Para proteger los intereses eternos de sus hijos menores y jóvenes, como candidatos a las glorias inmortales del reino de Jesús, Dios nos ha revelado instrucciones seguras con respecto a la educación que debe impartírseles.

 En nuestras escuelas no debemos ofrecer solamente un curso más de estudios, como lo hacen otras escuelas. No basta que preparemos a los alumnos para enfrentar a la vida actual. Nosotros vamos más allá de esta finalidad. El alumno recibe en las aulas la inspiración para ser útil en esta tierra y en el mundo venidero. Su desarrollo se realiza en tres sentidos: físico, intelectual y espiritual.

 Dios es el centro de toda educación verdadera, porque en él “están escondidos todos los tesoros de sabiduría y conocimiento’’ (Col. 2:3).

 Es lamentable que la educación de hoy carezca de la espontaneidad, la naturalidad y la inocencia que poseía al principio, cuando el huerto del Edén era la sala de estudio, la naturaleza el libro de. texto, Dios; el maestro, y nuestros primeros padres los, alumnos. ¡Qué ambiente encantador era el de aquella escuela modelo! Los ángeles visitaban periódicamente a los alumnos. Todo evidenciaba paz y armonía.

 El cuidado del huerto formaba parte de la educación escolar. Era el trabajo práctico de Adán y Eva. El trabajo siempre será una bendición para los alumnos, por el beneficio que les proporciona en términos de salud para el cuerpo y la mente. Además de ello, contribuye a formar el carácter.

 “El libro de la naturaleza, al desplegar ante ellos sus lecciones vivas, les proporcionaba una fuente inagotable de instrucción y deleite. El nombre de Dios estaba escrito en cada hoja del bosque, y en cada piedra de las montañas, en las estrellas brillantes, en el mar, el cielo y la tierra. Los moradores del Edén trataban con la creación animada e inanimada; con las hojas, las flores, y los árboles, con toda criatura viviente, desde el leviatán de las aguas hasta el átomo en el rayo de sol, y aprendían de ellos los secretos de su vida. La gloria de Dios en los cielos, los mundos innumerables con sus revoluciones prefijadas, los misterios de la luz y del sonido, del día y de la noche, ‘los equilibrios de las nubes’ (Job 37:16), todos eran temas de estudio para los alumnos de la primera escuela de la tierra” (La Educación, pág. 18).

 Este es el plan ideal de educación que debería haberse practicado durante los siglos en beneficio del hombre. Dios era el centro de la educación.

 Actualmente, en las escuelas adventistas, el esfuerzo educacional se dirige en este mismo sentido. Las escuelas se convierten en refugios y protección para los alumnos, capacitándolos para enfrentar con ventaja las terribles ondas de corrupción que destruyen tantos valores humanos. Además del conocimiento libresco, se practica el trabajo manual en los talleres y en el campo. La agricultura ocupa un lugar destacado, porque el contacto con la naturaleza conduce al hombre más cerca de su Creador, lo cual constituye el verdadero blanco de la educación.

 La Biblia es el libro por excelencia en las escuelas cristianas. En ella, el alumno encuentra la educación superior, porque aprende las lecciones del Maestro de los maestros, y sigue el ejemplo de abnegación y renuncia de sí mismo, dedicando su vida al servicio de Dios. El alumno adquiere un conocimiento íntimo de Jesús, lo cual significa “emancipación de las ideas, de los hábitos y prácticas que se adquirieron en la escuela del príncipe de las tinieblas, y que se oponen a la lealtad a Dios. Significa vencer la terquedad, el orgullo, el egoísmo, la ambición mundanal y la incredulidad. Es un mensaje de liberación del pecado” (Consejos para los Maestros, pág. 13).

 Teniendo la Biblia como base de la educación, se asegurará el éxito en la vida de los alumnos. La mente se expande con la comprensión de los temas más difíciles. Surge un sano idealismo. Se rechaza toda clase de mediocridad. El joven estudiante siempre procurará avanzar rumbo a la perfección. Habrá pureza de vida como fruto de la provisión diaria de verdad eterna extraída de la Biblia. El conocimiento de la Biblia promueve la expansión del horizonte de la vida. El alumno comprende que forma parte del gran todo constituido por la humanidad, y procurará dar lo mejor de sí por ella. Lucha por el honestar presente y eterno de los hombres. Sabe que debe utilizar sus conocimientos para salvar a sus semejantes, lo cual le asegura su propia salvación. A esto le damos el nombre de educación superior.

 La insigne educadora, Elena G. de White, escribió acertadamente que la educación más elevada que pueden recibir nuestros jóvenes “consiste en aprender a añadir a su ‘fe virtud, y en la virtud ciencia; y en la ciencia templanza y en la templanza paciencia, y en la paciencia temor de Dios; y en el temor de Dios, amor fraternal, y en el amor fraternal caridad’. ‘Porque si en vosotros hay estas cosas y abundan —declara la Palabra de Dios— no os dejarán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo… porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será abundantemente administrada la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo’ (2 Ped. 1:5-11).

 “Cuando se pone a un lado la Palabra de Dios, por libros que apartan del Señor y confunden el entendimiento acerca de los principios del reino de los cielos, la educación impartida es una perversión del vocablo” (Id., pág. 16).

 Dios fue el primer Maestro del hombre, y hoy debe seguir siéndolo. Cuán admirable es entrar en un aula y ver que el maestro coloca delante de los alumnos, no su persona, sino al Señor Jesús, el mayor Maestro de todas las épocas, el que es el primero y el último, y que vive eternamente.

 En presencia de semejante Maestro, de semejante oportunidad para obtener educación divina, es una necedad buscar una educación fuera de él, esforzarse por ser sabio, aparte de la Sabiduría ser sincero, mientras se rechaza la Verdad, buscar iluminación aparte de la Luz, y existencia sin la Vida; apartarse del Manantial de aguas vivas, y cavar cisternas rotas que no pueden contener agua” (La Educación, pág. 79).

 El sistema educacional adventista es superior a otros sistemas por el sentido práctico que imprime a la vida del estudiante. Además de los estudios y del trabajo manual, ofrece otras oportunidades de desarrollo a los alumnos, a través de las actividades extraescolares, tales como agrupaciones musicales, literarias, científicas constituidas por los alumnos, y además, programas y concursos culturales. Estas facetas de la vida estudiantil adventista les proporcionan a los jóvenes la oportunidad de desarrollar su personalidad y los preparan para tener éxito en la vida. Otro punto vital está en la enseñanza del arte cristiano de vender libros, la bendecida obra de colportaje. Los jóvenes salen en las vacaciones para ganar sus becas. El contacto con el público amplía la visión y da un sentido de seguridad y triunfo en la lucha por la educación.

 Recuerdo un incidente ocurrido a dos jóvenes alumnos que ofrecían nuestros libros a un grupo de abogados. La presentación fue notable, brillante. En cierto momento entraron otros abogados al recinto, y para sorpresa de todos, sus colegas presentaron a los dos jóvenes como académicos de derecho de San Pablo. Fue una presentación admirable, tanto más cuanto todavía eran estudiantes del curso secundario de nuestro colegio.

 En este sencillo artículo queremos rendir nuestro tributo de gratitud a Dios por los valores eternos de la inspiradora filosofía educacional de las instituciones educacionales de la organización adventista. Estas instituciones preparan a los jóvenes para servir con gozo en esta tierra, y hacen de cada uno candidatos felices a la eternidad en el reino de nuestro Señor Jesucristo.

Sobre el autor: Director Departamental de la Unión Brasileña del Sur