El caminar en Cristo presupone el recibir a Cristo. Ambos aspectos son vitales. Ambos son necesarios.

El evangelismo y el hacer discípulos no constituyen una opción en el compromiso cristiano. Necesitamos a ambos a fin de cumplir la gran comisión que el Señor nos ha dado.

El evangelismo público está siendo atacado. Muy a menudo oímos el mismo clamor: “Los nuevos miembros no permanecen, hoy están aquí y mañana se van”. “Programe esa campaña en cualquier otra iglesia”. “La mayoría de los bautismos son al vapor”. “Estamos gastando mucho y obteniendo poco”. “¿Evangelismo? No, gracias”. “Queremos concentrarnos en el cuidado de los miembros”.

Esta aparente insatisfacción no es exclusiva de los adventistas. El Dr. Win Arn, presidente del Instituto para el Crecimiento de la Iglesia en Norteamérica, Pasadena, California, encuentra “que la misma palabra evangelismo está tan íntimamente asociada con muchas actividades inefectivas e improductivas que intentan cristianizar a los inconversos que, aun el uso de la palabra crea obstáculos en las mentes de los laicos en la mayoría de las iglesias locales”. “Quizá dentro de algunas generaciones”, dice, “pueda reintroducirse la palabra, cuando los estigmas inexactos y estereotipados se hayan olvidado. Pero por ahora, hasta el mismo término está en proceso de desaparición”.[1]

Pero, ¿a qué se debe esta insatisfacción si el evangelismo ha sido siempre el método más exitoso en la ganancia de almas?

Por supuesto, el descontento no se debe al hecho de añadir nuevos miembros a la iglesia. Por todas partes veo a los miembros de la iglesia orando por los perdidos y expresando su esperanza de ganarlos para Cristo. Creo que, en gran medida, el descontento con el evangelismo se debe a la forma como medimos el éxito de los esfuerzos evangelísticos y nuestro creciente fracaso en incorporar nuevos miembros a la iglesia.

Demasiado a menudo intentamos cumplir la gran comisión de Cristo sólo mediante actividades para ganar almas, y por lo tanto tendemos a medir nuestros logros por el número de bautismos que realizamos más que por el número de discípulos que hacemos. En consecuencia, se le da gran atención y se hacen grandes esfuerzos y gastos en el intento de ganar nuevos miembros, pero poca atención y seguimiento a la conservación de esas personas dentro del redil. De modo que el problema no es qué hemos hecho en evangelismo, sino qué hemos ignorado en asimilación. Con mucha frecuencia actuamos como si nuestra responsabilidad terminara cuando una persona viene a Cristo. Nos conformamos con el evangelismo, cuando en realidad lo que sigue es hacer discípulos.

El evangelismo y el hacer discípulos

Existe una diferencia fundamental entre el evangelismo y el hacer discípulos. En el evangelismo el éxito se logra cuando un incrédulo responde al llamado y endosa personalmente un nuevo conjunto de convicciones relacionadas con la fe cristiana. Ese éxito se mide por un evento, llamado bautismo, en un momento definido de tiempo. En la tarea de hacer discípulos, el éxito se logra cuando ese creyente es conducido a adoptar un cambio en su estilo de vida y en su comportamiento, de modo que el nuevo conjunto de convicciones, en relación con la fe cristiana obtenidas en el evangelismo, llegue a integrarse a la vida personal y a las relaciones interpersonales.

Si bien hemos experimentado grandes éxitos en el evangelismo, éste es el tipo de éxito que podría destruir aquello mismo que intenta sostener. A menos que hallemos formas efectivas de conservar a los nuevos miembros dentro de la iglesia y los incorporemos a la vida de la congregación, el evangelismo está condenado al fracaso. Como dice el Dr. Peter Wagner, especialista en crecimiento de iglesias, el evangelismo es un medio de hacer discípulos. Si ese resultado definitivo no está presente, “es difícil continuar su justificación (del evangelismo). ¿Por qué? Porque sólo realizando el fin, que es hacer discípulos, pueden justificarse los medios”.[2]

Cuando Jesús le presentó el mensaje del Evangelio a Nicodemo, habló de la vida cristiana en términos de nacimiento (Juan 3:1-7) Las Escrituras demuestran claramente que “nacer del agua” se refiere al bautismo (Rom. 6:4; 8:1). Ambas experiencias, nacer del agua y nacer del Espíritu, son componentes esenciales de la vida cristiana.

