La ciencia nos dice que el alcohol produce cambios en el sistema nervioso central, afectando así tanto la mente como el cuerpo. Dios ya lo sabía.

Los Adventistas del Séptimo Día no se habían sentido compelidos a desarrollar una teología acerca del vino sino hasta fechas recientes cuando algunas encuestas realizadas entre sus jóvenes de cierto país revelaron que un creciente porcentaje de ellos consumen bebidas alcohólicas, particularmente vino. Es obvio que, para ellos, la posición tradicional de abstinencia total ya no es una instancia disuasoria. ¿Cuál es la posición de las Escrituras?

Una lectura superficial de los textos bíblicos parecería sugerir que la ingestión moderada de vino no es condenable. Sin embargo, el enfoque basado en estos “textos prueba” no es una forma aceptable de determinar las verdades bíblicas. Nuestros jóvenes exigen claras definiciones bíblicas sobre los asuntos que afectan sus vidas. Si somos el pueblo de la Palabra, debemos demostrar el mandamiento bíblico, no sólo en doctrina sino también en estilo de vida. Con eso en mente, he procurado dar una consideración honesta a la bebida, y más específicamente, al consumo de vino en la Biblia y a la forma en que esa práctica es percibida por los escritores bíblicos. Este artículo examinará sólo aquellos textos que hablan de los asuntos morales en torno al uso del vino y/o a la ebriedad.

El vino en el Antiguo Testamento

El Antiguo Testamento usa básicamente dos palabras para referirse al vino: yayin (más de 140 veces) y tirosh (38 veces). Cuando se usa tirosh, no están implícitos asuntos morales. De hecho, tirosh se entiende más a menudo como “vino nuevo”, y la NKJV lo rinde así 37 veces. Por tanto, este estudio se limitará al análisis de los textos principales que usan yayin. Yayin se usa en todo el Antiguo Testamento. Las obras eruditas definen yayin como el jugo fermentado de la uva, indicando con ello que tal es el uso que se le da en las Escrituras.[1] Si bien se han hecho intentos para demostrar que yayin puede referirse tanto al jugo fermentado de la uva como al que no lo está, simplemente no hay pruebas para esta afirmación.[2] Algunos señalan que Isaías 16:10 usa yayin para referirse al jugo no fermentado de la uva. El texto dice: “no pisará vino en los lagares el pisador”. El vino fresco de los lagares no puede ser fermentado, y por lo tanto el texto debe referirse al jugo de la uva no fermentado. Sin embargo, tal interpretación tiene algunos problemas.

Primero, esta referencia se halla en una profecía referente a Moab, profecía llena de lenguaje simbólico. Forzar una lectura literal de yayin sería, por tanto, una violación de las sólidas reglas hermenéuticas. Segundo, aun cuando el texto fuera a interpretarse literalmente, no implica necesariamente que se trate de vino fresco. Se puede decir que tanto el jugo de la uva fresco como el fermentado provienen de los lagares. En tercer lugar, el peso de la evidencia señala a yayin como jugo de uva fermentado. ¿Por qué habrían los escritores bíblicos de usar yayin para referirse al jugo fermentado de la uva si tenían asis (jugo de uvas, no fermentado todavía) y mishrah (bebida hecha de uvas machacadas)? En realidad, Números 6:3, al enumerar los productos de la uva prohibidos para los nazareos, usa tanto yayin como mishrah.

Si yayin indica tanto jugo fermentado como no fermentado de la uva, es una cuestión moderna. Al parecer, los escritores bíblicos no tenían interés en la definición de términos como yayin. Cuando usaban

yayin podía suponerse que sus lectores entendían que se referían al jugo de uva fermentado. Si querían dar a entender que éste no era fermentado cuando se usaba en conexión con los servicios célticos, los pactos y los votos, o celebraciones religiosas, podían hacerlo.

Pentateuco

La primera mención bíblica del vino se halla inmediatamente después del diluvio (Gén. 9:21-24). Sin embargo, las palabras de Jesús en Mateo 24:37-38 indican que el vino se conocía antes del diluvio.[3] “Más como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento”.[4] Mientras no se demuestre que “bebiendo” se relaciona aquí con el vino o con otras bebidas intoxicantes, parece extraño que Dios condene el mero acto de comer y beber, lo cual sería como condenar también el matrimonio. Lo que Jesús describe aquí es la actitud de una persona que, a pesar de la seriedad del tiempo y de las repetidas advertencias con respecto al juicio inminente de Dios, continúa viviendo indiferente y descuidadamente frente a estas advertencias.

