La expresión “reavivamiento y reforma” se ha convertido en un lema importante en las iniciativas de la Iglesia Adventista en los últimos años. Tomada de los escritos de Elena de White, algunos han limitado el tema a los hábitos devocionales, los hábitos alimenticios o la modestia cristiana. Sin embargo, para la autora, se trataba de un concepto más amplio de lo que parece.
Dos citas se han vuelto bien conocidas en este contexto. En 1887, afirmó: “La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra” (Mensajes selectos, t. 1, p. 141).
Otra de ellas fue publicada en 1902, detallando el asunto: “Deben realizarse un reavivamiento y una reforma bajo la ministración del Espíritu Santo. Reavivamiento y reforma son dos cosas diferentes. Reavivamiento significa una renovación de la vida espiritual, una vivificación de las facultades de la mente y del corazón, una resurrección de la muerte espiritual. Reforma significa una reorganización, un cambio en las ideas y teorías, hábitos y prácticas” (The Review and Herald, 25 de febrero de 1902, p. 1).
No parece haber duda acerca de lo que Elena de White entendía por “reavivamiento”. Es evidente que la autora esperaba que los miembros de la iglesia tuvieran una vida espiritual profunda y disciplinada. Pero ¿qué significaba “reforma” para ella? Es cierto que involucró asuntos de conducta y comportamiento, pero fue más allá. Algunas cartas que le envió a Arthur G. Daniells en 1901 ayudan a profundizar la visión al respecto.
El 24 de junio, escribió: “Hay mucho por hacer en nuestras iglesias, tanto en materia de reavivamiento como de reforma. Este trabajo debe hacerse si esperamos algún progreso espiritual […]. Dios reprende a su pueblo por sus pecados, busca humillarlo para que sea movido a buscar su rostro. Luego, a medida que el pueblo se reforma y el amor revive en su corazón, las peticiones son atendidas por sus respuestas llenas de gracia”.
Dos días después, volvió sobre el tema en otra correspondencia, en la que afirmó: “Que el reavivamiento y la reforma produzcan cambios constantes. […] Dios no pide a sus misioneros que muestren su devoción a él confinándose en monasterios o emprendiendo largas y dolorosas peregrinaciones. No es necesario hacer esto para mostrar la voluntad de negarse a uno mismo. Es trabajando en favor de aquellos por quienes Cristo murió que mostramos amor verdadero” (Carta a Arthur G. Daniells, 28 de junio de 1901).
Después de varios meses, Elena de White volvió a escribir: “Deben hacerse cambios decididos en los métodos y los planes que se siguen, para que la causa de Dios se coloque sobre un fundamento más elevado. Pero a aquellos que durante muchos años en el pasado no han sentido el poder del reavivamiento y la reforma del Espíritu Santo no se les debe confiar la planificación y el diseño de formas y métodos para llevar adelante la obra” (Carta a Arthur G. Daniells, 7 de noviembre de 1901).
La secuencia de cartas escritas en poco tiempo, que tratan sobre el mismo tópico, demuestra la importancia que Elena de White le daba al tema. En su concepto de “reavivamiento y reforma” exigió una ferviente espiritualidad, una vida equilibrada, creatividad en los planes y los métodos de trabajo, y una actividad misionera vibrante.
En otras palabras, todo “reavivamiento y reforma” que no conduce a un compromiso efectivo con la misión es una ilusión. Necesitamos ir más allá de las actitudes individuales que poco cambian la forma de ser iglesia. Es tiempo de experimentar el refrigerio del Espíritu para vivir una revolución misionera que nos permita ver el rostro de Cristo en esta generación. ¿Estamos preparados para esto?
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio, edición de la CPB.