El divorcio, con todas sus consecuencias, es una experiencia más destructiva y traumática que los problemas conyugales que lo motivan.

     Dios instituyó el matrimonio para proporcionarnos amistad, compañerismo, apoyo y amor en nuestra vida. “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén. 2:24). Lamentablemente, algunas personas, incluso entre nosotros, han sufrido angustias y pérdidas en sus matrimonios. El amor, que debería haber generado poder y vida en la relación conyugal, no siempre alcanza a mantener vivo un matrimonio.

     A veces algunos llegan a la conclusión de que ya no pueden vivir más como marido y mujer. Es posible que se sigan amando, pero les parece que es imposible seguir viviendo juntos. En este caso, la gran pregunta es: ¿Será el divorcio la solución del problema?

QUÉ DICE LA BIBLIA

     En Deuteronomio 24:1 leemos, entre otras cosas, que un hombre puede separarse de su esposa si halla en ella “alguna cosa indecente” Pero, ¿qué sería esa “cosa indecente”? En el intento de dar respuesta a esta pregunta hay dos corrientes de pensamiento. El rabí Shammai defiende la idea de que la frase se refiere a pecado sexual. El rabí Hillel, en cambio, dice que tiene que ver con cualquier cosa de la esposa que no le guste al marido, hasta el hecho de quemar la comida, por ejemplo.

     ¿Qué dice Jesús? Su respuesta está en Mateo 19:4 al 9. Es bueno recordar que él no comienza con la idea de Deuteronomio sino con la creación: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (vers. 4-6).

     Entonces los fariseos contestaron: “¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio y repudiarla? (vers.7). A lo que Jesús respondió: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así. Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera” (vers. 8, 9).

     Es interesante notar el verbo que emplearon los fariseos al formular su pregunta. Dijeron “mandó” al referirse a Moisés, mientras que Jesús usó “permitió”. De acuerdo con el Maestro, se permitió el divorcio por causa de la dureza del corazón de la gente. Pero en el versículo 9 afirma que la única base para el divorcio es el adulterio. El Señor presentó en primer lugar el ideal del matrimonio, y después la excepción. Con frecuencia ponemos el acento en la excepción y nos olvidamos del ideal que presentó el Maestro.

     En la actualidad, a mucha gente ni siquiera le interesa considerar este ideal. En muchos casos, por cualquier razón recurren al divorcio. Parece que hay poca disposición para ejercer algo fundamental en todo tipo de relación duradera: la paciencia. Si las parejas desarrollaran esa virtud en bien de la relación, en lugar de gastar energías en el proceso del divorcio, hoy habría menos separaciones.

     El pastor y columnista cristiano George Crane cuenta el caso de una señora que fue a su oficina llena de ira contra su esposo.

      —No sólo me quiero divorciar de él —dijo—, sino también quiero hacerlo ahora mismo. Quiero que sufra tanto como yo sufrí.

     El Dr. Crane le sugirió a la señora que regresara a su casa y que tratara de actuar como si amara a su marido. Le aconsejó:

    —Dígale cuánto significa él para usted. Elogie algunos de sus rasgos de carácter. Sea tan bondadosa y generosa como le sea posible. No ahorre esfuerzos para agradarlo. Hágale creer que lo ama. Después de convencerlo de que su amor es eterno y que usted no puede vivir sin él, tire la bomba: ¡Pídale el divorcio! Eso sí que lo va a hacer sufrir.

     Con el brillo de la venganza en los ojos, ella sonrió y exclamó:

    — ¡Maravilloso! ¡Fantástico!

     Y salió para llevar a cabo el plan. Durante dos meses le demostró amor y bondad a su esposo; estaba lista para oír y compartir. Como nunca más volvió a su oficina, el Dr. Crane la llamó por teléfono y le dijo: —¿Qué tal? ¿Ya están listos para el divorcio?

     La mujer respondió:

      —¿De qué divorcio me habla? No nos vamos a separar nunca. Descubrí que realmente amo a mi esposo.

     Por extraño que le parezca a mucha gente de hoy, la actitud de la mujer cambió sus sentimientos. La habilidad para amar se desarrolla no tanto por medio de promesas fervorosas, sino por acciones repetidas.

     No nos sorprende que Dios no quiera el divorcio. Al hablar de su relación con Israel, la Biblia nos da esta seguridad: “Porque Jehová… ha dicho que él aborrece el repudio” (Mal. 2:16).

OTRAS RAZONES

     La gente, por lo general, presenta otras dos razones más para justificar el divorcio, y afirma que son bíblicas.

     La primera es el abandono. Pablo lo dice: “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo” (1 Tim. 5:8).

