Hace algunos años, mientras servía en África, visité a un pujante dirigente africano de nuestra iglesia. Era un hombre que predicaba acerca de la ganancia de almas. Pero, además de predicarla, la practicaba, y acababa de terminar un ciclo completo de evangelismo. Cuando comenzó los preparativos para las reuniones, la gente de la zona se sorprendió al saber que tenía planes de predicar todas las noches durante seis semanas. Otros habían intentado abrir obra en ese lugar, pero después de las primeras dos o tres noches ya no tenían público.
Dios premió la fe de este dirigente. La gente asistió, no sólo durante dos o tres noches, sino hasta el fin de las seis semanas. Se bautizaron más de cien personas. Se estableció obra en esa área. No nos sorprende el hecho de que este campo esté inflamado de fervor hacia Dios, que todavía se siga realizando allí un entusiasta programa de evangelismo y que se procure la ganancia de almas tanto en forma pública como personal. Los obreros siguen al dirigente que se lanza a trabajar con valor en una zona difícil. Doy gracias a Dios porque hay cada vez más dirigentes de iglesia que marcan el ritmo en la ganancia de almas.
“Eso sucede en África” diréis vosotros. “¡Allí la obra se hace con facilidad, porque la gente está más dispuesta a aceptar el mensaje!”
Sí, así es África, pero debo deciros algo. África, como el resto del mundo, está sufriendo una transformación. Con la llegada de la radio, la televisión y otros medios de comunicación, con la elevación del nivel de vida y el aumento de las comodidades debido a los progresos tecnológicos, la ganancia de almas ya no es fácil en África. Para obtener resultados, es necesario predicar, es decir, realizar muchas campañas de evangelización. Lo sé, porque tuve que hacerlo. Durante nuestro período de servicio allí se bautizaron muchos millares de personas, pero eso se debió a que la bendición de Dios descansó sobre las dos o tres mil campañas de evangelización que se llevaban a cabo cada año. Si predicamos, veremos almas ganadas en casi todos los países. Algunos campos son más fructíferos que otros, pero si predicamos, ¡obtendremos resultados!
Sé muy bien que no todos los dirigentes son evangelistas natos. La mayor parte de nosotros no somos un Spurgeon, un Moody o un Billy Graham, dotados con el talento especial del evangelismo. La mayoría somos hombres comunes, inflamados por el Espíritu Santo y portadores de un mensaje extraordinario; sé que podemos y debemos ser ganadores de almas en las manos de nuestro Dios.
Hace pocos años, me tocó dirigir un campo que estaba atravesando por problemas económicos graves. Apenas teníamos dinero para cubrir nuestro presupuesto, y, por supuesto, no alcanzaba para financiar campañas de evangelización. Pero esto no nos desanimó. Todos los obreros —pastores, empleados de oficina, directores de departamentos y administradores— nos convertimos de pronto en evangelistas, y comenzamos a celebrar campañas de evangelización en las iglesias preparadas previamente por sus miembros. Esto dio como resultado un evangelismo económico y eficaz. Bautizamos más almas que nunca en esa zona. Además, un buen número de pastores, directores de departamentos y administradores, que se consideraban incapaces de dirigir una campaña de evangelización, descubrieron que también podían ser ganadores de almas, y la experiencia les encantó.
El precepto tiene su lugar en el liderazgo, pero el ejemplo es mucho más eficaz. La expresión “¡vayamos!” en lugar de “¡vayan!” será un estímulo para nuestros colaboradores y los inducirá a realizar una acción más eficaz. Este es el momento cuando todo obrero —ya sea que trabaje en una oficina, en el campo, en una iglesia o en una institución— debe ser un fructífero ganador de almas. Para que la obra de Dios termine en nuestros días, esto debe llegar a ser una realidad.
Si vosotros y yo somos verdaderos dirigentes en el área del evangelismo, con la bendición de Dios lograremos despertar el entusiasmo de aquellos que nos acompañan en el servicio. Encenderemos las llamas que arderán y se propagarán como fuego en el rastrojo, hasta que cada obrero y cada miembro laico también arda para Dios.
Como dirigentes de la iglesia de Dios en este mundo cambiante, emergente, explosivo, os desafío a comenzar este año para Dios el programa de ganancia de almas más grande que haya contemplado alguna vez el planeta Tierra, y que, por precepto y por la práctica, guieis a la iglesia, a sus miembros, a sus ministros y a sus oficiales, a participar en él.
Sobre el autor: Presidente de la Asociación General.