Volviendo a Génesis 9, Noé estaba acostado desnudo y Cam vio su desnudez. Sem y Jafet caminaron hacia atrás y cubrieron la desnudez de su padre. El incidente condujo a la maldición de Cam. Muestra que al menos para Sem y Jafet, ver la desnudez de su padre se consideraba pecado. La ley referente a pecados sexuales de Levítico (“La desnudez de tu padre… no descubrirás…” [18:7]), son reflexiones posteriores de esta idea. La ira de Dios cayó sobre los cananeos por participar en estos pecados. “En ninguna de estas cosas os amancillaréis, pues en todas estas cosas se han corrompido las naciones que yo echo delante de vosotros…, y yo visité su maldad sobre ella.” (vers 24).

Génesis no habla de Noé despertando de su sueño, sino “de su embriaguez”. El lenguaje es significativo: ya sea que el pecado de Cam haya sido intencional o no, esta experiencia no habría ocurrido si Noé no se hubiera embriagado. De modo que el abuso del vino ocupa un lugar muy importante en la historia. Sin embargo, aquí se narra un hecho mucho más significativo. Los descendientes de Cam, los cananeos, eran una raza condenada (Lev. 18:25,28) a causa de su propia inmoralidad y la inmoralidad de su antepasado Cam. La historia da a los israelitas una explicación del porqué ellos tenían el derecho de echar a los cananeos de Canaán, “pues en todas estas cosas se han corrompido las naciones que yo echo delante de vosotros” (Lev. 18:24). Los israelitas sabían que las acciones de Noé y Cam aquella tarde habían cambiado la historia.

En Génesis 19 se encuentra otro relato que también cambió la historia de Israel. Lot y sus hijas, después de la destrucción de sus ciudades nativas, se refugiaron en una cueva. Las dos hijas llegaron a la conclusión de que la única forma de que el linaje de su padre pudiera preservarse era teniendo relaciones sexuales con él. Ellas sabían que su padre nunca estaría de acuerdo con esto, y la única forma de lograrlo era embriagándolo. No se sabe por qué Lot convino en beber hasta el estupor durante dos noches consecutivas; pero tenemos aquí el uso intencional de vino con malos propósitos. El vino (u otra bebida fuerte) era un ingrediente necesario para hacer el mal.

Ambas hijas tuvieron hijos que fueron los progenitores de los moabitas y los amonitas, acérrimos enemigos de Israel. Parecería que el dolor, la tristeza y el sufrimiento causados por las acciones inmorales de las dos hijas de Lot fueran la razón principal para conservar el registro de esta triste historia. No se menciona en el texto que alguno haya sido condenado. Sin embargo, las hijas sabían que el incesto era considerado como un grave pecado, al menos por su padre. Una reflexión posterior de esta verdad se refleja en las leyes dadas a Israel (cf. Lev. 18). Las hijas de Lot deben de haber sabido que la ebriedad disminuye la resistencia de una persona a comportamientos en los cuales normalmente no participaría, y que la embriaguez extrema conlleva la incapacidad para darse cuenta de las acciones personales o de las de quienes nos rodean. De manera que estas dos historias, aunque no se relacionan básicamente con el beber vino, conllevan una condena implícita para la embriaguez.

Esta condena es explícita en Deuteronomio 21:18-21, donde habla del castigo de los hijos que son contumaces y rebeldes. Un hijo acusado de tal falta era llevado ante los ancianos de la ciudad por sus padres, quienes dirían: “Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá” (vers. 20, 21). Mientras que la contumacia y la rebelión describen actitudes, la glotonería y la embriaguez describen comportamientos derivados de estas actitudes. Tanto las actitudes como el comportamiento son condenados como graves pecados.

Por lo tanto, para el escritor del Pentateuco, la borrachera es algo que debe evitarse, no sólo por las consecuencias que pudiera traer, sino además y simplemente, porque es pecaminosa.

