Una de las realidades que los cristianos quieren expresar’ cuando dicen que la Biblia es inspirada, es que ella ha proporcionado, y sigue proporcionando -en todo tiempo y lugar-, las más profundas y significativas verdades para sus vidas.

 Esta creencia tiene un doble aspecto. Primero, tiene que ver con la Biblia misma. Pretende registrar la autorrevelación de Dios al mundo, revelación hecha en la historia del pueblo elegido de Dios, Israel, y en la vida del Hijo encarnado de Dios, Jesucristo (incluyendo la respuesta de la iglesia apostólica a él). El otro es que el texto bíblico tiene el poder de iluminar cada situación de la vida humana, de modo que los cristianos aprendan de ella cómo aparece su situación ante la vista de Dios. Esta es una pretensión desmedida, y dice que la biblioteca de documentos reunida hace casi dos milenios es relevante para todos los tiempos y lugares desde entonces. Las preguntas que suscita este hecho abrumador no son sólo cómo ocurrió, sino cómo pueden aquellos que tienen la responsabilidad de proclamar la Palabra de Dios llegar a ser canales efectivos a través de los cuales pueda revelarse la luz bíblica en las situaciones contemporáneas.

 Para hacer posible esto, lo primero es sencillamente pedir la ayuda de Dios. Así como el Espíritu Santo inspiró el texto original de la Biblia, inspira nuestra interpretación y también nuestra aplicación de la Escritura. Necesitamos volvernos a Dios en busca de comprensión de cada uno de los pasajes, así como del mensaje de la Biblia como un todo. Necesitamos volvemos al mismo Dios en busca de percepción del mundo en el cual vivimos. Y necesitamos clamar a Dios para que nos ayude a unir Tambos en forma tal que hable más directamente a nuestro pueblo.

Tareas implícitas en nuestro uso de la Escritura

 Tenemos tres tareas por delante. La primera es comprender el significado original de una porción específica de la Escritura. En seguida, necesitamos comprender lo que está ocurriendo en el mundo donde vive nuestro pueblo. Y finalmente, tenemos que aplicar nuestra percepción del texto al aspecto de la vida actual en el cual encaja esa percepción.

 Las dos primeras tienen mucho en común: ambas son esfuerzos que se hacen para comprender e interpretar una situación dada. En el primer caso, la situación es aquella que el texto bíblico mismo maneja; la otra, es la situación específica de nuestra congregación. Y, finalmente, ambas tienen que ser unidas, de modo que la situación en el texto tenga un significado real para el problema presente.

 Al interpretar el texto, no deberíamos buscar abstracciones. La Biblia no es un libro de fórmulas, sino una sucesión de eventos en los cuales Dios ha intervenido activamente. Una gran porción de la Escritura es histórica, un registro de la intervención divina en la vida de su pueblo. Y los libros que no son precisamente relatos implican, de hecho, una narración. No son tratados abstractos, sino análisis hechos por los apóstoles y profetas de situaciones en las cuales ellos mismos participaron y cómo le parecieron éstas a Dios. El tema central de la Biblia son los poderosos actos de Dios. Por tanto, lo que debe buscarse es la estructura de las diversas situaciones, los patrones de la intervención divina, y las dinámicas de la interacción de los fieles entre unos y otros, y de cada quien con Dios.

“Interpretar” la situación de la congregación

 Mucho menos familiar para algunos ministros resulta un método para interpretar la situación de su congregación. Si bien pueden haber estado actuando con una comprensión explícita de cómo discernir las necesidades de su pueblo, nunca han sido enseñados, ni han logrado por ellos mismos comprender, los elementos de un método adecuado para tratar con todos los complejos intereses de su rebaño.

 Podemos comenzar con cada creyente y el asunto crucial de su situación moral o espiritual. Al margen de todo esto, por supuesto, Dios también se interesa en sus problemas personales, en las cosas que los preocupa y mantiene despiertos a las tres de la mañana. Dios se preocupa por los problemas o el bienestar de los miembros de sus familias, de sus amigos y vecinos, y aun de sus enemigos. Sus condiciones físicas y emocionales personales también forman parte del interés de Dios, así como su vida en la iglesia. Su trabajo y su actuación también son importantes para él.

 Dios no sólo se interesa en los individuos como tales. Hay mucho más en la Biblia acerca de las relaciones de Dios con la comunidad de fe, que simplemente de sus relaciones con creyentes solitarios. Esa relación suscita preguntas, tanto acerca de la congregación local, como de la comunión mayor de cada tradición particular en la abarcante comunidad cristiana. La situación a nivel de la iglesia local implica asuntos de adoración, cómo se llevan los miembros unos con otros, cómo es su testimonio en la comunidad, y de qué modo contribuyen a dirigir a la comunidad en la solución de problemas sociales y morales. ¿Cómo se relaciona la congregación con la denominación misma y con el resto de los cristianos? Y, más allá del nivel local, ¿cómo le va a la denominación como un todo al llevar un fiel testimonio al grueso de la sociedad? ¿Qué tanto se involucra al relacionarse con otras iglesias?

