Los grandes punteros del reloj del tiempo han dado otra vuelta en torno a la esfera. Así se cierra el registro de un nuevo año con sus trabajos y fatigas.

Ahora despunta la alborada de una nueva etapa. Y al escribir por primera vez “1964”, juzgamos oportuno reflexionar acerca de las grandes posibilidades que el nuevo año ofrece a la obra del evangelismo.

En 1963 vimos a la América Latina perturbada por graves crisis políticas y económicas, y agitada por violentos movimientos revolucionarios.

Sin embargo, deseamos que los 365 días de este año nuevo, estén señalados por las grandes agitaciones resultantes de un evangelismo agresivo y perturbador.

Los Hechos de los Apóstoles nos hablan de una filosofía entorpecida por el paganismo, repentinamente conmovida y perturbada por la obra de la predicación.

Después de predicar en la ciudad de Filipos de Macedonia, Pablo y Sitas fueron detenidos, y, entre insultos y atropellos, fueron conducidos ante la presencia de los magistrados. Los adversarios filipenses testificaron contra ellos diciendo: “Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra ciudad” (Hech. 16:20).

¡Qué elogio y qué testimonio!

En efecto, una fuerza perturbadora revolucionaba la Europa de aquellos días, promoviendo cambios radicales en los hábitos, los usos y las costumbres de un imperio.

Los predicadores contemporáneos de Pablo, no disponían de los excelentes recursos que poseemos actualmente. Carecían de templos, seminarios y obreros especializados. Con todo, consiguieron perturbar a las multitudes, evangelizando a tres continentes.

Cuando Juan el Bautista inició su ministerio, proclamando el advenimiento del Mesías, toda Judea fue sacudida con su vibrante mensaje. Heredes y Herodías, los sacerdotes y los fariseos, los publicanos y los soldados, todos fueron conmovidos por el verbo poderoso del apóstol precursor.

¿No ocurrió lo mismo con Jesús? Su ministerio provocó sucesivos tumultos y perturbaciones: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra, no he venido para traer paz, sino espada” (Mat. 10:34).

Efectivamente, las palabras de Jesús producían conturbación espiritual de las vidas y las conciencias. Se agitaron con sus enseñanzas los infatuados doctores de la ley, los arrogantes sacerdotes, el opulento Zaqueo, la desventurada adúltera sorprendida en la transgresión, y en fin, los hombres y las mujeres de todas las clases y niveles sociales.

En las páginas de la historia del cristianismo encontramos numerosos ejemplos de hombres que, proclamando el poder redentor de Cristo, trastrocaron el orden social y transformaron el curso de la historia.

En un momento de crisis, cuando las cortinas de la apostasía y las sombras de la superstición cubrían el antiguo continente, dentro de los muros de un claustro, un monje inició una obra perturbadora. Sí, con su voz valiente y su verbo erudito, Lutero perturbó a los papas y los cardenales, a los reyes y los emperadores, a los estados y los continentes, y sacudió en sus propios fundamentos la poderosa estructura medieval.

Tremendo fue el impacto resultante de la obra de Wesley en Inglaterra. Animado por el deseo de proclamar el Evangelio, condujo vibrantes cruzadas de reavivamiento, despertando a una iglesia somnolienta, mundana y corrompida y galvanizándola con un nuevo fervor misionero.

¡Wesley fue un auténtico perturbador!

Perturbadores fueron también los pioneros de este movimiento profético —el movimiento adventista. Como los portadores de las verdades restauradas, iniciaron una obra notable que hoy abarca todos los continentes. Estaban animados por una determinación que no se inspiraba en la comodidad: “Gastar y ser gastado en el servicio del Maestro”. Con este sentimiento, inauguraron un insólito programa misionero que hoy cubre la superficie de la tierra.

El influyente diario La Tarde, editado en la ciudad del Salvador, Bahía (Brasil), informando acerca de lo que ocurre detrás de la cortina de hierro, dijo que las autoridades habían “criticado la creciente actividad de los adventistas del séptimo día”, que con sus “irritantes predicadores iban por las ciudades y las aldeas causando perturbaciones” (22 de marzo de 1963).

Ungidos con el poder de lo Alto, tendremos que perturbar también a la América Latina, con el mismo entusiasmo manifestado por los evangelistas del pasado, y con el mismo fervor de los predicadores adventistas contemporáneos a las naciones que viven bajo la influencia del materialismo dialéctico.

Iniciemos un nuevo año, animados por la fe, inspirados por el deseo de perturbar a la América Latina con el poder del mensaje adventista, y los incrédulos, dando testimonio de nuestro entusiasmo, dirán: Estos evangelistas están perturbando las naciones con su predicación profética, con su ejemplo digno de respeto y su religión consecuente.