¿Es nuestra historia teológica un motivo de vergüenza para la fe de hoy y la proclamación actual?

Los adventistas del séptimo día son un pueblo peregrino con el cual el pasado y el futuro interfieren constantemente. Parte de nuestra comisión pastoral consiste en ayudar a nuestro pueblo a recordar las jornadas de la fe que yacen tras nosotros, y explorar con ellos el terreno del futuro bajo la luz combinada de la historia y la profecía bíblica.

Los primeros cristianos estaban convencidos de que las experiencias pasadas del pueblo de Dios tenían un significado perenne. Pablo sostenía que la historia de Israel no era simplemente un ejemplo para los creyentes, sino que había quedado registrada con el propósito de beneficiar a aquellos “a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1 Cor. 10:11).

Los primeros adventistas captaron esta idea y la aplicaron a su desarrollo teológico y eclesiológico mientras trataban de aprender tanto de la historia judía como de la cristiana. Nuestra revista más importante, The Second Advent Review and Sabbath Herald, se planeó en 1850 con un claro sentido del pasado así como del presente: se proponía estudiar y exponer el fundamento escritural de la insurgencia del movimiento de la segunda venida de Jesús y anunciar el séptimo día de la semana como el sábado bíblico. En 1858, con la publicación de El conflicto de los siglos entre Cristo y sus ángeles y Satanás y sus ángeles, Elena G. de White inició un nuevo aspecto de la filosofía de la historia que mantuvo durante toda su vida. Las revisiones cuidadosas de esta obra que se llevaron a cabo durante los años 1884, 1888, y 1911 ayudaron a que los adventistas comprendieran mejor la dirección divina a través de toda la historia del cristianismo, y también vieran su mano interviniendo en su propia historia. En 1903 Elena G. de White declaró: “Debemos investigar la mejor manera de analizar nuestras experiencias desde el principio de nuestra obra”.[1] Estas directivas han inducido a las publicaciones adventistas a hacer frecuentes referencias a nuestro patrimonio histórico.

Pero durante las últimas décadas recurrir al pasado ha sido una experiencia preñada de peligros y promesas. Este problema no es privativo de los Adventistas del Séptimo Día. En realidad, durante la segunda mitad del siglo XX muchas áreas de la historia cristiana han sido sometidas a nuevo escrutinio, a menudo con resultados traumáticos para los creyentes. Por ejemplo, un artículo reciente analizó las ramificaciones resultantes de “la maduración de la historiografía evangélica y el fenómeno de la historia como participante y observadora”.[2] Otro artículo, después de listar los importantes cambios que ocurrieron en el breve período de 1960 a 1980, concluyó que ya no es adecuado ver la historia como un “acto de piedad”, laudatorio en tono, y de naturaleza compilatoria. Nostálgicos anticuarios, que escriben registros triunfalistas o polémicos ayudan a sepultar el pasado, pero esto resulta inaceptable para una generación que demanda análisis perceptivos. “Los temas tradicionales referentes a una heroica resistencia y unidad frente a los muchos enemigos”, ya no la apela a una generación que sospecha de hagiografía.[3]

En 1970 A. Graham Maxwell señaló que la Iglesia Adventista ha desarrollado un grupo de personas, a un elevado costo, deseosas y capaces de examinar críticamente el movimiento del cual forman parte. El Dr. Maxwell también observó que en el pasado “ningún movimiento religioso ha sido capaz de sobrevivir más allá de este punto sin una pérdida seria de unidad y de sentido de misión”.[4] Desde 1972 nuestra iglesia ha establecido y abierto sus archivos tanto en la sede central como en los centros de mayor importancia alrededor del mundo. Esto ha hecho posible que historiadores capacitados usen fuentes y materiales originales para escribir acerca del pasado como observadores-participantes, ayudando así a la maduración de la historiografía adventista.

La historia adventista es el registro de las creencias y la administración adventistas. Traza el impacto de las ideas teológicas sobre los creyentes y su mundo, y deslinda apasionadas polémicas y grandes victorias en varios niveles: personal, teológico, organizacional y misiológico. Muestra cómo el Señor nos ha guiado, enseñado, transformado, castigado, y ayudado a avanzar. Con demasiada frecuencia tendemos a olvidar los altibajos del pasado, e imaginamos que nuestras doctrinas han sido estáticas. Este fracaso en la percepción de la naturaleza y extensión del desarrollo histórico de la fe, la doctrina y la práctica en la Iglesia Adventista ha cavado un abismo de incomprensión entre la fe de muchos adventistas y las realidades de su pasado histórico y religioso.

