Sugerencias que ayudan en el tratamiento y la recuperación de pastores que han cometido pecados sexuales.

Desde hace algún tiempo estamos analizando ciertos conceptos bíblicos acerca de la obra pastoral, la sexualidad y la naturaleza del pecado sexual. Mencionamos ejemplos bíblicos para el tratamiento de la infidelidad pastoral y las heridas causadas a las víctimas de ese comportamiento desviado. En este artículo, nos concentraremos en los métodos más prudentes y restauradores para superar este pecado. Las relaciones sexuales con miembros de iglesia constituyen una violación del código de ética, causan perjuicio al ministerio cristiano, degradan el poder del evangelio, constituyen un escándalo e implican una profunda injuria hacia las víctimas inocentes. Intimidan hasta a los más experimentados en la vida cristiana. Y no existe una salida fácil para esta situación, aunque existan algunos métodos que enumeraremos a continuación:

  1. El método de la condenación. En este caso, la gran preocupación es castigar al culpable, sin tomar en cuenta el sufrimiento, ni el temor, ni la vergüenza ni la culpa del transgresor. Aunque al parecer éste sea el camino menos incómodo para la iglesia, es el más doloroso para el caído, y ciertamente lo es también para el Señor.
  2. El método del avestruz. En estos casos, la indecisión siempre es de hecho una decisión: es ignorar las consecuencias del pecado y su reincidencia; es pasar por alto las causas de la infidelidad, es olvidar a las víctimas, envalentonar al transgresor y castigar en realidad al inocente.
  3. El método de la transigencia. A veces, suavizamos las exigencias del evangelio y obramos por conveniencia. En este caso, el método bíblico se convierte en un remoto y utópico ideal divino que no guarda relación con la realidad. Los procedimientos administrativos y la conducta se apartan totalmente de la verdad. Entonces, surge un dilema: U verdad, ¿es un ideal remoto o es algo real y vigente? La infidelidad matrimonial requiere curación, pero ésta debe ser consecuente y se debe basar en principios divinos.

El método de “la primera piedra”. En Juan 8:7, Jesús desafió de esta manera a los acusadores de la mujer sorprendida en adulterio: “El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra contra ella” Cuando se aplica este método, hay una pregunta subyacente: “Si todos tenemos pensamientos impuros, ¿cómo podemos condenar a los demás?” Debido a esto, muchos se abstienen de aplicar disciplina. “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:23). No hay cómo evitar este deber. La autoridad de la iglesia se basa en la orden del Maestro, en sus métodos, su cuidado infalible y su poder restaurador.

Una situación “personal o privada”. Seguir los pasos para reconciliar y perdonar que encontramos en Mateo 18 es un buen método, pero Grenz y Bell señalan que debemos recordar lo siguiente: Primero: en ese pasaje, Jesús nos está hablando acerca de asuntos privados de naturaleza personal. Él “nos instruye acerca de cómo debemos actuar cuando nos sentimos personalmente ofendidos por alguien. Pero el pecado sexual de un eclesiástico no es sólo un asunto privado, aunque en algunos aspectos lo sea”. Segundo: en Mateo 18, Jesús se está refiriendo a dos personas que actúan en el mismo nivel. No es éste el caso cuando se trata de un pastor.

Tercero: “Es posible que exigir, como primer paso, que la víctima enfrente a su ofensor, podría no estar de acuerdo con el deseo de Cristo, en el sentido de que se debe hacer justicia”.[1] Le puede resultar difícil a la víctima enfrentarse con el acusado o sentirse presionada para disminuir la gravedad de los hechos.

Es tarea de la iglesia curar al herido y proteger al débil; y, aunque el perdón sea condición ineludible tanto en nuestra relación con Dios como con cualquier pecador, cuando un pastor comete adulterio el proceso de restauración requiere que tomemos en cuenta el encargo de Jesús que encontramos en Juan 20:23. En este caso, la amorosa actitud de la iglesia se encuentra en los límites mismos del perdón y la retención del pecado.

Amor y sufrimiento

Cuando se comete un pecado sexual, la tragedia es inmensa. El corazón sangra, la respiración se vuelve difícil, el temor y la perplejidad desembocan en las lágrimas, el rostro se desfigura por el dolor y la vergüenza. La pregunta: “¿Puedo ayudar?”, con frecuencia encuentra esta respuesta: “¡No, gracias!” Pero, si usted es amigo de la persona, esté dispuesto a ayudar (Prov. 17:17). Ore como nunca antes. Todos sus gestos, pasos y actitudes tienen mucho valor ahora.