Consideremos el episodio de Ana y Eli. El dolor que Ana sentía por causa de su esterilidad fue lo que la llevó al templo a orar. “Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Eli la tuvo por ebria. Entonces le dijo Eli: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino” (1 Sam. 1:13, 14). Eli, el sacerdote, estaba disgustado y molesto porque creía que Ana estaba borracha y la reprendió. Puede suponerse, entonces, que la ebriedad era una ofensa en Israel, y algo que el sacerdote consideró pecaminoso. Y Ana también sabía que esto era así; puesto que dijo, “no tengas a tu sierva por una mujer impía” o hija de Belial (forma hebrea para referirse a alguien o algo indigno, inquieto, ¡legal). En las Escrituras Belial se asocia siempre con la idolatría (Deut. 13:13), con la homosexualidad (Juec. 19:22; 10:13; cf. Gén. 19:5), con el sacrilegio (1 Sam. 2:12-17), con la embriaguez (1 Sam. 25: 17, 36), y la destrucción final (2 Sam. 23:6). Por tanto, al protestar diciendo que no era una “hija de Belial” Ana estaba diciendo a Eli que los pecados relacionados con la adoración de Belial, que incluían la embriaguez, no podían describirla a ella. Sabía perfectamente que Dios aborrece la embriaguez.

2 Samuel 11 nos presenta otro mensaje acerca de la embriaguez. David, en su intento desesperado por ocultar su pecado, llamó a lirias del campo de batalla y lo envió a su casa para que durmiera con su esposa, lirias no fue. El ansioso rey David recurrió al expediente de invitarlo a “comer y a beber… hasta embriagarlo”, y así tuvo la esperanza de que el deseo de Drías de poseer a su mujer fuera más fuerte que sus principios. Pero esto tampoco dio resultado. De modo que David hizo arreglos para que Drías muriera en la batalla.

La historia no se refiere a los males del beber vino, sino al hecho de mostrar cuán lejos pueden llevar a una persona el pecado y la mentira. Sin embargo, la historia conlleva un mensaje sobre la embriaguez, similar al que nos da el caso del pecado de las hijas de Lot. La resistencia de una persona al pecado o a un comportamiento aborrecible mientras está sobria, disminuye cuando se encuentra en estado de ebriedad. Es difícil que uno caiga en el pecado cuando está sobrio; pero tratar de vencer la tentación cuando se está ebrio, es casi imposible.

El relato acerca del plan de Absalón para matar a su hermano Amnón (2 Sam. 13) por haber violado a su hermana Jamar también se relaciona con el vino. Absalón invitó a Amnón y a otros para la celebración, y ordenó a sus siervos que lo mataran cuando “el corazón de Amnón esté alegre por el vino”. Y así lo hicieron. No se precisa en el texto si Amnón simplemente tenía baja la guardia y no esperaba el ataque, o si estaba tan borracho, que no pudo resistirlo. Pero sea cual fuere el caso, el beber vino se consideró como algo necesario para realizar el mal. Tanto en el caso de las hijas de Lot como en el de David con Drías, el vino era parte integrante del plan para cometer el mal.

Ahora, si nuestra hermenéutica nos dice que las historias bíblicas, las enseñanzas y profecías tienen una implicación local inmediata, entonces los israelitas, mientras leían u oían la narración de estas historias, no podían menos que percibir el mensaje de que la ebriedad puede conducir a comportamientos condenados por Dios.

Proverbios

Consideraremos cuatro referencias de los Proverbios.

1. Proverbios 20:1: “El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora, y cualquiera que por ellos yerra no es sabio”. El texto no indica cómo puede ser el vino un escarnecedor. Pero sabemos que cuando una persona es escarnecida, menospreciada y desdeñada, no se le tiene ningún respeto ni se le concede ningún valor, y es incluso digna de lástima (en sentido peyorativo) a los ojos del escarnecedor. Este escarnecedor trata al escarnecido con impunidad, como alguien que es menos que humano. El vino hace esto con aquellos que han sido creados a la imagen de Dios y disminuye el valor de la persona humana. Además, el vino levanta contiendas y lleva a una persona por caminos violentos e irresponsables.

Ya sea que el texto se refiera simplemente al hecho de beber vino o al abuso del vino, no es suficientemente claro. El lenguaje, sin embargo, parece sugerir una condena para la ebriedad.

2. Proverbios 21:17: “Hombre necesitado será el que ama el deleite, y el que ama el vino y los ungüentos no se enriquecerá”. Este texto es un ejemplo del paralelismo hebreo en el cual la segunda línea repite el pensamiento de la primera. El asunto tiene que ver con un estilo de vida o una actitud frente a la vida que antepone el placer o la vida suntuosa a otras consideraciones. Cuando el amor al placer (literalmente alegría, júbilo, hilaridad) interfiere con el vivir responsable, conduce a la pobreza. El vino y el aceite son símbolos de “cosas” que son estimadas superiores a todo lo demás. El mismo pensamiento se expresa más gráficamente en Proverbios 23:21: “Porque el bebedor [vino] y el comilón [ungüentos] empobrecerán”.

