Como puede responder la iglesia a las desafiantes transformaciones de los nuevos tiempos.

Durante un encuentro de pastores en el sur de Inglaterra, discutíamos las dificultades de la predicación del evangelio y del crecimiento de la iglesia entre los nativos ingleses, aun cuando un considerable porcentaje haya abrazado la fe en los últimos años. Un pastor local expresó entonces: “Hay algo que no entiendo. Cuando la Iglesia Adventista tuvo sus comienzos en Gran Bretaña (hacia fines del siglo XIX), alcanzábamos al grupo mayoritario de ingleses. Si esto no hubiera sido así, no tendríamos ningún anglosajón en la iglesia en este momento. ¿Qué es lo que ha cambiado entre aquel entonces y ahora?”

La pregunta repentinamente me ayudó a relacionar una cantidad de cosas en mi mente. Mi estudio e investigación recientes sobre los cambios filosóficos que han afectado el pensamiento occidental, que han desencadenado lo que ahora se conoce como posmodernidad, repentinamente aclararon la falta de respuesta a los esfuerzos por evangelizar el sector de población autóctona del mundo occidental.

Hay muchos países y culturas en los que el concepto de verdad y realidad ha sufrido tremendos cambios. Estos cambios no necesitan atemorizarnos, sino que debemos estar preparados para encontrar nuevas maneras de testificar y alcanzar a los no alcanzados. Este artículo proveerá un análisis histórico breve del pensamiento religioso y presentará los principales rasgos de la posmodernidad, y cómo podemos adaptar nuestra respuesta a los desafíos de esta era, manteniendo en vista que Dios está en el control, en última instancia

Breve historia del pensamiento religioso

Corriendo el riesgo de ser superficiales, comenzamos con una breve historia del pensamiento religioso. La siguiente pregunta nos guiará: ¿Cómo determina la gente lo que es verdad? ¿Cómo decide entre lo que es verdad y lo que no lo es?

Período premoderno. En la Edad Media (período premoderno), se enseñaba que la verdad residía en grupos privilegiados. La persona común pensaba que no poseía ningún indicio. La verdad se podía encontrar solamente en el clero o en la iglesia. Si usted pensaba que conocía la verdad, necesitaba hablar con un sacerdote. Cuandoquiera que el sacerdote estuviera en desacuerdo, la verdad era decidida por la cabeza de la iglesia o por la acción de uno de los grandes concilios.

Modernismo cristiano. Durante la Reforma, la confianza de la gente en las personas y los grupos privilegiados comenzó a desmoronarse. No se veía más a la verdad como perteneciente a la Iglesia o al Estado, sino basada en declaraciones lógicas y en una cuidadosa investigación bíblica. Los sacerdotes, los papas y los nobles no tenían mayor acceso a la verdad que cualquier otro. Quien fuera diligente y talentoso, podía comprender la verdad por medio de un estudio cuidadoso de las Escrituras.

Modernismo secular. Con el Iluminismo, el mundo experimentó un cambio del modernismo cristiano al modernismo secular. Mientras que en los círculos intelectuales ya se estaba produciendo este cambio en el siglo XVIII, el modernismo secular llegó a ser la cosmovisión dominante en Norteamérica en algún momento en las primeras décadas del siglo XX.

Comenzando con Descartes (1596- 1650), el padre de la filosofía moderna, los modernistas seculares llegaron a creer que la clave para encontrar la verdad no era un estudio cuidadoso de la Biblia sino la duda metodológica. El blanco era eliminar supersticiones de toda clase, desenmascarando fallas en todas las formas previas de pensamiento. Esto se llevaría a cabo aplicando métodos científicos cuidadosos a todas las preguntas, incluyendo los interrogantes religiosos. Así que, el modernismo secular cree que la verdad no se puede encontrar en la iglesia o en la Biblia, sino que se encuentra en el proceso científico de observación cuidadosa y experimentación.

Con la continua aplicación del método científico, estos “‘resultados seguros” podrían incrementarse gradualmente hasta que la vida podría vivirse con una medida suficiente de confianza en que sabríamos lo que realmente estaba ocurriendo. La ciencia proveería la “verdad”, y la tecnología proveería el poder para cambiar al mundo. La educación diseminaría este nuevo “evangelio”, y el resultado sería eventualmente un paraíso de hartura y seguridad.