El problema ha suscitado una serie de reacciones. Algunos creyentes sinceros niegan la existencia del abismo, y pretenden silenciar o disciplinar a quienes lo descubren o lo describen. Otros quedan tan afectados por él que rehúsan relacionarse inteligentemente con el pasado, y a veces abandonan la iglesia. Otros más buscan la manera de tender un puente sobre ese abismo entre el presente y el pasado.

Podemos aplaudir los motivos de los que declaran que la fe adventista no ha experimentado ningún crecimiento ni cambio en su desarrollo. Los buenos motivos, sin embargo, no hacen necesariamente válida una posición. La historia testifica que hemos tenido el valor de cambiar cuando fue necesario hacerlo, y que el cambio y el crecimiento en sí mismos no deben ser equiparados con el colapso. Unos pocos ejemplos del pasado ilustrarán este punto.

Evidencias de una fisura

La necesidad de comprender el desarrollo de la doctrina adventista queda muy bien ¡lustrada por la interpretación de “la puerta cerrada” de 1844. Esta idea tiene una importancia única para los adventistas porque tiene que ver con asuntos céntricos para la identidad de nuestro movimiento: la doctrina del santuario, el papel de Elena G. de White, y la misiología. El informe más antiguo de la primera visión de Elena G. de White tenía referencias a la teoría de la puerta cerrada. Las cartas de Jaime White desde 1845 en adelante enfatizan la importancia de la doctrina para el adventismo. Los escritos apologéticos de Urías Smith durante la década de 1860 le dieron una forma más sistemática y más durable a la doctrina. Como resultado, la doctrina de la puerta cerrada ha dado a los críticos del adventismo del séptimo día, desde los tiempos del milerismo hasta el presente, una de sus más efectivas armas de ataque.

Sin embargo, en la actualidad pocos de nosotros hablaríamos acerca de la doctrina de la puerta cerrada con entusiasmo teológico. De hecho, tenemos una situación anómala: hasta hace poco la literatura oficial adventista se mostraba muy renuente a admitir la existencia de una fisura entre la fe de los creyentes y los hechos de la historia en este aspecto. Sin embargo, desde el Taller Internacional de Dirección Profética celebrado en 1982 ha habido un serio intento de comprender el problema. En vez de negar su existencia o minimizar su realidad, podemos ahora admitir que Dios guió a nuestros pioneros paso a paso, y que el concepto de la “puerta cerrada” los ayudó a mantener un sentido de identidad durante un tiempo de difícil transición.[5] Este enfoque nos ayuda a enfrentar nuestra historia honesta y creativamente, y a interpretar la actitud de nuestros pioneros hacia la teología. Relacionarse con la historia así es equiparnos mejor para el cumplimiento de nuestra comisión pastoral.

Un segundo ejemplo del abismo que se originó entre el pasado y el presente puede hallarse en un área diferente: la preciosa doctrina de la justificación por la fe. Comenzando alrededor de 1950, se ha notado un continuo énfasis en Cristo nuestra justicia y la justificación por la fe. Se han realizado esfuerzos para recapturar las enseñanzas de A. T. Jones y E. J. Waggoner acerca de la justificación y la santificación, y no se han escatimado esfuerzos para reproducir sus escritos. Pero una cuidadosa lectura de sus sermones —tan pertinentes para la época en que fueron escritos— ha resultado decepcionante para muchos adventistas Sus artículos no satisfacen las necesidades de la iglesia como lo hacían cuando fueron producidos. Sólo a la luz de la historia pueden ser eficaces esos escritos. Dios ha continuado guiando a su pueblo, y esa conducción se ha manifestado más plenamente en nosotros, por ejemplo, en “La Dinámica de la Salvación”, declaración publicada por primera vez en la Adventist Review en 1980.[6]

