Sermón devocional pronunciado en la reunión de presidentes de campos de la Unión Sur Brasileña, realizada del 4-8 de septiembre de 1969.
UNA PRESENCIA INDISPENSABLE
Deseo introducir mi tema leyendo un pasaje bíblico de la manera como lo cita le Hna. White en Obreros Evangélicos pág. 431. Dice así: “No puedo conducir a este pueblo a menos que tu presencia vaya conmigo” (Exo. 33:15).
¡Qué concepto extraordinario se encuentra entre líneas en este versículo! Moisés, aquel poderoso hombre de fe, demostró aquí ser un hombre enteramente dependiente de Dios para realizar su obra, particularmente en una ocasión especial como aquella.
La iglesia de Dios en aquellos días estaba pasando por una crisis espiritual sin precedentes en la historia de su existencia.
Dios condenó al pueblo a la destrucción por causa de su gran pecado y prometió hacer de la descendencia de Moisés una gran nación. Y fue en esta hora de crisis, cuando todo parecía perdido, que la conducción sabia, amorosa y dedicada de un verdadero líder se hizo sentir; de un líder que estaba integrado en los planes de Dios en lo relativo al pueblo que él estaba dirigiendo; de un líder que se había identificado con Dios y su obra.
Moisés intercedió por el pueblo ante Dios. Notemos su oración intercesora: “Entonces volvió Moisés a Jehová, y dijo: Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito” (Exo. 32:31, 32).
Dios oyó su petición pero con una condición; le dijo: “Yo no subiré en medio de ti porque eres pueblo de dura cerviz… he aquí mi ángel irá delante de ti” (Exo. 33:3; 32: 24).
Pero Moisés no quedó satisfecho con la solución que Dios había propuesto. Estaba descontento. Para Moisés la presencia de Dios era indispensable para el desempeño de sus pesadas responsabilidades. Sólo ella servía en esa contingencia. La presencia de un ángel no podría satisfacer las necesidades en esa hora de crisis.
Y entonces Moisés, razonando con Dios, argumentó humildemente pero con convicción, diciendo: “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí”.
¿No es un ejemplo extraordinario? Nada menos que la presencia de Dios ha de ser vista en nuestro trabajo de liderazgo si queremos tener éxito en nuestra labor. Dice la sierva del Señor: “Los oficiales de una asociación que quieran llevar con éxito las cargas que les son impuestas, deben orar, deben creer, deben confiar en que Dios los emplee como agentes suyos para mantener a las iglesias de la asociación en buen orden de marcha… Hermanos, tendréis que luchar con dificultades y llevar cargas, dar consejos, hacer planes y ejecutarlos, buscando constantemente la ayuda de Dios. Orad y trabajad, trabajad y orad; como alumnos de la escuela de Cristo, aprended de Jesús” (Obreros Evangélicos, págs. 430, 431).
Pero volvamos a la experiencia de Moisés. Cuando un dirigente está unido con Dios para la acción como Moisés lo estaba, también como Moisés logrará cosas extraordinarias hasta en hacer mudar los intentos de Dios, porque él es un colaborador suyo en dirigir su obra aquí en la tierra. Dios acepta sugestiones de sus consiervos; no quiere decir que necesite consejo, sino porque le agrada cuando demostramos interés por su pueblo, por el bienestar de su iglesia.
Eso fue lo que aconteció. Moisés argumentó con Dios, diciendo: “Si tu presencia no ha de ir conmigo no nos saques de aquí”. ¿Se enojó Dios por esto? No. Por el contrario fue solícito en atender el pedido de su fiel siervo. “Y Jehová dijo a Moisés: también haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia en mis ojos, y te he conocido por tu nombre”. Más aún: “Y él dijo: Mi presencia irá contigo y te daré descanso” (Exo. 33:17, 14).
¿Por qué Moisés obtuvo esto de Dios? Notemos que él consiguió cambiar las intenciones de Dios dos veces en esta ocasión: La primera, impidiendo que destruyese al pueblo debido a su gran pecado; la segunda, cuando Dios le prometió su presencia nuevamente en medio del pueblo. Pero, ¿por qué Moisés consiguió esto?
Hermanos, logró todo esto porque estaba íntimamente unido con Dios en la ejecución de su obra. Y nosotros sólo conseguiremos lo mismo cuando nos liguemos a Dios completamente, cuando con él nos unamos sin reservas para la ejecución de su trabajo; cuando pensemos menos en nuestra posición y en cómo mantenerla a través de los años; cuando pensemos más en los intereses de Dios; cuando nuestro único interés sea la obra de Dios y cómo terminarla, entonces Dios nos conocerá por nuestro nombre y hará maravillas por nuestro intermedio como lo hizo con Moisés.
Sí, mis hermanos, nuestra oración cotidiana debiera ser: “Señor, no puedo dirigir la asociación X, a no ser que tu presencia esté conmigo”; “no puedo dirigir la misión N, a no ser que tu presencia sea conmigo”; “no puedo dirigir la asociación L, a no ser que tu presencia esté conmigo”; “no puedo dirigir la unión H, a menos que tu presencia sea conmigo”.
Debemos ser administradores en los cuales Dios pueda confiar. ¿Será que él ya nos conoce por nombre?
UNA UNIÓN INDISPENSABLE
Dice la Hna. White en Obreros Evangélicos pág. 431: “Que el alma se aferre con fe viva a Dios”. Y el salmista en el Salmo 16:8 dice: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra no seré conmovido”.
Compañeros en la administración, el Dios nuestro es el mismo de Moisés y como ayudó a Moisés nos ha de ayudar también a nosotros.
