Elena de White y la formación de las doctrinas adventistas

Introducción

Los adventistas del séptimo día valoran la vida y el ministerio de Elena de White porque reconocen que manifiestan las características bíblicas de un profeta de Dios. Ha dejado un cuerpo de escritos que ha guiado a esta iglesia desde sus inicios. Una pregunta que adventistas y no adventistas se han hecho es: ¿cuál ha sido el rol de Elena de White en la formación de las doctrinas adventistas? Algunos cristianos consideran que los adventistas pretenden que sus doctrinas fueron recibidas en visión por Elena de White. Los adventistas afirman que las doctrinas adventistas surgieron de la investigación bíblica exclusivamente, pero aun así para muchos adventistas no queda claro cuál ha sido el rol de Elena de White y sus escritos en la formación de estas doctrinas.

Para dar respuesta a este interrogante, responderemos a tres preguntas. ¿Qué relación tienen los escritos de Elena de White con la Biblia? ¿Qué función cumplió el rol profético de Elena de White durante la formación de las doctrinas distintivas del adventismo? Y ¿qué rol han jugado los escritos de Elena de White en el desarrollo doctrinal adventista durante la historia de esta iglesia?

Elena de White y la Biblia

Elena de White era una cristiana leal a la Biblia, que la usaba como fundamento y sello distintivo de sus escritos. Al relatar la experiencia de los pioneros que fundaron el adventismo del séptimo día, dijo que desde los inicios “adoptaron la posición de que la Biblia, y solo la Biblia” sería su brújula.[1] Asumió el principio protestante de Sola Scriptura, desafiando a los cristianos sinceros de su época a regresar a este principio, al declarar: “Pero Dios tendrá en la tierra un pueblo que sostendrá la Biblia y la Biblia sola como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las reformas”.[2]

La Biblia era la autoridad para Elena de White, incluso cuando recibía una visión que contenía instrucción directa de Dios sobre un asunto particular. Al dar consejos, señalaba primero a la Biblia. “Mi primer deber es presentar los principios de la Biblia. Luego, a menos que haya una reforma decidida y concienzuda hecha por aquellos cuyos casos me han sido presentados, debo hacerles un llamado personal”.[3] De igual modo, al hablar de la utilidad de sus escritos en relación con la Biblia, decía que sus Testimonios no habrían sido necesarios si se estudiara la Biblia y se trabajara por alcanzar su norma.[4]

Por otra parte, la importancia de la Biblia en su vida y su ministerio es evidente en sus escritos, ya que aquella los satura, siendo en ocasiones la porción principal de testimonios o declaraciones.[5]

No obstante, ¿cómo interpretaba las Escrituras? ¿Era, como dice R. C. Jones, una exégeta, una teóloga bíblica, una predicadora expositiva, una evangelista o una predicadora temática? Ninguna de estas, “Elena de White creía que la Escritura debía impactar y transformar vidas”.[6]

Para Elena de White, sus escritos, cuando eran comparados con las Escrituras, eran “una luz menor” y no una luz nueva o adicional. Debían llevar a la “luz mayor”, que eran las Escrituras.[7] La Biblia y no sus escritos debían ser la norma de fe y conducta del creyente.[8]

No hay duda, entonces, de que Elena de White creía en la supremacía y la autoridad final de la Palabra de Dios en todos los ámbitos, incluso en relación con sus escritos.

¿Cómo impacta esta comprensión de la Biblia en su rol profético en relación con la definición doctrinal? La experiencia de los pioneros al definir la doctrina, en los primeros años del movimiento, es esclarecedora.

Desarrollo doctrinal adventista

El período que va de 1845 a 1848 es un período formativo, en el cual los pioneros adventistas formulan las doctrinas distintivas que dan respuesta a dos preguntas existenciales para el movimiento adventista: ¿Qué ocurrió el 22 de octubre de 1844 según la Escritura?, y ¿qué era el Santuario que debía ser purificado según Daniel 8:14? La respuesta a estos interrogantes conforma el cuerpo de doctrinas distintivas del adventismo observador del sábado: la Segunda Venida, el Santuario, el sábado y la Ley de Dios, y la inmortalidad condicional del hombre, todas integradas en el mensaje de los tres ángeles.