3. Proverbios 23:29-34 habla de una persona que se ha embriagado o que es alcohólica. Esta tiene aflicciones, tristezas, contenciones, quejas, heridas y ojos amoratados. Tal persona ve cosas extrañas, habla perversidades, y generalmente actúa neciamente el que “se detiene (achar = detenerse. más de lo debido) mucho en el vino” y “van buscando la mistura”. Evidentemente tal comportamiento no corresponde a un cristiano, porque rebaja a Dios. El pasaje condena la embriaguez, y en el versículo 31 prohíbe explícitamente el beber: “No mires al vino cuando rojea”.

4. Proverbios 31:4, 5 amonesta a los reyes y a los príncipes a no beber vino ni bebidas intoxicantes, porque a ellos se les ha encomendado el hacer juicio y dirigir al pueblo de Dios. El texto advierte que la bebida disminuye la habilidad de actuar de acuerdo con la ley. La “ley” aquí es chaqaq, y significa “decretos”. Aun cuando no se dice con claridad qué son estos decretos, el contexto sugiere que son leyes que protegen al pobre en Israel: los reyes y príncipes (los dispensadores de justicia) que beben podrían “pervertir el derecho de todos los afligidos”. La palabra hebrea que se traduce como “afligidos” es ben oni. Una palabra afín es ana y significa pobre, desamparado, humilde, o bajo. El texto, entonces, es una advertencia: la bebida anubla la percepción de lo que es correcto y justo en asuntos judiciales que afectan a los pobres.

De modo que, en Proverbios tenemos los primeros textos que posiblemente condenan la ingestión de vino, y no simplemente la embriaguez. Si esto es cierto, aquí tenemos una evidencia de una progresión en la actitud de Israel concerniente al vino. Esta continúa en la sección profética del Antiguo Testamento. Allí las advertencias son contra el beber no contra el embriagarse. ¿Qué produjo esta progresión del pensamiento? ¿Llegaron los israelitas a la conclusión de que era extremadamente difícil, si no imposible, controlar el uso del vino, y por lo tanto, era mejor evitarlo completamente? ¿O quizá Dios, percibiendo esta debilidad, inspiró al autor de los Proverbios a escribir esas declaraciones?

Los profetas

Enfocaremos los libros proféticos en un orden cronológico. Comenzaremos con Amos, libro que trata del juicio. El capítulo 1 habla del juicio que caería sobre Damasco, Gaza, Tiro, Edom y Amón. El capítulo 2 comienza con el juicio contra Moab, y luego dedica la mayor parte de lo que sigue al juicio de Israel. Cada sección describe tanto los juicios como los pecados específicos que los causaron.

Antes de exponer los juicios sobre Israel, Dios hace un recuento de sus bendiciones sobre ellos: “Yo destruí delante de ellos al amorreo, cuya altura era como la altura de los cedros… Y a vosotros os hice subir de la tierra de Egipto, y os conduje por el desierto cuarenta años, para que entraseis en posesión de la tierra del amorreo. Y levanté de vuestros hijos para profetas, y de vuestros jóvenes para que fuesen nazareos… Mas vosotros disteis de beber vino a los nazareos, y a los profetas mandasteis diciendo: No profeticéis” (Amos 2:9-11).

Aquí tenemos la historia de un pueblo que, si bien fue protegido y guiado por Dios en el pasado, le dice ahora por sus acciones (dando vino a los nazareos) y palabras (diciendo a los profetas que no profeticen) que estorbarán todos sus intentos de dirigirlo. Dios les dio nazareos. No se dice por qué, pero dos nazareos previos y uno subsecuente —Samuel, Sansón y Juan el Bautista- fueron enviados por Dios para guiar a su pueblo en alguna forma. Todo nazareo era “santo ante el Señor”, todos los días de su “separación”, y se le requería que hiciera votos específicos (cf. Núm. 6). Uno de los votos era abstenerse de todos los derivados de la uva, incluyendo el vino. No se dice por qué Dios estableció estas prohibiciones, pero basta decir que tenía un propósito y que tanto él como los nazareos consideraban que el voto era sagrado. Los israelitas del tiempo de Amos sabían todo esto, y sabían también que los nazareos eran personas especialmente dedicadas a Jehová. Al dar vino a los nazareos, Israel estaba escarneciendo no solamente a Dios, sino también a los nazareos y sus votos. En efecto, Israel estaba diciendo a Dios, “no nos importas tú ni tu pueblo, y si continúas enviándonos a esta gente, los contaminaremos; mostrando así nuestro total desprecio por ti y por ellos”.

