Si la manera en que los pastores conviven unos con otros, si hablan bien o mal unos de otros y sus relaciones están en armonía con la Palabra de Dios, ciertamente, esto ejercerá una gran influencia sobre el progreso del evangelio, ya sea para bien o para mal. Elena de White afirmó: “No hay nada que retarde tanto y perjudique la obra en sus diversas ramas como los celos, las suspicacias y las malas sospechas. Estas cosas revelan que prevalece la desunión entre los obreros de Dios. El egoísmo es la raíz de todo mal”.[1]

Un tema tan grande como este sugiere muchas causas que podrían dañar las relaciones interpersonales entre pastores. Sin la pretensión de ser exhaustivo, en este artículo nos proponemos analizar el orgullo, la envidia, el espíritu de competición, el individualismo, la crítica destructiva al antecesor, el entrometimiento en el trabajo del colega y el coqueteo con el poder como causas posibles de las heridas causadas en la ética pastoral.

Orgullo y envidia

Cierto pastor de éxito en el arte de predicar se enorgullecía de su presencia en el púlpito y, por eso, le preguntó a su esposa:

-¿Cuántos grandes predicadores piensas que existen hoy en nuestra iglesia?

Sin pestañear, la esposa respondió:

-Uno menos de los que tú crees.[2]

Richard Baxter advirtió que “si Dios expulsó del cielo a un ángel orgulloso, tampoco tolerará a un predicador orgulloso”.[3]

El orgullo nos hace pensar que somos indispensables, nos lleva a nutrir sentimientos de superioridad, y nos engaña con la falsa percepción de que nuestra riqueza y posición son frutos de nuestro trabajo y habilidades. El consejo de la Palabra de Dios es: “[No] digas en tu corazón. Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza” (Deut. 8:17). Al amonestar a sus discípulos a no preocuparse por el primer lugar en el banquete, Cristo denunció el orgullo, al decir: “Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el primer lugar, no sea que otro más distinguido que tú esté convidado por él […]. Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Luc. 14:8, 11). A su vez, Pablo aconseja: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:3, 4).

Siempre que, durante un concilio, un grupo de pastores se sienta a la mesa para disfrutar una comida, y alguien habla con énfasis del seminario en que se graduó, de los títulos y la competencia de sus profesores, y de su programa de práctica pastoral, los demás se agrupan para el contraataque. Lo mismo sucede cuando nos vanagloriamos de nuestros métodos de trabajo, estadísticas, predicación y carrera. Si el orgullo es la excesiva preocupación por nuestras realizaciones y habilidades, la envidia tiene el blanco de las realizaciones, las posesiones y las habilidades de los demás pastores.[4]

Toda persona que desee algo que otro posee puede entender el resentimiento de Acab, en el episodio de la viña de Nabot. Es decir, anhelamos tanto la popularidad que llegamos a envidiar las funciones y la reputación de nuestros colegas que son preferidos en lugar de nosotros. De hecho, vemos el éxito de los demás como una amenaza de nuestro propio ministerio[5] y, por lo tanto, a veces, no podemos celebrar las victorias de nuestros colegas y hasta despreciamos sus conquistas.

Competición e individualismo

Stephen Covey muestra la incoherencia de las tácticas motivadoras que tomamos prestadas del mundo de los negocios.[6] Al intentar entender por qué existe un bajo nivel de cooperativismo entre los empleados de determinada empresa, notó un cuadro comparativo en la pared de la oficina del presidente.

En ese cuadro, había varios caballos de carrera alineados en diferentes rayas y, encima de cada caballo, la foto de uno de los gerentes de la empresa. En la línea de llegada, había un lindo póster de una playa famosa. En las reuniones semanales, el presidente decía a su grupo: “Vamos a trabajar juntos”. Entonces, señalaba el cuadro y desafiaba: “¿Quién ganará el premio?” Quería motivación, pero instigaba la competición. El éxito de uno significaba el fracaso de los demás.

Por nuestra parte, las aspiraciones pastorales son moldeadas por cierto énfasis, adquirido de nuestra cultura, en la individualidad y en la competición. Todos tienen la necesidad interna de experimentar sentido de propósito en la vida, a través de su participación en una causa digna y en relación con la comunidad.[7] También es verdad que tenemos aspiraciones individuales aparte de la comunidad. Los jugadores de fútbol que se quedan en el banco de suplentes animan a su equipo, al mismo tiempo que les gustaría estar en el campo de juego haciendo el gol de la victoria.

