PRESIDENTE: F. C. Clifford
MIEMBROS DEL JURADO:
Introducción — J. A. Buckwalter
Árbitro — W. R. Beach R. A. Anderson
C. E. Bradford
E. E. Cleveland
M. K. Eckenroth
Edward Heppenstall
H. W. Kibble
G. D. King
R. H. Pierson
C. A. Reeves
H. J. Westphal
J. A. BUCKWALTER: “Una niñita, después de asistir durante sus primeras semanas a la escuela, le preguntó a su maestra: ‘¿Sé ahora tanto como lo que no sé?’ Esta pequeña no sabía que nunca llegaría a eso. Ninguno de nosotros sabe todo lo que debe saberse acerca de la predicación, y todos nos percatamos penosamente del contraste que hay entre el poder del Evangelio de Dios y la debilidad de gran parte de nuestros métodos de presentación.
“‘Los dogmas del pasado tranquilo —dijo Abrahán Lincoln— son inapropiados para el tempestuoso presente’. Si esta declaración es valedera para los dogmas del Estado, ¡cuánto más lo es para la predicación del Evangelio! La predicación que se ha hecho en el pasado no se adecúa a la hora en que vivimos en el presente. Debiera haber un creciente despertar a la necesidad de una predicación más poderosa. La Biblia contiene los grandes principios directores que sustentan esa clase de predicación. Y éstos son puestos de relieve a su vez en los escritos del espíritu de profecía.
“El primer requisito previo para una predicación más poderosa es una mayor dependencia del Espíritu de Dios. Pablo declaró que su predicación era “con demostración del Espíritu y de poder” (1 Cor. 2:4). No era una interpretación caprichosa de la sabiduría o filosofía humana.
“El secreto del poder del predicador es la morada interior del Espíritu del Dios vivo. ‘Dios puede enseñaros más en un momento mediante su Espíritu Santo de lo que podéis aprender de los grandes hombres de la tierra’ (Testimonies to Ministers, pág. 119). Todas las filosofías humanas son completamente inadecuadas para la predicación con poder. Sólo la religión que procede de Dios puede guiar hacia él. Cuando descienda sobre el ministerio ‘el mismo Espíritu que moraba en Cristo mientras impartía la instrucción que recibía constantemente, ha de ser la fuente de su conocimiento y el secreto de su poder’ (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 264). La predicación con poder de la Palabra de Dios procede del mismo Espíritu que moró en Jesús. Y en otro lugar se nos dice: ‘El secreto del éxito estriba en la unión del poder divino con el esfuerzo humano’ (Patriarcas y Profetas, pág. 543. Ed. P.P.).
“Por lo tanto, el secreto de una predicación poderosa exige una comunión más abundante con Cristo, porque esa es la manera como logramos la unión con el poder divino del Espíritu de Dios.
“Una predicación más poderosa requiere que se enaltezca más a Cristo. Debemos asirnos de la mano de Jesús y de la mano de los hombres por quienes trabajamos, a fin de ponerlos en mutuo contacto. El concepto apostólico de la predicación enseñaba a ensalzar a Jesús. El predicador ordenado debe ensalzar a Jesús y presentarlo delante de los hombres como el que une el amor humano y divino y pone a la humanidad en contacto con la divinidad —en unión con la divinidad. La predicación con poder no consiste ‘en el arte de la exhibición, sino en ensalzar a Cristo, el Redentor que perdona el pecado’ (Testimonies, tomo 9, pág. 142). Uno de los dirigentes cristianos del pasado dijo: ‘Hoy prediqué a Bernardo, y todos los eruditos acudieron y me alabaron; ayer prediqué a Cristo, y todos los pecadores acudieron y me lo agradecieron’.
“Más estudio de la Palabra de Dios es una necesidad vital para el ministerio. La única predicación verdadera es la que se basa en la Biblia. Hablar de filosofía y de todo lo que se le parezca no es predicar. En Profetas y Reyes se nos dice: ‘Las palabras de la Biblia, y de la Biblia sola, deben oírse desde el púlpito’ (pág. 461). Debemos aferrarnos a los grandes temas de la Palabra de Dios. Hay mucho ‘alimento barato’ en nuestros sermones. Varios de nuestros médicos me han hablado acerca de esto. Uno de ellos me dijo: ‘Pastor, cada sábado voy a la iglesia, y nunca recibo nada que pueda alimentar mi alma. Nuestro pastor es una buena persona, pero está agobiado por la promoción de las campañas, y no estudia para proporcionarnos las grandes verdades alimentadoras de la Palabra de Dios’. ¡Qué tragedia!