Aquí beber vino no se usa para cometer una mala acción, sino que el mismo hecho de beber se percibe como malo, puesto que fuerza a los nazareos a beber en directa violación de sus votos a Dios. Sin embargo, el forzar a los nazareos a beber era sólo una entre varias maneras por las cuales Israel demostraba su desprecio a Dios y su pueblo. También hicieron esto al vender “por dinero al justo” y torcer “el camino de los humildes”, y cuando “el hijo y su padre se llegan a la misma moza” y por decir a los profetas “no profeticéis” (Amós 2:6, 7,12). ¿Hay una relación de causa a efecto aquí? Hace poco vimos que el beber vino junto con la glotonería, tanto literal (Deut. 22) como figurativamente (Isa. 22), conducen a las perversiones sexuales (Gén. 9,19; Isa. 28), y a una negativa a responder a las palabras de Dios y su ruego al arrepentimiento. ¿Conduce la bebida a estos otros pecados, o es síntoma de un problema de actitud mucho más profundo? (cf. Comentarios a Habacuc 2).

Ahora vayamos al tiempo de Isaías. La carencia de sensibilidad de Israel para con la obra de Dios en su medio estaba acompañada de una obsesión por el vino. El resultado fue desastroso: “Por tanto, mi pueblo fue llevado cautivo, porque no tuvo conocimiento… Y el hombre será humillado, y el varón será abatido, y serán bajados los ojos de los altivos” (Isa. 5:13,15).

Para cuando llegamos a Isaías 22 la situación ha empeorado. Ya vemos a un pueblo que ni se volvió a Dios para que lo defendiera, ni escuchó sus amonestaciones al arrepentimiento: “Por tanto, el Señor, Jehová de los ejércitos, llamó en este día a llanto y a endechas, a raparse el cabello y a vestir cilicio; y he aquí gozo y alegría, matando vacas y degollando ovejas, comiendo carne y bebiendo vino, diciendo: Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (Isa. 22:12,13).

El pueblo había perdido toda esperanza de escapar de los ejércitos de Senaquerib. Y sin embargo, se negaban a lamentarse, aun cuando Dios había ordenado que lo hicieran. Lejos de eso, estaban comiendo y bebiendo. Nótese una vez más: el texto no se relaciona primariamente con el acto de beber vino, sino con el desprecio de Israel por la palabra de Dios y con la gravedad del momento. “Bebiendo vino” y “comiendo carne” son símbolos de una burla del llamado de Dios a llorar y a lamentarse (y ¿ayunar?) por sus pecados.

El ataque más virulento contra beber vino (y otras bebidas intoxicantes) se encuentra en Isaías 28:7: “Pero también estos erraron con el vino, y con sidra se entontecieron; el sacerdote y el profeta erraron con sidra, fueron trastornados por el vino; se aturdieron con la sidra, erraron en la visión, tropezaron en el juicio”.

No sólo el pueblo de Israel, sino sus guías espirituales también estaban dominados por la bebida. Dios comunicó sus verdades, su voluntad, su gracia y perdón a su pueblo por medio de los sacerdotes y los profetas. Ni los profetas (“ellos erraron en la visión”) ni los sacerdotes (“ellos tropezaron en el juicio”) fueron capaces de cumplir sus ministerios apropiadamente por causa de la bebida. La implicación es clara: el vino y las otras bebidas intoxicantes anublan la mente al grado de resultarles difícil si no imposible oír la voz de Dios (cf. Lev. 10:9,10).

Isaías 28 es otra andanada de advertencias contra aquellos que abusan del vino. Pero eso no es todo: hay evidencia de que la bebida en cualquier cantidad es condenada, puesto que el vino se menciona junto con “bebidas intoxicantes” (shekar= beber). Como señala William Sheah, no se puede condenar universalmente a yayin en el Antiguo Testamento, pero a shekar ciertamente sí.[5] Una razón por la cual shekar como cerveza es condenada universalmente, y yayin no, es que uno es el producto directo del intento de producir una bebida alcohólica mientras que el otro no lo es. Como se hace de grano, shekar sólo puede producirse si uno se propone deliberadamente hacer cerveza. Pero el jugo de la uva puede fermentarse naturalmente lo quiera uno o no.

