La evangelización es un estilo de vida que se basa en el principio bíblico de que los pastores y los laicos son ministros cuando se trata del cumplimiento de la tarea misionera.

     En la Biblia la iglesia cristiana no aparece como una estructura misionera en la que los sacerdotes son profesionales y constituyen una jerarquía superior con respecto a los laicos. De cierta manera heredamos ese concepto jerárquico de la Iglesia Católica. Oskar Feucht, acertadamente, dice que “el ministerio es un oficio, no una orden (religiosa). Mucho menos un conjunto de obispos, sacerdotes y diáconos. La iglesia es un gobierno de la gente para la gente, y todos los cristianos somos esa gente”.[1]

     Es falso el concepto de que los clérigos y los laicos tienen ministerios separados, y que el pastor debe cumplir la misión porque ése es su trabajo. La palabra griega kléros se traduce por lo general como “lote”, “porción”, “parte de algo”, mientras que la palabra laós significa “pueblo”, “mundo”. La diferencia que se le asigna a estos dos términos no es de origen bíblico. Según la Historia, en tomo del año 95 d.C. los escritos de Clemente ya establecían una diferencia entre “los llamados y los no llamados”. Jerónimo, y más tarde Orígenes, también hacen esa distinción.

     Durante la Edad Media esa teoría se desarrolló de forma más definida. Se consideraba que los sacerdotes o clérigos constituían una clase espiritualmente superior a la de los laicos. En ese contexto, los laicos debían encontrar a Dios con la ayuda mediadora de un sacerdote, que hasta podía perdonar pecados, definir doctrinas e interpretar la Biblia.

     Una distinción de esta naturaleza, en verdad, puede ser perjudicial para el progreso de la obra misionera. “Toda diferencia entre el sacerdocio clerical y el resto de los creyentes es sólo de fundón, y no de posición”[2]

Fundamento bíblico

     En la iglesia del Nuevo Testamento se comprendía bien el principio bíblico de que lodo creyente posee una función sacerdotal (o ministerial). Pedro, cuando escribió su carta, ya conocía el principio enunciado en el Antiguo Testamento acerca del sacerdocio universal de todos los creyentes. En 1 Pedro 2:4 al 10 destaca el hecho de que se considera sacerdotes a todos los que reciben a Cristo. El apóstol citó a Moisés, cuando el gran legislador afirmó, de parte de Dios, que el laós era su “especial tesoro sobre todos los pueblos… un reino de sacerdotes y gente santa” (Éxo. 19:5, 6).

     Nótese que Pedro hace esta afirmación fundándose en el Antiguo Testamento. Para él se había cumplido una profecía (vers. 2). El Cristo rechazado llegó a ser la piedra viviente sobre la cual se había edificado el templo. En los versículos 5 y 9 se presenta una lista de, por lo menos, seis títulos que se dan a los creyentes. De acuerdo con esa lista, Dios llama a los creyentes “piedras vivas”, “casa espiritual”, “linaje escogido”, “nación santa”, “real sacerdocio”, “pueblo adquirido por Dios”. Estas figuras de lenguaje son claras. El sacerdocio es el oficio de todos los creyentes. Todos ellos tienen status de ministros.

     Al llegar a esta comprensión bíblica, los pastores y los laicos estarán dándole impulso a la notable vocación misionera de todas las fuerzas de la iglesia. Al escribirles a los cristianos de Éfeso, Pablo se refiere a esa realidad. La fuerza del llamado proviene de la “obligación de andar con Dios y vivir el llamado”,[3] de manera que honre a Dios. En el capítulo de su carta a los Efesios, se destaca la palabra “uno”, para poner énfasis en la unidad de todos los cristianos como parte del ministerio. Dentro de esa unidad fundamental se percibe, sin embargo, la diversidad. Cada cual debe contribuir al crecimiento y el progreso integral de la iglesia.

     En la lista de los dones espirituales a los que se refiere Pablo se destaca tres propósitos básicos de los dones: la perfección de los santos, la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo. En este conjunto, el oficio del pastor aparece como uno de los numerosos ministerios que ejerce la iglesia. Entonces, el proceso de edificación, el crecimiento “en todo” (vers. 15), es una función que comparten el pastor y los laicos (vers. 16). Cuando los creyentes trabajan unidos, a pesar y como consecuencia de esa diversidad de ministerios, la iglesia se mueve constantemente entre Dios y los miembros, y es claro el sentido de la misión que tiene para el mundo.

La cadena de la evangelización

     El primer capítulo del Evangelio de Juan presenta la forma progresiva del método de evangelización centrado en la fuerza de la iglesia. Andrés aceptó a Jesús gracias a la predicación de Juan el Bautista. Inmediatamente después buscó a su hermano Simón Pedro, y atestiguó: “Hemos encontrado al Mesías” (Juan 1:35-42). Y el relato bíblico añade que Andrés llevó a Pedro a Cristo. Posiblemente Simón no habría sido atraído a Jesús y su salvación si no hubiera sido por la invitación de Andrés.

