Cómo erradicar un mal que ha debilitado a muchas congregaciones.
La membresía de su iglesia ¿está disminuyendo? La mayordomía y el crecimiento en ofrendas de la iglesia, ¿no es tan robusto como lo planeó o lo esperaba? Su iglesia, ¿no está encontrando la manera de atraer y ministrar a los jóvenes?
Busque al enemigo oculto dentro de su iglesia. Es una condición común, pero mortal, que infecta a muchas iglesias. Es tan letal para el cuerpo espiritual de la iglesia como el fumar lo es para el cuerpo físico. Es difícil de vencer.
¿Su nombre? Descontento. Murmuración del descontento.
Esta condición mortal y peligrosa ha existido durante generaciones, y amenazado la vida y el crecimiento en la fe de comunidades durante siglos. Un episodio en la vida de Israel muestra que la murmuración y el descontento no solo son peligrosos, sino también letales, generando un sin fin de condiciones espirituales desastrosas. La tragedia de la murmuración del descontento es cancerosa en su naturaleza; como un veneno lento e insidioso, sus efectos necesitan años para ser percibidos. Peor, la murmuración del descontento también puede ser muy adictivo.
Estadísticas del desierto
Observe de qué manera este cáncer de la murmuración y el descontento se diseminó entre las tribus de Israel mientras peregrinaban por el desierto. Detrás de las estadísticas del censo registrado en el libro de Números, los capítulos 1 y 26 nos narran la trágica historia de la murmuración.
Una rápida mirada a los números globales parece confirmar que el número de israelitas era el mismo cuando dejaron el Sinaí (603.550 hombres en buena condición física, mayores de veinte años) que cuando llegaron a la frontera con la Tierra Prometida (601.730 hombres), cuarenta años más tarde. A partir de estas estadísticas, se podría esperar que todas las tribus redujeran en algunos cientos su cantidad de hombres. Pero no fue así. Gran parte de las tribus, 7 de 12, en verdad aumentaron su número; una de ellas de manera espectacular. La tribu de Manasés incrementó en 20.500, Benjamín en 10.200 hombres. Las tres tribus de Judá, Isacar y Zebulón, juntos, aumentaron 14.900 hombres; y Dan, Aser y Neftalí lo hicieron en un total de 5.600 hombres. Si estas siete tribus se incrementaron en un total de 51.200 hombres, ¿dónde estuvo el déficit?
La concentración de muertes se dio en las tribus de Rubén, Simeón y Gad; una trágica reducción de 45.020, en comparación con el número que había en el Sinaí cuarenta años antes. La tribu de Simeón se redujo desastrosamente en 37.100 hombres. Efraín y Neftalí decrecieron en 8.000 hombres.
Camarillas peligrosas
El campamento israelita no tenía un orden al azar, sino que estaba cuidadosamente organizado. Las tribus acampaban de a tres, organizadas alrededor del campamento. Judá, Isacar y Zebulón eran vecinos amistosos que acampaban juntos al oriente del Tabernáculo, con los sacerdotes acampaban entre ellos y la entrada del Tabernáculo. Las tribus de los hijos de Raquel (Efraín, Manasés y Benjamín) acampaban al occidente, y al norte estaban Dan, Aser y Neftalí. Los levitas estaban separados de todas las tribus, y divididos como para acampar, con los sacerdotes, en un anillo lo más cerca del tabernáculo, protegiéndolo (Núm. 3:16, 17).
Las tribus de Rubén, Simeón y Gad eran vecinos, hermanos que acampaban juntos al sur del tabernáculo. Sus vecinos más cercanos acampaban al norte del tabernáculo, donde estaba la familia levita de Coat.
Entre la familia de Coat estaba Coré, primo de Moisés (Éxo. 6:20-24), que resultó ser un murmurador descontento y líder de la rebelión contra Moisés (Núm. 16). Sus asociados en la rebelión fueron sus vecinos de la puerta de al lado, de la tribu de Rubén: Datán, Abiram y On. Estos hombres, reunidos alrededor de la entrada a sus tiendas, en la conversación natural de vecinos, retroalimentaron su descontento, y sus pensamientos y acciones rebeldes. Inicialmente, la rebelión estuvo confinada a estos hombres, su familia inmediata y sus amigos, y murieron en un terremoto y bajo el fuego enviados por Dios (vers. 24-35). Pero pronto el descontento y la disconformidad se diseminó y, al día siguiente, más personas estaban acusando a Moisés y Aarón por la muerte de estos líderes. La tragedia terminó con 14.700 muertes adicionales. El texto no dice que la rebelión estuvo limitada a la tribu de Rubén y sus vecinos, pero las estadísticas de cuarenta años son un testimonio elocuente. Es fácil culpar a Dios por estas muertes, pero la voluntad de Dios para estas personas está cuidadosamente expresada como una opción: “A los cielos y a la tierra llamó por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deut. 30:19).