Vino en el Nuevo Testamento

El término griego que se traduce como vino es oinos. Si esta palabra denota jugo de uva fermentado o no, es una cuestión moderna. El Standard New Testament Lexicón y los diccionarios dan por sentado que oinos significa jugo de uva fermentado.[6] La mayoría de los casos exige esta traducción. Otra palabra griega gleukos, significa vino nuevo, vino dulce o jugo de uva, sólo aparece una vez en el Nuevo Testamento (Hech. 2:13), donde los apóstoles son acusados de estar borrachos. Debemos suponer, entonces, que, al menos para Lucas, gleukos era una bebida embriagante.

Todos los textos del Nuevo Testamento, excepto uno, que usan oinos o hablan de embriaguez en sentido peyorativo, lo hacen con el propósito de enseñar. Tres son de Jesús, y el resto corresponden a Pablo. Comenzaremos con las enseñanzas de Jesús.

Evangelios

En Mateo 24 Jesús habla de la necesidad de estar listos para su segunda venida (cf. vers. 44). El “siervo fiel y prudente” será hallado realizando sus deberes asignados por su amo. Este siervo es llamado “bienaventurado”. El “siervo malo” es impaciente e intranquilo ante lo que considera una tardanza de su amo y comienza a “golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos”. Tal siervo será castigado “duramente”, y su porción será con los hipócritas.

Este tema de los dos tipos de personas que se encontrarán vivas cuando vuelva nuestro Señor se repite cinco veces en el contexto inmediato (24:40, 41; 45-51; 25:1-13; 14:30, 32-46). Un grupo estará listo para el retorno del Señor. El otro no.

El siervo que no estará listo se describe como violento con sus prójimos y como comiendo y bebiendo con los borrachos. Sin embargo, la violencia, comer y beber con los borrachos, no es la causa, sino una señal, de su condición de no preparado. Mientras que se condena el comportamiento irresponsable del siervo malo, Jesús declara que su mayor pecado es la hipocresía (Mat. 24:51). Tal enseñanza se halla también en las parábolas de las diez vírgenes (Mat. 25:1-13), los talentos (Mat. 25:14-30), y “las ovejas y los cabritos” (Mat. 25:31- 46). Por tanto, la embriaguez mencionada en Mateo 24:49-51 parece describir a una persona que profesa ser parte del pueblo de Dios, pero vive una vida contraria a su voluntad.

Lo interesante es que Jesús eligió la embriaguez para ¡lustrar su mensaje -al igual que los profetas del Antiguo Testamento. De modo que en este pasaje hay cuando menos una condena tácita de la embriaguez.

Quizá nuestro siguiente texto es el más difícil de los que tocan este tema en los evangelios. En Lucas, Jesús defiende a Juan el Bautista: “Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan, ni bebía vino, y decís: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Este es un hombre comilón y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores” (Luc. 7:33-35).

Primero, no hay evidencia de que Jesús haya bebido alguna vez jugo de uva fermentado. La única acusación en este sentido provino de sus enemigos. Cuando uno trabaja en la interpretación de un documento antiguo, tomar a la letra una acusación acerca de alguien, hecha por los enemigos declarados de esa persona es credulidad, en el mejor de los casos, y en el peor, una erudición demasiado pobre.

En segundo lugar, las palabras de Jesús deben entenderse en su contexto. Jesús arguye que Juan el Bautista no buscó para su ministerio la aprobación de los líderes religiosos de Jerusalén, y ellos, por lo tanto, lo ignoraron a él y a su mensaje. La insistencia de Juan en la predicación en el desierto, la dureza de su mensaje (cf. Mat. 3:7-12), y su forma de comer y de vestir un tanto fuera de lo común, los hizo concluir que estaba poseído. Jesús ya había declarado una afinidad con Juan (cf. Mat. 21:23-27), que lo hizo sospechoso para los líderes religiosos. Él también se negó a buscar la sanción de los líderes religiosos para su ministerio. Se asoció con pescadores, prostitutas, publicanos (colectores de impuestos) y otros “de mala fama”. Por tanto, lo declararon culpable de asociación delictuosa: Jesús, “amigo de publicanos y pecadores” (Luc. 7:34), tiene que compartir el estilo de vida de glotonería y embriaguez de sus amigos.

La respuesta de Jesús a semejantes cargos no puede tomarse como una aprobación a la bebida.

