La obra pastoral consiste en alimentar al rebaño del Señor y hacerlo crecer.

Cierto indígena, fiel adventista, vivía en Ponta Porá, en la zona sur de Matto Grosso, Rep. del Brasil. Cuando se enteró de que el pastor que lo había bautizado estaba muy enfermo, fue a Campo Grande para visitarlo. Al llegar a la recepción del hospital, se enteró de que las visitas estaban prohibidas por causa del delicado estado de salud del paciente. Pero él no desistió, y le pidió a la enfermera que hablara con el médico de guardia para que lo autorizara a visitarlo. “Sólo dos minutos”, dijo el médico. Ya en la habitación, el indígena contempló largamente al pastor y le preguntó:

-¿Se acuerda usted de mí?

-Sí -contestó el pastor-, yo lo bauticé en Ponta Pora.

-Así es, pastor. Vine para agradecerle por todo lo que usted hizo por mí.

La enfermera le recordó que no debía permanecer mucho tiempo, por lo que añadió:

-Antes de irme, pastor, me gustaría que usted supiera que su influencia fue muy importante en mi vida.

El pastor, con voz muy débil, oró por el indígena, que lloraba copiosamente. Al terminar la plegaria, éste dijo:

-Pastor, si no lo veo otra vez en este mundo, lo quiero ver en el cielo.

Esta conversación, sostenida pocos días antes del deceso de ese siervo de Dios, fue la corona de una vida dedicada al ministerio de la predicación. ¿Podría haber algo más gratificante?

Conocimiento mutuo

La credibilidad de todo pastor de éxito se basa en dos pilares: conocer a sus ovejas y lograr que el rebaño lo conozca. Jesús, nuestro Modelo, afirmó: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14).

La familiaridad con los miembros de la iglesia consiste en conocer el origen, el temperamento, la situación laboral, las necesidades espirituales y los problemas que enfrenta cada uno de ellos en su diario vivir. Eso requiere contacto personal, capacidad de observación y mucha empatía. Además, cada pastor debe tener la capacidad de descubrir las reacciones de cada miembro con respecto a las actividades de la iglesia. Con el tiempo, encontrará que existen tres grupos de personas a su alrededor: un grupo hostil, que activa o pasivamente se opone a sus esfuerzos por lograr ciertos objetivos; otro grupo lento, con poca motivación para colaborar en el plan de alcanzar una meta común; y otro grupo entusiasta, que apoya el plan de lograr las metas propuestas.

La percepción de la realidad de cada miembro es importante, pero no es suficiente: es necesario que el pastor consiga que los opositores y los lentos se conviertan en colaboradores del grupo de los entusiastas. El ex presidente de los Estados Unidos Harry Truman, solía decir: “Un líder es alguien que tiene la capacidad de lograr que los demás hagan lo que no querían hacer, y que lo hagan con gusto”. Es fundamental que el líder alimente sueños que motiven a los miembros. Al líder que no conoce a sus dirigidos, se le dificulta llevar adelante sus proyectos. Es posible que haga buenos planes, pero no consigue concretarlos. Liderar no es sólo pintar un barco, sino también lograr que navegue; de ahí la necesidad de conseguir que la gente se mueva. Li Huang Chang, un viejo dirigente chino, afirmó que hay tres clases de personas en el mundo: “Las que no se mueven, las que se mueven y las que mueven a los demás”.[1]

Si, por otro lado, el pastor trata de conocer a los miembros, a fin de motivarlos para el cumplimiento de la obra y el crecimiento espiritual, debe, además, darse a conocer. ¿Cómo? Dando buen ejemplo, siendo transparente, humilde y servicial; demostrando un profundo interés por la gente; siendo un hombre de oración, un hombre que trabaja intensamente impulsado por el amor (Juan 10:1-15).

La misión del pastor tiene dos motivaciones básicas: apacentar el rebaño y lograr que crezca.

