Desde los más remotos orígenes de la iglesia cristiana se ha reconocido la unidad como una de sus características más fundamentales. Jesús oró a su Padre en el sentido de que sus discípulos fueran “uno, así como nosotros somos uno.” Dio énfasis a la unidad que debía existir entre sus seguidores, como manifestación de la divinidad de su misión en esta tierra. Mencionó también que la unidad significaría perfección.

Jesús dijo que estaba tan unido a su Padre que hasta las palabras que hablaba no eran las suyas propias sino las de su Padre.

El apóstol Pablo reconoció que la unidad era esencial entre los obreros cristianos, así como entre los miembros de la iglesia. Reveló en sus escritos, mediante diferentes figuras, que la unidad debía reinar entre los obreros y los miembros de la congregación. En varias ocasiones menciona al soldado como símbolo del cristiano. Llama “obreros” a los ministros y a los obreros cristianos. En un lugar se refiere a su compañero como “compañero de yugo.” En su magnífica declaración con respecto al hecho de que él había puesto el fundamento, reconoce la necesidad de la unidad entre él y los obreros que lo secundaban, diciendo: “Yo he puesto el fundamento, y otro sobreedifica.” En el cuarto capítulo a los Efesios, al describir los dones del Espíritu y la unidad que existe entre los obreros, llega a la culminación de su comentario con estas palabras: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo.” En este maravilloso texto se destaca la unidad como una virtud suprema en la perfección del cristiano. Hay por lo tanto una razón justificada para creer que la unidad entre los hermanos y los obreros es de fundamental importancia. El poseerla en su plenitud abre el camino para el derramamiento de las más copiosas bendiciones de Dios en nuestra propia experiencia espiritual sobre la obra que tenemos que hacer. El no manifestar unidad con nuestros hermanos significa impedir la entrada de estas maravillosas bendiciones en nuestras vidas y en las de los demás.

La unidad en la vida de los obreros tiene un significado muy grande. No vivir unidos con nuestros hermanos sólo puede denunciar que no estamos unidos con Dios. Tener unidad con los demás es dar una evidencia señalada de que Dios obra en nosotros. La Hna. White. en “El Deseado de Todas las Gentes,” pág. 615, hace una declaración notable, que quisiera citar a continuación, con respecto al tema que estamos considerando: “Cuando los hombres no están vinculados por la fuerza o los intereses propios, sino por el amor, manifiestan la obra de una influencia que está por encima de toda influencia humana. Donde existe esta unidad, constituye una evidencia de que la imagen de Dios se está restaurando en la humanidad, que ha sido implantado un nuevo principio de vida. Muestra que hay poder en la naturaleza divina para resistir a los agentes sobrenaturales del mal, y que la gracia de Dios subyuga el egoísmo inherente en el corazón natural.”

La unidad es como una cadena: no es más fuerte que su eslabón más débil. El grado de unidad de un solo miembro de la iglesia determina en cierto sentido la fortaleza del conjunto.

Hay un ejemplo notable del quebrantamiento de la unidad en el caso de Acán, aquel hombre que tomó el lingote de oro y el manto babilónico de los despojos de Jericó. Pareciera, al leer su historia en las Escrituras, que él fué el único que no se mantuvo unido con sus hermanos conforme al propósito de Dios. Todos conocemos los terribles resultados que sobrevinieron como consecuencia de esta única nota discordante en la unidad de Israel. No solamente. recayeron terribles resultados sobre Acán mismo sino sobre todo el pueblo. Es posible que haya obreros cristianos que no reconozcan la importancia de la unidad con sus compañeros de labor.

La unidad es un factor que se manifiesta tanto en lo exterior como en lo íntimo. Algunos opinan—y se equivocan por supuesto—que la unidad entre los hermanos es un factor meramente externo. Están satisfechos cuando sus relaciones personales se deslizan sólo superficialmente sin ningún accidente. No es éste el concepto que encontramos en las Escrituras respecto de la unidad que debiera reinar entre los hermanos. El apóstol Pablo, en la epístola a los Filipenses, menciona un caso muy adecuado en el cuarto capítulo. Evidentemente, la primera parte del mismo se relaciona con una diferencia que había surgido entre dos miembros de la iglesia. Es indudable que Pablo conocía a estos dos hermanos y sus relaciones, y por eso los insta a la unidad. No les dice que mantengan una unidad externa, sino que los invita a que “sientan lo mismo en el Señor.” Vemos entonces que el apóstol pasa por alto los aspectos externos de la unidad y va al fundamento de la misma: la disposición de ánimo que debe regir las relaciones entre las dos personas.

Me gustaría llamar la atención de todos nuestros obreros a la responsabilidad urgente de cultivar la unidad en nuestras iglesias, como también con los demás obreros sin distinción de jerarquías, de manera que las bendiciones de Dios puedan impartir vigor a nuestros esfuerzos. El obrero cristiano puede contribuir en gran medida a lograr esta unidad.

La Hna. White en uno de sus libros hace la siguiente declaración: “Somos demasiado indiferentes unos para con otros. Nos olvidamos demasiado a menudo que nuestros colaboradores necesitan fuerza y valor…  Cuando tratáis de ayudarles por vuestras oraciones, hacédselo saber.”—“Testimonios Selectos” tomo 5, pág. 79.

Nosotros, como iglesia, nos aproximamos a tiempos de gran dificultad. En algunos lugares del mundo, las pruebas descritas en las Escrituras con relación a los últimos días han comenzado a manifestarse. El maligno abrirá el camino para suscitar incomprensiones. No será sorprendente ver a más de uno alentar un espíritu egoísta. El egoísmo siempre da como resultado la desunión. Estamos llegando a la época cuando a nuestros obreros se les plantearán problemas que les causarán gran perplejidad, y en situaciones tales deberán tener un espíritu pacífico y sereno. Entonces descubriremos cuánta fortaleza se obtiene de la unidad con nuestro Dios y nuestros hermanos.

Una de las condiciones de un buen soldado en el ejército es que nunca rompa fila. Si el enemigo logra abrir brecha en las filas de las fuerzas opositoras, es posible que obtenga grandes triunfos. Un ejército con sus filas quebrantadas es un ejército vencido. Nosotros como obreros nunca debiéramos romper nuestras filas alentando pensamientos de odio o crítica hacia nuestros compañeros de labor. “Nuestra mayor necesidad es unidad, unidad perfecta en la obra de Dios.”—“Testimonies” tomo 6, pág. 300. “Todos necesitamos unir hombro con hombro y corazón con corazón, como obreros juntamente con Dios.”—Id., tomo 7, pág. 184.

Al acercarnos a los deberes y las obligaciones del año 1953, que cada uno de nosotros estudie y aprenda de las Escrituras y del espíritu de profecía, cómo alcanzar este elevado nivel de unidad con nuestros hermanos, que habrá de fructificar en un verdadero poder en el ministerio. Al acercarnos a los privilegios del crecimiento espiritual en este nuevo año, asegurémonos de que nos hemos reconciliado con todos aquellos con quienes nos relacionamos, y que ningún prejuicio o idea preconcebida impida que la libre corriente de bendiciones de Dios pueda fluir a través de nosotros hacia la necesitada humanidad. En la unidad hay fortaleza. En la desunión, debilidad.

Sobre el autor: Presidente de la División Sudamericana.