Los escritos de Pablo

El apóstol Pablo menciona el vino o la embriaguez diez veces en sus epístolas, todas las cuales son didácticas. Siete pasajes condenan la embriaguez no sólo porque es errónea (Rom. 13:13; Gál. 5:21; Efe. 5:18), sino también por el impacto que tiene en las relaciones con Dios (Rom. 14:21; 1 Cor. 5:11; 6:10; 11:21). Los otros tres pasajes son un tanto problemáticos y necesitan una consideración más cuidadosa.

Pablo aconseja a Timoteo que los diáconos no deben ser “adictos’’ al vino (1 Tim. 3:18). Le escribe a Tito que las ancianas no deben ser “esclavas” del vino (Tito 2:3). Estos textos, tomados aisladamente, pueden sugerir que el vino es aceptable dentro de ciertos límites. Cuando se comparan con el consejo que Pablo dio a Timoteo de usar un poquito de vino por causa de sus frecuentes enfermedades (1 Tim. 5:23), le queda a uno la impresión de que beber vino es aceptable mientras no conduzca a la adicción. Debe recordarse que los otros siete pasajes, donde Pablo habla acerca de oinos, es la ebriedad la que condena, no el beber vino per se. La consistencia demanda que no podamos hacer de oinos una bebida fermentada en un pasaje y no fermentada en otro, simplemente para que se adapten a nociones preconcebidas. Oinos es oinos.

¿Cómo, entonces, debiera entenderse el consejo de Pablo a Timoteo y a Tito? Otros pasajes pueden ayudarnos. Pablo arguye en 1 de Corintios 6:19: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (cf. 1 Cor. 3:16,17). ¿Qué hay en el acto de beber vino que glorifique a Dios? ¡La fuerza de este texto es que coloca la responsabilidad de la evidencia sobre los bebedores de vino!

Consideremos un poco más la metáfora del templo. Nada común o inmundo era permitido en el templo. Sólo se permitía aquello que era puro y santificado, ya fuera un sacrificio o un sacerdote. Si esta interpretación se aplica a estos pasajes de 1 de Corintios, la conclusión es inevitable: Dios espera de nosotros que cuidemos nuestros cuerpos. ¡La bebida difícilmente puede contribuir a hacerlo!

¿Contamina nuestros cuerpos el beber vino moderadamente?

La información científica (que es demasiado numerosa para citarla) confirma que sí lo hace. La consideración más importante para los cristianos es que beber bebidas alcohólicas, incluso moderadamente, perturba nuestra capacidad de pensar con claridad. Ahora, siendo que es sólo a través de nuestras mentes que podemos conocer la voluntad de Dios para nuestras vidas, nos conviene abstenernos de todo lo que pueda estorbar esas líneas de comunicación.

Esta conclusión, sin embargo, está en conflicto aparente con Pablo, porque él le dice a Timoteo que tome un poquito de vino. ¿Aprueba Pablo la contaminación del templo de Dios? ¿Cómo podemos resolver este dilema?

Para hallar una respuesta debemos volver a los tiempos del apóstol. En el primer siglo, cuando la medicina científica moderna no se conocía, los antiguos pueden haber comprendido por experiencia que el vino tenía ciertos poderes curativos que otros remedios no tenían. Tal uso del vino era aceptable para Pablo. Algunos podrían descartar esta respuesta como demasiado simplista. Otros pensarán que la respuesta ignora o tuerce la evidencia. Sin embargo, como estudioso de la Biblia que creo que este Libro no se contradice a sí mismo, ésta es, para mí, la única respuesta satisfactoria.

Conclusión

Al margen de nuestras consideraciones de los textos bíblicos, podemos extraer algunas conclusiones tentativas.

En primer lugar, el beber vino no es un tema de gran importancia en las Escrituras. Si bien el vino aparece en lodo el Antiguo Testamento, sólo unos pocos pasajes dicen algo acerca de su uso. En la mayoría de los casos, éste, simplemente, es parte del escenario del Antiguo Testamento, mencionado a menudo junto con “aceite” y “pan”. El vino se usa muy seguido en un sentido simbólico.