     “Y a los demás yo digo, no el Señor: Si algún hermano tiene mujer que no sea creyente, y ella consiente en vivir con él, no la abandone. Y si una mujer tiene marido que no sea creyente, y él consiente en vivir con ella, no lo abandone. Porque el marido incrédulo es santificado por la mujer y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos. Pero si el incrédulo se separa, sepárese; pues no está el hermano o la hermana sujeto a servidumbre en semejante caso, sino que a paz nos llamó Dios” (1 Cor. 7:12-15).

     Al reunir estos pasajes, algunas personas llegan a la conclusión de que si alguien abandona o descuida seriamente a su familia, se lo debe considerar incrédulo. El creyente abandonado, lo mismo que el incrédulo, estarían libres para divorciarse y casarse de nuevo, según esta interpretación.

     En verdad, hay muchas clases de abandono. Pero olvidar cosas importantes no es abandonar. Fallar en los negocios o descuidar la educación de los hijos no siempre es abandono. El abandono implica un grave descuido de la familia. Es más que estar muy ocupado con otras cosas, o ser irresponsable. Es descuidar y, por encima de todo, no estar presente cuando se lo/la necesita. Es renunciar a sostener o apoyar a la familia.

     Otra razón para justificar el divorcio y el nuevo casamiento es el abuso. Nos referimos al abuso físico, que podría implicar maltrato sexual. El cónyuge que practica esta clase de abusos en su familia está lejos de manifestar una conducta cristiana digna. Por el contrario, revela falta de amor y de la presencia del Espíritu Santo en su vida.

     En los días del Antiguo Testamento existía la ley de la restitución: “El que hiere algún animal ha de restituirlo; mas el que hiere de muerte a un hombre, que muera. Un mismo estatuto tendréis para el extranjero como para el natural; porque yo soy Jehová vuestro Dios” (Lev. 24:21, 22).

     Es interesante que Jesús haya explicado esa ley de manera diferente: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra” (Mat. 5:38, 39).

     Cuando una mujer vive con un abusador, puede verse obligada a volver la otra mejilla muchas veces. Y eso puede convertirse en algo mortalmente peligroso. ¿Acaso estaba sugiriendo Jesús que alguien, víctima de malos tratos en el matrimonio, arriesgara su vida al poner cada vez la otra mejilla cuando se producen malos tratos? No creo que Cristo haya querido decir eso. Estaba hablando de los abusos de origen político que padecía su pueblo en esos días. Los romanos, por ejemplo, al parecer, se deleitaban en maltratar a los judíos. Lo que estaba diciendo Jesús es que los judíos, en ese caso, debían tratar a los romanos con bondad. Con eso podrían impresionar positivamente al abusador e inducirlo a cambiar de conducta.

     El abuso físico puede ser sexual, emocional, psicológico, mental y verbal. Hay incluso ejemplos de abusos espirituales practicados por algunas iglesias y sus líderes.

     Pero sigue en pie la pregunta: ¿Es el abuso razón para justificar un divorcio y un nuevo casamiento? Si un cónyuge es abusador, ¿debería su pareja estar de acuerdo en vivir con él? ¿Conservar la relación es más importante que librarse de un permanente maltrato? Nadie necesita exponerse a malos tratos. Después de todo, hay ayuda especializada disponible tanto dentro de la iglesia como fuera de ella, aunque no tengamos todavía reglas definidas sobre el abuso doméstico y su relación con el matrimonio, el divorcio y el nuevo casamiento.

CUANDO EL MATRIMONIO VACILA

El divorcio es una experiencia profundamente dolorosa. Las personas que lo están considerando tienen poca idea de las dificultades que implica. Se lo ve como una solución relativamente sencilla para aliviar la angustia que se experimenta en el matrimonio. Los sufrimientos causados por el divorcio se duplican cuando se trata de un segundo casamiento, y a partir de allí crecen en proporción directa.

     En sí y por sí mismos, el divorcio y todo lo que implica son frecuentemente experiencias más destructivas que los problemas conyugales que los motivaron. Las parejas que se están divorciando, especialmente las que lo están haciendo por primera vez, tienden a llevar al nuevo matrimonio los problemas que causaron el colapso del anterior. También está el intento de reajuste que debe comenzar cuando hay hijos y otros familiares implicados en la experiencia.

     Aunque algunos vean razones bíblicas para el divorcio, se lo debe evitar por todos los medios posibles. Incluso cuando hay un adulterio el matrimonio se puede salvar mediante el perdón. Y la vida puede continuar con más satisfacción que si se insiste en el divorcio.

     Si tenemos en vista enriquecer nuestro propio matrimonio, y el de los miembros de nuestras iglesias, necesitamos mejorar nuestra percepción de lo que es sano y de lo que es enfermizo en lo que a esta relación se refiere. Por la gracia de Dios, podemos actuar para intervenir y ser una ayuda eficaz para nosotros mismos y para aquellos a quienes el Señor nos llamó a servir.

Sobre el autor: Pastor de la Iglesia Adventista de Hendersonville, Carolina del Norte, Estados Unidos.