“Una predicación más poderosa requiere más amor por las almas. Necesitamos sentir sobre nosotros con más intensidad la carga de una humanidad perdida. El predicador necesita identificarse con su pueblo. Cada ministro podría probar el valor de su servicio del sábado, preguntándose: ‘¿Se encontró mi pueblo con Dios en mi servicio de esta mañana?’ Este es el primer propósito de la predicación. El gran hecho fundamental del ministerio de Cristo consistía en que ‘durante toda hora de la estada de Cristo en la tierra, el amor de Dios fluía de él en raudales incontenibles. Todos los que sean imbuidos de su Espíritu, amarán como él amó’ (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 614). El amor de Jesús era impartido a quienquiera que entrara en contacto con él. El suyo era un amor irresistible que llegaba hasta sus semejantes. Cuando nosotros, como ministros, amemos como Jesús amó, entonces nuestra predicación será más poderosa.
“Otro principio que rige la predicación con más poder es una mayor entrega del yo. El apóstol Pablo reveló su amor por sus semejantes y la actitud del ministro de Cristo, al procurar en todo momento enaltecer al Señor Jesús. Declaró que el gran blanco del ministerio era presentar ‘a todo hombre perfecto en Cristo Jesús’ (Col. 1:28). En un esfuerzo por lograr dicho fin, pudo decir de la predicación apostólica: ‘Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor’ (2 Cor. 4:5).
“La predicación es una revelación de Dios á través de la personalidad humana. No es una revelación del yo bajo el nombre del Señor Jesucristo. Un hermano que oraba por un ministro que estaba por presentar un mensaje en el culto matutino, dijo: ‘Señor, te agradecemos por nuestro hermano; ahora, te pedimos que lo borres del todo’. Cuán importante es comprender que un hombre puede glorificar a Cristo y a sí mismo al mismo tiempo. La renunciación de sí mismo es otro de los factores de la predicación poderosa.
“También necesitamos una mayor claridad y fervor en la predicación de la Palabra de Dios. Necesitamos realizar nuestras explicaciones con claridad y énfasis. Las grandes verdades debieran destacarse como piedras miliarias en nuestros sermones, claras y positivas. Todo bosquejo de un sermón debiera contener cuatro cosas: 1) Definición, 2) desarrollo, 3) dirección, y 4) destino. La claridad y la precisión en la preparación de los sermones ayudará a exponer con nitidez los puntos más salientes. Cierto predicador oraba: ‘Señor, da- me suficiente conocimiento para predicar con sencillez suficiente’. El conocimiento impartido por la gracia y el Espíritu de Dios nos capacitará para exponer las verdades con tanta sencillez que los oyentes indoctos podrán conocer los grandes principios del Evangelio del Señor Jesús, y serán reconfortados por el amor incomparable de Dios. Este también es un factor de la predicación con poder.
“Cada vez que predicáis hacéis una exposición de. vuestra mente y una revelación de vuestro corazón. El fervor que transforma la predicación en una experiencia viva no procede de la boca; no está en las palabras del predicador, sin perjuicio de la importancia que tengan éstas; se encuentra en el pensamiento, en el sentimiento del alma del orador. Cuando un hombre arde por Dios, como dijo Juan Wesley, ‘la gente acudirá a verlo quemarse’.
“De manera que cuando subamos al púlpito para proclamar las palabras del Dios eterno, recordemos cuatro cosas: 1) ¿Qué? — nuestro tema. 2) ¿Por quién? —nuestro Dios. 3) ¿Para quién? —nuestra grey. 4) ¿Para qué? —nuestro propósito en el sermón. Siempre hemos de ganar y de conservar a los seres humanos para nuestro Señor, y debemos recordar que únicamente Dios puede hacer a un predicador poderoso”.
EL ARBITRO agradeció al pastor Buckwalter, y luego preguntó: “¿Qué es una predicación más poderosa? ¿Cómo podemos definirla?”
