La revista Time, en su edición del 5 de marzo de este año, presenta una extensa descripción de lo que se está llamando en el mundo protestante la “nueva moral”. El título que los redactores pusieron a esas líneas es: “¿El Amor en Lugar de la Ley?” Desgraciadamente, más que amor lo que correspondería es “pasión”, desenfreno de los instintos sexuales. Eso es lo que realmente impera.

En La Revista Adventista de agosto tratamos este tema en una nota editorial. Pero aquí vamos a añadir algo que omitimos a propósito.

El Rev. Joseph Fletcher, de la Facultad Episcopal de Teología de la Universidad de Cambridge, uno de los defensores de la “nueva moral” que no reconoce en absoluto la vigencia del Decálogo en su letra, y que por lo tanto no admite que siga en vigencia la letra del “no cometerás adulterio”, sostiene que, en las decisiones de orden moral, únicamente hay que tener en cuenta el no perjudicar al prójimo y buscar su bien sin la necesidad de atarse a preceptos determinados.

Trata de ejemplificar ese principio con esta fórmula: “Uno entra en cada momento cuando debe hacer una decisión armado con toda la sabiduría de la cultura, pero preparado dentro de su libertad para prescindir de cualquier regla o violarla con la excepción de que uno debe procurar, hasta donde le sea posible, el bien de su prójimo”.

Los redactores de Time añaden: “Lo cual es un pensamiento demasiado largo para un adolescente de 18 años durante un momento de pasión, en el asiento posterior de un automóvil”.

Indudablemente, hay más realismo en ese comentario, quizá irónico, de esos periodistas que en el razonamiento del teólogo protestante.

Cuando el joven José tuvo que hacer frente a una difícil tentación, indudablemente no aplicó algo parecido a la fórmula nueva que permite “violar cualquier regla”. Por el contrario, recordamos emocionados sus nobles palabras: “He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?”

No sólo era el “grande mal” de su ingratitud hacia el amo que todo dejaba en sus manos, sino también el hecho mismo, el pecado “contra Dios”.

Sólo la aplicación de este doble principio puede poner a salvo la integridad de la pureza que debe distinguir a los cristianos.

El reconocimiento de un personaje protestante

La revista Signs of the Times, de marzo de este año, publica la reproducción de un artículo que apareció originalmente en The Wesleyan Methodist, de Indiana. Su autor es nada menos que el gobernador del estado de Oregón, Mark Hatfield, y lo titula: “The Erosión of the Lordship of Christ” (La erosión del señorío de Cristo).

En sus primeras palabras dice: “Hoy contemplamos dentro de la iglesia protestante una trágica erosión del señorío de Jesucristo. Pretendemos reconocerlo como al Señor, pero no lo hacemos.

“Si Jesús es realmente nuestro Señor, debemos obedecerle. Hablamos de Cristo como de nuestro Salvador, y eso es correcto, pues nos ha salvado. Pero también lo llamamos el Señor Jesucristo. Ser el Señor, significa que ha de ser el Gobernante, ha de ser el Rey, ha de ser la Persona que tenga autoridad, ha de ser la Fuente de la voluntad en nuestras vidas. Sin embargo, en la iglesia protestante de hoy, hemos permitido que ‘otros dioses’ desplacen a Cristo como Señor”.

Leemos esto en las últimas líneas del artículo: “Podemos entusiasmarnos llamando a Cristo la Cabeza de la iglesia en himnos y símbolos. Podemos cantar: ‘Coronadle, Rey de Reyes’ e innumerables otros himnos acerca del señorío de Cristo. Podemos agitar banderas y gritar lemas, pero eso no lo hace automáticamente el Señor de nuestras vidas.

“No nos entreguemos al señorío de Jesucristo solamente en himnos y palabras. Nuestra entrega debe traducirse en un verdadero reconocimiento de Cristo como Señor y Salvador en todo lo que pensamos, hacemos y decimos. Con la seguridad que proporcionan las Escrituras, creo firmemente que con esta clase de entrega triunfará la voluntad de Dios”.

Nos alegramos que todo un gobernador de un estado norteamericano reconozca esta trágica realidad del ambiente protestante.

Creemos que esta cita será de utilidad para muchos pastores y evangelistas y también creemos que la complicada “fórmula” del Rev. Fletcher puede servirnos de exacta ilustración para reconocer los alcances de la decadencia de aquellos pastores protestantes que siguen los dictados de su propia sabiduría y los deseos de un corazón carnal que quiere tolerar los males y disculparlos, en vez de obedecer un “así dice Jehová” o un “de cierto os digo”.