El único remedio para una visión defectuosa del ministerio consiste en poner énfasis en Cristo y en las verdades del evangelio.

Antes de que podamos entender qué es una obra pastoral auténtica, tenemos que considerar los tres grandes obstáculos que se encuentran en el camino del pastor.

El primero de ellos es la falta de convicción de haber sido llamados. Todo comienza cuando un estudiante decide ir al colegio para estudiar Teología. Algunos de nosotros partimos rumbo al seminario con la impresión de que una luz iluminaba nuestra conciencia, campanas repicaban en nuestro corazón convenciéndonos de la verdad de que habíamos sido llamados para el ministerio; y muchos de nosotros nos quedamos preocupados porque no nos ocurrió nada sobrenatural ni extraordinario. La única señal de nuestro llamamiento que podíamos mencionar era que habíamos intentado comenzar muchas otras carreras, pero ninguna de ellas finalmente resultó.

¿Qué es, entonces, el llamado al ministerio? Cuando algunos estudiantes lo consultaron acerca de si podían seguir alimentando el ideal de llegar a ser ministros, el pastor Harold S. Richards, fundador del programa de radio La Voz de la Profecía, respondió: “Lo sabrán a ciencia cierta sólo si no pueden escapar de esto”. Les quería decir que si realmente habían sido llamados al ministerio, no podrían escapar de esa situación.

El predicador R. A. Torrey, al hablar acerca de su experiencia, declaró: “Llegué a ser ministro del evangelio sencillamente porque si no lo fuera estaría perdido. No quiero decir que soy salvo por predicar el evangelio. Mi salvación sólo proviene de la sangre expiatoria de Jesucristo; pero el hecho de que me haya vuelto cristiano y mi aceptación de Cristo como mi Salvador giran en torno de la predicación del evangelio. Durante muchos años no quise ser cristiano porque no quería predicar. Sentía que si me convertía tendría que predicar. La noche aquélla cuando me entregué a Dios no dije: Acepto a Cristo’ o ‘Renuncio a mis pecados’; dije, en cambio: ‘Quiero predicar’”.

Si usted se ha estado debatiendo interiormente, considerando, probando e intentando otras opciones, y aún así se mantuvo firme, tranquilamente convencido de que debía ser un pastor, ciertamente llegó a esa decisión conducido por alguien superior a usted.

El segundo obstáculo para llegar a ser un pastor auténtico es recibir un llamado al ministerio y relacionarlo sólo con una organización terrenal. En este aspecto, otra vez el tiempo y la experiencia han demostrado que muchos hombres han sido llamados al ministerio de una iglesia y se comportan como si hubieran sido invitados a desempeñar cualquier trabajo en una empresa cuyos negocios se limitan a esta tierra, sin ninguna consecuencia eterna. Y casi todos terminan imponiendo condiciones para aceptar o rechazar el llamado, y negocian de alguna manera para sortear ese obstáculo.

Como tercer obstáculo en el camino del pastor podemos mencionar nuestra tendencia a apartarnos de la dirección indicada por Dios, es decir, el desarrollo de una obra pastoral cristocéntrica. Nuestro llamado al ministerio llega a ser una realidad reconocida oficialmente cuando recibimos la ordenación por medio de la imposición de manos. Ése es un momento muy solemne. Al llegar a esa experiencia ya debemos estar convencidos, como resultado de la obra del Espíritu Santo, de que Cristo es el centro y la razón de toda nuestra obra. Nada debe empañar la gloria de Dios en nuestra vida y en nuestra tarea para él.

Jamás olvidaré algunas palabras del predicador expresadas en ocasión de mi ordenación tina frase destacada de su discurso fue la siguiente. “Será un gran día para los adventistas cuando la gente, al identificar a un pastor, en lugar de decir: “Ah, usted es uno de esos que guardan el sábado y no comen carne de cerdo’, digan: ‘Usted es uno de los que enaltecen a Cristo y cultivan la comunión con Dios’. Cuando eso ocurra, será un gran día”

Después de resumir los principales obstáculos que aparecen en el camino del ministerio, estamos preparados para considerar cinco factores que identifican la auténtica obra pastoral.

Identifiquemos lo indispensable

Es crucial, para la obra pastoral genuina, comprender que los pastores no están sólo para promocionar cierta organización; somos ministros de Jesucristo. Norval Pease, en su libro Sólo por fe, lo dijo muy claramente: “Es muy fácil que la religión se convierta en un gran negocio, con los líderes de la iglesia convertidos en empresarios y administradores en vez de ser guías espirituales; con los pastores transformados en vendedores de una organización; y con los miembros y el público reducidos a la mera condición de clientes […] El único remedio para esto es el énfasis constante en Cristo y en las grandes verdades del evangelio”.

