La iglesia cristiana es el cuerpo constituido por las personas que han sido reconciliadas con Dios y con sus semejantes en Cristo Jesús. Todas ellas son miembros de un cuerpo del cual Cristo es la cabeza (Efe. 1:22, 23).[1] Sin embargo, la vida cristiana, la nueva vida de Cristo dentro de la iglesia, no es un fin en sí mismo. Los cristianos tienen profundo interés por lo que Dios ha hecho y está haciendo por redimir su creación. Ellos han comprendido que la reconciliación con Dios en Cristo significa reconciliación con el propósito redentor divino tal como se revela en Jesucristo.

     Al ser bautizados en Cristo, participan de su muerte. Han muerto con él (Rom. 6:2-11), y han sido incorporados por Cristo a su obra de redención.[2] Ya no se pertenecen a sí mismos, sino a Cristo, en quien son injertados (cap. 11:17, 23). Puesto que Uno murió por todos, “luego todos murieron” (2 Cor. 5: 14). y son llamados para que “ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (vers. 15).[3] Este es el motivo por el cual los cristianos, no importa donde estén, encuentran su vocación en traer a la otra parte de la creación divina a un compañerismo reconciliador con Dios y con sus semejantes.

El sacerdocio de todos los creyentes

    Esta vocación cristiana, este vivir en comunión con Cristo teniendo en mente la salvación de la humanidad, no equivale-desde el punto de vista bíblico- a pertenecer a alguna casta sacerdotal o eclesiástica. Es verdad que, al mirar hacia atrás a través de los siglos, debemos admitir que las iglesias cristianas, en muchos casos, llegaron a establecer una clara diferenciación entre el estado eclesiástico y el laico, entre la vocación religiosa y la secular.[4] Pero en el Nuevo Testamento prácticamente no hay indicios de esa profunda diferencia vocacional. Ejemplo muy claro de ello es que la palabra kleros, de la cual deriva nuestra palabra castellana “clero”, no se usa en el Nuevo Testamento para referirse a un grupo especial entre los cristianos, sino a todos ellos.[5] Asimismo, la palabra que designa al conjunto de los fieles, laos, no se refiere a la parte recipiente de la congregación de cristianos, sino, nuevamente, a todos ellos.[6] Aunque parezca extraño, ambas palabras aluden al mismo grupo de personas, no a gente diferente.[7] Todos son considerados hijos de Dios, llamados a un mismo servicio. Pedro declara: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped. 2:9). [8]

     De manera que la vida cristiana es, por definición, un sacerdocio, una obra ministerial realizada en respuesta al llamamiento de Dios[9] extendido a todos los pecadores. Ello significa no sólo que cada creyente tiene acceso libre y directo a Dios, sin necesidad de sacerdote o mediador alguno[10], sino que los cristianos tienen sacrificios que ofrecer, “sacrificios espirituales” (vers. 5). Es decir, deben presentar sus “cuerpos. en sacrificio vivo” (Rom. 12:1) para ser instrumentos de redención al proclamar “las virtudes de aquel que” los “llamó de las tinieblas a su luz admirable”. Son ministros por definición, y como miembros del cuerpo de Cristo tienen funciones especiales que cumplir, necesarias para la salud de todo el organismo, la iglesia, y para el cumplimiento de la misión encomendada a ésta en el mundo.[11] Es muy poco lo que el cristiano puede hacer que no deba incluir en el ejercicio de su sacerdocio o ministerio.

     Por lo tanto, el ministerio no es una orden de hombres religiosamente diferentes de aquellos que supuestamente serían simples “laicos”. No constituye siquiera un grupo especial de personas. El ministerio es una función de toda la iglesia, distribuida entre sus miembros según Dios ha dado a cada uno diversas vocaciones y los correspondientes dones y aptitudes.[12] No es un grupo de oficiales de iglesia. Más bien, el ministerio de la iglesia es la obligación de ésta ante Dios de ministrar, como su sierva, en la tarea de reconciliar al mundo con Dios.

El llamamiento a ministerios específicos

    Pero para ministrar así, la iglesia, por indicación divina, también delega en algunos de sus miembros aspectos específicos de sus funciones. En un sentido real, cada cristiano es un ministro, un kletos, llamado a la fe, al discipulado y al servicio. Pero al mismo tiempo, el Nuevo Testamento le da gran importancia al llamamiento a ministerios específicos dentro de la iglesia. O, mirándolo desde otro punto de vista, Dios llama personalmente a ciertos miembros de la iglesia a asumir uno de los ministerios que la iglesia ha considerado necesarios para su existencia y su obra. Esto significa que el llamado al ministerio es sólo parcialmente un llamado de la iglesia. Es también, y por sobre todo, un llamado interior, una íntima convicción por parte del individuo de que es la voluntad de Dios que él llegue a ser útil en la función a la cual la iglesia lo ha llamado. Tal ministerio es conferido y sancionado por medio de una ordenación[13] o consagración.

