Según afirma Ralph Waldo Emerson, “para cualquier cosa que usted quiera hacer, debe tener valor. No importa qué curso de acción desee seguir, siempre aparecerá alguien para decirle que está equivocado. Siempre aparecen las dificultades, que tratan de hacerle creer que sus detractores tienen razón. Planificar una conducta y seguirla hasta el fin es algo que requiere el mismo valor que necesita un soldado. La paz ofrece sus victorias, pero éstas sólo serán ganadas por hombres valientes.
Cualquiera que ocupe un puesto de liderazgo, aunque sólo sea por dos días, sabe cuán verdaderas son estas palabras. No es casualidad que la frase “tener el valor de nuestras convicciones” se haya vuelto un lugar común. Un pastor se puede sentir miserable e inútil si no lucha por lo que cree que es lo mejor. Con frecuencia se nos enseña que debemos oír, sincera y cabalmente a los que dirigimos. Eso es correcto. También debemos estar dispuestos a modificar nuestra posición en caso de que sea necesario. Pero nuestra prerrogativa, como líderes, consiste en permanecer firmes. Y eso, en efecto, significa ejercer un buen liderazgo.
A veces esa postura exigirá valor, al margen de la cuestión implícita o de la conducta a seguir. Podemos estar seguros de que alguien se va a oponer.
Por naturaleza, muchos pastores evitan los conflictos. Hay quienes son pacificadores natos. Pero la tarea pastoral requiere que seamos árbitros, especialmente en el arte de la conciliación y de la transigencia constructiva. Al margen de eso, todos queremos que se nos acepte y se nos quiera. Queremos evitar las divisiones y las controversias; trabajamos para crear una atmósfera de amor y confianza en nuestras congregaciones. No es de admirar, entonces, que a veces nos cueste asumir posiciones definidas. Pero tomar una posición firme con respecto a una conducta bien concebida no debe de ser raro, sino que es justamente lo que una congregación necesita, especialmente si esta firmeza se opone a un estilo de liderazgo desvencijado y débil, que dice: “Deja que las cosas sigan como están; vamos a ver qué pasa”
Soportar con firmeza una situación, o defender una posición, exige valor, especialmente cuando enfrentamos la oposición de miembros poderosos e influyentes, que incluso podríamos admirar.
“Siempre se levantarán dificultades que tratarán de hacerle creer a usted que sus detractores tienen razón”, dice Emerson. En el momento en que emprendemos nuestro curso de acción, habiendo dejado a un lado las teorías y las prácticas tradicionales, navegamos en alta mar, con vistas a un destino nuevo y noble. En ese caso, generalmente tenemos la tendencia a sentir temor y nos asaltan las dudas en cuanto a si lo que estamos haciendo es lo correcto o no.
Además, las dificultades, que tal vez sean las condiciones propias de los mares por los que navegamos, tienen una seductora tendencia, capaz a veces, de causar la impresión de que favorecen a nuestros críticos. Eso requiere un valor nacido de una convicción divina, para no volver atrás sino seguir avanzando, con el fin de ganar la terrible batalla contra las dudas personales y el deseo cómodo de ser simpáticos y populares.
Según Emerson, todavía, “planificar una determinada conducta y seguirla hasta el final requiere el mismo valor que necesita un soldado”. Nunca tuve la oportunidad de participar de un conflicto armado, pero lo que me mantiene luchando consiste en avanzar a pesar de que algo o alguien dice: ¡Pare! o ¡Retroceda!”, pues proviene de la certidumbre de que mi posición es la correcta.
Algunas veces nos hemos mantenido valerosamente en el trayecto establecido, en defensa de una determinada posición; hemos luchado con ardor aunque nada parecía indicar que la carga fuera liviana. Cuando estamos emocional y físicamente agotados, cuando parece que es imposible continuar, precisamente entonces debemos reunir el valor de un soldado, y proseguir.
Debemos estar bien conscientes de los riesgos y las trampas implícitos en esto. También tenemos que estar despiertos para disponer del elevado grado de sabiduría que se necesita cada vez que tenemos que ejercer un liderazgo cristiano. Pero también debemos estar instintivamente conscientes de las incalculables recompensas y las inmensas ventajas implícitas en el intenso esfuerzo de permanecer firmes, de vivir, trabajar y actuar con un valor irrefutable.
Sobre el autor: Director de la revista Ministry.