Mi querido Padre en los cielos:
Como tú sabes, el propósito de una carta “abierta” es compartir pensamientos no sólo a quien dirigimos la carta, sino también con aquellos que deben leerla. Por supuesto que en tu caso, una carta no es necesaria. Tú sabes, sin que necesite escribirte, cómo me siento acerca del plan “Mil días de cosecha”. Sabes también que yo creo en ese cuerpo visible, organizado, al cual en la tierra llamamos Iglesia Adventista del Séptimo Día, y la sostengo. Tú nos has dicho que es el supremo objeto de tu afecto aquí en la tierra, y creo que es así a pesar de nuestras fallas en seguir tu explícito consejo. Por lo tanto, si a veces parezco negativo en esta epístola, entenderás que bajo ningún concepto es mi intención desmerecer el cuerpo que tú amas y por el cual tu Hijo se dio a sí mismo para consagrarlo y limpiarlo de tal forma que pudiera estar sin mancha o arruga o defecto. Estoy seguro de que en la iglesia habrá algunos que no estarán felices con ciertas cosas que te escribo.
Tú conoces, por supuesto, el acuerdo del último Concilio Anual. Es otro intento de dar prioridad a la evangelización, de poner la ganancia de almas al comienzo de nuestras agendas, no sólo en cada parte de nuestro ministerio sino de cada gasto de dinero, tiempo y energías.
Como sabes, algunas de nuestras divisiones mundiales están creciendo en forma notable en la ganancia de miembros, comparativamente hablando. También es cierto que otras divisiones parecieran estar estancadas. Pero cuando pienso en la energía original de esta iglesia, durante el gran movimiento adventista, y la forma en la cual se introdujo y estableció obra en más países y culturas que cualquier otra religión protestante, no puedo evitar soñar lo que podría suceder si nosotros realmente tomáramos en serio los conceptos contenidos en el documento de “Mil días de cosecha”.
Pero tampoco puedo dejar de preguntarme si éste no será otro documento más que encontrará su lugar de descanso en la tumba de un archivo. ¡Quizás tú también quieres que vaya allí! Pero si yo entiendo adecuadamente tu plan para esta iglesia, ¿no es la ganancia de las almas (y su alimento, por supuesto) el principal objetivo (quizás, el único objetivo) que tú nos has dado? Rescatar a las almas del abismo satánico, y llevarlas de muerte eterna a vida eterna -¿no es ésta la razón por la cual tu Hijo vino como un niño para vivir entre nosotros? ¿No es ésta la razón por la cual Él pasó casi treinta años viviendo una vida abnegada y perfecta, y dedicó sus últimos tres años y medio a preparar a unos pocos hombres, humildes e indoctos, para que predicasen las buenas nuevas de salvación por Él provistas? ¿No es ésta la razón por la cual Él selló su labor con su propia sangre? Luego de su resurrección, ¿no regresó tu Hijo al cielo donde Él obra continuamente en el Santuario celestial, como su centro de mando, con el propósito de salvar a la humanidad perdida? ¿No es cierto, Padre, que la salvación de un alma es el único acontecimiento que hace que todo el cielo se regocije, lo que suscita al mismo tiempo un fiero e intenso odio en el corazón de Satanás?
Tu Hijo, cuando estuvo aquí con nosotros, nos habló claramente acerca de la actitud de Satanás hacia nosotros. Nos dijo que el diablo no es sólo un mentiroso y el padre de la mentira, sino que es un asesino desde el principio. Y luego condujiste a que Pedro lo describiese como un ladrón dispuesto a devorar gente. ¿No es acaso esto el meollo del gran conflicto?
Me agrada el modo en el cual tu Hijo sintetiza esta controversia: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). La forma en la cual Él utiliza la expresión “sino” para describir la obra del ladrón me aclara que nosotros no podemos transar con el diablo. Y si alguna cosa sé en cuanto a tu Hijo, es que Él está tan determinado a salvar a las personas como lo está el diablo a destruirlas. Es una lucha hasta el fin, sin tregua ni pausa, sin pactos ni respiro.