    Tras la idea de un “llamamiento especial” al ministerio, subyacen las siguientes consideraciones: 1. el llamamiento básico de Dios a todos los hombres, efectuado por Jesucristo (Efe. 1:1-14); 2. el llamamiento divino especial a algunos que integran el cuerpo de Cristo para realizar un ministerio en particular (Gál. 1:15, 16; Efe. 4:11-16); 3. el reconocimiento por parte del pueblo de Dios de que algunos han recibido un llamamiento especial, y la asignación de los mismos a su tarea (Hech. 6:2-6; 13:1-3). Este acto de asignación recibe el nombre de ordenación, o imposición de las manos. Y si bien es cierto que no encontramos una descripción formal de un servicio de ordenación en el Nuevo Testamento, hay allí abundantes motivos que justifican la celebración de un acto para apartar a aquellos que han demostrado haber sido llamados por Dios al ministerio cristiano.[14]

    Encontramos antecedentes de esta práctica en el Antiguo Testamento[15], donde ya aparece claramente el concepto de la selección divina. Dios llama a ciertas personas para cumplir tareas específicas, y las separa para su servicio. La historia de Israel (que incluye la selección de profetas, sacerdotes y reyes, generalmente acompañada por una ceremonia de ungimiento), así como la misma decisión concerniente a la Encarnación, testifican acerca de este proceso de selección. Por lo general, Dios llamó y utilizó a individuos y grupos de personas para servirle de un modo singular.

    La designación de los doce apóstoles continuó esta tradición (Mar. 3:14). Jesús mismo lo dijo: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros” (Juan 15:16).[16] Pablo usó la misma palabra cuando dijo de sí mismo que había sido “constituido predicador” (1 Tim. 2:7). Su elección y llamamiento al ministerio fueron hechos por el Señor Jesucristo; fue llamado y “apartado para el evangelio de Dios” (Rom. 1:1), lo cual fue confirmado por la imposición de las manos llevada a cabo en Antioquía (Hech.13:1-3).

    Por lo que hemos visto hasta aquí, podemos hablar de la ordenación como del acto mediante el cual la iglesia aparta a una persona a la cual considera haber sido llamada por Dios. La iglesia no puede llamar a la existencia al ministro, pero es la autoridad que 1. puede confirmar el hecho de que ha sido llamado, y 2. puede dar el reconocimiento oficial en cuanto a los dones que Dios ha conferido a ese hombre. Este acto no aparta para colocar en un nivel superior, por sobre el resto de la iglesia, sino más bien para servir dentro de la misma. La ordenación no es para crear categorías de cristianos ni diferentes niveles de discipulado.

    El llamamiento a pertenecer al cuerpo de Cristo de ningún modo está basado en el mérito; es simplemente un don inmerecido de la gracia de Dios. Igual cosa sucede con el llamamiento para servir o ministrar. El ministerio conferido al ministro es diakonía, es decir, servicio[17], no privilegio o derecho como tales.[18] Puesto que surge y funciona dentro del sacerdocio colectivo de todos los creyentes, revela el mismo diseño cruciforme del ministerio de Cristo en el cual está enraizado.

La organización eclesiástica y el ministerio ordenado

    Al estudiar la esencia de la iglesia, pronto se advierte un orden o una organización eclesiástica. El orden eclesiástico no existe porque la iglesia sirve en el mundo de hoy y necesita adoptar algunas de las estructuras de la vida en sociedad. De ninguna manera. El orden de la iglesia está implícito en el servicio que está llamada a cumplir. Tanto en su carácter de iglesia local como en su totalidad, está constituida a partir de las funciones que es su responsabilidad desempeñar. La organización es un imperativo para la iglesia en cuanto determina, pertrecha y sostiene los servicios o ministerios especiales necesarios para cumplir su misión en el mundo. La iglesia encara su tarea en forma sistemática y ordenada. Aquí una vez más, sin embargo, la vida de la iglesia es dirigida desde arriba, por Cristo, quien actúa mediante su Espíritu y sus dones.

    Pero ¿cuáles son las manifestaciones de este orden? Como adventistas del séptimo día nos remitimos a las Escrituras y sostenemos que debemos ceñirnos a sus preceptos. Sobre esta base, reconocemos distintos cargos. A los “pastores’’[19], la iglesia les ha dado la misión de predicar y enseñar, administrar los ritos, y el cuidado pastoral de las almas. A los “ancianos”[20], se les ha encargado la disciplina y la supervisión. A los “diáconos”[21] a están asignadas las actividades caritativas de la congregación.

     Estos oficiales, reconocidos como dirigentes por las congregaciones, ejercen autoridad por medio de cuerpos administrativos organizados para supervisar cada congregación y áreas más extensas de la iglesia, según lo exijan las circunstancias.[22]

Estos ministerios, ordenados por el Señor, han sido dados a la iglesia a fin de ponerla en conformidad con Cristo y organizaría en armonía con el Evangelio. Todos los miembros de la iglesia, por cierto, están llamados a contribuir a esta conformación. Sin embargo, recae sobre el ministerio pastoral ordenado la responsabilidad principal de servir a la iglesia en la predicación de la palabra y en la administración de los ritos[23], a los efectos de que la iglesia pueda ser constantemente llamada a permanecer sobre su fundamento bíblico, puesta en comunión con su Señor que pronto ha de venir, al amparo de la cruz y en la confianza de la resurrección.[24]

     Este tipo de gobierno para la iglesia nos ha llegado, pues, por conducto de las Escrituras. Pero, si bien es cierto que el Nuevo Testamento tiene mucho que decirnos acerca del ministerio -y que vale para todas las épocas-, parece igualmente obvio que en materia de orden eclesiástico, Dios no haya tenido la intención de decirnos qué debemos hacer en cada caso específico. Junto con los pastores, ancianos y diáconos a quienes acabamos de referirnos, también leemos en el Nuevo Testamento acerca de apóstoles, profetas, evangelistas, sanadores, administradores, oradores en diversas lenguas y algunas categorías más.[25] Pablo describe la tarea de quienes han recibido estos dones: “Perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo” (Efe. 4: 12).[26] Evidentemente, la proclamación del Evangelio, el servicio cristiano al mundo y la edificación de la comunidad, requerían una variedad de actividades, tanto permanentes como temporales, tanto espontáneas como institucionalizadas.