Algunos de nosotros nos hemos sentido molestos con los que tienen una idea equivocada acerca de lo “promocional” en el ministerio. La verdadera promoción no consiste en quedarse sentado detrás de un escritorio: la obra que debe promover el pastor es permanecer donde está la gente. Como dijo H. M. S Richards: “Dios nos libre de que nos fosilicemos convirtiéndonos en grandes ejecutivos” Hoy, la iglesia está preocupada por la cuestión organizativa. Hay instituciones médicas y de educación; tenemos expansión mundial, templos majestuosos, bancos llenos y evangelización; todo eso es útilísimo y bueno, pero siempre nos sentimos incómodos con la posibilidad de que Cristo esté fuera de las puertas de los edificios que hemos construido y de la práctica de nuestra estructura educacional.

La verdad es que algunos de nosotros recién nos convertimos después de haber llegado a ser pastores. Siempre me acordaré de una piadosa anciana que era miembro de la primera iglesia que me tocó pastorear. Me encontraba en la puerta, después de cada sermón, para agradecerme por el mensaje. Hna vez, me dijo: “Va a ser maravilloso el día cuando usted conozca a Jesús”. Oír que alguien nos diga algo semejante es una experiencia dolorosa y terrible, pero era lo que yo necesitaba para que pudiera comprender la diferencia que existe entre el promotor de una organización y un verdadero ministro de Cristo Jesús.

El conocimiento de Cristo es algo que nunca podrá ser demasiado enfatizado; si tenemos el intenso deseo de ver a nuestro Padre, si estamos deseando ansiosamente el cielo, si tenemos una respuesta de amor en nuestro corazón hacia aquél que nos amó primero, debemos continuar nuestro camino y dejar que el Espíritu Santo haga su obra por medio de los miembros de nuestras iglesias hasta que nos encontremos nosotros mismos arrodillados al pie de la cruz. Éste es el lugar más alto al que podemos llegar: de rodillas al pie de la cruz.

Reconozcamos lo esencial

Lo primero que debemos reconocer, si realmente queremos estar seguros de que somos verdaderos ministros del evangelio, es que hemos encontrado nosotros mismos la salvación; eso significa que hemos experimentado personalmente el poder regenerador del Espíritu Santo y que estamos realmente convertidos. Debemos saber, por experiencia propia, que Cristo acepta a todos los que acuden a él, no importa quiénes sean, ni lo que hayan hecho ni dónde hayan estado (Juan 6:37).

Es verdad que tal vez no seamos capaces de discernir las circunstancias relativas a nuestra salvación, pero sí podemos saber si estamos convertidos o no; podemos saber si Jesús es el único foco de nuestra vida y su centro (1 Juan 5:11, 12); podemos saber si la Biblia nos interesa, en verdad, profundamente (1 Ped. 2:2); podemos saber si, en nuestra vida, la oración constituye algo verdaderamente importante (Juan 17:3); podemos saber si hacemos de la comunión íntima y diaria con Dios nuestra prioridad absoluta (Luc. 9:23); podemos saber si tenemos paz con Dios (Rom. 5:1); podemos saber si tenemos el ardiente deseo de compartir las buenas nuevas (Mar. 5:19); podemos saber si nos amamos los unos a los otros (1 Juan 4:7; Juan 13:35).

El segundo aspecto sobre el que debemos asegurarnos, para tener la certeza de que somos verdaderos pastores, es si conservamos nuestra condición de salvados. ¿Existe algo más importante en la vida y en el ministerio cristianos que, sencillamente, permanecer en Cristo? Permanecer en Cristo es realmente valioso. “El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan 5:11, 12), y quien no se relaciona constantemente con el Hijo no tiene la vida. Cuando escribió a los Filipenses, Pablo utilizó expresiones fuertes para manifestar que el conocimiento de Cristo, sobre una base permanente, lo es todo. Todas las cosas que nos parece que tienen mucho valor, para él eran “basura” (Fil. 3:8).

Un tercer punto del que necesitamos tomar conciencia para asegurarnos de que realmente somos ministros del evangelio es si iremos con Jesús cuando él venga a buscar a su iglesia. Si lo sabemos, estaremos ansiosos por comunicarlo al mundo. Últimamente, uno de mis textos favoritos es 1 Juan 2:28: “Hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos avergonzados” Lea este texto. Compártalo. Proclámelo a los cuatro vientos. La seguridad de que a este planeta sólo le quedan unos pocos años más es una noticia fantástica. La gente necesita oírla.