En segundo lugar, uno de los mayores temas de la Escritura son los repetidos intentos de Dios de sacar a su pueblo del pecado, la rebelión y la muerte. Así, y a la luz de los relatos considerados aquí, parece que el beber vino, y particularmente la embriaguez, no sólo no ayuda en nada, sino que es absolutamente dañina y contraria a los propósitos de Dios. Aquellos que arguyen que la Biblia no condena el uso del vino, buscarán en vano una orientación, historia, o texto que exalte las virtudes del vino. Admito que hay pasajes que hablan, tanto literal, como simbólicamente, del pueblo de Dios usando vino en las celebraciones por las victorias sobre sus enemigos (Ecl. 9:7: Isa. 55:1; Joel 2:19, 24; Amos 9:14; Zac. 9:17; 10:7) y en celebraciones religiosas (Gén. 14:18; Deut. 12:17; 14:23, 26; 1 Crón. 12:40; Prov. 3:10; Isa. 55:1; 65:8; Jer. 31:12). Quizá esas celebraciones en las que usaban vino deben entenderse que tenían cierto simbolismo corporativo cultural (¿o religioso?) entre los israelitas que no alcanzamos a comprender. Pero usar estos textos como prueba de que la Biblia no condena el uso del vino es gratuito. Lo único que necesitamos es revisar el registro bíblico de dolor, problemas y aflicciones que el uso del vino produjo en los individuos y las familias. Además, la Biblia menciona el vino tanto simbólica como literalmente más frecuentemente en el contexto del juicio que en las celebraciones. Además, argüir, basándose en números, es débil, no conclusivo ni científico. Sin embargo, aquellos que señalan los textos que hablan del vino en celebraciones deben tomar en cuenta también los textos que ponen al vino en un contexto de juicio.

En tercer lugar, una declaración de propósito. Este artículo no tiene el propósito de atacar a ninguna persona de la iglesia que esté luchando contra el uso o el abuso del alcohol. ¡Ese no es mi propósito! Quizá a algunos les gustaría que las conclusiones de este artículo fueran más fuertes en la condenación del vino o de bebidas alcohólicas. Lo único que puedo decir es que no puedo hacer que los textos digan algo simplemente porque eso es lo que quiero que digan.

Sin embargo, espero que este artículo diga algo, no sólo acerca de nosotros sino acerca de Dios también. Si creemos que Dios es el Creador de todas las cosas, incluyendo nuestros cuerpos, entonces se infiere que El conoce lo que es mejor tanto para-nuestros cuerpos como para nuestras mentes. La ciencia nos dice que el alcohol produce cambios en el sistema nervioso central, afectando así tanto la mente como el cuerpo. Dios ya lo sabía. Y en una época cuando necesitamos ser especialmente ágiles en nuestro pensamiento, particularmente en asuntos religiosos, ¿no deberíamos evitar cualquier cosa que interfiera con nuestra capacidad de pensar?

Finalmente, una aplicación aún más práctica. Nuestro propósito primario sobre la tierra es alabar y glorificar a Dios y permitir que nos use en su ministerio

de reconciliación. Este alcanza tanto a aquellos que están dentro como a los que están fuera del reino de Dios. Parece que la mejor manera de comprometemos en ese ministerio es alejándonos del alcohol y otras drogas, dando oídos al consejo del apóstol Pedro: “Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Ped. 1:13,14).

Sobre el autor: Roger S. Evans, es pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Delaware/Westerville, Ohio y candidato a doctor en Historia de la Cristiandad de la Universidad del Estado de Ohio.


Referencias

[1] Cf. William A. Holiday, ed„ A Concise HebrewAramaic Lexicón of the Old Testament (Grand Rapids: Eerdmans, 1971), pág. 134; Don F. Neufeld, gen. ed., Seventh-day Adventist Bible Commentary, 10 tomos (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1960), tomo 8; Siegfried H. Horn, Seventh-day Adventist Dictionary, pág. 1149; William Wilson, Oíd Testament Word Studies (Grand Rapids: Kregel, 1978), pág. 483.

[2] La lista de tales intentos es larga. Entre los Adventistas del Séptimo Día el intento más reciente fue hecho por Samuelle Bacchiochi, Wine in the Bible (Berrien Springs, Michigan: Biblical Perspectives, 1989), págs. 66- 69

[3] Heinrich Seeseman, “Oinos”, Theological Dictionary of the New Testament, ed. Gerhard Friedrich (Grand Rapids: Eerdmans, 1967), tomo 5, págs. 162-166.

[4] Heinrich Seeseman, “Oinos”, Theological Dictionary of the New Testament, ed. Gerhard Friedrich (Grand Rapids: Eerdmans, 1967), tomo 5, págs. 162-166.

[5] William Sheah, “Alcohol and the Bible”. Manuscrito no publicado (Biblical Research Institute, Silver Spring, MD).

[6] Horn, P. 1149; Seeseman, págs. 66-69; Joseph Henry Thayer, Greek-English Lexicon of the New Testament (Grand Rapids: Zondervan, 1885), pág. 442.