 Además, hay muchos otros ingredientes presentes en la situación de la congregación, porque nadie vive una existencia religiosa exclusiva. Todos interactuamos más o menos en nuestra propia cultura. Somos formados por los medios masivos de comunicación. Mucho de lo que damos por sentado no es más que una creencia reflexiva para nosotros, como lo es para los no cristianos. Y algunas de estas suposiciones -la familiar formación de nuestras mentes- tienen implicaciones religiosas en las cuales nunca hemos pensado, porque suponemos que el asunto es común a todos los demás.

 Todas estas dimensiones -personal, religiosa y cultural- son parte de la situación de la congregación que el predicador necesita “interpretar”. Si la situación de la congregación ha de armonizar significativamente con la del texto, un predicador debe entender ambas, y ser capaz de relacionar notablemente la una con la otra.

 ¿Cómo interpretamos la situación de la congregación? Hay muchos pasos implícitos. La visitación a los hogares es uno de los más importantes, no simplemente para escuchar lo que sus integrantes tienen que decir, sino más bien para que usted pueda ver cómo los miembros de una familia dada se relacionan unos con otros. Ellos nos mostrarán espontáneamente cuáles son sus valores y qué es más importante para su vida. Tal conocimiento se profundiza cuando damos aconsejamiento pastoral. Y, si bien no todas las iglesias practican la confesión sacramental, todos los ministros tienen miembros de iglesia que ponen algo de su carga sobre el pastor. También debemos conocerlos en las actividades de la iglesia y departir con ellos en sus actividades sociales. En todas estas situaciones debemos escuchar lo que dicen (¡y lo que no dicen!) acerca de ellos mismos, de su fe y de su mundo.

 Porque también necesitamos comprender a nuestro pueblo como miembros de la sociedad; debemos leer los periódicos, revistas, y algunas veces incluso libros que analizan y comentan con profundidad nuestra cultura. También podemos aprender mucho de los medios artísticos que nos rodean: canciones contemporáneas, tiras cómicas, la televisión y los anuncios comerciales. De todo esto podemos aprender mucho, si contestamos la pregunta: “¿Qué está ocurriendo aquí?”

 Los anuncios, por ejemplo, actúan con frecuencia en dos niveles. La apelación consciente se debe a razones prácticas, recomendando aquello que tiene que ver con el sentido común. Pero la apelación inconsciente se dirige, por lo general, a la dubitante interioridad del individuo: el temor de que uno es un inadaptado, socialmente inaceptable, o nada atractivo para el sexo opuesto. Tales anuncios tratan a los televidentes como meras máquinas de consumo y suponen que su único objetivo en la vida es la acumulación de bienes materiales. El pastor debe escuchar con atención lo que estas voces, en nombre de la cultura, dicen y no dicen.

Integrarlo todo al sermón

  Una vez que el predicador ha “interpretado” tanto el texto como la congregación, ¿cómo integra a ambos en su sermón? ¿Cómo decide el predicador qué aspecto de la situación de la congregación debiera ser tratado cuando predique acerca de algún pasaje bíblico en particular? Esta tarea se ha descrito como “poner el ‘mapa’ de las realidades bíblicas sobre el ‘esquema’ presente”.

 Cuando yo era muchacho, disfrutaba mucho del aeromodelismo. En aquellos días, anteriores a la era del plástico, hacíamos muchos avioncitos de madera. Si bien los planos traían vistas de los extremos, lados y cabinas del aeroplano, eso no era suficiente para nosotros cuando teníamos que tallar las partes, especialmente el cuerpo o fuselaje. Por lo tanto, los planos incluían también dibujos de tamaño normal de cortes transversales de todas las secciones, especialmente del cuerpo. Estos dibujos, llamados “plantillas”, podían recortarse y presentarse en la parte particular del fuselaje del avión para saber si había sido tallado apropiadamente o no.

 Parecería que los pasajes bíblicos -tanto narraciones, como pasajes abstractos que implican situaciones narrativas- son “plantillas” que revelan las formas de las diversas situaciones desde la perspectiva de Dios. Así, lo que necesitamos hacer cuando decidimos aplicar un texto a la vida de nuestro pueblo, es considerar las situaciones de la congregación que hemos interpretado, hasta encontrar la misma forma que la del texto. Sólo así estaremos en condiciones de aplicar la enseñanza del texto al presente.

 A través de este método, la Escritura puede coincidir significativamente con las necesidades más específicas de nuestro pueblo, aunque el texto haya sido escrito hace miles de años.

Sobre el autor: es profesor emérito de predicación, en el Seabury-Western Theological Seminary, en Meavenille, Carolina del Norte.