     Del mismo modo Felipe, habiendo aceptado el llamado del Salvador, encontró a Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a Aquél de quien escribió Moisés, en la Ley, y también los profetas: a Jesús hijo de José, de Nazaret” (Juan 1:43-45). La obra de los amigos en favor de los amigos es un método de evangelización que contribuye al crecimiento de la iglesia. En otras circunstancias, el Espíritu Santo indujo a Felipe a acercarse al etíope (Hech. 8:26-40). En ese caso no se trataba de un familiar o un amigo, sino que Dios guió a su testigo a la persona que, él sabía, necesitaba salvación.

     Durante su ministerio personal, el Maestro se acercó a la gente para darle salvación y enviarla a dar testimonio. Después de liberar al endemoniado gadareno le dijo: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido misericordia de ti” (Mar. 5:19). Y el gadareno dio testimonio en Decápolis. En su encuentro con Zaqueo, el Señor buscó un lugar familiar, la casa de Zaqueo, para decirle entonces: “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Luc. 19:1-10). La mujer samaritana, después de recibir el perdón del Maestro, comenzó a dar testimonio al decir: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?… Muchos de los samarítanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer” (Juan 4:1-42).

     Los especialistas en crecimiento de iglesia han descubierto que las iglesias que crecen son las que integran a los laicos en la obra de la evangelización. Un estudio realizado por Win Arn revela que cada cristiano puede identificar a siete u ocho amigos o parientes no convertidos. Concluye diciendo que “entre el 70 y el 80 % de los miembros llega a la iglesia por la influencia de un amigo, pariente o socio”.[4] Quiere decir que la congregación puede crecer de manera sana por medio de “redes” de amistad. Si se pusiera en práctica este modelo, una iglesia de cincuenta miembros podría llegar a tener cuatrocientos.

    Christian Schwarz opina que los pastores de las iglesias que crecen son modelos que se pueden reproducir. Tales iglesias toman en cuenta el potencial de los laicos. “Es una buena noticia comprobar que los pastores de las iglesias que crecen no son necesariamente superestrellas… Los responsables de las iglesias que crecen se dedican asiduamente a la tarea de capacitar a los otros creyentes para el servicio”.[5] E. Goottfried Oosterwal afirma que “uno de los siete factores básicos del desarrollo de la Iglesia Adventista es la iglesia local como base de la evangelización”.[6]

La función del pastor

     Por su función, el papel del pastor se divide en tres aspectos: la predicación, la administración de los ritos de la iglesia y el liderazgo. Algunas de las tareas que se podrían identificar como pastorales son las siguientes:

     • Favorecer un ministerio compartido. El pastor debe tomar la iniciativa de darles participación a los creyentes de acuerdo con sus dones.

     • Crear el clima apropiado para motivar y afirmar a cada creyente en una misión importante, relacionada con las necesidades, las características y el sentido de pertenencia de cada cual.

     • Liderazgo ejercido con sentido de servicio. El pastor lidera cuando sirve. Su liderazgo es participativo.

     • Enseñanza. En el Nuevo Testamento a menudo se dice que Jesús era un Maestro. Al seguir ese modelo, el pastor dedica tiempo para instruir, y enseñar la metodología bíblica de la obra misionera.

     • La preparación de los santos. Implica el compromiso personal de cada miembro, que se basa en la comprensión del concepto bíblico acerca del propósito de la iglesia en el mundo. Requiere también la consideración de los dones espirituales de las personas para la solución de sus problemas. Preparar a los santos significa iniciar nuevos ministerios en la iglesia, a partir de los dones espirituales (2 Tim. 3:17).

     La estrategia centrada en el potencial de los misioneros voluntarios es un principio bíblico, practicado por Jesús y recomendado a su iglesia. El éxito del pastor en nuestro tiempo reside en la preparación de los laicos y su movilización, en la obra individual hecha por ellos para que la iglesia crezca.

Sobre el autor: Secretario y profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista de Bolivia.


Referencias

[1] Oscar E. Feucht, Everyone a Minister [Cada cual un ministro] (St. Louis, Londres, Concordia Publishing House, 1986), p. 35.

[2] Juan Millanao, Capacitación del obrero voluntario adventista (Urna, Universidad de la Unión Peruana 1988), p. 9.

[3] ’Willard H. Taylor, Comentario bíblico Beacon (Kansas City, Missouri, Casa Nazarena de Publicaciones, 1978), t. 10, p. 215.

[4] Win Am, Cómo poseer una iglesia revitalizada, saludable, creciente y amante (Lima, SALT, 1998), p. 52.

[5] Christian Schwarz, Las ocho características básicas de una iglesia saludable (Terrassa: Clie, 1996), pp. 22, 23.

[6] Goottfried Oosterwal, La Iglesia Adventista del Séptimo Día en el mundo contemporáneo (Lib. San Martín, Entre Ríos, SALT, 1981), p. 18.