mismo tiempo. La victoria de Cristo sobre los poderes libera a las personas al ofrecerles comunión con Dios sobre la base de su obra pasada de redención, y no de su pasado pecaminoso. Así, el ascendiente que los poderes del mal tienen sobre los seres humanos por causa de esta carga pesada es quebrado a través del perdón inmerecido que Dios ofrece.

Liberados del temor y de la insignificancia

La victoria de Cristo sobre el poder de las tinieblas se manifiesta en la vida de los creyentes en la forma de libertad del temor y del estilo de vida sin significado. Cristo venció al que tenía el poder de la muerte, Satanás, a fin de librar “a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Heb. 2:15), El intento de librarse del temor y de una existencia desprovista de sentido ha llevado a muchas personas a adoptar un estilo de vida pecaminoso y, consecuentemente, a la servidumbre de los poderes malignos.

Esos poderes manifiestan su influencia y su control sobre los seres humanos a través de un comportamiento moral y ético inadecuado. Todos los que colocan su vida al servicio del pecado y de la rebelión, rechazando el señorío amoroso de Cristo, viven en sumisión condescendiente a los poderes vencidos por Cristo Jesús. Los que participan de su victoria ya han superado el temor porque, siendo justificados por la fe en Jesús, tienen paz para con Dios (Rom. 5:1), y encuentran su mayor alegría en una vida de servicio altruista y amoroso, al Salvador y a los semejantes.

  • Liberados del espiritualismo. La presencia del Espíritu de Dios en la vida de los seguidores de Cristo hace totalmente innecesaria la búsqueda de consejos “espiritualistas” promovida por el movimiento de la Nueva Era, la búsqueda de orientación mediante modernas o antiguas prácticas de adivinación o la protección de los espíritus de ancestros fallecidos. La Biblia afirma que estos espíritus no son espíritus de familiares o de amigos muertos que buscan nuestro bien, sino espíritus demoníacos empeñados en oprimir, engañar y destruir (Apoc. 16:13). La realidad de estos espíritus frecuentemente es negada en el mundo occidental; lo que no los hace menos peligrosos.

El espiritismo se está diseminando rápidamente por el mundo, y encuentra en el secularismo un terreno fértil para sus pretensiones. La influencia de los poderes que lo impulsan continuará creciendo a medida que nos acerquemos a la consumación de la victoria de Cristo sobre ellos. Sin embargo, los creyentes pueden vivir alegremente la vida cristiana, reposando en la seguridad del amor de Dios en todas las circunstancias.

  • Liberados de la posesión demoníaca. La victoria de Cristo sobre los principados y las potestades del mal habilita a sus seguidores para expulsar demonios en su nombre, en el contexto de la proclamación del evangelio: la primera tarea de la iglesia es cumplir la comisión evangélica, no expulsar demonios.

Si el cumplimiento de esta misión sufre interferencias de manifestaciones espiritualistas, entonces los creyentes son llamados a confrontarlos en nombre de Jesús. En otras palabras, Cristo ha compartido con los discípulos de ayer y hoy su poder y la victoria conquistada sobre los poderes de las tinieblas, con el fin de que sean usados en el contexto de la predicación: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios” (Mar. 16:15-17).

En el Nuevo Testamento, nadie fue llamado a algún “ministerio de liberación”, sino que todos fueron llamados al ministerio del evangelio. Ese mensaje de salvación ilumina la conciencia que está en tinieblas y, merced al poder del Espíritu, habilita a la persona para llevar una vida moral elevada y libre de los absurdos mitos, fábulas y supersticiones.

Crecimiento en Cristo

La victoria de Cristo no puede ser discutida aisladamente de los significados y las implicancias para la vida diaria de todos los que colocan su confianza en él. La gloriosa libertad encontrada en Jesús es, fundamentalmente, libertad para ser lo que él planeó que seamos; es decir, reflectores de su imagen. Los seres humanos son siervos de la injusticia o de la justicia de Dios (Rom. 6:13). Nadie puede ser espiritualmente neutro. Cierta vez, Jesús formuló una ilustración de alguien que fue liberado del demonio, pero que no usó esta nueva libertad para cumplir los objetivos divinos. El espíritu malo regresó, encontró el corazón disponible y esclavizó a la persona, peor de lo que lo hiciera anteriormente (Luc. 11:24-26).