    Con este objetivo, el Espíritu Santo dio dones diversos y complementarios a la iglesia primitiva. Entre ellos estaba el ministerio ordenado, el que no podía ser ejercido con fidelidad sin una estrecha relación con los otros dones. Pero yo no creo que estas funciones se nos presentan como permanentes y rígidas “órdenes” o ministerios. Más bien se nos muestran como formas en las cuales la iglesia primitiva desplegaba sus propias fuerzas según lo exigiese la campaña particular en que estaba empeñada en su propia situación histórica.

    Reconozco por las Escrituras que las funciones de pastores, ancianos y diáconos deben cumplirse permanentemente para la expansión y la supervivencia de la iglesia.[27] Son los elementos básicos de una organización que “debía servir de modelo para la [organización] de las iglesias que se fundaran en muchos otros lugares donde los mensajeros de la verdad fuesen a trabajar a fin de ganar conversos para el Evangelio”.[28] Esto es lo que quiero decir cuando digo que el modelo de gobierno de la iglesia de Dios está claramente expuesto en las Escrituras.

     Sin embargo, también creo que lo que hemos recibido en las Escrituras son patrones generales de orden y organización y que no era la voluntad de Dios dar indicaciones detalladas al respecto. Los detalles son más bien parte integral y contextual de nuestra respuesta al llamamiento de Dios. La organización, tal como la menos comprendido y experimentado durante el transcurso de la historia adventista, es intrínseca a nuestra obligación de reflexión teológica en cuanto permanecemos aquí y ahora, bajo la palabra de Dios, frente a la tarea que se nos ha encomendado: la obra del ministerio.

Ministerios adicionales

    Desde hace algún tiempo, apremiados por la necesidad, pero también, creo, bajo el impulso del Espíritu, nuestra iglesia ha debido reconocer e instituir otros ministerios; ministerios adicionales a los de pastor, anciano y diácono. Paulatinamente hemos ido reconociendo funciones tales como las de administración, tesorería y revisión de cuentas, por no hablar del ministerio médico.[29]

    Por un lado, aparecieron nuevas necesidades, y por el otro, hombres y mujeres atendieron el llamado de Dios de dedicar sus vidas al servicio de la iglesia en un ministerio distinto del estrictamente pastoral pero complementario al mismo. Creo que estos ministerios se basan en un llamado divino y en el reconocimiento de este llamado por parte de la iglesia del remanente. A mi entender estos ministerios, al igual que el ministerio pastoral, reclaman todo el esfuerzo y el tiempo completo de quienes a ellos se dedican.[30] Como en el caso del ministerio pastoral, tienen como requisito previo una apropiada preparación. Y aunque de manera distinta y a veces más limitada, participan como aquél en el ministerio de la Palabra, en la enseñanza y en la atención de las almas. La mayor diferencia entre estos ministerios y el pastoral radica en el tipo de responsabilidades confiadas y en las atribuciones que Se les asignan.

     Puede resultar de provecho indicar aquí por qué la Iglesia Adventista restringe la administración de los ritos -llamados sacramentos por otros- a los ancianos y pastores[31], en su calidad de ministros ordenados, puesto que este hecho, más que ningún otro, hace pensar erróneamente a muchos que el pastorado, por ejemplo, implica una especie de estado sacramental o sacerdotal. Esta restricción es asunto de orden, no de sacramento. Así se hace a fin de que quede claro que en la administración de los ritos se efectúa un acto de la iglesia, por lo cual no debe presidirlos quien no tenga el mandato de la iglesia.

Entonces, ¿qué es la ordenación?

    ¿Qué es, entonces, la ordenación? ¿Qué es, me refiero, para la Iglesia Adventista del Séptimo Día? Probablemente estamos al tanto del hecho de que no tenemos una doctrina elaborada de la ordenación al ministerio. Mientras los católicos romanos han formulado en una doctrina clara y coherente el sentido y el alcance de las ordenaciones de su iglesia,[32] nosotros no tenemos nada similar en nuestros documentos oficiales. Sin embargo, somos más afortunados que algunos importantes grupos protestantes, que en sus confesiones de fe en sus liturgias prescriben el acto, pero generalmente no dicen nada acerca de su significado y de sus efectos.