G. D. KING: “Ud. ha hecho una pregunta difícil de contestar, pero tengo una cita de Obreros Evangélicos, pág. 61, que dará una respuesta concreta: ‘Hombres en cuyos corazones habite Cristo, “la esperanza de gloria”, y que con labios tocados por el fuego santo prediquen “la palabra”’. ¿Cómo podemos juzgar el poder de la predicación? Podríamos decir que por sus resultados. En Evangelism, pág. 700, leemos: ‘La verdad, la Palabra de Dios, es como un fuego en sus huesos, que los llena con un deseo abrasador de alumbrar a los que están en tinieblas. Muchos, aun entre los que no son educados, proclaman las palabras del Señor. El Espíritu impele a los niños a salir y predicar el mensaje del cielo. El Espíritu será derramado sobre todos los que se sometan a sus indicaciones, y éstos, arrojando toda maquinaria humana, sus reglas limitadoras y sus métodos cautelosos, declararán la verdad con el poder del Espíritu. Multitudes recibirán la fe y se unirán a los ejércitos del Señor ”.
EDWARD HEPPENSTALL: “¿Qué es un gran predicador? Yo creo que un predicador debiera tener un sentimiento de derecho sobre los corazones humanos cuando se levanta a predicar. Esto no se logra gritando. No lo obtiene alguien preocupado de sus apuntes, porque su grey es más importante que sus notas. ¿Cómo llega un predicador a tener ese sentimiento de derecho? Todos sabemos muy bien que podemos levantarnos y llenar el aire de ademanes enérgicos, pero al final del sermón comprendemos que sencillamente no hemos comunicado nada a los corazones de la gente. Cuando un predicador presenta una verdad, ésta debe constituir algo más que un conjunto de ideas. Un predicador poderoso es quien posee la habilidad de reproducir efectivamente la verdad que está proclamando. Esto no se logrará predicando los sermones de otros hombres —no importa cuán excelentes puedan ser. Esto reproduce meras palabras, y no una verdad viva. Comprendo que no podemos ser completamente originales; tal cosa no existe. A veces pienso que tengo una idea original y luego, unos meses o años después, me encuentro con alguien que había tenido el mismo pensamiento. Necesitamos, sin embargo, un estudio más profundo de la Palabra de Dios. Nunca tendremos un sentimiento de derecho a menos que las verdades que estudiemos nos hayan reclamado como suyos”.
C. A. REEVES: “Cada gran movimiento de reforma y cada gran reavivamiento efectuado en la historia de la iglesia se han producido a través de una predicación centrada en la Biblia. Por cierto que la verdadera predicación estará llena con el espíritu de las Escrituras. Estoy seguro de que todos deseamos tener la reputación que tenían los adventistas de hace algunas décadas, cuando eran conocidos como verdaderos estudiosos de la Biblia. Debiéramos preparar nuestro tratamiento espiritual con tanto cuidado como el del médico que vela por la salud de sus pacientes. Quisiera sugerir que uno de los mayores incentivos y uno de los mejores pasos para estimular una predicación más poderosa, sería tomar nuestros Testamentos en griego y dedicarnos a llevar a cabo un cuidadoso análisis del Nuevo Testamento. Tal vez podríamos seguir un curso de lectura que consistiera únicamente en la lectura de la versión griega del Nuevo Testamento. Esta investigación proporcionaría un nuevo contenido a nuestra predicación, que llenaría de gozo los corazones de los miembros de nuestra grey”.
H. W. KIBBLE: “La sierva del Señor ha dicho con todo acierto que la necesidad más urgente del pueblo de Dios consiste en un reavivamiento de la verdadera piedad. Más victorias en la vida del predicador significarían más poder en su predicación. Los ministros deben ser hombres convertidos, consagrados, dedicados a su tarea sagrada de predicar el Evangelio eterno. Deben demostrar mediante sus vidas lo que proclaman desde el púlpito. Deben arder con fuego sagrado, porque el alimento espiritual es de poco provecho cuando se sirve frío. El corazón del predicador debe rebosar con la riqueza de la Palabra de Dios. Se necesita un hombre para mover una carretilla; se necesita vapor para mover un barco; se necesita gasolina para mover un automóvil; se necesita electricidad para mover una locomotora; y se necesita el Espíritu de Dios para mover a la iglesia, para mover los corazones de los hombres”.
R. H. PIERSON: “Pablo dijo: ‘Lo que… visteis en mí, esto haced’ (Fil. 4:9). Una versión rinde así este pasaje: ‘Sed imitadores de mí’. La sierva del Señor dijo acerca del Salvador: ‘Vivía lo que enseñaba… Era lo que enseñaba’. Esto era lo que confería poder a su predicación. Me parece que una de las cosas más importantes relacionadas con nuestra predicación, es que nuestro mensaje primero debe tener una conexión viva con nuestra propia experiencia. Debemos ser lo que queremos que sean los demás. Entonces tendremos un ministerio poderoso”.