Mientras que estas dos experiencias son inseparables, es necesario definir en forma clara sus diferencias. El no poder hacer esta distinción lleva a muchos a creer que el discipulado sigue automáticamente al bautismo. El nacimiento es un evento muy gozoso, completo en sí mismo, pero insuficiente. Si un niño permaneciera en la condición de recién nacido toda la vida, su nacimiento dejaría de ser un evento gozoso. Todos esperamos crecer, experimentar un crecimiento sostenido, significativo y expresivo. Pero comprendemos también al mismo tiempo que nadie nace como adulto. La adultez se logra a través de la alimentación y el crecimiento a través del tiempo.

La analogía del nacimiento físico ofrece muchas lecciones con respecto a la vida de los cristianos recién nacidos.

1. La llegada de un bebé trastorna completamente el status quo de la familia. Los patrones establecidos de “cómo debieran ser las cosas” se descartan rápidamente.

2. Los recién nacidos son totalmente dependientes. Si se los dejara solos, sin el apoyo de los padres, los infantes se hallarían inmediatamente en dificultades.

3. Los bebés, siendo por naturaleza egoístas, e inconscientes de que otros también tienen necesidades, esperan que los miembros de la familia suplan totalmente sus necesidades.

4. Los bebés, por lo general, expresan sus demandas con métodos socialmente inaceptables; llanto, pataleo y chillidos, porque es su único recurso en materia de comunicación. Sólo el crecimiento produce un cambio.

5. Los recién nacidos necesitan que se les vigile constantemente en su crecimiento para que tomen medidas correctivas si se considera necesario.

6. Los recién nacidos carecen totalmente de discernimiento y responsabilidad al punto de ingerir fácilmente algo que podría dañarlos.

7. Aunque los infantes reconocerían rápidamente a quienes los cuidan, es probable que acepten sin titubear alimento, o daño, de otros.

8. Cuando un bebé nace prematuramente deben redoblarse los esfuerzos y tomar­se medidas heroicas para salvarle la vida. El no hacerlo trae graves consecuencias.

9. Un crecimiento firme y consistente, requiere nutrimento y cuidado. La responsabilidad de proveer esto compete a los padres, no al infante.

10. La madurez toma tiempo, pero no se produce automáticamente con el paso del tiempo. Los padres deben enseñar a los niños reiteradamente los deberes sencillos para ayudarles a que eventualmente tomen sus propias decisiones.

Lo mismo ocurre en la vida espiritual: el bautismo es sencillamente el momento del nacimiento, un tiempo de gozo, es cierto, pero no de paz y tranquilidad. Así como un recién nacido que llega a la familia, los nuevos miembros que se unen a la iglesia pueden trastornar el status quo, pueden requerir apoyo constante, pueden necesitar que se les cuide y promueva su proceso de crecimiento; puede ser que sean prematuros y que requieran cuidado especial y muchísimo tiempo y atención. Una iglesia no puede evadir la responsabilidad de cuidarlos, a fin de asegurar la salud y un crecimiento sostenido de los nuevos creyentes.

Cari Wilson dice que Satanás ha hecho caer a la iglesia en la trampa de divorciar el evangelismo del cuidado y desarrollo de los discípulos. “¿En qué parte de las Escrituras dice que Jesús o los discípulos separaron las dos ideas o las pusieron en conflicto entre sí? El evangelismo es el proceso de ganar a los hombres, capacitándolos para entrar en el reino de los cielos. El instruir a los discípulos es el proceso de enseñarles a los nuevos ciudadanos cómo obedecer las leyes del Rey y cómo ganar e instruir a otros para que hagan lo mismo”.[3]