    Por ejemplo, el capítulo dos del Manual para Ministros, de la Iglesia Adventista del Séptimo Día[33], habla acerca de la ordenación al ministerio. Aun cuando aproximadamente el 90% de su contenido está dedicado a asuntos de procedimiento, el examen de los candidatos y el servicio mismo de la ordenación (el cargo pastoral y las palabras de bienvenida), este capítulo define a la ordenación como “el apartamiento de un hombre para una vocación sagrada, no para un campo local únicamente, sino para la iglesia entera”.[34]

    Ante la ausencia de una declaración más elaborada, permítasenos leer algunas declaraciones de Elena de White acerca del significado y las implicaciones de la ordenación al ministerio pastoral.

    En primer lugar, es importante recordar que Elena de White tenía al ministro ordenado en la más alta consideración. Aun cuando sostenía que “es un error fatal suponer que la obra de salvar almas sólo depende del ministro ordenado”[35], y declaraba que “todos están moralmente obligados a entregarse a sí mismos activamente y sin reservas al servicio de Dios”[36], también consideraba al ministerio como “una sagrada y elevada ocupación”[37], “designado divinamente”[38], y en comparación con el cual no hay en la tierra “ningún trabajo más bendecido por Dios”.[39] Las manos de la ordenación deben imponerse, decía, sobre “aquellos que dieron pruebas claras de que recibieron su mandato de Dios”[40], poniéndolos de esa manera “aparte para que se dediquen por completo a su obra [la obra de Dios]”.[41]

     Ella considera que parte del propósito de la imposición de las manos es “la sanción que la iglesia les da [a los ministros] para que salgan como mensajeros a proclamar el mensaje más solemne que fuera dado alguna vez a los hombres”.[42] En tanto que los falsos maestros socavan los mismos fundamentos del mensaje evangélico, debería apartarse a hombres de fe, comisionados por Dios “para asegurar la paz, la armonía y la unión de la grey”.[43]Asimismo, en su análisis de la dedicación a Dios de Pablo y Bernabé, mediante la oración y la imposición de manos tal como aparece registrada al comienzo de Hechos 13, ella expresa: “Así fueron autorizados por la iglesia, no solamente para enseñar la verdad, sino para cumplir con el rito del bautismo, y para organizar iglesias, siendo investidos con plena autoridad eclesiástica”.[44] “Su ordenación fue un reconocimiento público de su elección divina para llevar a los gentiles las gozosas nuevas del Evangelio”.[45]

    En su época, y de manera similar, los ministros adventistas “que recibieron su mandato de Dios” fueron apartados para dedicarse “por completo a su obra”.[46] Aun cuando el rito de la ordenación “se desvirtuó en gran medida” en siglos recientes, y se le ha atribuido “una importancia que nunca tuvo”, afirmando “que sobre los que recibían la ordenación descendía inmediatamente un poder que los capacitaba para toda tarea ministerial”[47], los pioneros adventistas consideraron que esta práctica estaba en armonía con “las indicaciones del Evangelio”.[48]

¿Qué otorga el acto de la ordenación?

    ¿Qué, pues, otorga el acto de la ordenación? El Nuevo Testamento no habla de ordenación alguna que otorgue dones espirituales o eclesiásticos que sean imposibles obtener de otra manera.[49] No encontramos allí evidencia alguna de que la ordenación confiera algún carácter indeleble, acompañado por poderes especiales para administrar con autoridad los ritos. Tampoco otorga, de buenas a primeras, el Espíritu Santo como una especie de garantía de la formulación de la recta doctrina.

     Así por ejemplo, la ordenación de Pablo y Bernabé[50], tal como aparece en Hechos 13, no les otorgó nuevos dones ni los apartó para un nuevo ministerio, de diferente carácter del que habían estado desempeñando hasta allí. Ambos eran notables expositores de la doctrina y se destacaban por otras virtudes antes de que fueran ordenados al ministerio.[51] Elena de White comenta que “la imposición de las manos no añadía ninguna gracia, cualidad o virtud” a su ministerio.[52]

    Sin embargo, no es incorrecto decir que cuando Dios quiso utilizar sus servicios y los llamó, siguió moldeándolos y llenándolos de sus gracias.[53] “Habiendo recibido su mandato de Dios y una vez aprobados por la iglesia, salieron a bautizar y a administrar los ritos de la casa del Señor… a fin de mantener frescos en la memoria de sus hijos… [los] sufrimientos [del Salvador] y su muerte”.[54]

     Creo que el concepto adventista de ordenación puede resumirse de la siguiente manera: 1. Los adventistas creen en un llamamiento divino personal al ministerio cristiano, y desde el comienzo de su historia han insistido en que se celebrara un acto de ordenación para investir a los así llamados. 2. Mediante este acto la iglesia confirma el llamamiento reconociendo públicamente su validez. 3. Este acto oficial es también una demostración del hecho de que el individuo así apartado para el nuevo ministerio es un representante de la iglesia.[55] Como parte del acto de ordenación, la iglesia eleva la oración intercesora por la continuación del don del Espíritu Santo sobre los que cumplen el ministerio encomendado a la iglesia. Pero queda claro que el acto en sí mismo no implica ningún significado sacramental o sacerdotal, ni autoridad de ningún tipo.[56]

Diversidad de ministerios

     Basados en el Nuevo Testamento, existen en la iglesia distintos ministerios: los pastores, los “doctores” (o docentes)[57], los ancianos (o encargados de la disciplina de la iglesia), y los diáconos, cuya tarea principal debía ser un ministerio de caridad en favor de los necesitados. Todos ellos son llamados por Dios, y además reciben el reconocimiento de su autoridad por parte de la iglesia mediante la imposición de las manos.