Creo que es natural aceptar como un privilegio ser escogidos como oradores de determinado evento, nombrados para alguna función de mayor responsabilidad o tener alguna realización destacada con énfasis. Pero, si tuviéramos individualidad sin experimentar comunidad, acabaremos sintiéndonos aislados y desmotivados por la falta de aceptación. Una sugerencia para disminuir la diferencia entre los impulsos interiores de la individualidad y de la comunidad sería, primeramente, la práctica de la cooperación mutua y, en segundo lugar, compartir recursos e ideas ministeriales.[8]

Por ejemplo, al ser transferido de distrito o de iglesia, deje al sucesor informaciones útiles, como direcciones de interesados, mapas de localización de congregaciones o miembros, registros de donantes y listas telefónicas que incluyan a los oficiales de iglesia, los miembros y principales servicios de la ciudad.[9] Evite la actitud de “lobo solitario”, que lleva a algunos a faltar a concilios y encuentros ministeriales destinados a promover la comunión, la inspiración e ideas para un pastorado fructífero.[10]

Crítica al antecesor

Collins y Price mencionan que el primer acto de gobierno eclesiástico del recién electo papa Esteban VI, en el otoño de 896 d.C., fue mandar a desenterrar a su antecesor, el papa Formoso. Después de vestirlo con ropas pontificias, se leyeron las acusaciones contra el difunto. Finalmente, le cortaron los tres dedos con que Formoso daba la bendición y arrojaron el cuerpo al río Tiber. Esteban había sido un oponente envidioso y virulento de Formoso, y actuó así para denigrar su ministerio. No es necesario decir que también tuvo un fin violento. Este triste ejemplo ilustra la falta de ética de un pastor para con su antecesor, y sugiere algunas actitudes y cuidados prácticos que deben ser cultivados.

Al asumir un nuevo distrito, no tengamos demasiada prisa para descartar el programa del antecesor. Antes, demostremos sabiduría al igual que respeto en mantener lo que está funcionando.[11] En la revista O Ministério Adventista, de julio-agosto de 1959, fue publicado el así llamado “Código profesional para obreros”, que todavía es muy útil para seminaristas y pastores. En el párrafo que destaca la relación del pastor con los colegas, el código presenta las siguientes sugerencias:

“No haga insinuaciones desfavorables acerca de su antecesor o sucesor mediante palabras, miradas o indirectas; no permita que el celo profesional nuble su juicio, recordando este principio: ‘en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros’ (Rom. 12:10); dé el crédito debido a las ideas y al trabajo de los demás, y haga humildemente todo lo que le sea posible para cooperar con ellos y hacer que su obra tenga éxito”.

De manera semejante, los pastores asistentes deben ser leales a sus supervisores. En asuntos administrativos en los que sus ideas difieran de las de ellos, deben seguir las orientaciones de los supervisores.[12]

Entrometimiento

Aun cuando esté comprometido con el ministerio entre los miembros de su propio distrito, el pastor no es una isla. Mantiene relaciones con otros de su comunidad local y con personas de la iglesia mundial. A pesar de todo, su llamado está limitado a su distrito y a los miembros. No tiene derecho a aconsejar ni a bautizar a miembros de otro distrito, ni tampoco realizar cualquier función pastoral en favor de ellos, sin el permiso del pastor respectivo.

La interferencia o intromisión en los asuntos de otro pastor o distrito puede asumir diferentes formas. Intentar atraer a miembros de otro distrito pastoral para que dejen las congregaciones de las que son miembros activos y se transfieran a su rebaño es un comportamiento altamente antiético. Se puede decir lo mismo del pastor que ya trabajó en determinado distrito y, habiendo sido transferido a otro lugar, acepta la invitación de un miembro para oficiar el funeral de un fallecido sin haber hecho algún contacto con su sucesor en esa región. Cualquier falla en ese sentido puede crear una severa ruptura de la ética pastoral que puede dañar las relaciones.

