Cuando la iglesia enfrenta desafíos, nuestro amoroso Señor nos invita a la unión.

El temor desapareció. Se fue como una sombra, desvaneciéndose. La noche oscura de la tristeza había terminado. La mañana llegó. La fe llenó sus corazones. Ellos ya no se encogieron temblorosos de miedo en el aposento alto. Ahora estaban llenos de fe. La esperanza inundaba sus corazones. Una vislumbre de su Señor resucitado cambió sus vidas. Jesús les dio una nueva razón para vivir. Y entonces les dio lo que llegó a conocerse como la “Gran Comisión”: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mar. 16:15).

Ahora ellos estaban aferrándose a la gran promesa, pues sin la gran promesa no podrían cumplir la Gran Comisión.

UNA GRAN PROMESA

A pesar de los abrumadores obstáculos y las dificultades insuperables, los discípulos se aferraron a esa preciosa promesa. “Y estando juntos, les ordenó: ‘No salgáis de Jerusalén, sino esperad la promesa del Padre, la cual oísteis de mí. Pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra’ ” (Hech. 1: 4, 8).

Ellos estaban seguros de que, si cumplían las condiciones, él cumpliría su palabra. Ellos esperaron, confesaron sus pecados, oraron y creyeron. Y el Cielo respondió. El Espíritu Santo fue derramado de manera abundante el día de Pentecostés (Hech. 2:1-4) como una señal, para la iglesia primitiva, de que el sacrificio de Jesús había sido aceptado por el Padre en el Santuario celestial. Lucas lo aclara en Hechos 2:32 y 33: “A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís”.

Los tres mil bautizados ese día fueron un testimonio elocuente del poder de Cristo resucitado para cambiar las vidas. La plenitud del Espíritu da testimonio de la plenitud del poder de Jesús.

Los discípulos reunidos en el aposento alto, ese día, eran 120. El desafío de alcanzar al mundo con el evangelio parecía imposible. El número estimado de población del primer siglo era de unos 180 millones.

Por cierto, había más cristianos que los que estaban reunidos en el aposento alto; aun así, el porcentaje de cristianos en la población mundial era infinitesimal. Por ejemplo, si usamos el número de 120, habría un cristiano por cada 1,4 millones de personas. Si comparamos esto con el número de adventistas en el mundo de hoy, hay aproximadamente 1 adventista por cada 422 personas. En tiempos del poder militar romano y el materialismo, la filosofía griega y la religión pagana, sin duda la tarea debió haber sido mucho más difícil que la nuestra.

Ellos no tenían medios de comunicación masivos, como la radio, la televisión o Internet. Ellos no tenían redes sociales en red como Facebook o Twitter. Ellos no contaban con transmisiones vía satélite, no tenían seminarios de Teología, casas publicadoras, sistema hospitalario mundial, ni una amplia organización mundial de iglesias, pero sí tenían la plenitud del Espíritu. Tenían la promesa de Jesús de que, gracias al derramamiento de su Espíritu Santo, ellos podrían impactar al mundo entero con su mensaje de amor y verdad.

UN CRECIMIENTO EXPLOSIVO

¡Los resultados fueron asombrosos! Viajemos a través del libro de Hechos y captemos la inspiración que fluye de sus páginas. En Hechos se revela lo que Dios puede hacer (en un corto tiempo) a través de hombres y mujeres consagrados, quienes creen en su promesa y actúan según su Palabra.

Cuando los discípulos se despertaron el día de Pentecostés, no tenían idea de que la iglesia podía bautizar miles de miembros nuevos cada día. Y esto fue solamente el comienzo. Hechos 4:4 agrega: “Pero muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; y el número de los hombres era como cinco mil”.

Note que el texto dice que el número de hombres era de cinco mil. Si sumamos las mujeres y los niños, el número aumentaría terriblemente.

En solo unas pocas semanas, la iglesia tuvo un crecimiento explosivo. “La palabra del Señor crecía y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hech. 6:7).

Cuando los discípulos predicaban bajo la influencia del Espíritu Santo, el Cristo resucitado tocaba los corazones de muchos líderes religiosos judíos. La iglesia del Nuevo Testamento continuaba impactando en el mundo de manera sorprendente.