H. J. WESTPHAL: “Cuanto más semejantes a Cristo seamos, tanto más produciremos. Únicamente el método de Cristo nos dará un verdadero éxito en alcanzar a la gente. El Salvador se mezclaba con los hombres como uno que deseaba su bien. Mostraba su simpatía por ellos, ministraba sus necesidades, y ganaba su confianza. Sólo entonces les decía: ‘¡Sígueme!’ Se cometería un error al predicar primero, y luego esperar que nuestras vidas arrastrarán a la gente con nosotros.
“Podría decirse que Cristo fue el mayor estratega que ha existido. Los estrategas militares de la antigüedad generalmente buscaban el punto débil de las fuerzas enemigas, introducían una cuña en él y las dividían en grupos; después procedían a aniquilarlas por separado. Y esa fue la estrategia de nuestro Señor. Se acercaba a las personas. Leamos lo que se dice acerca de este punto: ‘Nuestro Salvador iba de casa en casa, sanando a los enfermos, consolando a los dolientes, calmando a los afligidos, hablando de paz a los desconsolados. Tomaba en sus brazos a los niñitos y los bendecía, y hablaba palabras de esperanza y consuelo a las cansadas madres. Con inagotable ternura y dulzura hizo frente a cada forma de aflicción y dolor humanos’. En otras palabras, buscaba el punto sensible en la humanidad y colocaba allí la cuña de su amor. Por cierto, que Cristo predicaba grandes sermones, pero su ministerio consistió mayormente en una demostración de su amor. Y cuando un ministro demuestre este amor visitando a los enfermos y consolando a los dolientes, calmando a los afligidos y hablando de paz a los desconsolados, llevando consuelo y esperanza a las cansadas madres, tomando en sus brazos a los niños y amándolos —cuando un ministro haga esto, aunque no sea un gran orador, tendrá poder en su vida y en su predicación”.
J. L. SHULER: “Quiero presentar una sugestión acerca de cómo llegar a ser un predicador poderoso. En Hechos 18:24-28 leemos que Apolos convenció poderosamente a los judíos. ¿Por qué? Porque era poderoso en las Escrituras. La predicación poderosa es la predicación que hace moverse a la gente a lo largo del camino que Dios quiere que recorra. La predicación poderosa es la predicación que coloca la Palabra todopoderosa de Dios en los corazones de la gente. La predicación poderosa es la que da a la gente lo que más necesita antes que lo que más le gusta”.
R. A. ANDERSON: “Hno. Arbitro, quiero destacar estas palabras del apóstol: ‘Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor’ (2 Cor. 4:5). Este es el secreto, creo yo, de la predicación con poder. ¿Cómo podía lograrlo? Porque había visto a Cristo. Quiero destacar estas significativas palabras de la mensajera del Señor, escritas cuando preparaba libros como La Vida de Cristo, El Deseado de Todas las Gentes, El Discurso Maestro de Jesucristo y El Camino a Cristo. Están en una de sus cartas: ‘No sé cómo hablar o escribir acerca de los grandes temas del sacrificio expiatorio. No sé cómo presentar los temas con el vivido poder en que se hallan delante de mí’. Luego añade este pensamiento: ‘Tiemblo de temor de rebajar el gran plan de salvación expresándolo con palabras comunes’.
“Si la elegida por el Señor para escribir sus mensajes temblaba ante el temor de emplear palabras vulgares, los ministros debieran pedir de rodillas que Dios les dé palabras apropiadas para presentar a Cristo en toda su hermosura.
“La predicación poderosa no consiste únicamente en palabras inteligentes, sino en hacer que la verdad resplandezca ante la gente de modo que puedan aprehenderla. No lo logramos predicándonos a nosotros mismos, sino al Señor Jesús. Pablo dice: ‘Nosotros predicamos a Cristo’ (1 Cor. 1:23), y luego añade otra palabra: ‘crucificado’. La predicación poderosa consiste en capacitar a la gente para que vea al Salvador crucificado y resucitado, al que envía su Espíritu como el Consolador a los corazones para darles la victoria. ‘¡Con qué ardiente lenguaje —los apóstoles— revestían sus ideas al testificar por él!* (Los Hechos de los Apóstoles, pág. 35). Esos fieles heraldos de la cruz proclamaban la verdad con ‘ardiente lenguaje’, porque el Espíritu de Dios hablaba a través de ellos’*.