Yo sé que tú conoces el fin desde el principio (aunque algunos de nosotros estamos jugueteando con la idea de que tú no conoces todas las cosas realmente y que tu conocimiento crece así como se supone que nosotros crezcamos). Pero yo no tengo todo tu conocimiento, y por lo tanto tengo algunos interrogantes en relación a las respuestas de la iglesia al plan de “Mil días de cosecha”. Aquí estamos nosotros en medio de un combate mortal. Confieso que para mí es difícil señalar qué actividad denominacional pudiera ser clasificada como abiertamente mala. Sin embargo, si el tema del gran conflicto es el que yo pienso que es, y si la comisión evangélica significa lo que dice, no puedo menos que sentir que estamos envueltos en algunas actividades que no son de primerísima importancia. De hecho, están frenando el impulso evangelizador de la iglesia.
Por ejemplo, piensa en la forma en que estamos gastando dinero, tiempo y energía en levantar estructuras lujosas. (¡Oh, perdón! ¡Por un momento olvidé que tu conoces muy bien todas estas cosas y mucho mejor que yo y puedes darme ejemplos de los cuales ni siquiera he soñado!) ¿Pero recuerdas que uno de los puntos en el plan de acción del concilio anual de 1976, “La Evangelización y la Terminación de la Obra”, fue poner ciertas limitaciones a los proyectos de edificación? Una declaración específica decía: “Demostremos a nuestro pueblo y al mundo que no creemos en construir en forma extravagante, como si intentáramos hacer de este mundo nuestro hogar. Debemos recordar que los únicos elementos que sobrevivirán a la destrucción de los últimos días son las almas que estén preparadas para la venida del Señor… El único propósito de esta economía debiera ser disponer de más fondos para que la iglesia use en dar el último mensaje de amonestación a toda nación, tribu, lengua y pueblo”. Desde que se formuló este plan de acción, a mí me parece que ha habido inauguraciones de oficinas, instituciones, lugares de adoración que podrían ser catalogados como extravagantes e incompatibles con nuestra profesa prioridad de salvar almas. Y este gasto se produce en un tiempo cuando la economía mundial es todo menos estable y parece dirigirse hacia una recesión.
Tú eres plenamente consciente también de cuántos de nuestros sacrificados miembros han llegado a estar desilusionados por el excesivo gasto en ladrillos, mezcla, piedra y madera. Sus corazones ansían ver la obra concluida y el retorno de tu Hijo. Hay cierto desaliento en algunas congregaciones que enfrentan innecesariamente largos meses de cuotas por deudas de construcción. Nosotros que predicamos los principios de la mayordomía a tu pueblo, en el intento de instruirlos en la benevolencia sistemática no debemos olvidar nuestra propia responsabilidad como líderes de practicar los verdaderos principios de la mayordomía en el uso de los sagrados fondos entregados con tanto sacrificio. Padre, tú nos has dado el maravilloso concepto de la relación de un propietario y un administrador para ¡lustrar tu posición y la nuestra. A veces pienso que nosotros, que somos los líderes de tu iglesia -tus ministros- hemos llegado a creer que somos ambas cosas: propietarios y administradores y que los miembros de iglesia deben conformarse meramente con aprobar nuestra administración. De algún modo haznos recordar, como líderes, de no caer en la tentación de usurpar tu lugar como propietario haciendo así fracasar tu misión establecida para esta iglesia. Las preciosas ovejas que como pastores nos has confiado, debieran tener confianza en que los fondos que dan para esta causa serán manejados con gran cuidado y serán conservados con el propósito de extender los límites de tu reino utilizando todos los medios de evangelización efectivos. Si nosotros pudiéramos saber, como tú lo sabes, el día exacto de la venida de tu Hijo, estoy convencido de que habría una revolución en todo nuestro programa financiero. Nos sacrificaríamos y conservaríamos los fondos como nunca antes con el único propósito de alcanzar y salvar a una humanidad perdida.
Hay algo más en relación con este plan de cosecha, Padre. Es mucho más que un énfasis numérico: es un intento de centralizar nuestra atención en el valor de un alma. ¡Si pudiéramos tan sólo ver por medio de tus ojos el inapreciable valor del ser humano! Si tan sólo pudiéramos sondear la verdadera razón por la cual tu Hijo llegó a ser hombre; por qué vino a vivir con nosotros, a caminar en medio de aquellos cuyo propósito fue destruirlo, y cómo finalmente lo hicieron. Por qué este incomparable Jesús aceptó visitar este mundo perdido. ¡Si tan sólo pudiéramos darnos cuenta de su verdadera motivación! Seguramente no hizo esto para obtener edificios o lograr posiciones en alguna organización, o por razones políticas, o por poder y fama. Su humillante experiencia tuvo tan sólo un propósito, en lo que respecta a nosotros como pecadores atados a esta tierra: rescatarnos de las garras de Satanás. Sé que Él lo hizo para vindicarte delante del universo, pero esa vindicación, ¿no consiste en mostrar al universo que tu carácter de amor no podía encontrar solaz hasta que la mayor cantidad posible de tus hijos fuesen reconciliados, aunque esto significase la muerte del mismo Jesús?
