¿Se ha despertado alguna vez en la noche para encontrar que su mente parecía correr a máxima velocidad hasta sentir que la inspiración lo inundaba de pensamientos, palabras y la pesada carga de compartirlos? Recientemente, por dos noches seguidas me desperté preocupado por la aparente apatía hacia la evangelización pública. Mientras pensaba en los ministros de nuestra asociación, recordé que muchos comenzamos como pastores-evangelistas de éxito. De hecho, ésa era la forma de trabajar hace una o dos generaciones. Ahora muchos de nosotros, los de mediana edad, de la “guardia vieja”, parecemos haber perdido nuestro celo. En verdad, algunos parecen estar diciendo: “No estoy seguro en cuanto a este asunto de que el Señor venga pronto. Lo hemos estado diciendo por años. Lo que necesitamos hacer es vivir diariamente de tal manera que, no importa cuándo venga, estemos listos y esperando”. Ciertamente, la última declaración es verdadera, pero cuando perdemos ese fervor evangelizador, ese sentimiento anticipatorio de aguardar la venida del Señor, hemos negado en verdad nuestro nombre denominacional, porque eso es lo que adventistas significa. Somos “adventistas” porque creemos en el pronto regreso de Jesucristo.
Muchos de nosotros podemos decir con verdad que esperábamos estar en el reino mucho antes de ahora, pero la espera no debiera hacer que abandonemos la bendita esperanza. ¿Cuán a menudo predicamos de la segunda venida, de nuestro hogar celestial, u otros mensajes de esperanza y decisión?
Puede ser cierto que la gente esté “demasiado ocupada” como para promover la evangelización. Al ver tanto a esposos como a esposas trabajar para sostener a sus familias y dar una educación cristiana a sus hijos, vemos que es cierto, están demasiado ocupados. Los ricos también están demasiado ocupados. Pero cuando estamos demasiado ocupados como para testificar, demasiado ocupados como para dar algún tiempo a nuestro Señor, estamos realmente demasiado ocupados. ¿Puede ser que en cierto grado el error esté en nuestra falta de énfasis y liderazgo evangelizadores?
No creo que necesitemos poner una carga de culpabilidad sobre nuestros miembros de iglesia; pero de alguna forma encontramos tiempo para apoyar y promover otras actividades valiosas de la iglesia. ¿Estamos nosotros -como lo dijo un ministro-, sencillamente “masajeando a los santos”, cuando deberíamos estar provocándolos a las buenas otras y motivándolos a fijar prioridades en sus vidas?
Muchos de nosotros predicamos buenos mensajes homiléticos a nuestras iglesias complacientes, pero ¿cuándo fue la última vez que usted hizo un llamado para que la gente acepte a Cristo y se una a su iglesia remanente?
Ocasionalmente oigo decir que nuestros evangelistas están “en otra cosa”, o que han regresado a la antigüedad arcaica. El mensaje de las profecías de Daniel 2, 7, 8, 9 y 12 todavía nos habla tan elocuentemente como lo hizo hace cien años. Usted no puede cambiar mucho de los puntos básicos del milenio, la segunda venida, los Estados Unidos en la profecía bíblica, etc. Necesitamos más tacto y caridad hacia nuestros amigos cristianos de otras denominaciones, y pienso que hemos progresado mucho en esto. Sin embargo, si uno acepta Apocalipsis 13 y 17, no puede evitar mencionar quién es la Babilonia de los últimos días. El problema es que muchos de nuestros predicadores más jóvenes apenas estudian estos pasajes como para poder amonestar con ellos, y muchos de nuestros hermanos de más edad no les están enseñando a dar un ejemplo a los ministros más jóvenes.
De alguna manera no estamos produciendo hombres con celo por la evangelización. En verdad, muchos de nuestros hombres más jóvenes son ordenados y aun transcurren varios años en el ministerio sin haber tenido sus propias campañas. En mis días, todos lo hacíamos como algo natural, por lo menos año por medio y alternando con un evangelista profesional.
No soy el juez, ni puedo imaginar siquiera cómo ha de juzgarnos Dios, pero se me ocurre ver el dolor que se refleja en su rostro al considerar nuestro fracaso en dar énfasis a la evangelización pública y a la ganancia de almas.
La otra noche asistí a una iglesia colmada para escuchar a Kenneth Lacey hablar del hogar de los redimidos. El gran auditorio dio evidencias de que los días de la evangelización no han pasado. Aquí había una iglesia que apoyaba, un pastor que cumplía con su deber y un mensaje que era claro. Mi corazón se sacudió al ver a una joven de unos 20 años entrar en la oficina del pastor con lágrimas en sus ojos y con las palabras: “Pastor, quiero ser bautizada”.
Hace pocas semanas, en San Isidro, escuché un claro mensaje en español. No podía entender todo lo que se decía, porque sé muy poco de español, pero oí lo suficiente como para captar el sentimiento de entusiasmo ante un milenio con mi Señor. Y al escuchar el llamado vi a una multitud que pasó al frente para aceptar la invitación.
Fue igualmente maravilloso ver, un poco más tarde, a un pastor de Samoa predicar su mensaje vestido con el típico atuendo samoano: una especie de pollera y los pies descalzos. El resto de su vestimenta era convencional. El coro de jóvenes samoanos era inspirador aunque no podía entender ni una palabra de lo que cantaban. Entonces pensé en Dios sentado en las alturas sonriendo mientras escuchaba las oraciones y sentía la fuerza del interés de estos auditorios mientras escuchaban la predicación de nuestro mensaje.
Me entusiasmé al ver a las multitudes y escuchar los resultados de la reciente campaña en San Diego entre la gente de color, dirigida por Helvius Thompson. Mas de cincuenta nuevas almas se regocijan ahora en el mensaje.
¡No, la evangelización no está muerta! Nosotros podemos estarlo, pero ella no. Jesús dijo: “Id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mat. 28: 19). Oigamos su llamado a evangelizar. Jóvenes, permítannos ayudarles a comenzar. Hermanos de más edad, regresen a su primer amor. ¡Vayamos pronto a casa!
Sobre el autor: es secretario ministerial de la Asociación del Sudeste de California