Tengo aquí algunas citas más del espíritu de profecía: “Cada uno necesita una experiencia práctica en confiar en Dios por sí mismo. Que ningún hombre llegue a ser vuestro confesor. Abrid vuestro corazón a Dios; contadle todo secreto de vuestra alma. Presentadle vuestras dificultades grandes y pequeñas, y él os mostrará cómo salir de todas. El solo puede saber cómo daros la ayuda que necesitáis… Estáis aprendiendo a llegaros a Dios en todas vuestras dificultades… ¿Por qué estamos tan poco dispuestos a acudir directamente a la Fuente de nuestra fortaleza? ¿No nos hemos apartado de Dios en esto? ¿No deben los ministros y los presidentes de nuestras asociaciones aprender de dónde viene su ayuda?” (Id., págs. 433, 434).
El 19 de enero de 1888, centenares de creyentes se unieron en la estación de Toronto para despedirse de los esposos Goforth que se iban a trabajar en la obra de Dios en la China. Antes de que partiera el tren todos inclinaron la cabeza para orar y al partir el tren, una gran multitud cantata: “Adelante soldados de Cristo”. Una vez fuera de la estación, los dos viajeros rogaron a Dios que los guardase para que fueran eternamente dignos de la gran confianza que esos hermanos habían depositado en ellos.
No mucho después de que llegaran a la China, Hudson Taylor les escribió: “Hace diez años que nuestra misión se esfuerza para entrar en el sur de la provincia de Hona y sólo ahora lo hemos conseguido… Hermanos, si quieren entrar en esa provincia deben avanzar de rodillas”. Las palabras de Hudson Taylor, “avanzar de rodillas”, se convirtieron en el lema de la misión de Goforth para entrar en esa región.
Nosotros también debemos avanzar de rodillas si queremos tener éxito en nuestras actividades.
UNIDOS CON DIOS Y CON LOS OBREROS
Cuando estamos unidos con Dios demostraremos en nuestras relaciones para con los obreros sus atributos: comprensión y bondad. El presidente de campo es un pastor de pastores y como tal debe mostrar amor para con los obreros y miembros; sentir con ellos y vivir con ellos.
Los obreros esperan de su presidente más que de un simple administrador. Esperan que sea consejero y orientador pero también amigo, especialmente en las horas de crisis y desánimo, pues los obreros como cualquier otra persona tienen horas amargas en la vida, momentos de lucha y abatimiento, es entonces cuando esperan del pastor general una palabra de amor, de comprensión y bondad.
Hay algunos que piensan que ser firmes en los principios que rigen la obra es demostrar severa autoridad. No tienen una palabra de aprecio para los obreros. Se fijan sólo en los aspectos negativos de su trabajo.
El líder que está unido con Dios en el cumplimiento de sus funciones ejerce una autoridad racional que tiene su origen en la capacidad. El dirigente cuya autoridad es respetada ejerce con inteligencia la tarea que le fue confiada por los que le confirieron tal autoridad. No necesita intimidar a nadie. No se rodea de un cierto número de amigos halagados con promesas o atenciones especiales, en detrimento de otros que muchas veces son dignos y consagrados. El líder consagrado e identificado con Dios no se preocupa en despertar la admiración de los demás por medio de cualidades mágicas. Siendo capaz y útil, la subsiguiente autoridad genuina en el cargo que ocupa se basa en motivos racionales y carece de un respeto irracional lleno de miedo.
Por otra parte, el líder autoritario siente placer en decir que él manda. Le falta autoridad racional, esa autoridad que otros le confieren y reconocen en virtud de su capacidad para dirigir y orientar satisfaciendo a todos, sin desviarse de lo que es recto y del padrón ideal de conducta. Al faltarle eso ejerce una autoridad irracional, que no es nada más que el poder sobre las personas. El poder de un lado y el miedo del otro son siempre los puntales sobre los que se apoya la autoridad irracional. Así se convierte en una persona “difícil”; se juzga importante; está siempre “ocupada”. Cuando se desea hablarle siempre se debe esperar, y mucho. Es temida por sus subordinados. Un dirigente de este tipo se destruye a sí mismo; pierde la confianza de sus colaboradores en su liderazgo.
Un dirigente con las cualidades anteriormente mencionadas es el que procura llevar a cabo todo por sus propias fuerzas, olvidándose de echar mano de los recursos que Dios le ofrece. No está unido con Dios para una acción conjunta. No, ésa no es la voluntad de Dios.
Dios desea que al frente de su obra haya hombres consagrados y dedicados. Dios está buscando dirigentes que estén dispuestos a pagar el precio de una entrega total.
El pastor Roberto H. Pierson, en su libro titulado Para Ud. que Quiere Ser Dirigente, pág. 152, escribe: “¿Queréis ser dirigentes? Entonces postraos de rodillas delante de Dios. Con lágrimas de aflicción rogad pidiendo aptitud, primero para vosotros mismos y luego para el pueblo a quien conducís”.
Y luego concluye: “Los tiempos peligrosos en que vivimos exigen dirigentes con una preocupación, dirigentes que lloren entre el pórtico y el altar, dirigentes que ayunen y oren buscando al Señor de todo corazón. La obra de Dios en la actualidad exige dirigentes que anhelen profundamente la comunión con él, dirigentes que investiguen las Sagradas Escrituras, dirigentes que vivan vidas centradas en Cristo y que prediquen sermones cristocéntricos”.
Hermanos, que el Señor os transforme, y a mí también, en dirigentes con estas calificaciones. Amén.