En la primera etapa, es esencial que la iglesia local y el Campo colaboren íntimamente. Los dos niveles organizativos resultan afectados por la tragedia, y administrarán la disciplina correspondiente recordando que el verdadero amor no obra sólo después de la disciplina.

Evalúe los daños y las necesidades. No hay dos casos iguales de adulterio. Cada persona reacciona en forma diferente y las necesidades varían. Concentre su atención en la reacción más dolorosa y traumática. Invite a colaborar a un especialista tan pronto como sea posible. Oiga, observe, anime, llore, soporte las explosiones de ira, simpatice con el temor, comparta la vergüenza. Los chicos necesitan jugar y reír, necesitan comer, oír una historia e ir a la escuela. Hay que cuidar de la casa. Esté presente mientras sea necesario. Obre con extrema discreción.

El encargado de iniciar el proceso de escucha debe estar acompañado de una persona del otro sexo, para facilitar el diálogo entre las partes, y evitar las intimidaciones y el descontrol. Si la acusación parte de “otra mujer”, es aconsejable recordar sus preocupaciones: “¿Me escucharán? ¿Me creerán? ¿Me acusarán? ¿De qué lado se pondrán?” El entrevistador, por más convencido que esté de la acusación, no debe “rechazar” al mensajero.[2] Evalúe los cargos y a quien los representa: “¿Serán ciertas estas acusaciones? ¿Le podemos creer a esta persona? ¿Es equilibrada? ¿Tiene problemas con la sexualidad?”[3] ¿Es el responsable o es la víctima?

La misma persona que oyó la acusación debe escuchar al acusado; y es muy importante que esta persona sea emocionalmente madura y estable. Si es culpable, el acusado debe disponer de todo el tiempo que haga falta para preparar su defensa. Pero “si es un depredador sexual, podrá usar todos los medios a su disposición para desviar e intimidar, y hasta para hostilizar a quien cuestiona su integridad”.[4] Si se trata de un desvío momentáneo, admitirá lo ocurrido, pedirá perdón y prometerá no incurrir nuevamente en ello. Y, en la exaltación del momento, la tendencia es dar por cerrado el caso; pero no siempre eso significa “hacer justicia o aplicar correctamente la misericordia”.[5]

Cuando la acusación no proviene de los protagonistas, se debería oír a solas al acusador y examinar sus evidencias. Si son valederas, hay que enfrentar primero a la mujer y después al acusado. Todas las informaciones relativas al caso se deben poner a disposición de la persona encargada de las entrevistas. Si las evidencias no tuvieran sustento, la iglesia debería tomar medidas contra el denunciante, mientras evalúa la relación que existe entre las personas implicadas a fin de que no quede ninguna sospecha acerca de la conducta de ambos.

Para investigar el asunto, se puede nombrar una comisión que evaluará todas las informaciones presentadas tanto por parte de la acusación como del acusado. Una imputación de adulterio potencialmente creíble contra un pastor es algo muy serio, que puede requerir su separación temporal del ministerio hasta que todo esté definitivamente aclarado, según lo determine el Campo. En virtud de la complejidad y la gravedad del asunto, la iglesia podría contratar a un consultor con experiencia en asuntos sexuales y sus implicaciones legales, y que al mismo tiempo sea conocido de todos.[6]

Un amor que cura

En este momento, los datos recogidos pueden conducir en muchas direcciones. En el caso de una ofensa menor, como podría ser el acoso sexual, se debe seguir observando al acusado. Su arrepentimiento y su buena voluntad para corregir su actitud y reorientar sus relaciones dan esperanzas de recuperación; que pueden no ser tan definidas en el caso de la esposa del acusado y del marido de la otra mujer. Pero, cuando la acusación de adulterio se confirma, la iglesia local y la junta del Campo deben seguir la orientación bíblica acerca del asunto.

