Es nuestro deber trabajar a fin de hacer que este mundo algo mejor y proclamar que el Reino de Dios está entre nosotros.
¿Qué tiene que ver la Segunda Venida de Cristo con un niño de tres años con sida, cuyos padres murieron por la misma enfermedad? Cuando visité a Patricia, en Sudáfrica, lo descubrí.
Hace algunos años, Patricia dejó su trabajo en el Gobierno para abrir su hogar y su corazón a cerca de veinte niños que contrajeron sida y que ya perdieron a sus padres. Al recibirme, antes de que bajara del automóvil, me dijo:
-Ni piense en entrar, a menos que quiera convertirse en una escalera humana. A los niños les encante treparse a los visitantes.
Entré, y vi el patio repleto de niños sonrientes y saltarines. Mientras observaba esa alegría mezclada, Patricia me dijo:
-Dos niños murieron el año pasado. Pero yo le prometí a Dios que morirían en mi hogar, en brazos de amor, no en el asilo local.
En mis viajes por el mundo, pocos lugares han tocado más mi corazón que este. Cuando veo la inocencia y la injusticia caminando juntas, cuando veo corazones quebrantados, también percibo que nosotros, seguidores de Cristo, no podemos sentarnos y esperar que algún milagro haga lo que tenemos que hacer.
Impresionado por la pureza de corazón de Patricia y su vocación para marcar la diferencia en la vida de esos niños, le pregunté cuál había sido el motivo de su decisión. Ella respondió:
-Deseo que experimenten un poco de la segunda venida de Cristo, ahora.
Entonces, es por esto que la segunda venida tiene que ver con un niño enfermo. Comida, un motivo para sonreír, poder jugar, ahora. Acceso a un tratamiento contra el virus, ahora. Tal vez sea por eso que la segunda venida tiene que ver con nosotros también, ahora.
Jamás olvidé las palabras de Patricia. Probablemente mejor que cualesquiera otras, ellas engloban mi pensamiento acerca de lo que debería ser nuestro llamado a la responsabilidad social, nuestra misión de mostrar amor incondicional y cuidado al débil y necesitado que nos rodea. Si no hubiese ninguna otra razón para ayudarlos, deberíamos motivarnos por el recuerdo de que Cristo se dio por nosotros cuando éramos débiles y necesitados.
“¿De qué aprovecha?”
Al comienzo de su ministerio, Cristo dijo: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mar. 1:15). Él anunció ese reino al pobre, al oprimido y al necesitado. Llevó el “reino de Dios” a las personas de su tiempo, no solo predicando y enseñando, sino también curando y ministrando sus necesidades físicas. Cristo vivió en tiempo presente. No esperó a venir por segunda vez para testificar del Reino. A través de su trabajo, fue un agente de cambio. Transformó vidas, en su tiempo, trabajó por el bien inmediato de hombres y mujeres, independientemente de la elección que hicieran al respecto.
No es sorprendente que nuestra declaración de misión adventista afirme que fuimos llamados a “ministrar al pobre y al oprimido”; un ministerio a través del cual “cooperamos con el Creador en su compasiva obra de restauración”.
El llamado a ministrar al necesitado, al pobre y al oprimido no es todo el evangelio, pero no podemos imaginar el evangelio sin él. Hablar sobre Jesús y la esperanza de su segunda venida a los huérfanos con sida, sin alimentar su estómago vacío ni llenar su corazón con amor, no significa buenas nuevas. Pero, como dijo Patricia, al administrar necesidades inmediatas, no estamos solo hablando de la segunda venida, sino ayudando a los necesitados a experimentarla, un poquito, ahora. El compromiso con esa visión y con el llamado a experimentarla ahora no es todo lo que el evangelio encierra pero, sin ese compromiso, el evangelio no es buenas nuevas.