Por tanto, en cierta medida, es nuestra eclesiología, la forma como vemos la naturaleza de la misión de la iglesia, lo que determinará el crecimiento y la transformación de ella. Si la iglesia sólo es una agencia evangelística, tendremos bautismos, pero no se garantiza el cuidado e instrucción continua de los discípulos; por otra parte, si junto con su misión evangelística la iglesia acepta la responsabilidad del cuidado pastoral y el crecimiento de la iglesia, estaremos en camino de cumplir nuestra responsabilidad de hacer discípulos.[4]

Pediatría espiritual

Henrichsen usa este motivo paternal para enfatizar la atención posevangelística: “El seguimiento, por tanto, es pediatría espiritual. Tiene que ver con el cuidado y protección del infante espiritual. Se relaciona con el desarrollo de los nuevos bebés en Cristo desde el momento de su nuevo nacimiento en Cristo hasta que crezcan y puedan valerse por sí mismos”.[5]

¿Cómo enfocar, entonces, esta pediatría espiritual y asegurar que los nuevos creyentes obtengan una atención apropiada en la instrucción y cuidado de la iglesia y sean incorporados a ella? Sugiero cinco principios.

1. Para una iglesia orientada hacia el evangelismo la atención, la instrucción y la alimentación espiritual de los nuevos creyentes es una necesidad, no una opción. En realidad, la instrucción y el cuidado de los nuevos discípulos es una parte de todo el proceso del evangelismo y el ministerio pastoral. ¡En realidad, cualquier cosa inferior a un esfuerzo integral para conservar la cosecha de almas que el Espíritu Santo nos da, es abuso infantil!

El evangelismo al cual está llamada la iglesia nunca será completo hasta que los nuevos creyentes practiquen la voluntad de Dios en sus elecciones y acciones. Equipar a los cristianos recién nacidos para esta difícil tarea, y guiarlos en el proceso, es hacer discípulos.

Esta es la misión de la iglesia. Desafortunadamente, es una tarea que con demasiada frecuencia no cumplimos. Tenemos la tendencia a bautizarlos y olvidarlos. Sin embargo, el Nuevo Testamento enseña claramente que el desarrollo del caminar del cristiano ocurre dentro de la iglesia. Hacer discípulos y bautizar creyentes debe ser seguido de “enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:20). Aquellos que se volvieron a Cristo el día de Pentecostés “perseveraban en la doctrina de los apóstoles” (Hech. 2:42). Apolos había aceptado a Jesús ardientemente, pero necesitaba mucho la ayuda de Aquila y Priscila para que lo tomaran aparte y le enseñaran el Camino (Hech. 18:26).

“La transformación de la vida a la imagen de Cristo no es personal, sino privada. Es individual, pero siempre en la comunidad de la fe (1 Juan 1:3)… el individuo requiere la ayuda y enseñanza de la iglesia, y la iglesia, para ser completa, requiere los dones de todos sus miembros. La transformación ocurre en los individuos, pero en el contexto de la comunidad de la iglesia (1 Cor. 12:12-26)”.[6]

2. Incorporar a los nuevos miembros en todas las actividades y el compañerismo de la iglesia. Al estudiar nuestra denominación, Roger Dudley y Des Cummings, Jr., escribieron: “¿De qué sirve bautizar nuevos conversos si no logramos incorporarlos a una membresía responsable que evite que pronto se escapen por la puerta trasera? ¿No se le da a un miembro estable el mismo valor que a un converso ganado? Si no promovemos un fuerte crecimiento espiritual interno dentro de las congregaciones, pronto encontraremos que estamos trabajando contra nosotros mismos. Podemos perder más de lo que hemos ganado. Al final hallaremos que no sólo no hemos crecido internamente, sino que incluso el crecimiento en números que buscamos tan ansiosamente nos habrá eludido. Habremos perdido todo”.[7]