Padre, esta prioridad por la ganancia de almas tiene otra razón: espera combinar la teología con la evangelización. Gastamos mucho tiempo debatiendo y discutiendo aspectos doctrinales. Es un misterio para ti, estoy seguro, cómo algunos profesores y pastores pueden perder tanto tiempo en clases y púlpitos jugando con cosas que sólo alimentan el ego de feligreses y alumnos, quienes desesperadamente necesitan tener un conocimiento salvífico de Cristo, para sí mismos y para compartir con otros. Es sorprendente para nosotros, así como también ha de ser sorprendente para ti, que haya “adventistas amalecitas” que usan sus talentos y tiempo para producir documentos que minan sutilmente las doctrinas y la misión de esta iglesia, así como aquella multitud mixta debilitó a Israel en su marcha hacia Canaán. ¡Oh, cuánto necesitamos un cambio radical en nuestra forma de pensar! ¡Una reorganización radical de nuestras prioridades! Si estamos verdaderamente convencidos de que la ganancia de almas es nuestra principal función, entonces se necesitan algunos cambios drásticos en cada nivel de nuestra organización.
Tu intención para con nosotros (si leo correctamente tus revelaciones respecto de nuestro estilo de vida, nuestros blancos y objetivos) es que los líderes de la iglesia se liberen a cualquier precio de las numerosas demandas de su tiempo y energías que no contribuyan verdaderamente a la salvación de las almas. Con respecto a esto tu Hijo puso un ejemplo cuando se le pidió que mediara en una disputa por una herencia. El replicó: “Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?” (S. Lucas 12:14).
Tomar seriamente tu propósito para nosotros podría significar un cambio en nuestro sistema educacional y de atención de la salud. Significaría alterar notoriamente nuestro programa de preparación de pastores. En cuanto a esto, Padre, ¿no habría alguna forma -una revelación especial, una visión, un mensajero angélico, o alguna otra- con la cual pudieras apelar al liderazgo de esta iglesia para preparar ministros como Jesús los preparó? Por tres años y medio el más grande de los maestros que este mundo haya conocido preparó a sus discípulos para el servicio por medio del contacto personal, la asociación y el ejemplo. Estos primeros seminaristas caminaron y hablaron con El. Escucharon sus palabras de consuelo y aliento para los trabajados y cargados. Vieron la manifestación de su poder en favor del enfermo y el moribundo. En su aula de la ladera de la montaña, o a la orilla del mar, o caminando por medio de los campos, les reveló los misterios del reino de Dios. Viajaron con El de aldea en aldea y lo observaron cuidadosamente cuando revelaba las verdades del camino de la salvación a las almas abatidas que habían perdido toda esperanza. Pudo haberles revelado filosofías, conceptos e ideas. Pudo haberlos tapado con una montaña de conocimientos, pero les impartió sólo aquello que podían utilizar al ayudar a la gente para el reino. En cada uno de sus viajes pudieron ver cómo hablaba con la gente, ya sea en las atestadas calles, en los solitarios desiertos, como junto a los lagos, o en las montañas. Compartieron su vianda frugal, y junto a Él estuvieron a veces hambrientos y a menudo cansados.
Padre, qué revolución podría ocurrir en la iglesia, si es que pudiéramos preparar a los hombres con esta clase de instrucción en el trabajo mismo. Es cierto que tenemos un pequeño instituto de ganancia de almas en Chicago intentando combinar ambas cosas: la preparación práctica y la teórica, pero está teniendo problemas. Padre, yo debo ser honesto contigo (de todos modos, tú lo sabes tan bien como yo). Algunos entre nosotros están muy poco entusiasmados en cuanto a este instituto de ganancia de almas. El asunto es que tu Hijo nos ha dejado el tremendo ejemplo de dónde han de estar nuestras prioridades.