Durante este período, Elena de White fue aceptando, como los demás líderes, las verdades que iban siendo descubiertas en la Biblia. También usó su influencia para reafirmar y confirmar las definiciones doctrinales que se alcanzaban. Por ejemplo, cuando José Bates, el apóstol del sábado entre los adventistas, les presentó la doctrina por primera vez al matrimonio White, la reacción de Elena fue negativa. “Por mi parte, no le daba a esto gran importancia, y me parecía que el pastor Bates se equivocaba al dedicar más consideración al cuarto Mandamiento que a los otros nueve”.[9] En agosto de 1846, Bates publicó su primer tratado sobre el sábado. Jaime y Elena de White adquirieron una copia para estudiarla. La evidencia bíblica los llevó a aceptar esta doctrina.[10] En una carta posterior, Elena le afirma al pastor J. N. Loughborough: “Yo creí en la verdad sobre la cuestión del sábado antes de que haya visto nada en visión con referencia a él. Fueron meses después de que comencé a guardar el sábado que se me mostró su importancia y su lugar en el mensaje del tercer ángel”.[11]

En los años siguientes, Elena de White continuó dando apoyo enérgico a la doctrina del sábado, explicando su significado teológico y espiritual. Del mismo modo, cuando O. R. L. Crosier, Franklin B. Hahn y Hiram Edson descubrieron la verdad del Santuario a través del estudio de la Biblia y publicaron sus conclusiones en un artículo de revista, Elena los apoyó. Declaró, en una carta a Eli Curtis de 1847: “El Señor me mostró en visión, hace más de un año, que el hermano Crosier tenía la verdadera luz sobre la purificación del Santuario, y que era su voluntad que el hermano Crosier escribiera esta enseñanza que él nos dio en el Extra del Day-Star, del 7 de febrero de 1846. Me siento plenamente autorizada por el Señor para recomendar ese Extra a cada santo”.[12] Nuevamente, vemos que su rol era confirmar las conclusiones de sus hermanos que estaban en la verdad y no iniciar el descubrimiento a través de las visiones.

Durante este período de formación doctrinal, Elena de White compartió gráficamente cuál fue su rol: “Durante todo ese tiempo, no podía entender el razonamiento de los hermanos. Mi mente estaba cerrada, por así decirlo, y no podía comprender el significado de los textos que estábamos estudiando. Este fue uno de los mayores dolores de mi vida. Quedaba en esta condición mental hasta que se aclaraban en nuestras mentes todos los principales puntos de nuestra fe, en armonía con la Palabra de Dios. Los hermanos sabían que cuando yo no estaba en visión no podía entender esos asuntos, y aceptaban como luz enviada del Cielo las revelaciones dadas”.[13] Esta fue una excepción circunstancial, que no refleja la verdadera capacidad que tenía Elena para comprender la Biblia y sus doctrinas. Dios lo determinó así para evitar la acusación de que las doctrinas adventistas eran el fruto de sus visiones o su pensamiento. Pero ¿qué sucede en cuanto a su rol durante su ministerio restante?

Perfeccionamiento doctrinal adventista

El rol de Elena de White durante el desarrollo doctrinal adventista posterior no cambió mucho, salvo en dos aspectos. El primero tiene que ver con la corrección de algunos puntos referentes a algunas doctrinas ya establecidas. Según la autora, las doctrinas distintivas adventistas se definieron por medio de la investigación bíblica y fueron confirmadas por el Espíritu de Dios a través del don profético.[14] Esto les confiere un sello de autenticidad especial que no cambiará. Por otra parte, el adventismo posee doctrinas compartidas con los demás cristianos que no fueron objeto de cuestionamiento en los inicios del movimiento. Las doctrinas de la Deidad y la salvación, por ejemplo, en el futuro provocarían debates y tensiones en el contexto confesional adventista.