Pero la realidad se interpuso en el camino de este sueño. Hace cien años, el concepto de la relatividad y el principio de la incertidumbre de la mecánica cuántica comenzaron a pintar un cuadro muy diferente del universo. El siglo XX también destruyó el sueño de un paraíso tecnológico. El progreso científico pareció ir mano en mano con el incremento de la contaminación y del crimen. La Primera Guerra Mundial, la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y otros genocidios, armas de destrucción masiva y el terrorismo se combinaron para quitar la confianza de los modernistas científicos. Una nueva generación proclama que el dios del modernismo secular es un dios falso. La humanidad de hoy se aleja de la verdad de la ciencia y busca la verdad en otras direcciones.

Posmodernismo secular. En la posmodernidad, la verdad no se encuentra primariamente en la ciencia, la Biblia o la iglesia. Se encuentra en las relaciones humanas y la narración de historias. La verdad se ha vuelto más bien elusiva. En lugar de Verdad (con mayúscula), el hombre posmoderno prefiere pensar en “muchas verdades”, y en una “variedad de verdades”, o en “mi propia verdad”. El sentimiento de que nadie tiene un concepto claro de la verdad, sino que todos tienen una parte del cuadro, da como resultado que cada uno tenga pequeñas porciones de conocimiento especializado flotando alrededor en una vasta pompa de ignorancia.

Construir comunidad, por lo tanto, es el componente clave de la búsqueda posmoderna de la verdad. Mientras cada uno comparte la parte de verdad en la cual es “experto”, todos se benefician. En el ambiente posmoderno, la construcción de comunidad se vuelve más importante que las ideas, las cuales en otro tiempo mantenían ligadas a las comunidades.

En una primera impresión, la “verdad” básica del posmodernismo parece una verdad autoevidente. Solamente un egoísta podría reclamar tener el dominio de toda la verdad. Desde hace mucho tiempo los seres humanos han reconocido que “en la multitud de consejeros está la sabiduría”, y que todos tenemos mucho que aprender. Pero esto va aún más allá.

Generalmente, la abierta e inclusiva posmodernidad es bastante exclusiva en tres áreas:

1. Rechaza la metanarrativa (el esquema totalizador de narrativa global), las grandes historias que tratan de explicar todas las cosas, como la gran controversia, sintiendo que las metanarrativas tratan de explicar demasiado y, por lo tanto, promueven un exclusivismo que lleva a la violencia. Es, después de todo, la fe en una metanarrativa lo que alimenta las acciones aterradoras de un Al Qaeda o del Papado medieval.

2. La posmodernidad rechaza la verdad como una institución (iglesia) particularmente cuando esa institución piensa de sí misma como única o mejor que otras (la verdadera iglesia). De aquí que la idea de los adventistas de una “iglesia remanente” es problemática en un ambiente posmodernista.

3. La posmodernidad también tiende a rechazar la Biblia como la verdad, considerándola como llena de violencia, un infierno de fuego eterno, y la sujeción de la mujer y de las minorías. Aunque la mayoría de estas acusaciones están fuera de lugar, pueden interponerse como una barrera significativa a la exploración informal de las Escrituras.

La mano de Dios en la posmodernidad

Si bien la posmodernidad representa un gran desafío para la fe, también puede ser aprovechada. He encontrado ocho razones para creer que el pensamiento posmoderno puede ser utilizado por Dios en sentido positivo.

1. Un sentido de quebrantamiento.

La posmodernidad no comparte, decididamente, la confianza propia de los modernos seculares. El hombre posmoderno, como resultado, tiene una sensación de quebrantamiento, una profunda necesidad de sanidad interior. Aunque el quebrantamiento puede llevarlo al desaliento, también puede abrir el camino hacia las brisas refrescantes del evangelio.

2. Humildad y autenticidad.

Por vivir en una época en la que reina la imagen, los individuos posmodernos conceden un valor alto a la humildad, la honestidad y la autenticidad en las relaciones interpersonales. Se considera mejor ser honesto en relación con las debilidades y las incapacidades personales que elaborar una imagen exterior falsa. La humildad y la autenticidad se encuentran, por supuesto, en la raíz de la fe cristiana. La confesión no es otra cosa que decir la verdad acerca de uno mismo. En la modernidad, la humildad se entendía como degradante del valor humano; la gente era humilde solamente si tenía abundantes razones para serlo. La posmodernidad, por otro lado, considera el ser genuino como de gran valor. Dios está permitiendo que la cultura llegue al punto en el que valora una de las grandes pruebas de las verdades de la tradición cristiana (Juan 3:19, 20).