Debo terminar esta carta. Estoy pensando volver a escribirte nuevamente en el futuro. Pero antes debo añadir uno o dos pensamientos. Este plan de “Mil días de cosecha” tiene en su misma introducción un concepto muy importante: nuestra renovación espiritual como líderes. No puede haber conclusión de tu tarea, ni prioridades para la evangelización a menos que se produzca esta renovación espiritual. Tu Hijo prometió que el Espíritu Santo sería derramado en una forma especial sobre sus seguidores. Esto ocurrió al comienzo en la iglesia cristiana primitiva, y le dio un formidable impulso inicial. Los discípulos estaban tan imbuidos de amor por tu Hijo y por quienes Él dio su vida que la influencia del Espíritu convirtió a miles mientras predicaban y oraban. ¡Qué regocijo debe haber inundado las cortes celestiales cuando tus seguidores, llenos del Espíritu Santo manifestaban tal amor los unos por los otros y por la humanidad perdida! Al ejecutar la voluntad de tu Hijo los discípulos trajeron al mundo los tesoros de una vida eterna. Tomaron literalmente la majestuosa comisión evangélica de ir al mundo con el Evangelio.
Tú has dado a esta iglesia la misma orden en la perspectiva del triple mensaje angélico. Hemos de predicar aquel mismo Evangelio a cada nación, tribu, lengua y pueblo. Esto significa que no habremos de esperar que la gente venga hacia nosotros, sino que hemos de ir a la gente con tu gloriosa verdad.
Padre, finalmente, no quiero dar la impresión de que pienso ser capaz de salir y dar al mundo el mensaje final del Evangelio separado de ti y del poder del Espíritu Santo. Ningún argumento, por lógico e irrefutable que parezca, podrá enternecer un corazón o atravesar la cubierta de la mundanalidad y la rebelión. Sólo el Espíritu Santo puede dar elocuencia a nuestros labios para la salvación. Sólo un conocimiento vivificante de tu Hijo puede dar eficacia a nuestro testimonio. Cada palabra y acto ha de afirmar nuestra atención en el todopoderoso nombre de tu Hijo, Jesucristo. Sólo Él posee ese poder vital mediante el cual los pecadores pueden ser salvos. Su nombre ha de ser nuestra consigna, nuestro distintivo, nuestro vínculo de unión, nuestra autoridad en el curso de nuestras acciones y el vigor de nuestro éxito. No podemos aceptar cosa alguna que no lleve su nombre.
Sería a la vez dramático y maravilloso, si hoy pudiera suceder lo mismo que ocurrió con los discípulos cuando luego del Pentecostés determinaron hacer todo lo posible para confesar a tu Hijo con valor delante del mundo. Padre, ayúdanos, si puedes, a orar de la misma forma que ellos oraron durante el Pentecostés. Ayúdanos a mostrar el mismo intenso fervor y que estemos capacitados para encontrarnos con los hombres y tener la habilidad y sensibilidad para pronunciar palabras que los conduzcan a Cristo. Cuando leo acerca de esa experiencia temprana, mi corazón clama que tu Hijo nos prepare con una unción especial para hacer la obra de salvar almas. ¡Estamos tan atareados en detalles, planes, promociones, juntas, proyectos, reuniones de comisiones, que apenas hay tiempo para sentir una carga por la salvación de las almas! Además, muchos estamos gastando tanto tiempo en deportes, televisión, entretenimientos, recreación, o corriendo alrededor del mundo viendo esto y aquello, que no estamos realmente haciendo la obra que tú quieres que hagamos.
Tengo la esperanza de que nuestros “Mil días de cosecha” hagan algo por esta iglesia que nos ayude a centralizar el trabajo en aquello que tú, aparentemente, consideras de mayor importancia que ninguna otra cosa, la salvación de las almas.
Aprecio esta oportunidad de escribirte. Quiero agradecerte por toda la correspondencia que me has enviado a través de las Escrituras y las páginas del espíritu de profecía. Tan sólo puedo alabar tu nombre por tu bondad y tu poder, y decirte que espero que, junto con mis hermanos en el ministerio, pueda responder en una forma positiva a tu llamado de ir, buscar a los perdidos y traerlos de nuevo a tu rebaño.
Tu indigno y sumiso siervo,
Roberto Spangler