ARBITRO: “Muchas gracias, Hno. Anderson. Hemos hablado de claridad en la expresión. de un lenguaje escogido y de otras cosas, pero quisiera preguntar al jurado si existe alguna relación entre la predicación poderosa y la debida preparación. Por ejemplo, ¿cuánto tiempo empleáis en la preparación de un sermón?”
ALGUIEN DEL AUDITORIO: “Lleva toda una vida —años de fundamentación y de preparación. El promedio de tiempo que se emplea en la preparación del sermón oscila entre veinte y treinta horas. Alguien dijo que se necesitaba una mayor orientación en las técnicas de la preparación del sermón’.
E. E. CLEVELAND expuso su parecer en el sentido de que haciendo los sermones cristo- céntricos y recurriendo al amor de Cristo y por Cristo en el llamamiento, se haría mucho por una predicación más efectiva.
H. W. KIBBLE añadió el pensamiento de que dependía mucho de que los sermones satisficieran las necesidades peculiares de la grey. “Un sermón debiera resolver un problema de la congregación”, añadió. “¿Habéis notado que cuando Pedro predicó en el Pentecostés predicó para satisfacer las necesidades del pueblo? Fueron conmovidos e inducidos a preguntar: ¿Qué haremos?’ Juan el Bautista, junto al Jordán, predicaba acerca de los pecados de la gente, y llamaba al arrepentimiento. Elías, en el monte Carmelo, exaltó al Dios verdadero e invitó a los israelitas a tomar una decisión, y ellos se enternecieron y se pusieron del lado de Dios, reconociéndolo como verdadero. Jonás, cuando fue a Nínive, predicó con tanto fervor que toda la ciudad cayó de rodillas. Daniel predico ante Nabucodonosor para hacer frente a la necesidad particular de ese momento. El rey estaba preocupado por su destino futuro. Daniel explico el significado de la imagen hasta el advenimiento de Cristo; fue una poderosa presentación ante un auditorio de un solo hombre. El resultado —un gran rey se postró en adoración al Dios verdadero. Si dirigimos nuestros sermones a las necesidades de la grey, añadiremos poder a nuestro ministerio”.
M. E. ECKENROTH: “Se ha dicho: ‘Si el púlpito arde, y el hombre arde, la gente vendrá para verlos arder’. Creo que todavía es un acierto. Recordáis el ejemplo de Abrahán cuando llevó a Isaac para sacrificarlo. Cuando ascendían al monte Moría, Isaac preguntó: “He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” Tenemos mucho fuego, mucha leña, abundante estructura institucional y el armazón de sostén, pero ¿dónde está el Cordero? Si tenemos fuego, pero no tenemos el Cordero, no tenemos sacrificio. Cristo no vino a revelar el Evangelio, porque él es el Evangelio. Jesucristo y la predicación referida a él, la admirable verdad de la justificación por la fe, y todas las demás verdades producirán una predicación con poder.
“El sermón cristocéntrico debe incluir siete hechos fundamentales, según lo explica el espíritu de profecía. Los encontramos en el libio Evangelismo. Todos están relacionados: el amor de Dios, la conversión, la cruz, la piedad práctica, el segundo advenimiento de Cristo, un rincón para los niños, y finalmente el llamamiento. Si incluís estos siete puntos en vuestro sermón, habréis predicado un mensaje cristo- céntrico. No podréis equivocaros”.
G. D. KING: Hno. Arbitro, probablemente todos pensamos en que nuestra predicación es buena, por lo menos sería humano pensarlo. No obstante, podemos reconocer que hay una cierta medida de calidad y profundidad en nuestra predicación. Pienso que tal vez sea un reflejo del tiempo en que vivimos. Vivimos en una época superficial y la gente es superficial en su apreciación. Creo no errar al decir que la iglesia nunca contó con tantos artefactos y auxilios mecánicos como ahora. Soy partidario de las ilustraciones objetivas y otros auxilios que podemos conseguir, pero hermanos, vigilemos para que en el empleo de esos artificios no dejemos que éstos lleguen a ser nuestros amos más bien que nuestros auxiliares.
