Apocalipsis 13 describe dos poderes que, unidos, dominarán el escenario escatológico, mostrándose intolerantes con quienes les sean contrarios. Uno de esos poderes es la Roma papal; el otro, el protestantismo representado por los Estados Unidos. Como el Vaticano posee influencia moral pero carece de poder militar, Estados Unidos le brindará el apoyo de su autoridad, para la ejecución de sus planes. Sin embargo, para que esto suceda, la nación norteamericana deberá cambiar su Constitución. Ésta resguarda la separación entre Iglesia y Estado, lo que impide que el Congreso legisle sobre asuntos religiosos. Hasta este punto, se han realizado intensos esfuerzos con el fin de agrupar todas las vertientes religiosas bajo el paraguas del ecumenismo.

Este hecho es de tanta importancia para la escatología adventista, que muchos observadores no pierden tiempo en vaticinar un cumplimiento inminente ante la menor señal de cambio en la política estadounidense. Esta exageración no justifica, sin embargo, la desconfianza de aquellos que niegan cualquier suceso político que indique que los hechos acontecerán como tradicionalmente son interpretados. A fin de cuentas, la política estadounidense siempre ha sostenido la democracia y el amor a la libertad de expresión y de culto como sus marcas fundamentales. Una postura equilibrada nos permite apreciar los acontecimientos actuales, esperando en aquel que tiene la historia bajo su control.

Dos artículos de esta edición abordan este tema. En uno de ellos, Douglas Reís muestra cuán decisivos han sido los pasos de Benedicto XVI en su acercamiento a los luteranos, a los anglicanos y a los judíos. Pero, hay una cruz en el camino al aproximarse a los protestantes: la justificación por la fe, como lo analiza Norman Gulley. Católicos y protestantes tienen puntos de vista diferentes sobre el tema, y parece ser que el Papado no va a cambiar. Es decir, todo sucede como fue previsto: “Los protestantes consideran hoy al romanismo con más favor que años atrás. En los países donde no predomina y donde los partidarios del Papa siguen una política de conciliación para ganar influjo, se nota una indiferencia creciente respecto de las doctrinas que separan a las iglesias reformadas de la jerarquía papal; entre los protestantes, está ganando terreno la opinión de que, al fin y al cabo, en los puntos vitales, las divergencias no son tan grandes como se suponía, y que unas pequeñas concesiones de su parte los pondrían en mejor inteligencia con Roma”.[1]

Atentos al reloj profético, no nos queda otra alternativa que consagrarnos diariamente “a la oración y al ministerio de la Palabra”, componentes esenciales de nuestra suprema vocación.

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.


Referencias

[1] Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 619.