    Pero se está considerando cada vez más al ministerio actual tanto una profesión como una vocación. Por lo general requiere conocimientos especializados y a menudo una larga preparación, porque es ante todo un ministerio habilitante (Efe. 4:12), dirigido a ayudar a los cristianos a desempeñar individualmente las diversas clases de ministerio. Este papel profesional del ministro incluye variadas funciones. Aunque la predicación sigue siendo el medio más usado de comunicar el Evangelio, se espera que el ministro de hoy cumpla también funciones de maestro, director de culto, pastor del rebaño y experto en el arte del cuidado personal de las almas.

    La diversidad de oficiales que existe en las iglesias está en armonía con el enfoque del ministerio que presenta el Nuevo Testamento, así como con nuestra era de especialización. Y la especialización no es incompatible con el llamamiento cristiano al ministerio pastoral, con tal que sirva a su vocación primaria: la proclamación de Jesucristo y la comunicación del Evangelio. Aun así, todos son ministros en el verdadero sentido de la palabra. De manera que podemos hablar de ministros de música, de educación religiosa, de jóvenes, de obra social, de aconsejamiento y cuidado pastoral. ¿Acaso no deberían ser todos ellos debidamente reconocidos mediante la ordenación al ministerio cristiano? (Quizá deberíamos hablar de ministerios en plural.)

    El ministro en nuestros días es también parte de un servicio de sanidad. Los miembros de este equipo incluyen, entre otros, al médico, al psiquiatra, el psicólogo, el educador, y todos ellos manifiestan interés por las necesidades de la persona como un ser total.

     ¿Pero dónde trazaremos la línea divisoria entre el ministerio ordenado y los ministerios laicos? Es significativo para nosotros como adventistas notar que Elena de White considera que los misioneros médicos que se ocupan en tareas evangélicas “están haciendo una obra tan elevada como la que realizan sus hermanos que se ocupan en la obra ministerial”.[58] Ambos “trabajan en la misma obra”, que “es mayormente una obra de carácter espiritual”.[59] “La obra del verdadero misionero médico -subraya en el mismo párrafo- incluye la oración y la imposición de manos; por lo tanto debiera separárselo para esta obra con la misma piedad con que se separa al ministro del Evangelio. Los que son elegidos para desempeñarse como médicos misioneros deben ser separados como tales”.[60] Se advierte claramente que son dos ministerios, reconocidos por la congregación como talentos dados por Dios, y consagrados, por encargo de la iglesia, a la reconciliación de la humanidad con Dios.

    ¿Será que Dios [mediante esta declaración que habla de dos ministerios] ha estado tratando de ayudarnos a reconocer por analogía una pluralidad, una diversidad de ministerios, cada uno con su correspondiente ordenación y cometido, tal como sucede con el pastor, el anciano, o el diácono?

    Este es, en gran medida, el objetivo del presente trabajo. Si hay acuerdo en que el mundo del siglo veinte demanda una pluralidad de ministerios, ¿qué relación guardarán éstos con el ministerio pastoral, el único que hasta el presente es señalado por la ordenación? ¿Debería considerárselos como incluidos en el ámbito del ministerio pastoral, o como nuevas facetas del ministerio laico? El debate no se reduce a un simple problema de terminología. Obliga a la iglesia a pensar seriamente acerca del significado de la ordenación, centralizando la atención, como lo exige el asunto, sobre un problema delicado que no puede ser ignorado.

   Si el ministerio señalado por la ordenación, como hemos indicado, es dado según el Evangelio para el orden eclesiástico, y si su incumbencia es la predicación de la Palabra y la administración de los ritos, ¿hasta qué límites es correcto extender su jurisdicción? ¿En qué punto su relación con la Palabra y con los ritos se vuelve tan forzada e indirecta que pierde consistencia o realidad?

    La necesidad es todavía la de una iglesia modelada en obediencia al Evangelio y a la voluntad revelada de Dios, y sensible a las necesidades del mundo. Deberíamos preguntarnos hasta qué punto en la Iglesia Adventista del Séptimo Día son adecuadas y están en armonía con el plan divino las formas actuales del ministerio señalado por la ordenación, y cuáles nuevas formas podrían ser necesarias.

    Este estudio más a fondo de nuestra teología de la ordenación puede significar trabajo arduo y exigir comprensión recíproca, porque dejando el plano elevado de los datos bíblicos, a menudo descendemos al nivel de los más variados prejuicios e intereses personales, de los patrones establecidos y los hábitos profundamente arraigados. Sin embargo, la teoría de la ordenación y todo lo que implica, sumariamente evocada en estas páginas, merece, sin lugar a dudas, un detenido análisis de nuestra iglesia, que habrá de hacerse, tarde o temprano. La tarea es inevitable.

     Como teólogo, mi deseo es que muchos participen en este estudio y aporten su contribución individual de manera que el pueblo de Dios, como un todo, pueda encontrar una justa solución para acuciantes problemas de nuestro tiempo.

Sobre el autor: Es profesor de teología en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, en Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias:

[1] Véase también Efe. 5:23-32; Col. 1:13, 18; 2:10, 19. Mediante el bautismo, los creyentes se unen con su Señor (Gál. 2: 20; Col. 3: 4), y en consecuencia son miembros de su cuerpo (1 Cor. 12:12).