El don profético fue crucial para estimular a la iglesia a estudiar y profundizar su comprensión de estas doctrinas. Elena de White contribuyó en la definición de la personalidad y la divinidad del Espíritu Santo. Inicialmente, varios líderes de la iglesia sostenían que el Espíritu Santo era un poder y no una persona. Sería una influencia del Padre y del Hijo necesaria para ser omnipresentes. Jaime White y José Bates, que sostenían esta idea, lo hacían con el propósito de defender la personalidad de Dios en contra de posiciones que hacían de él un ser espiritual difuso o que confundía la persona del Padre con la del Hijo.[15]

Elena de White nunca hizo este tipo de declaraciones, tampoco desmintió a los que las afirmaban. No obstante, luego de 1890, hizo una serie de declaraciones enfáticas sobre la personalidad del Espíritu. Por ejemplo: “Hay tres Personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de esos tres grandes poderes –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo–, los que reciben a Cristo […] son bautizados”.[16]

“El Espíritu Santo tiene una personalidad; de lo contrario, no podría dar testimonio a nuestros espíritus y con nuestros espíritus de que somos hijos de Dios. Debe ser una Persona divina, además, porque en caso contrario no podría escudriñar los secretos que están ocultos en la mente de Dios”.[17] Estas declaraciones enérgicas de Elena de White, junto con la convicción de que la doctrina debía ser corregida a la luz de la Biblia, animaron a la iglesia a hacer la transición a una posición más bíblica sobre el Espíritu Santo.

Por otra parte, aunque Elena de White no pretendía ser una teóloga, sus escritos presentan temas teológicos que nacen de su exposición de las historias bíblicas. Según Herbert E. Douglass, la originalidad de Elena de White yace en su síntesis de ideas reveladas divinamente.[18] Así, Elena de White integra varios elementos de su pensamiento en una red de conceptos teológicos que proveen un contexto interpretativo para sus obras. George R. Knight identificó siete de estos temas: el amor de Dios; el Gran Conflicto; Jesús, la Cruz y la salvación por su mediación; la centralidad de la Biblia; la Segunda Venida; el mensaje del tercer ángel y la misión; el cristianismo práctico y el desarrollo del carácter cristiano.[19]

Considerando los argumentos presentados, la aceptación del don de profecía manifestado en la vida y la obra de Elena de White no afecta el compromiso de la Iglesia Adventista con la verdad bíblica. El ejemplo de la autora al enfatizar el principio de Sola Scriptura es uno de sus mayores legados para miembros, pastores y líderes de la iglesia. Podemos estar agradecidos de que Dios haya guiado a la iglesia a través de su historia para desarrollar una mejor comprensión de la Biblia, a través de la influencia del Espíritu manifestada por medio del don profético.

Sobre el autor: director del Centro de Investigación White, Universidad Adventista del Plata, Rep. Argentina


Referencias

[1] Elena de White, Carta 105, 1903.

[2] __________, El conflicto de los siglos (Buenos Aires: ACES, 2007), p. 581.

[3] __________, Carta 69, 1896.

[4] __________, Testimonios, t. 2, p. 535.

[5] Como el capítulo “Nicodemo”, de El Deseado de todas las gentes.

[6] R. Clifford Jones, “Ellen White and Scripture”, en Understanding Ellen White: the Life and Work of the Most Influential Voice in Adventist History, Merlin D. Burt, ed. (Nampa, Idaho: Pacific Press, 2015), p. 47.

[7] Testimonies, t. 2, p. 535.

[8] Elena de White, “A Missionary Appeal”, Review and Herald (15 de diciembre de 1885), p. 770.

[9] __________, Notas biográficas de Elena G. de White (1994), p. 103.

[10] Arthur L. White, Ellen G. White (Hagerstown, Maryland: Review and Herald, 1985), t. 1, p. 116.

[11] Elena de White, Carta 2 (1874), en Manuscript Releases, t. 8, p. 238.

[12] Jaime White, A Word to the ‘Little Flock’ (1847), p. 12.

[13] Elena de White, Mensajes selectos, t. 1, pp. 241, 242.

[14] __________, Manuscrito 125 (1907).

[15] Merlin D. Burt, “Ellen White and the Personhood of the Holy Spirit”, Ministry (abril de 2012), pp. 17-19.

[16] Elena de White, El evangelismo (1994), p. 446.

[17] Ib.d., p. 447.

[18] Herbert E. Douglass, Mensajera del Señor (Buenos Aires: ACES, 2000), p. 256.

[19] George R. Knight, “Conozcamos a Elena G. de White”, pp. 139-162, en Introducción a los escritos de Elena G. de White (Buenos Aires: ACES, 2014).