“Quiero contaros un incidente. Cuando yo era estudiante secundario, Dinsdale Young, de 73 años de edad, predicaba en Londres. Era en la época cuando el modernismo estaba en su furor, y la gente abandonaba el estudio de la Palabra de Dios. Acostumbrábamos a acudir al Westminster Hall a escuchar a Dinsdale Young.
Otras iglesias estaban casi vacías, pero él atraía un gran auditorio, integrado mayormente por jóvenes, porque era un poderoso predicador guiado por el Espíritu Santo y por la Palabra de Dios. No utilizaba auxiliares objetivos. Era un maestro en las Escrituras. Ahí estaba el secreto de su poder”.
J. A. BUCKWALTER: “Si me lo permitís, retomaré el tema de la predicación cristocéntrica. Con frecuencia oímos decir que hay algunos predicadores a quienes se escucha, hay otros a quienes no se puede escuchar, y también hay los que no se puede dejar de escuchar, pero lo que realmente importa es si se puede hacer que la gente escuche a Cristo. Si el sermón les ayuda a escuchar a Cristo y su Evangelio, y si tiene la ciencia de la salvación, será un mensaje centrado en Cristo. Respecto a la preparación del sermón, quiero decir que sería una necedad pretender prepararlo todo de una sola vez. Durante la semana precedente a la predicación, debiera meditarse y madurarse varias veces lo que se va a decir en el sermón. Un programa recargado que deja poco tiempo, o nada de tiempo, para el, estudio espiritual, deja la mente y el corazón sin profundidad”.
R. H. PIERSON: “Quisiera decir algo acerca del contenido de nuestra predicación. Me parece que si buscamos una predicación poderosa debemos evitar la predicación especulativa. Sería mejor que empleáramos nuestro tiempo en los temas que nos ayudarán a estar preparados para los tremendos acontecimientos que están por suceder. Necesitamos recordar que nuestra predicación está destinada a. la conversión de los pecadores y a la consolación y amonestación de los santos. No debemos perder de vista la ganancia de las almas y su conservación dentro de la grey. Y si queremos estar en condiciones de convencer a los pecadores con nuestra predicación, y conservar fieles a los que se han decidido por Cristo, nuestra predicación debe basarse profundamente en la Palabra de Dios. Toda nuestra predicación debiera rebosar amor; sin embargo, si no somos cuidadosos, podemos avanzar demasiado en el terreno del amor y fallar en señalar el pecado. Isaías amonestó: ‘Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado’ (Isa. 58:1). Creo que, si queremos preparar a un pueblo para la venida de Jesús, debemos señalar con toda claridad, y con amor y compasión, los pecados que afean las vidas de los hijos de Dios. Esto garantizará una poderosa predicación, con resultados eternos”.
E. E. CLEVELAND: “Permitidme hablar durante un minuto. Quiero volver a la pregunta formulada por alguien del auditorio, porque creo que es algo de importancia vital. Se refería a un programa de trabajo recargado que estrangula la predicación espiritual poderosa. He sido pastor de ocho iglesias simultáneamente; he tenido que alcanzar blancos de Recolección y realizar muchas otras cosas, pero, hermanos, rehusé dejar que esas cosas me impidieran llevar a cabo un ciclo de conferencias de doce semanas de duración, sin descuidar mi propia predicación personal. Creo que, si delegamos más autoridad en otros, nos quedará más tiempo para la meditación, el estudio y las visitas personales. No podemos cargar con todo el peso del trabajo, de modo que elijamos miembros laicos capaces que compartan la carga.
“Deseo presentar una sugestión práctica de naturaleza diferente: cómo transformar un sermón insípido, mientras se está predicando el sermón. He inventado una técnica que me ha dado resultado, y la he llamado: ‘Ora mientras predicas’. Hermanos, pienso en algunos sermones que no cumplían ningún fin, no por falta de estudio de mi parte, sino porque no se encendían con el fuego sagrado mientras predicaba. En medio de un sermón de esa clase, elevo una corta oración: ‘Poder, Señor, poder’. La gente piensa que estoy descansando, pero estoy orando. Esta práctica, amigos míos, ha rescatado más de un sermón predicado por mí. Podemos predicar poderosamente sólo en la medida en que Dios nos concede su poder”.
ARBITRO: Ha empleado 50 segundos, y ha valido la pena.