Pero el amor curativo no significa permisividad romántica ni fría condenación. Es una experiencia difícil; es una terapia exigente. Puede tomar la forma de una bondad “complicada”. Trata de capacitar al pecador para que se apropie de la gracia divina, para que maneje las consecuencias de sus actos, supere los malos hábitos y llegue a ser un alma salvada por Jesús.[7]

Cuando el adulterio está confirmado, le sigue el apartamiento del pastor de sus funciones y el retiro de sus credenciales. Él mismo lo puede solicitar. Algunas razones explican este proceder. En primer lugar, la verdadera paz mental sólo nace de la convicción de que se debe hacer todo, en todo momento y con todas las fuerzas, para reparar los errores del pasado. Es lo menos que puede hacer una persona honesta. El daño y el dolor son las consecuencias de estas acciones, y el pecador debe dar todo de sí para restaurar a los que resultaron perjudicados.

Reconstruir la inocencia conyugal del pastor, en lo privado, es otra tarea monumental. Su esposa confiaba en él, se sacrificó por él, dio de sí misma más de lo que podía para que él se pudiera dedicar a su vocación; hasta que descubrió que mantenía relaciones con otra mujer… y con el enemigo de las almas y de su matrimonio. El marido tendrá que reconquistar la confianza y el corazón de su esposa. El adulterio es pecado en acción, y requiere acción para curarlo. Las palabras tienen su lugar, pero en este caso son insuficientes.

El pastor es un hombre de perfil público, pero no de cualquier clase. Cuando cae en adulterio, arroja por la ventana sus credenciales de sacerdote, maestro y profeta, asume la nueva identidad de “amante”, y queda expuesto a la burla y el escarnio tanto de sí mismo como del evangelio. Por un tiempo vive en una tierra de fantasía, pero llega el momento en el que debe enfrentar la cruel realidad de la pérdida de su inocencia personal y profesional. Todo eso exige de nosotros que vivamos sometidos a una extrema vigilancia.

Pero, el transgresor también necesita tiempo para restaurar su hogar, ganar de nuevo la confianza de sus hijos, recuperar la confianza propia y su confianza en Dios. “No diga que es imposible vencer. No diga: “Yo soy así, y no pudo obrar de otra manera. He heredado debilidades y no tengo poder ante la tentación”. Sabemos que no podemos vencer con nuestras propias fuerzas, pero disponemos de la ayuda de Alguien que es poderoso para salvar”.[8]

El pastor también necesita tiempo, valor y sabiduría divina para tratar de salvar el matrimonio de la otra mujer implicada. Es posible que el esposo de ella quiera oír una confesión de parte del pastor acerca de lo que sucedió. Pero el pastor debe reflexionar mucho, con mucha oración, antes de encarar esa situación. Dar una explicación en presencia del esposo de la otra mujer puede ser un paso importante. Todos deben quedar seguros de que, por la gracia de Dios, esos encuentros no se volverán a repetir.

Existe “otra mujer”: la novia de Cristo, que él ha confiado a sus subpastores. Está herida y avergonzada, y el pastor transgresor debe hacer todo lo que sea necesario para restaurar la reputación de esa “mujer” delante del mundo, que siempre la observa. La iglesia es el objeto más precioso de Dios en la tierra. El Señor la tiene que encontrar “gloriosa”, sin “mancha ni arruga” (Efe. 5:27) en ocasión de su venida.

Recomendaciones

La prevención contra la infidelidad debe comenzar cuando se aconseja a la pareja de contrayentes. La elección de la esposa del pastor no es algo sin importancia. Se debe tratar toda disfunción que se descubra en las familias del pastor y de su prometida, o en ellos mismos.

Se deben promover programas de educación continua, que hagan de la iglesia un “lugar seguro”, donde el pecado no tenga oportunidad de desarrollarse.

Se deben reducir al máximo los viajes largos y las prolongadas ausencias que separan a los cónyuges; no todas las parejas son capaces de soportar esto, no importa cuán necesarias sean esas ausencias para el desarrollo de la obra. Es muy importante que los administradores sean lo suficientemente sensibles y respetuosos en este aspecto.

Los lugares elegidos para retiros y reuniones deben ser seguros. Algunas ciudades ofrecen lugares que sirven para este fin, pero también se encuentran en ellas muchas tentaciones.

El traslado de pastores no debería ser la manera de solucionar a fondo estos problemas. El Campo que recibe a alguien que necesita “una segunda oportunidad”, debería estar bien informado al respecto.