Un escritor romano de esa época decía lo siguiente en relación con los cristianos: “Ustedes están en todas partes. Están en nuestros ejércitos, en nuestras armadas, en el Senado y en los puestos del mercado”. La historia del libro de los Hechos es la historia del crecimiento notable de la iglesia cristiana en un periodo muy corto.

LA ESTRATEGIA DE SATANÁS

A la luz de este crecimiento y de este compromiso apasionado por la misión, el enemigo intentó romper la unidad de la iglesia y frustrar su divulgación. Analicemos cuidadosamente cada uno de los escenarios, observando no solo las consecuencias, sino también el proceso a través del cual los discípulos resolvieron las diferencias.

Conflicto en la distribución de alimentos. En el capítulo 6 de Hechos, hay un serio conflicto entre los judíos cristianos de entorno griego y los judíos cristianos de Palestina. Las viudas griegas sentían que estaban siendo tratadas injustamente en la distribución de los alimentos. “En aquellos días, como crecía el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, que las viudas de aquellos eran desatendidas en la distribución diaria”, dice el versículo [1]. Note cuidadosamente que hubo murmuración porque el número de los discípulos crecía. Cuando el Espíritu Santo trabaja poderosamente, el diablo trae conflictos.

Las disensiones ponen una fuerza que restringe la misión, sofoca el crecimiento y limita la ganancia de almas con eficacia. “Sabía Satanás que mientras durase aquella unión no podría impedir el progreso de la verdad evangélica, y procuró prevalerse de los antiguos modos de pensar, con la esperanza de introducir así en la iglesia elementos de discordia” (Elena de White, Los hechos de los apóstoles, p. 73).

Los conflictos merman las fuerzas y absorben nuestra atención. El diablo está muy consciente de esto. El Espíritu Santo guio a los discípulos para que encontraran un camino a través de la dificultad. Los desafíos que la iglesia enfrenta hoy no son nada nuevos y confío en que el Espíritu Santo nos ayudará a encontrar un camino a través de ellos; así como lo hizo en la iglesia primitiva.

De esta experiencia, aprendemos un principio: Debemos actuar de inmediato.

Las disensiones no se resuelven por sí solas. Los dirigentes deben ser lo suficientemente valientes para encontrar soluciones. “Por lo tanto, era indispensable tomar medidas inmediatas que quitasen todo motivo de descontento, so pena de que el enemigo triunfara en sus esfuerzos y determinase una división entre los fieles” (ibíd., p. 74).

Además, los discípulos actuaron y buscaron el consenso. Ellos se reunieron con los involucrados, se estudió la situación y se propuso una solución. Se convocó una comisión y buscaron su consejo.

Esa acción implicó escoger un grupo de siete personas. Observemos el grupo que fue elegido. Dos eran muy bien conocidos: Esteban y Felipe. En la comunidad, esto le daba credibilidad a la elección. Cuatro eran relativamente desconocidos, pero honestos, espirituales e inteligentes. Uno era procedente de Antioquía. La mayoría de los nombrados tenían nombres griegos, lo que brindaba a las viudas griegas una percepción de imparcialidad.

Tal vez, todo sería más sencillo si, como líderes, actuáramos con prontitud, buscáramos consenso, y promoviéramos un grupo representativo para proponer justicia y soluciones equitativas.

Conflicto por el testimonio de Pedro y Cornelio. El segundo gran conflicto se encuentra en los capítulos 10 y 11 de Hechos. El centurión romano Cornelio fue visitado por un ángel durante su oración, quien lo instruyó para que enviara a sus siervos a Jope con el propósito de encontrarse con Pedro. Al mismo tiempo, Pedro estaba orando y le fue dada esta orden: “Levántate, Pedro, mata y come”, de un gran lienzo lleno de animales impuros (Hech. 10:13).

Pedro estaba totalmente confundido. Mientras intentaba descubrir el significado de la visión, tocaron a su puerta los hombres de Cornelio. Hasta ese momento, Pedro creía que los gentiles eran impuros. Dios utilizó la visión para convencer a su mente de la necesidad de predicar el evangelio a los gentiles. Pedro respondió positivamente a la invitación de los siervos de Cornelio y los acompañó a la casa de Cornelio. Él encontró que Cornelio era alguien de mente abierta y corazón receptivo. El centurión y su familia aceptaron a Jesús, y fueron bautizados.

