Carla llegó a su casa después de un día agotador de trabajo. Se sentó en el sofá, y sintió que el cuerpo le dolía. Ya hacía algunos días que sentía que todo le dolía de una manera diferente. Ella intentaba cuidar de su salud y, dentro de sus conceptos, creía que tenía una vida satisfactoria, en lo relacionado con su cuerpo. Carla se preguntaba, entonces, de dónde provendrían esos dolores. Por eso, decidió consultar con un médico, para entender mejor qué era lo que estaba sucediéndole.
En la consulta, el médico le hizo muchas preguntas. Le preguntó sobre su estilo de vida, sobre su trabajo y su rutina diaria. Ella pensaba que tenía un estilo de vida satisfactorio. Sin embargo, al responder las preguntas del médico, comenzó a sorprenderse con aquello que estaba percibiendo en su propia vida. Carla se dio cuenta, por ejemplo, de que no hacía ejercicios físicos regularmente; que no dormía lo suficiente como para descansar, porque siempre estaba muy atareada, y que tenía dificultades para conciliar el sueño; que estaba enfrentando una carga realmente grande de estrés durante los últimos meses en el trabajo; no tenía ningún placer en estar con los amigos, y se sentía triste sin ningún motivo aparente, durante las últimas semanas. El médico le solicitó algunos exámenes; pero no fue detectado ni diagnosticado ningún problema de origen orgánico en el organismo de Carla. Entonces, ¿qué estaba sucediendo con ella? ¿Por qué su cuerpo le estaba enviando señales de que algo no estaba bien? ¿Por qué le dolía el cuerpo? ¿Sería una manera de gritarle que algo estaba errado?
Estamos viviendo un momento en el que las personas están buscando insistentemente colocar sus prioridades en su salud. Las tiendas de productos naturales y los gimnasios se están multiplicando. Las redes sociales están siendo bombardeadas con noticias sobre salud, consejos para adelgazar, fotos y noticias de personas que se ejercitan, alternativas para una alimentación diferenciada; en fin, una gama de posibilidades para que las personas cuiden de sus cuerpos.
En contraparte, nunca tuvimos una sociedad tan enferma emocionalmente, marcada por trastornos psicológicos, relaciones devastadas, ansiedades, y dificultades para administrar los propios dolores y las propias frustraciones. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trastornos y las enfermedades mentales afectan a más de 400 millones de personas en el mundo. En la Rep. del Brasil, por ejemplo, se estima que 23 millones de personas pasan por problemas de este tipo, 5 millones de las cuales lo sufren en niveles moderados o graves. Este cuadro es alarmante, cuando pensamos en la salud mental.
La sociedad ha hablado mucho sobre salud física, lo que es muy positivo; pero se ha olvidado de la salud mental, lo que favorece una visión dividida sobre los propios individuos. Para la OMS, la salud representa un completo bienestar físico, mental y social, no meramente ausencia de enfermedades. Por eso, hablar solamente de una esfera y olvidarse de la otra, o supervalorar una en detrimento de la otra, son errores en los que caemos casi sin damos cuenta. Sin embargo, para comprender la salud de manera amplia, necesitamos dejar de lado la visión dicotómica del sujeto y rescatar la visión completa, integral, en la que la salud mental y la salud física están mutuamente relacionadas e inciden directamente una en la otra.
La salud física y la mental tienen la misma importancia en la salud global de las personas. De acuerdo con Elena de White: “Los enfermos del cuerpo casi siempre están también enfermos del alma, y cuando el alma está enferma, el cuerpo lo está” (Mente, carácter y personalidad, t. 2, p. 404). De esa manera, cuando no cuidamos de nuestro cuerpo mediante un estilo de vida saludable, terminamos afectando también nuestra mente, nuestras emociones y nuestras relaciones. Y cuando no estamos atentos en mantener esta área saludable, también afectamos —directamente— a nuestro cuerpo y a nuestra salud física.
Cuando pensamos más específicamente en la salud de la mujer, comprendemos que, en el contexto actual, ella vive una rutina bastante dinámica, atareada y a las corridas. Este contexto, sumado a la falta de organización del tiempo, propicia la aparición de enfermedades físicas y mentales, pues la demanda en multitareas y hasta de la multiplicidad de papeles ejercidos por la mujer contribuyen a la falta de actividades físicas, una alimentación inadecuada, pocas horas de sueño, aumento del estrés, desórdenes psíquicos, sufrimiento emocional; y hasta falta de comunión con Dios.