Necesitamos pensar constantemente en el proceso por el cual ayudamos a asimilar a los nuevos miembros a la vida de la iglesia. Personalmente me siento alentado al ver el gran paso que se ha dado con el nuevo curso de orientación de siete sesiones de duración titulado, Welcome to the Family (Bienvenido a la familia). que el Home Study International ha producido. El curso es una introducción al Mundo Adventista, su historia, sus tradiciones, cultura, esperanzas, y necesidades. Habla acerca de la forma como observamos el sábado, por qué tenemos escuelas, cómo funciona nuestro sistema de mayordomía y todo lo referente a la iglesia. Su propósito es ayudar a asimilar a los nuevos miembros a la vida plena de la iglesia. La clave no es dar más información sino la idea de una puerta abierta que invita urgentemente a entrar y a permanecer adentro. Eso es alimentar, instruir, animar y ayudar al desarrollo de los nuevos miembros.

3. Reconocer que el conocimiento solo no es suficiente para ayudar a crecer a los nuevos miembros. Cuando nos chasqueamos al ver la falta de madurez en la vida de los nuevos creyentes, somos tentados a interpretar su vida espiritual como defectuosa, y sus luchas como evidencia de que no fueron bien instruidos antes del bautismo. Razonamos que si se les hubiera dado una instrucción adecuada, los nuevos miembros “se adaptarían a nuestra iglesia”. Asumir una posición así es indicar que equiparamos conocimiento con desarrollo espiritual, y las luchas y las caídas con pobreza espiritual. Cuando los nuevos miembros ven esa ecuación en la iglesia, se desalientan y abandonan la comunión incluso antes de comprender sus esperanzas recién halladas.

Aunque no favorezco una mala preparación de los candidatos al bautismo o que se les dé menos instrucción de la que reciben actualmente, es importante darnos cuenta que el conocimiento solo nunca producirá los deseados frutos del Espíritu.

Engel y Morton analizan este énfasis sobre “la instrucción correcta” para producir el discipulado y concluyen: “Algunos…aseverarían que la cantidad de conocimiento doctrinal que uno tiene es la mejor medida de su madurez espiritual. Según esto, los nuevos creyentes serían formados primariamente a través de una instrucción y predicación estrictamente doctrinal. Si el conocimiento doctrinal es, en sí mismo, la esencia de la madurez espiritual, entonces, la iglesia evangélica, especialmente en los Estados Unidos, debería caracterizarse por creyentes que están usando sus músculos espirituales para trastornar el mundo”.[8]

4. Para los nuevos creyentes el período posbautismal puede estar lleno de tensiones y luchas. Ben Campbell Johnson, en su profundo libro Rethinking Evangelism: A Theological Approach, demuestra que una persona experimenta en su proceso de madurez, conciencia de lo que está haciendo, de nuevas decisiones, y responde con un crecimiento y desarrollo de su experiencia: “La experiencia de la regeneración crea nuevas relaciones con Dios que se manifiestan mediante un gozo, una paz, y una unidad en lo íntimo del ser. Pero esta nueva vida no se desarrolla sin dificultad y lucha. La antigua vida alienada desafía inmediatamente a ésta nueva creación (Rom. 7:21-25; Gál. 3:1-5). Para algunas personas la nueva vida del Espíritu irrumpe en la conciencia con una fuerza tal, que se sienten completamente separados de la vida antigua. Pero con el paso del tiempo, los viejos hábitos retornan, los pensamientos impuros y malos deseos atacan de nuevo. Atrapados en ‘estas contradicciones, los nuevos conversos se dan cuenta que este nuevo estado de su vida no ha creado, necesariamente, una persona totalmente nueva. Esta lucha Interior entre lo viejo y lo nuevo forma la matriz dentro de la cual se realiza la obra de la santificación”.[9]

Engel y Norton subrayan también esta lucha de los nuevos conversos al tratar de aplicar las normas bíblicas a los problemas de la vida diaria. “Esta (lucha) es un proceso natural, pero difícil, en el cual el creyente es conformado por el Espíritu Santo a la imagen de Cristo. El caso es que los creyentes deben recibir ayuda en esta lucha. Este es el verdadero significado del cultivo (seguimiento). A veces será necesario podar y amonestar. Y en otras, lo que se necesita es fertilización, aliento, dirección y enseñanza”.[10]