Veamos una tercera ilustración, esta vez del área de la ciencia. La mayoría de los 25 libros escritos por George McCready Price (1870-1963) afirman la doctrina de la creación en contraposición con las teorías evolucionistas. Este énfasis es una necesidad continua. Pero algunos de los asuntos de interés central en la actualidad, así como los argumentos que esgrimimos, son muy diferentes a los que se acostumbraban en la era de Price. El “canto tema” de Price en 1902 rezaba: “El arreglo de los fósiles en las rocas es meramente un asunto taxonómico o de clasificación, un corte transversal, si se prefiere, de la vida del mundo antediluviano”.[7] Pero los adventistas informados que continúan con la cruzada de Price en favor del creacionismo concuerdan generalmente que hay algún tipo de orden en la columna geológica. Y en lugar de dedicar sus energías a negar la estructura geológica, tratan de explicar por qué está presente dicho orden.[8] Así que haríamos bien en evitar el dogmatismo en asuntos que simplemente puedan evidenciar nuestra propia interpretación más que la enseñanza explícita de la Escritura. Los pastores que hacen su trabajo con efectividad alimentan a sus rebaños: no los dividen con afirmaciones dogmáticas acerca de ideas controversiales.

Un cuarto ejemplo, también relacionado con la ciencia, es incluso más patente. En la década de 1860 Urías Smith intentó defender a Elena G. de White contra 52 objeciones esgrimidas por sus críticos. Jaime White aplaudió los artículos de Smith que aparecieron en la Review and Herald y se vendieron ampliamente cuando aparecieron publicados en forma de libro. En uno de esos artículos Smith defendió la declaración de Elena G. de White sobre la amalgamación de hombres y bestias. No sólo afirmó que la amalgamación era un hecho, sino que declaró que su “efecto es todavía visible en ciertas razas humanas”, y dio ejemplos de pueblos que vivían todavía en dos continentes. Incluso Smith usó como apoyo de sus teorías las declaraciones de naturalistas que hallaban difícil decir “dónde termina el ser humano y comienza la bestia”.[9]

Esa es la historia. Ahora echemos una miradita a un análisis reciente. Con notable valor Gordon Shigley ha revisado la historia de la apologética de Smith sobre este punto, y ha hecho notar las diferentes posiciones que los adventistas han adoptado desde la publicación del libro de Smith.[10] Probablemente nadie afirmaría hoy que la amalgamación es un hecho. Hacerlo sugeriría que no hemos aprovechado la riqueza de información que Dios ha puesto a nuestra disposición acerca de la ciencia de la creación. Aún así, una comprensión apropiada de la historia y el desarrollo de la doctrina nos llevaría a considerar el dilema de lirias Smith con simpatía, y tal vez mostraríamos nuestro aprecio por todo lo que lo indujo a tomar la posición que adoptó. Tal posición haría posible disentir con lo que Smith creía acerca de la amalgamación, sin cuestionar necesariamente su contribución histórica a favor de nuestra iglesia ni perder nuestra confianza en nuestro pasado.

En quinto lugar, durante la década de 1970 los adventistas fueron confrontados con nueva información relativa a la reforma de la salud, que también indica que hay un abismo entre la fe de la iglesia actual y su historia. En su libro Prophetess of Health Ronald Numbers analizó ciertos asuntos controversiales.[11] No pocos miembros y ministros se perturbaron profundamente a causa de los hallazgos de Numbers. Los eruditos trataron los temas difíciles sobre la base de fuentes e interpretaciones. Poco a poco la iglesia empezó a comprender que la reforma de la salud, como nuestras otras doctrinas, experimentó un desarrollo gradual durante muchas décadas antes de llegar a su posición actual, y qué tal desarrollo tuvo lugar como respuesta a diversos estímulos.

En torno al ministerio profético

En gran medida el abismo de incomprensión entre la fe adventista presente y la historia del adventismo primitivo se relaciona con el ministerio profético de Elena G. de White. Un verdadero caudal de nueva información concerniente a su vida y sus escritos ha surgido en los últimos 20 años, que lleva a conclusiones e interpretaciones que parecerían diferir con posiciones anteriores. Por ejemplo, antes de 1970 la mayoría de los creyentes aceptaba las siguientes declaraciones con minina o sin ninguna vacilación:

1. Los escritos de Elena G. de White llaman la atención en forma impresionante a una verdad eterna.

2. Sus escritos contienen ciertos elementos originales.

3. Sus escritos sobre salud colocaron a los adventistas del séptimo día en una posición ventajosa al relacionar la salud del cuerpo con el bienestar espiritual básico y por señalar nuevos caminos que conducen a una forma correcta de vivir.