No existe vacío espiritual: la persona está bajo la influencia de los malos espíritus o bajo el poder del Espíritu de Dios. Los partícipes de la victoria de Cristo están llenos del Espíritu Santo y son llamados a la comunión diaria con Dios, que resultará en constante crecimiento a semejanza de Jesús.

El papel de las Escrituras y de la oración. La vida del creyente no consiste, absolutamente, en intentar aprender el arte de la autojustificación o cómo subyugar a los poderes malos. Consiste en llenar el ser interior, el corazón, con los pensamientos de Dios. Este tipo de comunión no es definido en términos de meditación trascendental, para fundir a la persona con las fuerzas cósmicas impersonales. Esta comunión no es conquistada recurriendo a rituales que buscan crear un trance emocional que, supuestamente, pone al individuo en sintonía con lo divino. Tales prácticas son, en verdad, un regreso a la servidumbre de los poderes del mal. En la vida cristiana, la comunión es realizada mediante el estudio de las Escrituras Sagradas y de la práctica de la oración.

Dios habla a los hombres a través de las Escrituras y, consecuentemente, no es necesario que intentemos moverlo utilizando acciones misteriosas o mágicas. Está más allá de la manipulación humana, porque voluntariamente escogió hablar por medio de su Hijo, conforme a lo revelado en su Palabra. Las Escrituras, como uno de los canales de comunicación de Dios, se convierten en el camino a través del cual podemos conocer su voluntad y su plan en relación con nosotros. La Palabra de Dios, por medio del Espíritu, guía a los creyentes durante su peregrinación a lo largo de un mundo de pecado y de muerte. La oración testifica que lo que Dios hizo por medio de Cristo fue suficiente para abrir un camino permanente en dirección al Padre, con quien podemos comunicarnos. No hay necesidad de convocar a espíritus intermediarios para que nos asistan en nuestro acceso a Dios.

El papel de la meditación. La meditación bíblica no es un escape de la realidad de la vida hacia un mundo inmaterial y místico. Esta clase de escapismo es ofrecido a las personas por los poderes derrotados por Cristo. En las Escrituras, la meditación no es totalmente silenciosa sino que acostumbra ser acompañada por la murmuración de pensamientos de reflexión. Dos palabras hebreas son traducidas ocasionalmente como “meditar”. La primera es hgh, que significa “reflexionar”, “pensar”, “meditar”, enfatizando el suave murmullo de pensamientos. La segunda palabra es iah, cuyo significado es “ponderar”, “reflexionar”, “hablar”. Cuando es usada como “meditación”, acentúa la reflexión, la actividad mental. La meditación bíblica tenía un contenido objetivo, sobre el que la mente se detenía y reflexionaba.

El salmista describió a la persona bienaventurada como la que “medita de día y de noche” en la ley o en las instrucciones de Dios (Sal. 1:2). Hay renovación espiritual y crecimiento cuando la mente humana, asentada en la racionalidad y en la voluntad, se demora amorosamente en la voluntad de Dios para todos los hombres. El salmista también meditaba en las promesas de Dios y encontraba alegría en anticiparlas (Sal. 119:148). Otro objeto de meditación era los actos salvíficos de Dios en favor de su pueblo (Sal. 77:12). Aun cuando los participantes de la victoria de Cristo sobre el mal enfrentan serias dificultades, el llamado es a meditar en las formas por las que él libró a su pueblo de situaciones similares en el pasado. Eso hace innecesario buscar asistencia de poderes que supuestamente “complementan” la capacidad salvadora de Cristo.