5. Alimentar, educar y alentar toma tiempo. La prisa es, con mucha frecuencia, el sello distintivo de nuestra expectación con relación a la madurez de los nuevos creyentes. En nuestra ansiedad por ver resultados inmediatos hasta pareciera que somos capaces de colgar frutos artificiales en el árbol en vez de esperar que los genuinos aparezcan. Hablando de la función de la iglesia en el proceso de la madurez cristiana, Richard Neuhaus dice: “El impulso por imponer el estilo de vida cristiano o el modelo de servicio está mal dirigido. Al menos es restringido, inevitablemente resulta en que produce cristianos enajenados de la iglesia”.[11]

Para concluir: el evangelismo y el hacer discípulos no son asuntos opcionales. Necesitamos tanto una buena preparación para el bautismo como un seguimiento completo posterior. Los creyentes que luchan espiritualmente necesitan nuestra aceptación y amor así como un proceso definido de asistencia en el desarrollo de su madurez espiritual. Debemos vincular candidatos bien preparados con congregaciones igualmente preparadas para aceptarlos, alimentarlos y ayudarlos en todo, aun cuando se encuentren luchando espiritualmente.

Pero algunos miembros antiguos podrían preguntar, “¿por qué no se hace esto antes del bautismo? ¿Por qué no podemos lograr la madurez desde el momento en que se registran en el libro de la iglesia?” George Sweazey recurre al apóstol para dar una respuesta: “‘De la manera que habéis recibido al Señor Jesús, andad en él’. Todo debe empezar cuando recibimos a Jesús como Señor. Ninguna cantidad de enseñanza o capacitación puede sacar un cristiano de una persona que no ha dado este paso. ‘Usted no puede enseñar a volar a un huevo antes que éste haya empollado’”.[12]

El caminar en Cristo presupone el recibir a Cristo. Ambos aspectos son vitales. Ambos son necesarios. Pero el orden es importante. “El evangelismo no sólo debe llevar a la gente a Cristo como Señor; también debe iniciarla en su caminar cristiano”.[13] Sweazey dice que el hecho de que la iglesia haya descuidado esto constituye el escándalo del evangelismo. Cuando la iglesia pasa por alto su deber de educar y nutrir a los nuevos creyentes, fracasa en la responsabilidad que Jesús le ha dado, quien dice, “por cuanto lo hicisteis a uno de mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis” (Mat. 25:40).

Sobre el autor: James R. Cress es evangelista y educador de ministros de mucho éxito y también pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Marietta, Georgia.


Referencias

[1] C. Peter Wagner, Win Arn y Elmer Towns, Church Growth: The State of the Art (Wheaton, III.: Tyndale, 1986), págs. 57, 58.

[2]  C. Peter Wagner, Your Church can Grow (Ventura, Ca.: Regal Books, 1984), pág. 161.

[3] Cari Wilson, With Christ in the School of Disciplemaking (Grand Rapids, Mi.: Zondervan, 1976), pág. 219.

[4] George E. Sweazey, The Church as Evangelist (San Francisco: Harper and Row, 1978), pág. 193.

[5] Walter A. Henrichsen, Disciples are Made not Born (Wheaton, III.: Víctor Books, 1986), págs. 79, 80.

[6] Ben Campbell Johnson, Rethinking Evangelism (Philadelphia: Westminster Press, 1987), pág. 95.

[7] Roger L. Dudley and Des Cummings, Jr., Adventures in Church Growth (Hagerstown, Md.: Review and Herald Publishing Association, 1983), págs. 33, 34.

[8] James F. Engel y Wilbert Norton, What’s Gone Wrong with the Harvest? (Grand Rapids, Mi.: Zondervan, 1975), pág. 52.

[9] Johnson, pág. 95.

[10] Engel y Norton, pág. 54.

[11] Richard John Neuhaus, Freedom for Ministry (San Francisco: Harper and Row, 1979), pág. 99.

[12] Sweazey, pág. 193.

[13] Ibid.