R. A. ANDERSON: “Hno. Arbitro, deseo hacer una observación. Yo no creo que Juan el Bautista predicaba sermones sencillos, y estoy seguro de que Pedro no predicó un sermón sencillo en el día de Pentecostés. Predicaban de todo corazón. No sé qué Pedro haya empleado veinte horas en la preparación de su sermón. Empleó varios años. Y eso es lo que hace poderoso un sermón. Debe emanar de la vida. E. M. Bounds ha dicho: ‘Se requieren veinte años para hacer un sermón, porque se necesitan veinte años para hacer a un hombre’. Si el sermón no es la efusión de una vida, nunca tendrá poder, no importa cuán sencillo o complejo sea. Pero si es la efusión de una vida de sacrificio, puede ser el sermón más profundo que se haya escuchado, y puede tener poder. Puede tratar un tema simple, pero los sermones poderosos nunca son simples. Proceden de la profundidad de las almas de los hombres”.
ARBITRO: “¿Y producen fruto?”
F.F. BUSCH (del auditorio): “Voy a decir dos o tres cosas que me han sido de gran utilidad. En esta mañana no se ha dicho nada acerca de la ventaja y la superioridad de la predicación expositiva, pero creo que nuestra predicación, como pastores, será más poderosa, nuestra grey será alimentada espiritualmente, y habrá más adoración en nuestros servicios, si predicamos en forma expositiva.
“La segunda cosa que creo que notamos en nuestras iglesias, es que los ministros, debido a ciertos métodos de evangelismo, han caído en la costumbre de presentar los temas doctrinales recurriendo a textos que sirven de prueba. El predicador elige un texto y presenta únicamente los pensamientos más evidentes y comunes que puede derivar de él. Esto sucede porque muy a menudo nuestra predicación es en gran medida una predicación limitada. Creo que debemos presentar una predicación más textual o expositiva. Hay algunas reglas que ayudarán a lograr esto con buen éxito.
“Primero, al preparar un sermón basado en un texto, procuro investigar el verdadero significado de ese texto. Segundo, ¿en qué forma revela a Cristo ese texto? Tercero, ¿hay en ese texto una invitación del Evangelio al alma necesitada? No consulto comentarios, libros ni cosa alguna hasta haber pasado un tiempo considerable, a veces horas, meditando y estudiando ese texto, averiguando todas sus implicaciones. No acudo a los comentarios antes de haber trazado un bosquejo general de mi satisfacción. Creo que esto me ha permitido predicar algunos sermones originales sobre todos los temas, utilizando textos comunes, pero extrayendo de ellos pensamientos antiguos y nuevos.
“No hace mucho terminé una serie de ocho sermones basados en la invitación evangélica de Mateo 11:28-30. Resultó una experiencia muy satisfactoria para mí, y creo que también lo fue para la congregación. Creo que esto es lo que necesitamos, más predicación textual, más examen de un solo texto, o de pasajes cortos, hasta descubrir la riqueza y profundidad que encierran; esta clase de predicación dará más resultado que la que recurre a los textos bíblicos para utilizarlos en forma casual o superficial como pruebas de otras afirmaciones. Creo que esto mejorará nuestra predicación. Ha mejorado lo mía”.
G.D. KING: “Pido sólo treinta segundos, Hno. Arbitro, para exponer un asunto práctico, porque creo que ejerce influencia en nuestra predicación. Se ha observado un aumento en la costumbre de leer los sermones en vez de predicarlos, y me pregunto si eso da más poder. Un gran predicador norteamericano dijo que el fin de un ensayo era lograr una explanación. Pero el fin de un sermón es lograr una transformación. No lo olvidemos. También dijo que algunos sermones eran terriblemente aburridores porque eran pequeños ensayos sobre temas piadosos. Evitemos esto, hermanos.
“Un joven predicador, no hace mucho, visitaba a uno de los miembros de su iglesia, una anciana escocesa. Con poco tacto le preguntó lo que pensaba acerca de su sermón. La respuesta fue la siguiente: ‘Ante todo, Ud. lo leyó; en segundo término, no lo leyó muy bien; y en tercer lugar, no valía la pena que lo leyera’”.
H. W. KIBBLE: “Cuando los oficiales que fueron enviados para arrestar a Cristo volvieron, y se les preguntó por qué no habían cumplido con su cometido, dijeron: ‘Nunca ha hablado hombre, así como este hombre’. No, nunca un hombre había hablado como él habló, porque nunca había orado como él oró. El pasó noches enteras en oración.
“Una predicación más poderosa no debe ser necesariamente una predicación más larga. Alguien ha dicho: ‘Si no consigue petróleo en veinte minutos, deje de taladrar’. O bien ‘Cuanto más largo el camino, tanto mayor el cansancio’. Recordad, un sermón no necesita ser eterno a fin de ser inmortal.