[2] Como se afirma implícitamente, por ejemplo, en la comisión del Señor (Mat. 28:18-20).

[3] Compárese con Rom. 6:13.

[4] Para un breve estudio de este tópico, véase, por ejemplo: Hendrick Kraemer, A Theology of the Laity, págs. 48-73. Westminster Press, Filadelfia. 1958. Everett Ferguson, “Church Order in the Sub-Apostolic Period: A Survey of Interpretations”, Restoration Quarterly II. 1968, págs. 225-248. En la comunidad del Nuevo Testamento, no había un oficio que correspondiera al concepto judío de sacerdote. T. W. Manson puntualiza acertadamente que cuando se convirtieron algunos sacerdotes (Hech. 6:7) no continuaron desempeñando esa función (tal como se entendía el sacerdocio entre los judíos) en la comunidad cristiana.

[5] Así en 1 Ped. 5: 3 encontramos al apóstol exhortando a los ancianos a no verse a sí mismos “como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (kleros). El término kleros aparece pocas veces en el Nuevo Testamento (Mar. 15:24; Hech. 1:17, 26; 8:21; 26:18; Col. 1:12; 1 Ped. 5:2, 3). Su significado básico es “porción”, “parte recibida en suerte”. Aunque se usa en 1 Pedro para referirse a la iglesia como una parte asignada a los ancianos, nunca designa a un oficial de iglesia para diferenciarlo del cuerpo de creyentes. Ver W. Foerster, (edit. G. Kittel), “kleros” en el Theological Dictionary of the New Testament, tomo 3, págs. 758-764. Wm. B. Eerdmans, Grand Rapids, 1965.

[6] La palabra laico se remonta al griego laikos, la que en su forma latinizada laicus, se introdujo en una cantidad de lenguas occidentales. Su significado original, tal como se la usa en la Escritura, es “perteneciente al laos”, es decir, al pueblo escogido de Dios. A la luz de esto, todos los miembros de la iglesia son laikoi. Es interesante notar que ya a fines del primer siglo DC, las palabras laos y laikos fueron adquiriendo una significación distinta a la dada en el Nuevo Testamento. Poco a poco en el ámbito cristiano las palabras “laico” y “lego” llegaron a significar “incapacitado de hablar o de juzgar”, “persona sin letras o ignorante”. Esta evolución eclesiástica coincide con la aparición de un “clero” organizado y debidamente ordenado como una clase exclusiva, en contraposición con el “laos”, el pueblo, la congregación común. Compárese con H. Strahtmann. “Laos”. en el Theological Dictionary of the New Testament, tomo 4, págs. 29-57, especialmente la pág. 56.

[7] Por eso en 2 Cor. 6:16 leemos. “Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo [laos]”.

[8] Este enfoque bíblico se ha dado en llamar “el sacerdocio de todos los creyentes” o “sacerdocio universal”.

[9] Este énfasis en el ministerio de todos los creyentes, del “laos” de Dios, se advierte en todo el Nuevo Testamento. Las cartas de Pablo fueron dirigidas a las iglesias, a todos los miembros, y no sólo a los apóstoles. Pablo les recuerda su “supremo llamamiento” (Fil. 3:14), y su “ministerio” (2 Cor. 5:18; Efe. 4:12). El Nuevo Testamento está lleno de expresiones que aluden a este “llamamiento” o “vocación” (Rom. 11:29; 1 Cor. 1:26; Efe. 1:11, 18; 4:4, etc.), al hecho de ser “llamados” (Rom. 1:1, 6; 8:28; 1 Cor. 1:24; etc.), y se refieren siempre a todos los cristianos, y no a los que nosotros llamamos “ministros”. Todos los cristianos son personas “llamadas” (kletoi): llamadas a la fe. al discipulado y al servicio.

[10] Una doctrina proclamada a voz en cuello por los reformadores.

[11] La doctrina del sacerdocio de todos los creyentes implica que el ministerio principal del pueblo de Dios debe efectuarse en el mundo (Mat. 18:19, 20). Es en el mundo donde el ministerio del cristiano puede encontrar su mejor expresión. Es también en el mundo donde el testimonio en favor de Dios es más necesario.

[12] “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Cor. 12: 4-7).

[13] Las palabras usadas en el Nuevo Testamento para describir la ordenación o la separación para el ministerio especifican sólo una simple imposición de manos. Una forma común de expresar este acto era la palabra katastasis. El verbo correspondiente, kathistanein, tiene el significado general de “designar”, y ha sido traducido “encargar”, “constituir”, “establecer”, por ejemplo, en Hech. 6:3, Tito 1:5 y Heb. 5:1; 7:28; 8:3. Cheirotonein, “extender las manos”, se encuentra en Hech. 14:23. La imposición de las manos podía utilizarse como una simple bendición (Mat. 19:13), como en el Antiguo Testamento. Indudablemente, esta práctica estaba estrechamente relacionada con la oración o el acto de sanar (Mar. 6: 5), práctica también usada en la iglesia primitiva (Hech. 9:12). Incluso, ponían las manos sobre los que iban a ser bautizados (Hech. 9:17-19). Aun cuando el Nuevo Testamento habla poco acerca de la ordenación, hay cuatro pasajes donde se hace referencia a la imposición de las manos en un contexto que tiene que ver directamente con este asunto (Hech. 6:6; 13:3; 1 Tim. 4: 14; 2 Tim. 1:6).