Pedro estaba muy emocionado, pero los judíos cristianos se sintieron profundamente ofendidos. Hechos 11 revela el curso de acción de Pedro. Él fue a Jerusalén a reunirse con sus hermanos y explicar su proceder. La reunión con los “hermanos” no comenzó muy bien. ¿Cuál fue la defensa de Pedro? La Revelación divina. Pedro explicó con calma que sus acciones estaban basadas directamente en las instrucciones de Dios. Dios le había dado una visión, y él no podía negarlo. Mientras Pedro hablaba, el Espíritu Santo calmó las mentes de aquellos que se oponían a él.

“Al oír esta explicación, los hermanos callaron. Convencidos de que la conducta de Pedro estaba de acuerdo con el cumplimiento directo del plan de Dios, y que sus prejuicios y espíritu exclusivo eran totalmente contrarios al espíritu del evangelio, glorificaron a Dios, diciendo: ‘¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!’ Así, sin discusión, los prejuicios fueron quebrantados, se abandonó el espíritu exclusivista establecido por la costumbre secular y quedó expedito el camino para la proclamación del evangelio a los gentiles” (ibíd., pp. 116, 117).

De esta experiencia, aprendemos el segundo principio: Debemos buscar el diálogo.

Este conflicto fácilmente podría haber dividido a la iglesia, si la actitud de Pedro hubiera sido diferente o si hubiera evitado dialogar con sus hermanos. Pedro escuchó y buscó el consenso. Cuando un asunto amenaza la unidad de la iglesia, no juzgue rápida o severamente. Descubra los hechos. Escuche el punto de vista del otro. El Espíritu Santo puede estar hablándole a través de su hermano. Las personas honestas pueden tener diferencias de opinión. El consenso, con frecuencia, viene a través del argumento y del diálogo.

Con calma, Pedro explicó que sus acciones estaban basadas en la orden de Dios, y sus oponentes fueron conmovidos. Los prejuicios se destruyeron, las barreras de siglos de antigüedad se derrumbaron y la unidad de la iglesia fue preservada. El Espíritu Santo les permitió encontrar una forma de preservar su “unidad en Cristo”. Pero esto requirió la buena disposición de escucharse unos a otros.

Buscando consenso. El tercer conflicto que fácilmente podría haber dividido a la iglesia primitiva se encuentra en Hechos 15. El asunto era este: los creyentes gentiles ¿debían ser circuncidados o no?

El proceso y las lecciones aprendidas son vitales para entender la forma de resolver las dificultades. Un grupo de judíos visitó Antioquía, y demandó que los gentiles conversos aceptaran y practicaran las costumbres judías. Ellos argumentaban que la salvación dependía de eso. Hechos 15:2 dice que Pablo y Bernabé tuvieron una discusión y contienda no pequeña con ellos.

A veces pensamos que hoy tenemos muchos desafíos, pero los de la iglesia primitiva también los tuvieron, y el Espíritu Santo los ayudó a encontrar un camino a través de ello. En el contexto de este debate, ellos determinaron que todos debían reunirse en Jerusalén.

¿Qué habría sucedido si Pablo y Bernabé hubieran argumentado: “Estas son nuestras convicciones de conciencia” y hubieran llamado a una reunión de consejo en Antioquía? ¿Qué tal si ellos nunca hubieran tratado una solución en colaboración con los dirigentes de la iglesia en Jerusalén? Por ese acto unilateral, ellos podrían haber causado malentendidos y conflictos considerables.

El lenguaje de Hechos 15 es muy instructivo. El versículo 4 nos informa que los representantes de Antioquía fueron “recibidos por la iglesia”. El versículo 6 declara: “Entonces se reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer este asunto”.

“Cuando se suscitaban disensiones en alguna iglesia local, como ocurrió después en Antioquía y otras partes, y los fieles no lograban avenirse, no se consentía en que la cuestión dividiese a la iglesia, sino que se la sometía a un concilio general de todos los fieles, constituido por delegados de las diversas iglesias locales con los apóstoles y los ancianos en funciones de gran responsabilidad. Así, por la acción concertada de todos, se desbarataban los esfuerzos que Satanás hacía para atacar a las iglesias aisladas, y quedaban deshechos los planes de quebranto y destrucción que forjaba el enemigo” (ibíd., p. 80).