Es verdad que somos llamados a proclamar “el evangelio eterno para predicarlo a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo”. Pero muchas naciones, tribus y personas están desesperadas, con necesidades básicas para su supervivencia no suplidas. Por eso, a través del profeta, Jesús dijo: “¿Es tal el ayuno que yo escogí, que de día aflija el hombre su alma, que incline su cabeza como junco, y haga cama de cilicio y de ceniza? ¿Llamaréis esto ayuno, y día agradable a Jehová? ¿No es más bien el ayuno que yo escogí, desatar las ligaduras de impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los quebrantados, y que rompáis todo yugo? ¿No es que partas tu pan con el hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano?” (Isa. 58:5-7).
En otras palabras, ¿qué son nuestras enseñanzas, tradiciones y doctrinas aparte del ministerio al pobre y al necesitado? Santiago cuestiona: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Sant. 2:15, 16).
Muchas personas, hoy, piensan en la espiritualidad sin el reino de Jesús, sin la incomodidad de la responsabilidad social o el sacrificio personal. Esperan el cumplimiento de las promesas divinas, pero no quieren cumplir sus condiciones. “Así que -escribió Pablo-, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos” (Rom. 15:1). Sin eso, “¿de qué aprovecha?”
El Apocalipsis ahora
El nombre adventista testifica de nuestra esperanza y visión del futuro. Pero ¿cuál es esa visión? Imagine que, justo ahora, se le está presentando por primera vez esta visión del futuro: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apoc. 21:1-4).
No más muerte, ni lágrimas ni dolor, en un mundo que ahora se caracteriza por esas cosas. Esta es nuestra radical, apocalíptica y maravillosa visión del futuro. ¿Qué utopía secular nos puede ofrecer algo como esto, mucho menos dar una oportunidad de conquistarla?
Somos un pueblo apocalíptico, creemos en el Apocalipsis, nuestra misión está ligada al Apocalipsis, avanzamos en dirección al Apocalipsis. No podemos sencillamente quedarnos sentados esperando que Dios haga lo que prometió hacer. Estamos involucrados con este trabajo, ahora. No fuimos llamados a vivir fuera del mundo; por el contrario, fuimos llamados a comprometernos con el mundo, para hacer de él algo mejor, para proclamar que el Reino de Dios está entre nosotros y dar a las personas “un poco de la segunda venida, ahora”.
Una iglesia comprometida con la responsabilidad social revela un compromiso con la resurrección. Es la fe en la realidad de que, hace 2.000 años, Dios venció el mal y pronto lo destruirá para siempre. Pero esta es una victoria que podemos vivenciar ahora. No es cierto que los niños deban continuar muriendo de hambre y de enfermedades contagiosas. Debemos hacer lo posible para combatir esos males.
Somos pastores llamados por Dios para transformar nuestras congregaciones en comunidades de esperanza, testimonio y restauración. Los pastores están en inmejorable posición para ser agentes de amor y de justicia. Han realizado muchos funerales, visto muchos abusos, escuchado muchas historias de fracaso y de tristeza. Por lo tanto, no deben actuar como triunfalistas sentimentales. Los pastores esperan con oídos bien abiertos. Saben que hay cosas perversas que suceden en el mundo. Deben hablar y actuar contra ellas, como Jesús lo hizo.
Es por eso que mucho de nuestro trabajo de proclamar el evangelio incluye el trato con los males sociales: pobreza, desempleo, enfermedades, falta de un techo, calamidades, hambre, guerra, todo lo que un día pasará. Si bien la violencia aumenta, la sociedad se desintegra y la creación está gimiendo, anticipamos por la fe la visión de Dios y testificamos del nuevo cielo y la Tierra Nueva.
Cavamos cisternas y alimentamos al hambriento, combatimos el tráfico sexual y la violencia contra la mujer, ayudamos a sacar a las personas de la pobreza absoluta. Como iglesia, somos llamados a hacer todo esto y mucho más, donde sea que estemos y de la manera en que podamos. Así, estamos anticipando el futuro que nos fue prometido en Cristo. Buscamos dar a las personas una sombra de lo que Dios tiene reservado para nosotros. Apocalipsis 20, con su visión de la Nueva Jerusalén, y Apocalipsis 14, con su llamado a la proclamación del evangelio, son partes de la misma visión de Juan. Una cosa (Apoc. 14) lleva a la otra (Apoc. 20).