Apacentar el rebaño

El gran predicador y especialista en misiones John Stott sugiere cinco funciones que todo pastor debe desempeñar para alimentar el rebaño del Señor: administrar, y ser heraldo, testigo, padre y siervo.[2]

Administrar. Según Stott, “el administrador es un empleado de confianza que vela por el uso correcto de los bienes de otra persona”.[3] Podemos considerar que el apóstol Pablo era un administrador de los bienes de Dios (1 Cor. 4:1, 2). Administraba los misterios del evangelio no como algo oculto, sino como una verdad revelada. Además, tenía un profundo sentido de responsabilidad: no podía fallar. Esa fidelidad se basaba en cuatro aspectos vitales: 1) El incentivo: el predicador no puede fallar; 2) El contenido del mensaje: un mensaje completo, sin añadidos ni sustracciones humanos (2 Tim. 1:14); 3) La naturaleza de la autoridad del predicador: el administrador fiel trata de vivir en total armonía con el contenido de su mensaje.

Ser Heraldo. Como predicador, Pablo era un heraldo: “Para esto yo fui constituido predicador” (1 Tim. 2:7). Es interesante examinar la diferencia que existe entre un administrador y un heraldo: el administrador alimenta a la familia de Dios; el heraldo proclama las buenas nuevas del evangelio a todo el mundo. Pero ambos alimentan.

Ser testigo. El predicador, como testigo, habla mediante la influencia de su ejemplo. Tiene una experiencia personal con Jesús. El pastor no puede expresarse como quien dice: “Oí decir”, sino que necesita disponer de la capacidad de hablar sobre lo que Jesús ya hizo y sigue haciendo en su propia vida.

Ser padre. La relación del pastor con la iglesia se fundamenta en el afecto. La iglesia es su familia. Notemos cómo consideraba Pablo a su rebaño: “Hijos míos amados” (1 Cor. 4:14); “Hijitos míos” (Gál. 4:19). El pastor, al encarnar la figura del padre, es comprensivo: “Nos entiende”, es gentil. “Fuimos tiernos entre vosotros” (1 Tes. 2:7). Y hay una seria advertencia para los pastores que no asumen la figura del padre: “¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño!” (Jer. 23:1).

Para ser padre, el pastor tiene que ser sencillo. Además de esas cualidades, el padre se interesa por sus hijos. El Expositor’s Greek Testament [El testamento griego del expositor), al referirse a 2 Juan 2, presenta el siguiente relato: “El Dr. Dale, de Birmingham, abrigaba prejuicios contra el evangelista Moody. Pero después de oírlo, su opinión cambió. Empezó a manifestarse con gran respeto, y llegó a la conclusión de que tenía derecho a predicar el evangelio, ‘porque no podía hablar de un alma perdida sin que hubiera lágrimas en sus ojos”.

No nos olvidemos, sin embargo, de que todo padre responsable delega funciones en sus hijos mayores para que lo ayuden con los menores y los más débiles. Así, el pastor alimenta al rebaño con la participación de las ovejas de más experiencia, es decir, los oficiales de iglesia en todos sus niveles.

Ser siervo. En 1 Corintios 3:5, leemos: “¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolo? Servidores por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno concedió el Señor” La vida de un pastor humilde y servicial descarta el culto a los seres humanos. El mismo apóstol advierte: “El que se gloría, gloríese en el Señor” (1 Cor. 1:31). En la sacristía de la iglesia de Santa María del Muelle, en Ipswich, se lee lo siguiente: “Cuando proclame la salvación de tu gracia, y cuando todos se maravillen de las palabras de Jesús, entonces me esconderé detrás de tu cruz”.

¿Es fácil ser un pastor de éxito? No. David Fischer afirmó: “Ser pastor en los días que corren es más difícil que en cualquier otra época de la que se tenga memoria”.[4] Asegura que muchos de sus colegas en los Estados Unidos están abandonando el ministerio, y pregunta: “¿Por qué tantos de nosotros comenzamos con tanta esperanza y con tantos sueños, y terminamos exhaustos y desanimados?” Y a continuación cita la opinión del psiquiatra Louis McBurney: “La falta de estima propia es el problema número uno que enfrentan los pastores”.[5] Si la cultura norteamericana no valoriza el ministerio, algo definitivamente funciona mal.