[14] Por un lado el mundo evita y aparta de sí al pueblo de Dios (Luc. 6:22), y por el otro, Dios invita a sus hijos a separarse de los objetivos de este mundo (2 Cor.6:17; compárese con Lev. 20:26).

[15] El asunto de los antecedentes judíos en la ordenación cristiana ha sido discutido con distintos enfoques por parte de teólogos cristianos. E. Lohse en su Die Ordination im Spatjudentum und im Neuen Testament (Vandenhoeck y Ruprech, Gotinga, 1951), sostiene que la ordenación cristiana fue modelada sobre las pautas dadas por un rabí judío, mientras que Arnold Ehrhart está inclinado a creer que viene directamente del Antiguo Testamento y no del judaísmo posterior. Véase su “Jewísh and Christian Ordination” en Journal of Ecclesiastical History, tomo 5, 1954, pág.129 en adelante, reimpreso en The Framework of the New Testament Stories, págs. 132-150, Univ. of Manchester Press, 1963. Para Ehrhart, la ordenación cristiana tiene más en común con el uso de las manos para una bendición, o en la oración por la bendición de Dios, quien provee fortaleza y vida. Para un estudio más reciente y bien documentado de este aspecto, véase Everett Ferguson, “Laying on of Hands: Its Significance in Ordination”, en Journal of Theological Studies 26, 1975, págs. 1-12.

[16] Otras versiones traducen “ordené”. En griego, la palabra viene de un verbo que significa “poner”, “colocar”.

[17] Véase T. W. Manson, The Church’s Ministry, págs. 21-27 (Westminster Press, Filadelfia, 1948); y de H.W. Beyer, “diakoneo, diakonia, diakonos”, en Theological Dictionary of the New Testament, tomo 2, págs. 81-93.

[18] En el Nuevo Testamento, el hecho de ser apartado no implica el ejercicio de alguna autoridad. El Nuevo Testamento evita usar las palabras comunes del griego para designar cargos directivos, tales como arche, time, telos, porque podían ser entendidas en términos de ejercicio de poder antes que de servicio.

[19] Efe. 4: 11.

[20] Véase Hech. 14:23; 15:2, 4, 6, 22, 23; 20:17. Se ve claramente que las funciones de gobierno y supervisión son de primera importancia para los ancianos de una congregación. Debería notarse, sin embargo, que son funciones compartidas juntamente por todos los ancianos de una congregación en particular, que efectuaban su episkope, su supervisión, en forma mancomunada. La predicación y la enseñanza eran también parte de sus funciones, como indican Tito 1:9 y 1 Tim. 3:26, así como el cuidado “de la iglesia de Dios” (1 Tim. 3:5).

[21] Hech. 6:1-6; 1 Tim. 3:8-13. La palabra griega traducida “diácono” significa “siervo”, o “servidor”, y así aparece traducida en Mat. 23:1; Mar. 10:43; Juan 12:26; 1 Cor. 3:5; 1 Tes. 3:2.

[22] Los primeros capítulos de Hechos parecen indicar que la iglesia cristiana de Jerusalén siguió los esquemas de la sinagoga judía. Véase B. W. Powers, “Patterns of New Testament Ministry – I. Elders”, Churchman 87, 1973, págs. 166-181; y A. Lemaire “The Ministries in the New Testament: Recent Research”, Biblical Theology Bulletin 3, 1973, págs. 146, 147.

[23] La teología de la Reforma prefiere hablar en términos de “Palabra y Sacramento”.

[24] “A menos que haya un ministro que la dirija, la iglesia no puede llegar a ser una verdadera congregación, el pueblo de Dios”, destaca Langdon Gilkey, How the Church Can Minister to the World Without Losing Itself, pág. 103. Harper & Row, Nueva York, 1964.

[25] Véase Efe. 4:1-16; 1 Cor. 12:3-11; Rom. 12:6-8. Por una lista comparativa de todos los 18 jarismata (dones) mencionados en estos pasajes, véase G. E. Ladd, Introduction to the New Testament, pág. 534. Wm. B. Eerdmans, Grand Rapids, 1974.

[26] Algunos sugieren que la coma que va luego de “santos” (véase la Versión Moderna, por ejemplo), no debería estar por ningún motivo, porque para comenzar, ni siquiera aparece en el texto griego. La principal función de los ministros sería, pues, “perfeccionar a los santos para la obra del ministerio”. Véase, por ejemplo, William Robinson, Completing the Reformation, págs. 19, 20, The College of the Bible, Lexington, 1955; F. B. Edge, “Priesthood of Believers”, Review and Expositor 60, 1963, pág. 12.

[27] Hay algunos, como E. Kásemann, que consideran que todas las declaraciones del Nuevo Testamento concernientes a la iglesia fueron dadas para un momento histórico particular y, por lo tanto, son susceptibles de constante cambio. Lo que el Nuevo Testamento, según ellos, nos ofrece es “ciertos tipos eclesiológicos básicos”. E. Kásemann, “Unity and Diversity in New Testament Ecclesiology”, Novum Testamentum 6, 1963, págs. 290-297.