Se debería enfatizar la integridad moral de los pastores en todos los niveles de la iglesia. Y conviene recordar que la palabra “moral” no se limita a lo sexual.

De colega a colega

Nosotros, los pastores, deberíamos ser amigos íntimos. Si no nos cuidamos mutuamente, ¿quién lo hará? ¿Quién intercederá por nuestra seguridad? Dios necesita de alguien que vea “si hay en mí camino de perversidad”, de modo que pueda guiarme por “el camino eterno” (Sal. 139:24).

Pero, ¿cómo podemos cooperar con el Señor para que nos salve de una relación potencialmente ilícita? Considere las siguientes sugerencias:

1. Reúnase con amigos y colegas para ayunar y orar.

2. Una vez tomada la decisión de no seguir con esa relación, suspéndala por completo. No converse en absoluto acerca de lo que sucedió, ni intenten seguir como “buenos amigos”. Nada de conversaciones telefónicas. No debe haber ningún contacto más.

3. Si trabajan juntos, ha llegado el tiempo de negociar el traslado de uno de los dos. ¿Qué puede hacer un pastor para salir de una relación ilícita?

Examínese. Usted ha caído en una especie de esclavitud. Ha llegado a ser un extraño en su propio hogar, en su mismo dormitorio. Piense en la maraña de disculpas y mentiras que ya se dijo a sí mismo. ¡Vuelva en sí (Luc. 15:17)!

Evalúe su situación. Vea la pendiente resbaladiza. Observe cuántos se están deslizando hacia el abismo y cuántos están tratando de subir otra vez, sin lograrlo. Sólo el camino que nos lleva al Padre no es peligroso (Luc. 15:18, 19).

Su “amante” terminará controlando su futuro, su familia y su trabajo. ¿Le parece bien esto? Entregue su vida a Dios. Vaya al Padre y dígale: “Padre: he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (Luc. 15:21).

Lea de nuevo el Salmo 51. Pida a Dios perdón, pureza y paz.

Con el auxilio de la gracia divina, enfrente a su esposa y dígale la verdad. Ella, que siempre estuvo a su lado, que es la madre de sus hijos, que es la mujer de su juventud, ¿no es, acaso, más digna de confianza que su “amante”? Probada y tentada como usted, puede continuar a su lado a pesar de todo; pero eso se debe hacer con mucha oración.

Renuncie a cualquier cosa, con tal de poner su vida en orden. Si lo hace, es posible que usted limite los perjuicios y facilite la recuperación.

Haga planes para asistir con su esposa a un centro de tratamiento especializado. Con la ayuda de Dios, usted podrá volver al sueño del primer amor.

Cuando decida huir de la inmoralidad, no se detenga a examinar sus flaquezas humanas; ni deje que el temor le haga constante compañía. Busque refugio en el abrazo del Padre y en el de su esposa (Luc. 15:20- 24). Si le resulta difícil obedecer, obre como vencedor: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Rom. 6:11). Si aumentan las tentaciones y las oportunidades de pecar, huya literalmente (Sant. 1:13-15).

“Nada de esto impedirá que la inmoralidad nos amenace, pero nos animará a perseverar en el camino del bien Estemos dispuestos a recibir el apoyo que él nos provee por medio de otras personas; también por medio de su Palabra, su Espíritu y los escritos de otros creyentes”.[9]

Sobre el autor: Doctor en Teología. Profesor de Ética en la Facultad de la Universidad Andrews, Berrien Springs, Michigan, Estados Unidos.


Referencias

[1] Stanley J. Grenz y Roy D. Bell, Betrayal of Trust [Traición a la confianza] (Downers Grove: InterVarsity Press, 1995), pp. 158-160.

[2] Merle M. Fortune, Is Nothing Sacred? [¿Nada es sagrado?) (San Francisco: Harpery Row, 1989), pp 46-48.

[3] Grenz y Bell, Ibíd., p. 161.

[4] Ibíd., p. 163.

[5] Ibíd., p. 164.

[6] Ibíd., p. 167.

[7] Stan Thornburg, Discipleship Journal 77 [El periódico de los discípulos 77] (1993), pp. 65-67.

[8] Elena G. de White, Signs of the Times [Señales de los tiempos) (17 de junio de 1889).

[9] L. M. Rabey, The Snares ¡Las trampas} (Colorado Springs: Navpress, 1988), p. 120.