A través de la meditación, el pueblo de Dios mantiene comunión con el Todopoderoso, de quien recibe fuerzas para enfrentar los ataques más serios que los poderes demoníacos puedan lanzar en contra de ellos, al mismo tiempo que buscan recuperar el dominio sobre él.

El papel de la adoración individual y la corporativa. La fe bíblica es también una fe corporativa, que encuentra expresión en la adoración colectiva al Señor. Los creyentes pertenecen a la familia de los que fueron liberados por medio de la muerte vicaria de Jesús. Con alegría, lo alaban individualmente y colectivamente (Mar. 1:12; Luc. 18:43). Tienen un nuevo centro en su vida y se aproximan humildemente al Señor con gratitud, con cánticos y súplicas. De hecho, solo los vivos pueden alabar a Dios (Sal. 150:6); y eso se aplica de forma particular a los que, por la gracia de Cristo, ahora están espiritualmente vivos. Cantar alabanzas al Señor fortalece la vida cristiana y expulsa el temor del corazón.

El salmista escribió: “Alabad a Jehová, porque es bueno cantar salmos a nuestro Dios; porque suave y hermosa es la alabanza” (Sal. 147:1). Debe ser alabado porque, sencillamente, no existe otro semejante a él: “Alaben el nombre de Jehová, porque solo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos. Él ha exaltado el poderío de su pueblo; alábenle todos sus santos, los hijos de Israel, el pueblo a él cercano” (Sal. 148:13, 14). Cristo obtuvo por nosotros la libertad para alabar a Dios. La mención al “poderío de su pueblo” aquí, en este texto, sugiere que, al alabar a Dios, los creyentes son fortalecidos espiritualmente.

El papel del servicio cristiano. Todos los que fueron liberados del dominio del mal por medio de Cristo son siervos de Dios. La vida cristiana no es vivida en aislamiento de los demás, sino en la interacción dinámica con la comunidad en la que están insertados. Asumen el compromiso personal de llevar a Cristo a las calles, a los supermercados, a las escuelas, a las oficinas, a todo lugar donde van y en toda situación que enfrentan. El potencial para el crecimiento espiritual no está limitado a la privacidad del hogar o a las reuniones de la iglesia. La constante expresión de valores de la vida cristiana en una multiplicidad de escenarios resultará, por medio de la guía del Espíritu Santo, en una relación cada vez más creciente con el Señor.

Cristo no llamó a sus siervos a apartarse del mundo, sino a servirlo activamente, invitando a las personas a aceptar el mismo perdón con que él los alcanzó. La vida anterior, de sumisión a los poderes de las tinieblas, caracterizada por la enemistad para con Dios y con los semejantes, debe ser sustituida; en su lugar, debe ser llenada con una existencia de servicio amoroso a Dios y al prójimo. La concientización del hecho de que los creyentes viven en constante presencia y compañía de Dios motiva su servicio, y nutre su esperanza en la erradicación final del pecado y su autor.

Guardados en su amor

La escatología adventista anticipa una irrupción sin paralelos de manifestaciones espiritualistas, a medida que nos aproximamos al desenlace del conflicto cósmico. El espiritismo desempeñará un papel fundamental en la polarización final de la raza humana, cuando toda persona será confrontada con el desafío de escoger a quien, finalmente, le rendirá lealtad (Apoc. 16:13, 14). En la preparación para este enfrentamiento final, es importante que comprendamos y nos apropiemos de la realidad de la victoria de Cristo sobre el poder de las tinieblas. Su victoria es tan absoluta que libera completamente a los creyentes de la práctica de la doble lealtad.

La libertad por él obtenida en favor de sus hijos debe ser utilizada, por el poder del Espíritu, para crecimiento en la gracia y en el amor. Desde que en la Cruz él rompió permanentemente el dominio de los principados y potestades, su pueblo puede tener paz, en la certeza de que “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom. 8:38, 39).

Sobre el autor: Director del Instituto de Investigación Bíblica de la Asociación General.