En los versículos 7 al 21, Pedro habló primero; luego, Pablo y Bernabé añadieron su consejo; entonces, Santiago, el apóstol que presidía el Concilio de Jerusalén, propuso una solución: los cristianos gentiles no necesitan seguir el mismo patrón de vida que los cristianos judíos. Los discípulos estaban unidos en su compromiso con su Señor, su mensaje y su misión. Ellos estaban comprometidos en mantener un diálogo constructivo y en resolver juntos los problemas.

“En la iglesia de Antioquía, la consideración del asunto de la circuncisión provocó mucha discusión y contienda. Finalmente, los miembros de la iglesia, temiendo que si la discusión continuaba se provocaría una división entre ellos, decidieron enviar a Pablo y a Bernabé, con algunos hombres responsables de la iglesia, hasta Jerusalén, a fin de presentar el asunto a los apóstoles y los ancianos. Habían de encontrarse allí con delegados de las diferentes iglesias, y con aquellos que habían venido a Jerusalén para asistir a las próximas fiestas. Mientras tanto, había de cesar toda controversia hasta que fuese dada una decisión final en el concilio general. Esta decisión sería entonces aceptada universalmente por las diversas iglesias en todo el país” (ibíd., pp. 156, 157).

LA VICTORIA GARANTIZADA

Una vez que la solución fue aceptada por todos, los representantes fueron enviados a la congregación local con una carta y el voto del Concilio de Jerusalén, para explicar claramente lo acordado y evitar malentendidos. La esencia de la unidad no es una acción uniforme; es respetarse mutuamente lo suficiente para escuchar con atención, responder con detenimiento y decidir juntos. En este asunto de normas de iglesia, toda la iglesia del Nuevo Testamento no podía marchar al unísono, sino que debían decidir juntos. Podría haber diferencias de opinión. Los judíos, por cierto, tenían fuertes convicciones. Pablo y Bernabé eran hombres de convicción. Las convicciones de ambos fueron respetadas cuando se tomó la decisión conjunta. Ellos estaban unidos mediante el Espíritu Santo en una estructura de iglesia designada divinamente.

De esta experiencia, aprendemos el tercer principio: Debemos aceptar lo que el cuerpo de la iglesia decide.

Las dificultades fueron resueltas cuando los líderes de la iglesia primitiva se reunieron, y juntos oraron y entregaron sus opiniones personales a la decisión del cuerpo directivo general.

Dios ha establecido la estructura de la iglesia para preservar su unidad y evitar que se fracture. Cuando la iglesia toma decisiones en conjunto, no todos estarán siempre satisfechos, pero los líderes cristianos maduros aceptarán el consenso de la institución. La “unidad” por la cual Cristo oró es más importante que las opiniones individuales o la agenda personal. Esta es una declaración clara e inequívoca: “Dios ha investido a su iglesia con especial autoridad y poder, que nadie tiene derecho de desatender y despreciar; porque el que lo hace desprecia la voz de Dios” (ibíd., p. 135).

Cuando la iglesia enfrenta desafíos, cuando las dificultades se vislumbran en el horizonte, cuando se forman fuertes opiniones y las posiciones se endurecen, nuestro amoroso Señor nos invita a unirnos, a expresar gentilmente nuestros puntos de vista, a escucharnos unos a otros, a dialogar, a proponer soluciones; y entonces, bajo la dirección del Espíritu Santo, decidir juntos. Si estamos comprometidos, un espíritu colaborará en el proceso de decisión al hacer y respetar las decisiones del cuerpo directivo, Jesús será honrado, el diablo será derrotado y la iglesia triunfará.

Podemos enfrentar juntos los desafíos, comprometernos a resolverlos en el nombre de Jesús, con la seguridad absoluta de que, en Jesús, por Jesús y a través de Jesús, su iglesia triunfará.

Sobre el autor: Ex vicepresidente de la Asociación General de la Iglesia Adventista, actualmente es asistente del presidente.


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