“Para lograr un sermón poderoso, he creído durante mucho tiempo que debemos poseer la habilidad de crear una atmósfera que es más que religiosa, cuando nos paramos detrás del púlpito. Es muy fácil ser religiosos, pero muy difícil ser espirituales. Y necesitamos realizar un gran esfuerzo para comprender cuál es la diferencia. A menos que un hombre esté entregado a Dios cuando asciende al púlpito, no será un hombre centrado en Cristo, y no podrá predicar un sermón centrado en Cristo. No tendrá poder”.
J. J. AITKEN (del auditorio): “Quiero decir que en Europa hemos encontrado que lo que da más poder a nuestra predicación es vivir cerca del Señor. El apóstol Pablo dijo: ‘Si Dios por nosotros, ¿quién contra nosotros?’ Nos gozamos al comprender que la Europa actual está sabiendo que el ministro adventista conoce el Evangelio de Jesús, y cuanto más pronto nosotros, como ministros, descubramos que poseemos la herencia de los siglos —la ‘nube de testigos’, según lo expresa el apóstol Pablo— tanto mejor será”.
ARBITRO: “Este es el antiguo espíritu agresivo, y así es como la obra avanza en Europa. Creo que todos estamos agradecidos por la discusión acerca del tema de la predicación poderosa. Permitidme resumir los puntos más salientes.
“La predicación poderosa es una predicación con un propósito. Cuando subimos al púlpito, si el ángel del Señor nos dijera: ‘Detente, ¿qué haces aquí hoy?’, debiéramos estar en condiciones de contestar: ‘Señor, tú sabes para qué estoy aquí’. Esto dará poder y finalidad a nuestra predicación. Nos hará persuasivos, eficientes, fructíferos —y en eso consiste la predicación con poder. Nuestra predicación debe estar guiada por el Espíritu. Únicamente el Espíritu de Dios puede convencer, probar la culpa y convertir. Además, debe haber más actitud de oración en nuestro mensaje, más amor por las almas, más comprensión de las Escrituras.
“Los grandes predicadores del pasado han tenido una profunda comprensión de la Palabra. No se limitaban a citar textos o a ordenar textos, sino que derramaban sus almas a través de esos textos, dando la impresión de que esos pasajes de las Escrituras habían sido escritos precisamente para ese discurso.
“Se necesita más claridad en nuestras presentaciones. Se dio a entender, pero no se afirmó, que debíamos ser más interesantes en lo que decimos. Os digo, hermanos, que un sermón falto de interés no puede ser poderoso. Debemos ser interesantes, o la gente no escuchará, sus corazones no se conmoverán.
“Se habló de una mayor victoria en nuestras vidas. Debemos poder decir como dijo cierto predicador cuando se le preguntó: ‘¿Qué es un adventista?’ Replicó: ‘¿Un adventista? Es lo que soy yo’. Y cuando procuramos unir a alguien con Cristo, esa persona debe ver una evidencia de nuestra propia unión con él en nuestra vida.
“Se habló de una estrategia adecuada. Un predicador feliz con un mensaje gozoso será un poderoso predicador. Puede ser que no sea un gran teólogo, pero ejercerá una gran influencia sobre sus oyentes. Si queremos un auditorio de caras largas, podemos ir al establo y hablarles a los caballos, pero nuestra congregación desea predicadores felices que presenten sermones llenos de gozo. La gente debe encontrar a Dios. En cada sermón deben encontrar un medio del cual puedan asirse.
“Originalidad, interés y fuego son tres cosas que no deben faltarle al predicador. Se habló de su tema, de su Dios, de su grey y de su propósito. Necesitamos tener sermones destinados a ciertas personas. Empleemos palabras bien elegidas, no expresiones vulgares, palabras que convenzan y conmuevan; esto es esencial en la comunicación de nuestro mensaje. Las palabras adornadas con llamas son una parte vital de la predicación con poder.
“Y un último punto: una comprensión del gran momento en que vivimos; un sentido del tiempo. Debemos reconocer que hay un tiempo, y ese tiempo es la hora final de la historia humana. Creo que, al regresar a nuestros campos, después de esta convención, nuestra predicación será más poderosa, y habrá más almas como fruto de nuestro servicio. Que Dios nos bendiga para lograr este fin”.