Dios desea una iglesia “carismática”. La Biblia así lo declara, sin lugar a dudas. Pero, antes de que comiences a sacar conclusiones apresuradas, permíteme explicarme mejor.

Es que, hoy en día, la palabra “carismático” ha llegado a estar asociada con experiencias extáticas o emocionales durante la adoración individual y colectiva. Sin embargo, en el Nuevo Testamento la palabra (o concepto) carismático tiene un significado y una connotación completamente diferentes.

Nuestra expresión “carismático” proviene del griego jarísmata, cuya raíz es járis (“gracia”, “favor”). En su nivel más sencillo, jarísmata significa “don de gracia”; pero el concepto más pleno de carismático, tal como lo define el Nuevo Testamento (especialmente en los escritos paulinos), es “comisionado para el servicio”, ya sea el servicio individual o colectivo.

Es importante destacar que la Trinidad en plenitud está interesada en el “carismatismo” de su iglesia: Los dones espirituales (jarísmata) se originan en el Padre y el Hijo (Efe. 4:8, 11) y se imparten a cada persona, del mismo modo que el Espíritu Santo proviene del Padre y es enviado por Cristo (Juan 15:26). De hecho, el Espíritu Santo es quien, en última instancia, reparte los dones espirituales (jarísmata) a cada uno como le parece mejor (1 Cor. 12:11).

La conclusión obvia y lógica es que es imposible recibir dones espirituales sin haber recibido primeramente al Espíritu Santo, el cual el Padre también da a quienes lo piden (Luc. 11:13).

Ahora bien, ciertas condiciones son básicas en la enseñanza del Nuevo Testamento acerca de los dones espirituales. Pedro afirmó que, antes de recibir al Espíritu Santo, es necesario el arrepentimiento y el bautismo en el nombre de Jesús para la remisión de los pecados (Hech. 2:38); y delante del Sanedrín resumió las condiciones necesarias: el Espíritu Santo se da a todos los que obedecen a Dios (Hech. 5:32). El asunto de la obediencia levanta profundos interrogantes. Por ejemplo, ¿es posible para un cristiano vivir violando la Ley de Dios y las enseñanzas de Jesús mientras pretende tener la presencia del Espíritu Santo y los jarísmata? El Nuevo Testamento deja en claro que esto es una imposibilidad (1 Cor. 2:13-15; Efe. 4:17-30). Por lo tanto, cuando se repudia la Ley de Dios conscientemente y se violan persistentemente las enseñanzas de Jesús, y al mismo tiempo se alega tener los dones espirituales, los jarísmata son dones falsificados (1 Juan 3:4-9; 4:1-6).

Sin embargo, el motivo más importante por el que a Dios le interesa tener una iglesia “carismática” es justamente el propósito subyacente de los jarísmata que enfatiza, vez tras vez, la Escritura: la consumación de la misión confiada a la iglesia. Esa misión incluye introducir el evangelio en nuevas áreas (Hech. 1:8), proclamar a Cristo con denuedo (4:31), obrar señales y maravillas para la gloria de Dios (2:43; 5:12-16), fortalecer el compañerismo y el espíritu de comunidad (2:44-47; 4:32-37), combatir el error con la verdad (6:10) e impartir los beneficios de los diversos dones para la edificación de los santos (Efe. 4:12; Rom. 1:11; 12:6-8; 1 Ped. 4:10, 11).

En este sentido, es de fundamental importancia el concepto de reavivamiento y reforma, que la Iglesia Adventista viene promoviendo desde hace ya algunos años. Es que, sin duda, para que los jarísmata puedan manifestarse en plenitud, es necesaria la presencia del Espíritu Santo en la vida de cada creyente. “La promesa del Espíritu no se aprecia como se debería. Su cumplimiento no se comprende como se podría. La ausencia del Espíritu es lo que hace tan impotente el ministerio evangélico. Pueden poseerse sabiduría, talentos, elocuencia, todo don natural o adquirido; pero, sin la presencia del Espíritu de Dios, no se conmoverá a ningún corazón ni ningún pecador será ganado para Cristo. Por otro lado, si están relacionados con Cristo, si los dones del Espíritu son suyos, los más pobres y los más ignorantes de sus discípulos tendrán un poder que hablará a los corazones. Dios los convierte en los instrumentos que ejercen la más elevada influencia en el universo” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 263).

Si es así, yo también quiero una iglesia “carismática”. ¿Y tú?

Sobre el autor: editor asociado de Ministerio Adventista, edición de la ACES.