¿Qué hace grande a un predicador: la elocuencia, los conocimientos, la técnica de predicación y de organización —o bien la piedad? Este artículo es una breve expresión de la constante necesidad de un reavivamiento espiritual que es lo único que puede controlar, dirigir y fructificar toda nuestra experiencia y habilidad ministerial.

En nuestros congresos de evangelismo celebrados a lo largo de los años se ha puesto mucho énfasis en los métodos, los instrumentos y las técnicas. Hemos destacado los siguientes importantes temas: la organización necesaria para obtener mayor eficiencia, la selección del lugar para las conferencias evangélicas, la propaganda, los métodos para conseguir mayor asistencia, la importancia de la música, etc.

Todos éstos son temas vitales, y cada evangelista de éxito se esforzará por emplear estos métodos y técnicas que facilitarán el desarrollo del programa de evangelismo que siempre está en expansión. Sin embargo, ha llegado el tiempo cuando en adición a todas estas cosas el ministerio debería experimentar un reavivamiento espiritual desconocido hasta ahora.

Los embajadores de Dios hemos recibido una verdad grandiosa y solemne. Debemos recibir la capacitación del poder del Espíritu Santo para cumplir adecuadamente esta responsabilidad.

Muchos se preocupan de la presentación elocuente de sus sermones, de dominar elaborados discursos, que hacen un despliegue del yo pero no magnifican a Cristo. Como resultado, se pierde gran parte de la verdad, y ésta carece de poder para transformar las vidas porque falta el poder del Espíritu de Dios. Elena G. de White dice: “Una teoría de la verdad sin la piedad vital no puede remover la oscuridad moral que envuelve al alma” (Testimonies, tomo 4, pág. 314). Hay algo que es mucho más esencial que un cabal conocimiento del mensaje y la capacidad innata para hablar con insólita sabiduría de palabras.

“Cristo presentó la verdad en su sencillez, y alcanzó con ella no sólo a los encumbrados sino también a los humildes de la tierra. El ministro que es embajador de Dios y representante de Cristo en el mundo, que se humilla para que Dios sea exaltado, poseerá la genuina cualidad de la elocuencia. La verdadera piedad, una estrecha relación con Dios, y una experiencia diaria viva en el conocimiento de Cristo, harán que aun la lengua tartamuda sea elocuente” (Ibid.).

Entonces, muchos de nosotros podemos animarnos. Aunque no estemos dotados con el don de la oratoria o con la palabra fácil que otros poseen, sin embargo, si hay una estrecha comunión con Dios, si hay verdadera piedad y una experiencia diaria y vital en el conocimiento de Dios, tenemos a nuestro alcance una genuina calidad de elocuencia que los hombres pueden ver, aunque no la oigan.

“Una comunión vital con el Pastor principal convertirá a los co-pastores en representantes vivientes de Cristo, en luces para el mundo. Es esencial la comprensión de todos los puntos de nuestra fe, pero es de gran importancia que el pastor sea santificado mediante la verdad que presenta, con el propósito de iluminar las conciencias de sus oyentes…

“Necesitamos un ministerio convertido; de otro modo las iglesias levantadas con sus esfuerzos no serán capaces de mantenerse por sí mismas, porque carecen de raíces propias” (Id., pág. 315).

Cristo que ha escogido a los ministros, “que conoce los corazones de todos los hombres, les dará expresión y palabras, para que digan lo que deben decir, en el momento debido y con poder. Y los que se convenzan del pecado, y experimenten la atracción del Camino, la Verdad y la Vida, encontrarán suficientes cosas que hacer sin alabar ni ensalzar la habilidad del ministro. Cristo y su amor serán exaltados por encima de cualquier instrumento humano. Se perderá de vista al hombre porque se ensalzará a Cristo y él será el tema del pensamiento” (Id., pág. 316).

Las habilidades y las calificaciones de los hombres no bastan para ganar almas. Si así fuera, muchos que hoy se gozan en la luz de la verdad todavía estarían en las tinieblas del error.

Los hombres a quienes Cristo eligió no eran todos hombres de grandes talentos u oradores elocuentes. Eran hombres humildes. Estaban dispuestos a entregarse a Cristo y querían tener una experiencia diaria y viviente en las cosas de Dios. Y llegaron a ser elocuentes ganadores de almas.

El mundo necesita hombres que estén dispuestos a consagrarse ellos mismos y a dedicar sus talentos a Dios. Hombres que quieran humillarse para que Dios pueda ser ensalzado, y recibir así esta genuina elocuencia de calidad. Entonces nos convertiremos en poderosos instrumentos en las manos de Dios en la terminación de su obra.

Quiera Dios que cada uno de nosotros reciba esta gran bendición.

Sobre el autor: Pastor de la iglesia de Efeso, Nueva Orleans