El rebaño debe aumentar

Si apacentar el rebaño es una tarea solemne, lograr que su número aumente es un deber muy importante. Jesús fue bien claro al respecto: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones […] enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mat. 28:19). “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer” (Juan 10:16).

En un artículo publicado en el Ministerio en portugués, el pastor Carlos Aeschlimann preguntaba: “¿Cuál es la verdadera misión del pastor? Nada más ni nada menos que poner a trabajar a la iglesia, dándole una tarea a cada miembro de acuerdo con sus dones”.[6]

Algunas iniciativas y actitudes que pueden ayudar a crecer a una iglesia:

Tener objetivos bien esclarecidos, con la participación de los miembros. Como líder, el pastor debe enseñar e inspirar a los miembros para que construyan el barco y lo hagan navegar.

Entrenar a la iglesia para el servicio. La mayoría de los pastores se preocupan por los bautismos, pero se olvidan de que deben hacer discípulos. “El Artífice Maestro escogió a hombres humildes y sin letras para proclamar las verdades que habían de llevarse al mundo. A esos hombres se propuso prepararlos y educarlos […] Ellos, a su vez, habían de educar a otros y enviarlos con el mensaje evangélico”.[7]

“Toda iglesia debe ser una escuela misionera para obreros cristianos”.[8]

“Cristo quiere que sus ministros sean educadores de la iglesia en la obra evangélica. Han de enseñar a la gente a buscar y salvar a los perdidos”.[9]

Transformar cada miembro en un discípulo, induciéndolo a:

• Aceptar el llamado de Jesús y seguir su ejemplo (Luc. 5:27, 28).

• Negarse a sí mismo y llevar su cruz (Mat. 16:24).

• Renunciar a todo por causa de Cristo (Luc. 14:33).

• Mantener una íntima comunión con el Maestro (Juan 15:4, 5).

• Permanecer fiel a la Palabra de Dios (Juan 8:31).

• Estar siempre listo para dar testimonio en favor de Cristo (Rom. 1:15).

• Cultivar el amor al prójimo (Juan 13:35).

• Sentir pasión por la ganancia de almas (1 Cor. 9:16).

• Dar fruto (Juan 15:8).

• Estar listo para hacer nuevos discípulos (1 Tim. 2:2).

Dios necesita hombres que tengan más sabiduría y menos erudición para alcanzar el éxito en el ministerio de la iglesia. Sabiduría, en este caso, significa hacer las cosa bajo la conducción del Espíritu Santo. Esa obra requiere líderes espirituales cuya calificación, bien definida por Sanders, es: “El liderazgo espiritual que sólo se puede ejercer por hombres llenos del Espíritu Santo”.[10]

Además de poder, el Espíritu Santo proporciona a todo pastor sincero y humilde una visión optimista del ministerio evangélico. Como dijo Jonathan James, “el hombre de Dios es capaz de ver las montañas llenas de caballos y carros de fuego”

Sobre el autor: Director editorial de la Casa Publicadora Brasileira (CPB)


Referencias:

[1] Citado por J. Oswald Sanders, Liderança espiritual (Editora Mundo Cristáo: Sao Paulo, SP, 1985), p. 20.

[2] John Stott, O perfil do pregador (Editora Sepal: Sao Paulo, SP, 1991), pp. 11-13.

[3] Ibíd., p. 20.

[4] David Fischer, O pastor do sáculo 21 (Editora Vida: Sao Paulo, SP, 1999), p. 5.

[5]  Ibíd., p. 7.

[6] Carlos A. Aeschlimann, “Morte e resurreoçao de um pastor”, O Ministerio Adventista (Casa Publicados Brasileira: Tatuí, SP) (julio-agosto, 1986).

[7] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles (Buenos Aires: ACES, 1977), p. 15.

[8] Elena G. de White, Servicio cristiano (Buenos Aires, ACES, 1973), p. 75.

[9] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes (Buenos Aires: ACES, 1990), p. 765.

[10]  J. Oswald Sanders, Ibíd., p.69.