¡Cuán grandes cosas podrá obrar Dios para el progreso de su causa! No hay duda de que vivimos en la época de la oportunidad dorada de la iglesia. El Espíritu del Señor está obrando por todos los medios para despertar la sed del Evangelio entre las gentes. Hoy hablamos en términos de grandeza para referirnos a la influencia que alcanza nuestra iglesia y en cifras de miles al rendir los informes de las almas ganadas cada año. Nuevas congregaciones han surgido en lugares que nos parecían inexpugnables para la verdad. Todo esto nos hace pensar que la iglesia está viviendo días de progreso innegable. Este es un cuadro animador, si tenemos en cuenta que todos anhelamos el encuentro con Jesús.
Por otra parte, tenemos el espectáculo de las actividades del mundo. Este también es un cuadro de progreso, de extraordinario avance hacia la definitiva consumación de todas las cosas. Parecería que los hombres se apresuran a definir el rumbo de su historia. Ante esta otra cara del panorama universal hay una pregunta ineludible que surge en la mente adventista: ¿Estará nuestro movimiento a la altura de la hora presente? No podemos responder sin pensar en los miles y millones de almas que quedan por amonestar. Nuestras congregaciones en las ciudades grandes y pequeñas representan sólo un mínimo del porcentaje de la población. Esto nos hace dar cuenta de que es indispensable que apresuremos el paso.
Una obra organizada
Una de las mayores necesidades que tenemos como ministros es la de comprender que el tiempo es corto y que nuestras actividades deben recibir una atención que esté a la altura de la brevedad de la hora. Dice el espíritu de profecía: “El tiempo es corto y nuestras fuerzas deben organizarse para hacer una obra más amplia” (Joyas de los Testimonios, tomo 3, pág. 295). En muchos lugares se está escuchando este llamado de Dios, y hemos visto las fuerzas vivas de la iglesia empeñarse en una tarea abarcante y sistemática. Nuestra feligresía ya es consciente del deber que le corresponde cumplir en el cometido de la evangelización del mundo. Continuamente está oyendo palabras como éstas: “Tan ciertamente como hay un lugar preparado para nosotros en las mansiones celestiales, hay un lugar designado en la tierra donde hemos de trabajar para Dios” (Lecciones Prácticas del Gran Maestro, pág.297). Ya que hemos creado la conciencia del servicio en nuestra feligresía, sólo resta llevarla al campo de la actividad. Los hermanos responden, y sin embargo muchas iglesias languidecen por falta de un servicio activo, debido quizás a dos factores:
1. Falta de conocimientos para prestar el servicio.
2. Falta de un plan definido de trabajo.
Veamos esto: “La mejor ayuda que los pastores pueden prestar a los miembros de nuestras iglesias no consiste en sermonearlos, sino en presentarles planes de trabajo. Dése a cada uno algo que hacer por otros” (Servicio Cristiano, pág. 37). “Muchos pastores fracasan al no saber, o no tratar de conseguir que todos los miembros de la iglesia se empeñen activamente en los diversos departamentos de la obra de la iglesia” (Obreros Evangélicos, pág. 208).
Esto explica por qué algunas iglesias, teniendo las mismas posibilidades que otras en el campo misionero, talentos y material humano, obtienen gran diferencia en el número de las almas ganadas y en la influencia ejercida en su medio: unas gozan del privilegio de contar con dirigentes que impulsan un programa organizado con miras definidas en el trabajo; las otras carecen de esta dirección.
Obra definida y sistemática
“Los ancianos y todos los que sean dirigentes en la iglesia, han de conceder más reflexión a sus planes para llevar adelante la obra. Han de hacer arreglos de modo que cada miembro de la iglesia tenga una parte que desempeñar; que ninguno viva sin objeto alguno, sino que todos puedan efectuar cuanto les permita su capacidad” (Servicio Cristiano, pág. 33).
La mayor parte de la obra misionera que nuestros hermanos están haciendo se reduce a dar una información de nuestro mensaje, pero es ya tiempo de encauzar dicha obra para que rinda frutos definidos en almas. Cuán grandes cosas realizarían la mayoría de ellos si tuviese método, constancia y propósitos definidos. Citemos como ilustración el caso del Hno. José del C. Sánchez, miembro de una de nuestras mayores congregaciones. Según cálculos hechos por varios ministros de su iglesia, este hermano ha traído a las filas adventistas cerca de, 400 almas en la ciudad y en el campo. Su método de trabajo consiste en lo que sigue: Selecciona publicaciones que le permitan hacer una buena aproximación para luego ir de casa en casa en su presentación. Una semana más tarde regresa a los lugares visitados para informarse de los resultados. Esto le permite encontrar los intereses que busca. Una vez creado el interés, continúa con una serie completa de estudios bíblicos hasta conducir las personas a la clase bautismal que dirige el pastor. Entonces empieza a trabajar en otro sector de la ciudad. Cuando algún evangelista dirige un ciclo de conferencias, lleva a todos sus interesados a las reuniones. En cuanto a la obra que ha realizado en el campo, se sabe que inició el núcleo de dos congregaciones numerosas que ya han sido organizadas como iglesias. Obra definida y sistemática es lo que se requiere de nuestros hermanos. Somos nosotros los ministros los llamados a inspirar un servicio tal y guiar a los miembros de iglesia a la posición desde la cual puedan efectuar un trabajo en conformidad con los dones que han recibido de Dios, quien “dio facultad a sus siervos, y a cada uno su obra” (Mar. 13:34)
En una gira reciente asistí a la reunión de los obreros voluntarios de cierta iglesia. Los hermanos se disputaban el honor de rendir informes que eran más o menos de este tono: “Tengo organizado un nuevo grupo de creyentes”. “Pasé el fin de semana en… y asistieron 50 personas a las reuniones. Ya tenemos 8 candidatos listos para el bautismo”. Gracias a Dios fueron bautizadas las primeras cinco personas de la obra que iniciamos en… Cincuenta escuelas sabáticas se habían organizado en aquel distrito. Todo daba la impresión de que había un programa en marcha.
Los distintos grupos misioneros que nuestra organización promueve constituyen campo abierto para alistar en ellos a la totalidad de nuestros miembros. Hoy, más que nunca, dependemos de las fuerzas vivas de nuestra feligresía y de programas de trabajo definidos e inteligentes; por lo tanto, un empeño mayor debe ser dirigido a unir la actividad de los miembros de iglesia con nuestros programas misioneros.
Sobre el autor: Director departamental de la Unión Colombo-Venezolana.