La fiesta en Baal-peor
Cuarenta años más tarde, nuevamente justo a la entrada de la Tierra Prometida, y solo a meses de obtener su conquista triunfal, Israel enfrentó algunos problemas. Los aterrorizados moabitas contrataron a Balaam para maldecir a Israel. Tres veces intentó maldecir, pero fracasó las tres veces. Claramente, Dios estaba protegiendo a Israel. Pero lo que no pudieron lograr a través de la maldición, lo alcanzaron a través de las relaciones inapropiadas. Los moabitas invitaron a Israel a unírseles a una breve celebración, una fiesta a sus dioses (Núm. 25:2), y algunos israelitas aceptaron. Después de cuarenta años de cocinar el descontento a fuego lento, ¿qué mejor que una fiesta vecinal para aliviar la miseria?
La fiesta fue un éxito, y los amigos fueron invitados a casa. “Zimri hijo de Salu, jefe de una familia de la tribu de Simeón” (vers. 14) “trajo una madianita a sus hermanos, a ojos de Moisés y de toda la congregación de los hijos de Israel” (vers. 6). Se desató una plaga que mató a 24.000. La enfermedad del descontento es extremadamente contagiosa, y sus resultados son letales. El censo registrado en el siguiente capítulo de Números sugiere que es muy probable que la mayor parte de estos 24.000 muertos fueran de la tribu trágicamente contagiada por el descontento de Simeón.
Las tribus de Rubén, Simeón y Gad disminuyeron considerablemente, mucho más de lo esperado, mientras que otras tribus prosperaron. Los líderes de la apostasía de Baal-peor también eran de las mismas tribus geográficamente conectadas que los de la rebelión de Coré, Datán y Abiram. Esto sugiere que el descontento de Coré y su grupo siguió enfermando personas cuarenta años después, lo que trajo como resultado la trágica muerte de muchos de sus miembros. En el caso de la tribu de Simeón fue terrible, ya que murieron casi todos sus miembros.
Lecciones para hoy
Pero la mayor tragedia fue que estas personas casi habían llegado al hogar. En ambas ocasiones, la rebelión de Coré y la fiesta de Baal-peor, ellos estaban en la misma frontera de la Tierra Prometida. En ambos casos, el descontento y la murmuración fue el resultado de que las personas se centraron en sus propios deseos. Las personas habían olvidado completamente su misión: tomar posesión del don divino, la tierra de Canaán.
¿Qué lecciones podemos aprender de estos dos episodios de murmuración, descontento y quejas que llevaron a estas dos enormes tragedias entre los hijos de Israel?
1. Tomar las estadísticas en serio. Si la membresía de su iglesia, la participación, la testificación, la mayordomía u otras señales de un ministerio eficaz comienzan a mostrar una reducción, pídales a los líderes de la congregación que realicen un autoexamen. ¿Existe un espíritu de disconformidad y descontento que se está diseminando de manera insidiosa? Si es así, abórdenlo en oración y, a su tiempo, traten con esa actitud de tal manera que puedan recobrar la armonía y la unidad en la iglesia.
2. Las quejas llevan a la declinación. Si un grupo está declinando o está estancado y sin crecimiento, la murmuración y el descontento pueden ser una causa no reconocida. Este mensaje necesita ser compartido con la membresía. Abordar este tema de manera personal puede ser un buen comienzo, pero también se necesitan mensajes públicos. Estos mensajes pueden ser generales o explícitos, si la naturaleza del descontento es clara. No es una tarea fácil, especialmente para los que se dedican a cuidar de los demás, como los pastores.
3. Examine su corazón. Un pastor descontento, tal como el levita Coré, es más peligroso para la iglesia que un miembro descontento.
4. Busque camarillas no saludables que contagien una cultura de murmuración y descontento. Necesitan ser enfrentados en el espíritu del amor y el poder de Dios. La historia de Israel indica que hay tres características de los grupos que generan peligro: (1) ellos saben más que los demás, generalmente en retrospectiva (Coré, Datán y Abiram); (2) consideran que su liderazgo es superior (Coré); y (3) se centran en sus propias necesidades y excluyen las de las comunidad (Zimri).
5. Reconozca que estos asuntos pueden haber ocurrido, o estar ocurriendo, hace décadas.
6. Anime a los miembros a desarrollar una actitud de gratitud. Las investigaciones muestran que esto es un factor, poderoso en general, de buena salud y bienestar. Sencillamente, pida a las personas que anoten algunas pocas cosas cada día por las que están agradecidas.
7. La realidad de la Tierra Prometida necesita ser recordada una y otra vez ante la congregación. Los cristianos necesitan la visión de la construcción del Reino de Dios, no del reino de la iglesia en el desierto.
Con Dios siempre existe esperanza
¿Cuáles son las buenas noticias? Por la gracia de Dios, cualquier cosa puede ser vencida, incluso la murmuración y el descontento. No todos los familiares de Coré murieron en la rebelión (Núm. 26:11); y algunos descendientes más tarde llegaron a ser, bajo el liderazgo del rey David, destacados líderes de adoración en Israel, y compositores de bellos poemas y de música, en los cuales todavía nos regocijamos hoy (ver Sal. 42, 44-49, 84, 85, 87, 88).
Jesús ofrece maravillosas promesas de vida, no de muerte, para aquellos que venzan. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios. […] El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte. […] Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe […] y le daré la estrella de la mañana. […] El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. […] Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo. […] Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apoc. 2:7, 11, 17, 28; 3:5, 12, 21).
Sobre la autora: Estudiante doctoral de Teología en Auckland, Nueva Zelanda.