En el mundo, el cáncer de mama es el más común entre las mujeres, resultando —en países como los nuestros— en altas tasas de mortalidad. Cuando es analizado desde el punto de vista psicológico, los autores señalan, como factor importante en sus causas y orígenes, a la represión de las emociones. La psicooncología apunta, como factores desencadenantes del cáncer, además de las mutaciones genéticas, a las características de personalidad y los estados afectivos, como el estrés y la depresión en el proceso de alteración de las condiciones inmunológicas.[1]
“Muy íntima es la relación entre la mente y el cuerpo. Cuando una está afectada, el otro simpatiza con ella. La condición de la mente influye en la salud mucho más de lo que generalmente se cree. Muchas enfermedades son el resultado de la depresión mental. Las penas, la ansiedad, el descontento, el remordimiento, el sentimiento de culpabilidad y la desconfianza menoscaban las fuerzas vitales, y llevan al decaimiento y a la muerte” (Elena de White, El ministerio de curación, p. 185). De esa manera, entendemos que el poder de la mente es determinante sobre el cuerpo, y es capaz de originar dolores, enfermedades y reacciones de gran impacto, resultando en un fenómeno bastante común, aunque poco conocido en profundidad, llamado somatización.
“La relación entre trastornos somáticos y variables psicológicas puede ocurrir de diversas maneras, sea porque los factores psicológicos interfieren en el tratamiento del problema médico, comprometiendo la adhesión; sea porque provocan respuestas fisiológicas que precipitan o exacerban los síntomas físicos. O, incluso, el propio estilo de vida se constituye en un riesgo adicional para la salud del individuo”.[2] Por lo tanto, son diversas las formas en que nuestro campo psíquico puede comprometer nuestra salud física, y viceversa, actuando ambos en una relación íntima de causa y efecto.
Los factores emocionales y psicológicos que favorecen la aparición de enfermedades también son diversos. “Autores observan que, en determinadas afecciones dermatológicas, los trazos de personalidad, el modo de reaccionar ante el estrés y el estilo de vida pueden afectar la enfermedad o la adhesión a las recomendaciones médicas, así como la presencia de estresores psicosociales, el desajuste interpersonal y la baja autoestima. Otros sugieren que estímulos emocionales están relacionados con la formación de úlceras duodenales, a través de respuestas fisiológicas, como el aumento de las concentraciones de ácido y peptina” .[3]
Muchas mujeres han sufrido físicamente por enfermedades originadas en la mente, que avanzan por el cuerpo y van robándoles la energía y la vida abundante que Dios planificó para cada una de ellas. Muchas han invertido grandes cantidades de recursos financieros en medicamentos, en el intento de curar el cuerpo, sin darse cuenta de que la fuente del problema es otro. Muchas se han olvidado de los remedios naturales, dejados por Dios, y han invertido en opciones artificiales que no favorecen el proceso de sanación. Dios dejó las instrucciones correctas que pueden ayudarnos a andar por este camino. No basta solamente con cuidar del cuerpo, No basta solo con cuidar de la mente. Dios nos hizo completos, y desea que seamos saludables de manera íntegra, incluso en el aspecto espiritual.
Invertir en la práctica de los remedios naturales dejados por Dios, buscar mantener una comunión intensa con el Creador y buscar un profesional especializado en las áreas tanto de la salud física como de la mental, cuando sea necesario, son pasos importantes y fundamentales a fin de buscar una vida saludable y plena. No te olvides de que Dios no te creó a ti para una vida de enfermedades y sufrimientos, sino para una vida de alegrías y de realizaciones. ¿Una vida que te proporcione la realización de todos los lindos sueños que él ideó para ti?
Sobre la autora: Psicóloga clínica.
Referencias
[1] Marcia Bandeira Fernandes y Valeria Barbieri, “Personalidade e cáncer de Mama e do Aparelho Digestório”, Psicologia: Teoria e Pesquisa, t. 23, N° 3, pp. 295-304, 2007.
[2] J. Bacchi, Paola Salinas y Ricardo Gorayeb, “Ser mulher dói: relato de um caso clínico de dor crónica vinculada á construcáo da identidade feminina”, Revista Latinoamericana Psicopatologia Fundamental, t. 6, N° 2, pp. 26-35, 2003.
[3] Ibíd.