4. Hizo un uso efectivo de la Biblia en sus escritos.

5. Ayudó con frecuencia a la iglesia a desarrollar y expresar su teología.

6. Ejerció un control total sobre su producción literaria.

7. Sus escritos revelan una notable belleza literaria.

¿Son totalmente adecuadas para hoy estas declaraciones? Estudios recientes[12] parecen indicar que no. De hecho, las conclusiones que se derivan de algunos de esos estudios indican que debiera haber un cambio o modificación de las siete declaraciones citadas arriba, más o menos en estos términos:

1. Los escritos de Elena G. de White llaman la atención en forma impresionante a una verdad eterna, aun cuando se encuentran históricamente condicionados en un grado muy significativo.

2.Tales escritos contienen elementos muy originales aunque se relacionan en forma evidente con los escritos de su tiempo, tanto adventistas como no adventistas.

3. Sus escritos sobre salud colocaron a los adventistas en posición ventajosa al relacionar la salud física con el bienestar espiritual básico y al señalar numerosos caminos para lograr una forma más correcta de vivir, aunque reflejan diversas ideas contemporáneas, tanto adventistas como no adventistas.

4. Hizo un uso muy efectivo de la Biblia en sus escritos aunque empleó la Escritura en una variedad de formas, no todas las cuales expresan el significado y el propósito de la Biblia.[13]

5. Aunque ayudó con frecuencia a la iglesia a desarrollar y expresar sus doctrinas, su comprensión doctrinal experimentó tanto cambios como crecimiento durante el ministerio de su vida.[14]

6. Mantuvo una posición de control sobre su producción literaria, pero sus consejeros y asesores literarios desempañaron un papel mucho mayor que el de una simple participación mecánica en la preparación de sus escritos para ser publicados.

7. Sus escritos revelan una notable belleza literaria, pero su uso de fuentes y el papel que asignó a sus asistentes y consejeros indican que esta excelencia literaria no debería emplearse como prueba de su inspiración divina.

Aunque estos ejemplos son pocos en número y sólo se enuncian muy brevemente, ilustran la clase de puente que se debe construir para cruzar el abismo existente entre la fe de los adventistas de hoy y una comprensión histórica del pensamiento adventista. Lograr esto en forma efectiva es una responsabilidad pastoral. Es la razón por la cual la preparación de los pastores debería incluir una comprensión del “origen y subsecuente modificación de las enseñanzas características de los Adventistas del Séptimo Día”.[15] Pero este esfuerzo no debería terminar con la preparación en el seminario; es una parte válida del cometido de toda la vida de un pastor.

Algunos creyentes muy serios, incapaces de vivir con la realidad del crecimiento y el cambio doctrinal, concluyen que nuestro patrimonio es indigno y necesita ser desechado. Raras veces se refieren a la historia adventista o a los escritos de Elena G. de White, y sienten desasosiego cuando otros lo hacen. Esta lucha entre la fe y la historia ha sido un factor decisivo en la pérdida de veintenas de ministros y miembros en las últimas décadas. Y la lucha puede ser enfrentada efectivamente sólo mediante el reconocimiento de la realidad del abismo, por una parte, y aceptando la necesidad de cambio y crecimiento por la otra. Negar la realidad del abismo es perpetuar el problema. Separarnos de nuestro patrimonio histórico-religioso es experimentar la pérdida de la identidad espiritual. Un pastorado responsable requiere la construcción de un puente para cruzar el abismo.

Objetivos al construir el puente

Si el abismo entre la fe y la historia ha de ser cruzado efectivamente, necesitamos mantener en mente un conjunto claro de objetivos. Nuestro estudio de la fe y la historia debería ser siempre una búsqueda emocionante de:

•Verdad: esto es exactitud histórica.

•Comprensión: es decir, una comprensión de cómo el pasado ilumina el presente y el futuro

•Estabilidad: es decir, una comprensión suficiente de los hechos más importantes para que los nuevos elementos de información no signifiquen una amenaza para el sistema de creencias de una persona.

•Identificación: es decir, un sentido claro y amplio de que la historia adventista es nuestro legado personal y, por lo tanto, precioso.

•Dedicación: es decir, una convicción de que la Iglesia Adventista tiene una misión digna de nuestros mejores talentos y energías.