El mismo principio se aplica a las ceremonias de casamiento, bautismos y a la tendencia que tienen algunos de mantener contacto telefónico o por Internet con personas insatisfechas con el pastor actual, haciendo comentarios despreciativos acerca de las habilidades de este. Todo esto es una evidente interferencia en la vida de una congregación que ya no pastorea más.[13]

Coqueteo con el poder

Un concepto que, lamentablemente, moldea nuestro pensamiento como pastores es la metáfora: “Fulano subió, mengano cayó”, o la nata siempre sube”. Para los que anhelan funciones ejecutivas, el trabajo de pastor de distrito no es atractivo. Nuestra sociedad enseña el alto valor del poder, de la fama y del prestigio conferidos por ciertas funciones. Por eso, se imagina que, cuanto más deseen las personas estas funciones, más valiosas se harán. Aquí, el primer punto que debe ser evitado es la autocompasión; abandonar la impresión de que no somos estimados como deberíamos serlo. Pero “quienes piensan que su trabajo no es apreciado y ansían un puesto de mayor responsabilidad, deben considerar que ‘ni de oriente, ni de occidente, ni del desierto viene el ensalzamiento. Mas Dios es el juez: a éste abate, y a aquél ensalza’ (Sal. 75:6, 7). Todo hombre tiene su lugar en el eterno plan del Cielo. El que lo ocupemos depende de nuestra fidelidad en colaborar con Dios”.[14]

Y más: “Si hay quienes tengan aptitud para un puesto superior, el Señor se lo hará sentir, y no solo a ellos, sino a los que los hayan probado y, conociendo su mérito, puedan alentarlos comprensivamente a seguir adelante. Los que cumplen día tras día la obra que les fue encomendada serán los que oirán, en el momento señalado por Dios, su invitación: ‘Sube más arriba’ ”.[15]

Somos exhortados a tener como blanco el elevado patrón de calidad en nuestro ministerio, no el blanco de la elevada posición. Naturalmente, la mejor forma de ser invitado a ocupar una función de mayor responsabilidad es ser consistentemente eficiente en la realización de los trabajos considerados más simples.

El problema que debe ser evitado aquí es la tentación de “buscar llamados”, de involucrarnos en campañas para ocupar algún departamento o de usar tácticas de corta duración en crecimiento de iglesia, para adquirir mayor visibilidad. Es posible manipular las estadísticas en provecho propio, al demostrar prisa en acrecentar personas al papel de miembros y lentitud en la remoción de los miembros inactivos. Pero, así diluimos el discipulado que debe ser desarrollado en nuestro distrito pastoral. En lugar de eso, debemos trabajar donde estamos y buscar perfeccionar lo que estamos haciendo, dejando los resultados por parte de Dios.[16]

El Nuevo Testamento sugiere un modelo ideal de comunidad (Hech. 2:44-47), en el que compartimos las cargas entre todos, nos alegramos por el éxito de los otros y nos entregamos completamente al servicio hacia los demás. Con estos objetivos, Jesús oró: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:21).

Con el fin de llegar a esa unidad y mutualidad, necesitamos la gracia de Cristo, para evitar las cinco trampas consideradas aquí. Para promover y solidificar el sentido de comunidad pastoral, debemos trabajar intencionalmente. Y debemos celebrar, cuando percibimos su realidad entre nosotros.

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Facultad Adventista de Bahia, Cachoeira, BA, Rep. del Brasil.


Referencias

[1] Elena G. de White, El evangelismo, p. 459.

[2] Robert Schnase, Ambition in Ministry: Our Personal Spiritual Struggle With Success Achievement and Competition (Nashville, TN: Abingdom, 1993), p. 43.

[3] Richard Baxter, O Pastor Aprovado (São Paulo: Publicares Evangélicas Selecionadas, 1989), p. 41.

[4] Schnase, p. 47

[5] Erwin Lutzer, Pastor to Pastor: Taking the Problems of Ministry (Grand Rapids, MI: Kregel, 1998), p. 19.

[6] Stephen Covey, The Seven Habits of Highly Effective People (New York: Simón & Schuster, 1989), pp. 205, 206.

[7] Schnase, p. 56.

[8] Robert J. Radcliffe, Effective Ministry as an Associate Pastor (Grand Rapids, MI: Kregel, 1998), pp. 93-96.

[9] Guía para los ministros, p. 54.

[10] Guia para los ministros, p. 54.

[11] Guía para los ministros, p. 54.

[12] Reidar A. Daehlin, Pastor to Pastor (Minneapolis: Augsburg, 1996), p. 92.

[13] Kurt Brink, Overcoming Pastoral Pitfalls (Saint Louis, MO: Concordia, 1997), p. 117.

[14] Elena G. de White, El ministerio de curación, p. 378.

[15] Ibíd., p. 379.

[16] Guía para los ministros, p. 55.