Preste atención a las prioridades

Y ¿qué decir de la vida diaria y del trabajo del pastor? A algunos de nosotros se nos ha enseñado a dividir el día en cuatro partes, y eso nos ha ayudado mucho. Desde las 8 hasta las 10 acostumbramos estudiar, orar y meditar; el tiempo que va desde las 10 hasta las 12 lo empleamos en asuntos administrativos, como atender la correspondencia, organizar nuestro día de labor, etc. Después del almuerzo tenemos un breve momento de descanso, y empleamos el período que va desde las 14 hasta las 18 en visitar a los miembros de iglesia y a los interesados, y dar estudios bíblicos. Después de la merienda regresamos a eso de las 19 y permanecemos hasta las 20 en reuniones, visitas y estudios bíblicos.

Frente a todo esto, bien podría preguntarse un pastor: “¿Qué vida es ésta? Parece que no hay mucho tiempo para trabajar”. En verdad, todavía queda tiempo para el almuerzo y la cena, para atender a la familia y para hacer ejercicios físicos. Si organizamos nuestro día de actividades, nos libraremos de dedicar tiempo a ordenar papeles cuando deberíamos estar haciendo visitas en el hospital, por ejemplo. Mis iglesias nunca reclamaron porque supieran que por la mañana yo estaba ocupado en mantener en condiciones mi cuerpo y en alimentar mi alma.

Otro asunto importante que debemos tomar en cuenta es estar profundamente agradecidos por formar parte del ministerio. Si estamos participando de esta obra de Dios, estaremos participando también de una tarea tan importante que mantendrá dobladas nuestras rodillas; y eso es una gran bendición. Si alguien descubre y absorbe todo lo que enseña semanalmente la lección de la Escuela Sabática, automáticamente se compromete a compartir lo que aprendió. Si realmente queremos descubrir y captar la excelencia del mensaje de la Biblia, debemos comprometernos a ser ministros del evangelio. Si logramos descubrir y vivir la profundidad de una experiencia real con Dios, nos comprometeremos todo el tiempo a llevar a cabo su obra. Y él nos dirigirá.

No hay situación más desesperante que la del que se encuentra dentro del ministerio sin disponer de un conocimiento personal de Dios. Tarde o temprano abandonará el camino, y entonces reconocerá su necesidad y tratará de disfrutar de una intimidad con él y con sus semejantes.

Conocer a la gente

La verdadera obra pastoral se basa en un conocimiento de los demás sobre un fundamento mucho más sólido y amplio que una conversación casual. Nuestro mundo está lleno de gente que únicamente sabe de banalidades. Hay tres clases de comunicación: “boca a boca”, “cabeza a cabeza” y “corazón a corazón”. La comunicación “boca a boca” carece de importancia. “Hola, ¿cómo le va?”, “Bien, gracias”, “Nos vemos después”. Eso no vale de mucho.

El segundo nivel de comunicación implica algo más. Es lo que “hace la cabeza”, es el engrandecimiento filosófico: “¿Qué le parece lo que está sucediendo en el Medio Oriente?” “¿Qué opina acerca de la política internacional?” “Bueno, creo que…” Y así filosofamos y viajamos intelectualmente.

Pero el nivel más profundo de comunicación, donde realmente está la vida, es la comunicación de “corazón a corazón”; de esta manera, la gente se puede comunicar acerca de sus sentimientos y la vida espiritual. Aquí está la realidad. Si usted está haciendo la obra ministerial, se lo debe encontrar en ese nivel, el más profundo. Y este nivel anima, vigoriza y es importante.

Una visión de la recompensa

El verdadero salario del pastor es mucho más que dinero. Recibe su máxima recompensa cuando alguien le dice: “Gracias por haberme llevado a los pies de Cristo” Los honorarios más valiosos del pastor se observan en la experiencia de una persona de corazón empedernido que lo rechaza como representante de Dios; ya que no puede rechazar literalmente al Señor, rechaza al pastor. Poco a poco, sin embargo, ese corazón duro comienza a convertirse en maleable. El Espíritu Santo comienza a obrar.

Y un día, el rebelde le dice: “Quiero abandonar los vicios de esta vida degradada” Usted responde: “¡Gracias a Dios!”, y continúa orando por ese hombre y lo sigue cuidando. Otro día, le confiesa: “Me cuesta conseguir la victoria. Trato de apartarme de los viejos hábitos y las antiguas costumbres, pero no siempre lo consigo. Necesito más de Dios” Y usted lo invita: “¿Oramos juntos?” Y la respuesta es “Sí” Los dos se arrodillan y usted, pastor, eleva la oración. La respuesta de esa pobre alma es un sonoro “Amén”, preludio de la victoria. Los contactos siguen, con oraciones, consejos, conversaciones, instrucciones, simpatía y empatía, hasta que un día ambos entran en el bautisterio. Ése, pastor, es su salario. No hay dinero en el mundo que pueda pagar eso.

Y esto es la verdadera obra pastoral.

Sobre el autor: Pastor, administrador, autor de varias obras. Jubilado, reside en Garfield, Arkansas, Estados Unidos.