•Temor reverente: es decir, creer que el Dios de la Escritura y Jesucristo han guiado y continúan guiando al movimiento de la segunda venida.

•Recuerdo: es decir, un deseo de conmemorar la integridad, los logros, y la fe del pasado, y así informar e inspirar el presente.

La tarea del pastor como intérprete del pasado y explorador del futuro es una tarea difícil. Exige la habilidad de un constructor de puentes, la paciencia de un santo y el ejercicio de una fe viviente.

Y puede hacerse, especialmente si nos apropiamos de una famosa afirmación adventista: “No tenemos nada que temer por el futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido”, y sus enseñanzas en nuestra historia pasada.[16]

Sobre el autor: Arthur Patrick ha pastoreado iglesias en Australia, Nueva Zelandia, y los Estados Unidos. Actualmente es el secretario de asuntos académicos del Colegio de Avondale, Coorambong, Nueva Gales del Sur, Australia.


Referencias

[1] Elena G. de White, carta 105, 1903, citada en Counsels to Writers and Editors (Nashville: Southern Pub. Assn., 1946), pág. 145.

[2] Leonard I. Sweet, “Wise as Serpents, Innocent as Doves: The New Evangelical Historiography”, Journal of the American Academy of Religion, tomo L VI, No. 3 (otoño 1988), págs. 397-416.

[3] J. d. Bollen. A. E Cahill, Bruce Mansfield, and Patrick O’Farrell, Australian Religious History, tomo XI, No. 1 (junio 1980), págs. 8-44.

[4] A. Graham Maxwell, “The Distinctive Mission of the Seventh-Day Adventist Church”, en Vern Carner y Gary Stanhiser, eds., The Stature of Christ: Essays in Honor of Edward Heppenstall (Loma Linda: Impreso y publicado en forma privada, 1970), págs. 89-96.

[5] Escritores Adventistas incluyendo F. D. Nichol, Arthur L. White, Rolf J. Poehler, Ingemar Linden, y Douglas Hackleman han tratado este tema. Véase especialmente a Robert W. Olson, “The Shut Door Documents” (Washington, D. C.: E. G. de White Estate, 1982).

[6] La declaración fue el resultado de una serie de consultas sobre la justificación por la fe, y se ha publicado desde entonces en vahas partes del mundo en revistas y folletos.

[7] Harold W. Clark, Crusader for Creation: The Life and Writings of George McCready Price (Mountain View Ca.: Pacific Press Publishing Association, 1966), págs. 17-18.

[8] Este enfoque se volvió muy importante poco después de la muerte de Price, como se puede ver en Creation: Accident or Design (Washington, D. C.: Review and Herald Pub. Assn., 1969). pág. 108. Véase también págs. 174-183 donde está la explicación de Clark.

[9] Urias Smith, The Visions of Mrs. E. G. White, A Manifestation of Spiritual Gifts According to the Scriptures (Battle Creek, Mich.: The Seventh-Day Adventist Publishing Association, 1868), págs. 102-105.

[10] Gordon Shigley’s, “Spectation by Amalgamation: A History of the Controversy Surrounding Ellen G. White’s Amalgamation Statements,” South China Union College, Junio 1979. Una versión abreviada de la investigación de Shigley apareció como “Amalgamation of Man and Beast,” Spectrum, Junio de 1982, págs. 10-19.

[11] New York: Harper and Row. 1976.

[12] Algunos de los mejores estudios están disponibles en Roger W. Coon, ed., Anthology of Recent Published Articles on Selected Issues in Prophetic Guidance 1980-1988, Sexta edición. (Berrien Springs, Mich.: Andrews University, 1989).

[13] Raymond F. Cottrell, “Ellen G. White’s Evaluation and Use of the Bible,” en Gordon M. Hyde, ed., A Symposium on Biblical Hermeneutics (Washington, D. C.: Biblical Research Committee, 1974), págs. 142-161.

[14] Alden Thompson, “From Sinai to Golgotha”, Adventist Review, December 1981.

[15] El Seminario Teológico Adventista del Séptimo Día. de la Universidad Andrews, ha actuado con sabiduría al incluir el curso “Desarrollo de la teología adventista del séptimo día” como parte de su programa de Maestría en Divinidades. Véase Seminary Bulletin, 1988-1989, pág. 89.

[16] Elena G. de White, Mensajes Selectos, tomo 3, pág. 183.