[28] Los Hechos de los Apostoles, pág. 76.

[29] Otras iglesias, más específicamente en Norteamérica, han reconocido una gama mucho más extensa de ministerios especializados, proveyendo capellanes no sólo para el servicio militar, sino también para las instituciones federales y de distintos estados, para las agencias de servicio social, para los planteles de colegios y universidades, estén o no estén relacionados con las iglesias. En años más recientes, se han llamado capellanes para las industrias, donde han sido utilizados de diferentes maneras.

[30] Aunque no puede decirse si un ministerio rentado o de tiempo completo es o no obligatorio y esencialmente evangélico.

[31] Manual de la Iglesia, publicado por la Asociación General de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ed. de 1969, págs. 85-89, 124.

[32] Véase, por ejemplo, Piet Fransen, “Orders and Ordination”, Encyclopedia of Theology, The Concise Sacramentum Mundi, ed. Karl Rahner, págs. 1122-1148, Seabury Press, Nueva York, 1975; John L. McKenzie. The Roman Catholic Church, págs. 164-170. Holt, Rinehart & Winston, Nueva York, 1969.

[33] Manual para Ministros, publicado por la División Sudamericana de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, págs. 12-23. Casa Editora Sudamericana, Buenos Aires.

[34] Id., pág. 13.

[35] El Deseado de Todas las Gentes, pág. 761.

[36] Carta 10, 1897, como aparece en el Seventh-day Adventist Bible Commentary, tomo 4, pág. 1159.

[37] Testimonies, tomo 2, pág. 615.

[38] Testimonios para los Ministros, pág. 52.

[39] Testimonies, tomo 6, pág. 411.

[40] Primeros Escritos, pág. 101.

[41] Ibid.

[42] Ibid.

[43] Ibid.

[44] Los Hechos de los Apóstoles, págs. 132, 133; Obreros Evangélicos, pág. 456.

[45] Los Hechos de los Apóstoles, pág. 133.

[46] Primeros Escritos, pág. 141.

[47] Los Hechos de los Apóstoles, pág. 134.

[48] Es muy interesante en relación con este punto remontarse al contexto y la historia de la que parece haber sido, en 1853, la primera ordenación de ministros adventistas. The Advent Review and Sabbath Herald del 15 de noviembre de 1853, especifica que ésta se realizó en New Haven, Vermont. El sentir general era que “había entre los presentes algunos que deberían ser ordenados para la obra del ministerio evangélico. Así fue como James White y Joseph Baker impusieron las manos a J. N. Andrews. A. S Hutchins y C. W. Sperry. Estos fueron “apartados para la obra del ministerio”, específicamente “para que pudieran sentirse con autoridad para administrar los ritos de la iglesia de Dios’ Pocas semanas después. James White se dio tiempo para subrayar que ese acto de separar a algunos para el trabajo del ministerio tenía el propósito de “producir y afianzar la unión de la iglesia”, protegerla contra “las influencias de los falsos maestros”, y hacer saber a los que enseñan la Palabra al mundo “que tienen la aprobación y la simpatía de sus hermanos en el ministerio y de la iglesia” (Id., 13 de diciembre de 1853). Véase al respecto Robert George Hunt, A Study of the Qualifications to the Gospel Ministry During the Years 1853-1861 and 1902-1903, págs. 3 en adelante. Monografía inédita presentada al Seminario de la Universidad Andrews, 1972 (Heritage Room).

[49] Deberíamos tener presente que es impropio el uso de la palabra ordenación (del latín ordo, “orden”) para designar el acto de apartar a un individuo para un ministerio especial dentro de la iglesia. No puede haber un ordenamiento legítimo que coloque al ministro en un nivel más elevado, en su naturaleza esencial, que el resto de los fieles.

[50] Hech. 13: 1-3.

[51] En Hechos 13: 1, Bernabé está incluido en la lista de profetas y maestros, y por ese entonces Pablo ya había llevado a cabo un amplio ministerio en Siria y Cilicia (Gal. 1.21; compárese con Hech 11.24 en adelante).

[52] Los Hechos de los Apóstoles, pag 133.

[53] Elena de White dice específicamente que los que impusieron las manos a Pablo y Bernabé pidieron a Dios por medio de ese acto, que concediera su bendición a los apóstoles escogidos (Ibid).

[54] Primeros Escritos, pág. 101

[55] Esta relación de representatividad no se ejerce frente a la iglesia sino en el seno de ella. El individuo que así recibe este encargo especial, representa mediante su vida, sus palabras y sus actividades, el acto divino de la reconciliación en Cristo tal como lo entiende la comunión confesional que lo ordena a esta nueva responsabilidad. Aquí, la ordenación le confiere autoridad para proclamar públicamente el Evangelio y administrar los ritos en beneficio de los que reconocieron en él el llamamiento divino para hacerlo.

[56] La ordenación no le da autoridad al ministro. No hace de él un depósito de poder sagrado o sobrenatural La autoridad y el poder se encuentran en la Palabra que él ha sido llamado a proclamar.

[57] Muchos prefieren hablar de pastores” y “maestros (Efe. 4:11) como de un mismo oficio.

[58] El Evangelismo, pag 397.

[59] Ibid.

[60] Ibid.