Con nuestro trabajo, ¿resolveremos todos los problemas del mundo? Evidentemente, no. Desconozco algún texto bíblico que nos garantice eso. Lo que debemos hacer es mirar al Cristo resucitado para que podamos captar la gloria que pretendemos. Debemos transmitir su visión del nuevo cielo y la Tierra Nueva la comunidad de amor y de justicia por la que comenzamos a trabajar, ahora.
Cristianismo práctico
Algunas personas creen que es posible hacer el trabajo de evangelización sin una dimensión social o de desarrollo. En contraste, otras creen que podemos hacer el trabajo de asistencia social y de desarrollo sin un componente evangelizador. Las dos visiones son superficiales, dado que cada una presenta un componente unilateral o unidimensional, y dan a entender que la otra es opcional.
Por otro lado, no existe esa dicotomía en las Escrituras, ni esta ruptura entre la Palabra hablada, a través de la predicación de la evangelización, y la Palabra que se hace visible en las acciones bíblicas de responsabilidad social, justicia y desarrollo. Jesús predicó, pero también ministró las necesidades de las personas. Ministró las necesidades de las personas, pero también predicó.
Las Escrituras son claras acerca de los resultados de la construcción del Reino de Dios: el corazón de las personas es atraído hacia él; el ciego puede ver y el cojo puede correr. El pobre puede conseguir sustento y puede haber paz en la tierra. No existe ningún conflicto entre la evangelización y el desarrollo. Son partes de la misma misión de Dios. Todas las actividades realizadas por Cristo fueron ejecutadas en busca del santo propósito de restaurar a la humanidad y construir el Reino de Dios. Su predicación, su ministerio de curación, su llamado a la justicia social, a la libertad, la ayuda ofrecida a los pobres y los débiles, su crítica direccionada al gobierno opresor de Herodes, su empeño en la promoción de la paz, todo formaba parte del mismo conjunto. La negligencia con respecto a estas cosas caracteriza infidelidad en el ejercicio de nuestra mayordomía y de nuestra vocación, infidelidad hacia la misión.
A esta altura, necesito aclarar una concepción errónea común, que condiciona el trabajo a los resultados inmediatos. Debemos trabajar sin una restricción proselitista. Con esto, quiero decir exactamente sin ninguna restricción proselitista. Condicionar nuestra prestación de servicio al interés inmediato o potencial de la persona en hacerse seguidora de Cristo puede contribuir a una trágica distorsión del principio del amor, que se da sin esperar nada a cambio.
¿Cuál es la relación entre las acciones de servicio y el testimonio? El servicio cristiano nos llama a esforzarnos en la satisfacción de las necesidades humanas, aun cuando no haya razones para esperar que ese ministerio genere oportunidades para la cosecha evangelizadora inmediata o, incluso, a largo plazo. Evidentemente, jamás debemos actuar con subterfugios, buscando esconder la fuente de motivación para nuestros valores cristianos. Debemos estar siempre listos a dar explicaciones de nuestra fe. Pero no debemos alimentar una conciencia culpable, en caso de que hayamos de esperar mucho tiempo para dar esa explicación, o aun si la oportunidad para esto no se presenta jamás.
En algunos casos, el mejor testimonio que podemos dar es hacer, en lugar de hablar. Cuando practicamos la fe en la resurrección y la visión del Apocalipsis, estamos testificando acerca del fin de este mundo caído. Nos oponemos al poder del mal, nos rebelamos contra la idea de que somos impotentes y pasivos en medio del dolor y el sufrimiento. Testificamos que el odio, la pobreza y la injusticia no serán observados en forma pasiva.
Recientemente, estuve en un país repleto de necesidades. No tengo la menor idea con respecto a las elecciones que la población local hará en lo que atañe a Jesús y la salvación. Por otro lado, sé que, a través de nuestro trabajo altruista y abnegado, las personas están observando un testimonio vivo del evangelio y, como dijo Patricia, “un poco de la segunda venida, ahora”. Nada puede ser más cristocéntrico y evangelizador que eso.
Sobre el autor: Director mundial de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales.