Aunque se mantiene firme en su propósito de no hacer concesiones en lo que a doctrina se refiere, el adventismo se mantiene abierto al diálogo con otras denominaciones.

Toda persona que ha entrado en contacto con la literatura adventista sabe que, como consecuencia de su tradición doctrinaria histórica, la iglesia no aprueba los intentos de unión religiosa en el molde del ecumenismo moderno.

Unos cuantos textos de Elena de White, la escritora cuya producción literaria es la más leída por los adventistas después de la Biblia, son suficientes para convencer a cualquiera acerca de esta posición. Son éstos:

 “Los papistas, los protestantes y los mundanos aceptarán igualmente la forma de la piedad sin el poder de ella, y verán en esta unión un gran movimiento para la conversión del mundo y el comienzo del milenio tan largamente esperado”.[1]

“Merced a los dos errores capitales: el de la inmortalidad del alma y el de la santidad del domingo, Satanás prenderá a los hombres en sus redes”.[2]

“Muchos consideran la gran diversidad de creencias en las iglesias protestantes como prueba terminante de que nunca se procurará asegurar una uniformidad forzada. Pero desde hace años se viene notando entre las iglesias protestantes un poderoso y creciente sentimiento en favor de una unión basada en puntos comunes de doctrina. Para asegurar tal unión, debe necesariamente evitarse toda discusión de asuntos en los cuales no todos están de acuerdo, por importantes que sean desde el punto de vista bíblico”.[3]

“[…] formará una coalición con el hombre de pecado, y la iglesia y el mundo estarán en una corrupta armonía”.[4]

Del análisis de estos pocos textos de esta escritora adventista deducimos algunos puntos acerca del tema que estamos desarrollando. Aunque Elena de White no use la palabra “ecumenismo” que hoy conocemos, usa, en cambio, la palabra “unión” para referirse a una gran reunión ecuménica tal como la vemos en nuestros días. Para ella, el ecumenismo, o la unión, eran conceptos contrarios a la Palabra de Dios, porque se fundan sobre doctrinas que no tienen base bíblica. El fundamento de esa unión de iglesias no necesariamente abarca todas las doctrinas, sino sólo dos: la inmortalidad del alma y la santificación del domingo, con todas las implicaciones teológicas que derivan de ellas.

La unión será amplia, e implicará al mundo religioso en su totalidad; ya sea por la santificación del primer día de la semana, o por medio del espiritismo y su creencia en la inmortalidad del alma (que puede abarcar religiones cristianas y no cristianas). Esa “unión” tendrá una cabeza, y los demás seguirán sus postulados. Tal unión traerá, como consecuencia, la unión de las religiones con el Estado, con las consiguientes restricciones a la libertad religiosa. Para la Hna. White, el movimiento ecuménico tendrá dos objetivos básicos: una supuesta conversión del mundo y el comienzo, en el mundo, de un milenio de paz. Ese movimiento tendrá apariencia de piedad, pero, en la práctica, negará su eficacia. Será peor; aparentemente, será un movimiento en pro del bien de la humanidad, pero su esencia no será divina.

Participación adventista

¿Participan los adventistas del movimiento ecuménico? Es una buena pregunta, en un momento de pluralidad religiosa y falta de compromiso. La respuesta puede ser sí o no, con ciertas explicaciones: si decimos que sí, todo dependerá del aspecto del movimiento ecuménico sobre el que estemos hablando. Por ejemplo, cuando el ecumenismo defiende la libertad religiosa y los derechos humanos, cuando combate los abusos del racismo o proporciona ayuda burocrática para la entrada de misioneros en lugares no alcanzados aún por el evangelio, no podemos ignorar su lado positivo. Aun así, en esos casos, recomendamos cautela, para no incurrir en una negación de la verdadera fe.

La Junta Directiva de la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día nunca tomó un voto con respecto a su relación con el movimiento ecuménico actual; lo que la iglesia ha hecho fue aclarar que no forma parte del movimiento ecuménico, en el sentido de ser miembro del Consejo Mundial de Iglesias, ni comparte sus objetivos básicos. La Iglesia Adventista se relaciona con el Consejo Mundial de Iglesias en calidad de organización observadora; es decir, es una organización que se mantiene informada acerca de las tendencias y el desarrollo del movimiento.[5]

Para nuestra iglesia, no es aconsejable ser miembro de esa organización, porque en los escritos de Elena de White se advierte que un movimiento de unión de iglesias en el tiempo del fin sería pernicioso, y no correspondería a las expectativas de Dios y su Palabra. Aunque no se debe ser dogmático al respecto, el actual movimiento de unión parece representar el comienzo de la gran confederación del mal que se manifestará en el fin de los tiempos, que le impondrá a la humanidad un falso día de reposo, con la colaboración de las leyes del Estado.

Posibilidades de diálogo

El teólogo adventista Mario Veloso resume la posición de la iglesia en los siguientes términos:

“Los adventistas nunca nos opusimos a la verdadera unidad cristiana […] Pero entendemos que el movimiento ecuménico no significa una unión basada en las doctrinas bíblicas, sino en la apostasía a la que se refiere Apocalipsis 13. Los que forman parte de esa unidad se apartan cada vez más de las enseñanzas de las Sagradas Escrituras […] La Iglesia Adventista no es miembro del Concilio Mundial de Iglesias ni se ha integrado en forma directa en el movimiento ecuménico. Insistimos en que esto no ocurre porque la iglesia se oponga a la unidad del cristianismo […] Esto no impide tampoco que, en alguna oportunidad, un adventista participe como ‘observador en algunas de las reuniones del Concilio Mundial de Iglesias; en ningún momento, sin embargo, como representante oficial de la Iglesia Adventista. También ha habido encuentros entre dirigentes del Concilio Mundial de Iglesias y teólogos adventistas, con el propósito de estudiar determinados puntos de doctrina. La Iglesia Adventista está siempre interesada en aclarar las doctrinas, y lodo lo que pueda hacer en este sentido se hará, frente a cualquier clase de público: esto no significa adoptar las doctrinas o las enseñanzas de los grupos con los cuales estudia las Sagradas Escrituras”.[6]

El gran problema del movimiento ecuménico, en las circunstancias actuales, es precisamente su falta de compromiso con las verdades básicas del cristianismo. Además, tiende, en un sistema de concesiones mutuas, a distorsionar “la fe que una vez le fue entregada a los santos”. La religión verdadera no es una mercadería, de la que sea posible desprenderse para intentar conseguir una unidad eclesiástica que, en la práctica, se pueda convertir en algo meramente convencional, por no existir la preocupación de elaborar un cuerpo de doctrinas que armonice con las enseñanzas básicas de la Palabra de Dios.

Podemos decir que la Iglesia Adventista del Séptimo Día rechaza esa clase de unidad, pero acepta unirse con los que hacen de la verdad bíblica la base de su fe y de su práctica; eso no debe excluir el diálogo respetuoso y esclarecedor con cualquier persona o grupo religioso. Además, la misma Hna. White instruyó a los pastores adventistas para que se acerquen, para que conversen sobre temas de fe y doctrina, con los pastores de otras denominaciones. Esa aproximación serviría para eliminar dudas y prejuicios con respecto al adventismo. Éste es su consejo:

“Nuestros pastores han de hacer suya la obra especial de trabajar por los ministros. No han de entrar en polémica con ellos, sino que, con su Biblia en la mano, han de instarlos a estudiar la Palabra. Si esto se hace, hay muchos pastores que ahora predican el error, que predicarán la verdad para este tiempo (…) Tal vez tengáis ocasión de hablar en otras iglesias. Al aprovechar esas oportunidades, recordad las palabras del Salvador: “Sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (Mat. 10:16). No estimuléis la malignidad del enemigo pronunciando declaraciones denunciatorias. De esa forma, cerraríais las puertas a la entrada de la verdad”.[7]

Es interesante observar que Elena de White no sólo recomendó trabajar por los que no son adventistas, sino también avaló, con reservas, el hecho de que los oradores adventistas predicaran en otras iglesias. En circunstancias diferentes, estimuló la participación y la cooperación de los adventistas en la Unión de Damas Cristianas en pro de la Temperancia, una organización protestante considerada, por algunos en esa época, como parte de la Babilonia espiritual.[8]

La Iglesia Adventista cree que se la estableció para que predique el evangelio eterno “a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). Eso incluye predicar, enseñar, conversar y explicar las creencias, sin hacer concesiones que rebasen los límites señalados por las Escrituras. El hecho de que un dirigente adventista participe del homenaje a un líder de otra denominación, o de que un coro adventista cante en alguna actividad religiosa no adventista, no debe ser interpretado como que se está participando de algún movimiento ecuménico.

Una historia que oí hace algún tiempo nos enseña una lección oportuna: Un cristiano y un espiritista debatieron una noche entera acerca de sus convicciones religiosas. Al día siguiente, el espiritista comentó esta conversación con un familiar y la resumió de la siguiente manera: “Él no concuerda para nada conmigo, pero me ama como persona”. Amar a los que no son de nuestra fe no significa concordar con ellos ni aceptar sus creencias; pero, al respetarlos, podemos compartir con ellos nuestras creencias de manera amorosa, gentil y cristiana,

Sobre el autor: Secretario de la Asociación de Rio Grande del Sur, Rep. del Brasil.


Referencias:

[1] Elena G. de White, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 1993), p. 646.

[2] lbíd., p. 645.

[3] Ibíd., p. 497.

[4] Elena G. de White, Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, p. 986.

[5] Wemer Vyhmeister, Misión de la iglesia Adventista (SALT, 1981), pp. 183-188.

[6] Mario Veloso, “A Igreja Adventista e o ecumenismo”, Revista Adventista (edición brasileña) (junio de 1984), p. 42.

[7]  Elena G. de White, El evangelismo (Buenos Aires: ACES, 1975), pp 409, 410.

[8] George R. Knight, “Otra visión de Babilonia”, Ministerio (noviembre-diciembre de 2002), pp. 21-

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