3. La búsqueda de identidad y propósito.

El hombre posmoderno anhela un claro sentido de identidad personal. Con pocos o ningún modelo de roles, el 4 hombre posmoderno tiende hacia una crisis de identidad. Esta es una apertura para la clase de identidad positiva que puede provenir de saber que uno ha sido comprado por precio. El hombre posmoderno necesita que su vida tenga un sentido de misión y propósito, una comprensión de que su vida produce una diferencia en el mundo. La Escritura anima la idea de que Dios tiene un propósito para cada persona (Jer. 1:5).

4. Necesidad de comunión.

El hombre posmoderno tiene una fuerte necesidad de compañerismo. Comunión (koinonid} permanece como uno de los fundamentos de la fe, en el Nuevo Testamento. Si las comunidades cristianas pueden aprender la experiencia y expresar la clase de comunión que proclama el Nuevo Testamento, encontrarían hombres posmodernos muy interesados en lo que tienen para ofrecer. Una vez más, pareciera que Dios está aprovechando aun una corriente mayoritaria.

5. Ser incluidos.

Existe una inclusión renovadora en la actitud del hombre posmoderno hacia otros. Eso significa un camino abierto para los adventistas, con el fin de que compartan las enseñanzas y los conceptos que los han beneficiado durante más de un siglo.

6. Espiritualidad.

La generación más joven tiende a ser más espiritual que sus predecesores. Aun entre actores, atletas y eruditos, la gente se está volviendo más abierta acerca de su propia fe y práctica y personales.

7. Tolerancia.

Una de las características fascinantes de la posmodernidad se centra en su habilidad para tolerar la oposición. Esta disposición está más cercana a la cosmovisión bíblica que las perspicaces distinciones del modernismo científico. Esto significa que el hombre posmoderno aceptaría con mayor facilidad la comprensión de la Biblia, en comparación con las generaciones previas.

8. Historias.

Para la posmodernidad la verdad no se encuentra en la iglesia, en la Biblia (como se la ha comprendido tradicionalmente) o en la ciencia sino en la comunidad y en la historia. Si Dios escogió que la Biblia fuera una colección de relatos, entonces la posmodernidad podría ser nuestra mejor oportunidad para explorar completamente las implicancias de aquellas historias en relación con el carácter y los propósitos de Dios.

Ciudad, fortaleza y sal

El cambio del pensamiento posmoderno afecta naturalmente la forma en que la gente se aproxima a la fe y su relación con las instituciones religiosas. Es necesario rever nuestros métodos, para saber si estamos llegando de la mejor manera a las personas. Jesús dio un indicio en Mateo 5:13 al 16. Allí él articula dos tipos de comunidad cristiana: Uno basado en el modelo de una fortaleza; el otro basado en la sal.

En el modelo de evangelismo-fortaleza, los santos se encuentran seguros encerrados dentro de los muros protectores, con fuertes portales. Evitan la influencia indebida de “el mundo” y salvaguardan la integridad de la comunidad. De tanto en tanto, sin embargo, los ciudadanos del fuerte llevarán a cabo una “cruzada”, abriendo sus puertas, enviando un ejército, arrebatando unos pocos cautivos. Traen los cautivos a la fortaleza, se cierran las puertas, y todo está bien en la fortaleza. En el modelo de evangelismo como sal, por otro lado, la sal se mezcla con la comida y se derrite, al punto en el que uno apenas puede distinguir entre lo que es sal y lo que es alimento. Pero, el resultado de este proceso es que todo el plato tiene mejor sabor. Con el motivo de la sal como un modelo de encarnación, los santos salen al mundo, y hacen de él un mejor lugar mediante su presencia.

No estoy sugiriendo que la iglesia descarte el modelo de evangelismo del fuerte. El modelo del fuerte funcionaba extremadamente bien en la época del cristianismo moderno y continúa funcionando bien en áreas en las que todavía se puede encontrar un gran número de cristianos modernos. Pero el creciente impacto de la posmodernidad en las culturas predominantes del mundo se puede enfrentar mejor mediante el modelo de alcance tipo “encarnación”. Al analizar el modelo de la sal a la luz de la emergente condición posmoderna, veo nueve cambios que pueden ser necesarios en el evangelismo tradicional adventista si deseamos participar en los poderosos hechos de Dios al enfrentar los desafíos de la posmodernidad.

1. De evangelismo público a relacional

El evangelismo tradicional adventista utiliza reuniones públicas como un factor crucial en el “cambio de régimen” espiritual. Pero el hombre posmoderno no se siente cómodo, en general, con esta clase de ambiente. La experiencia enseña que los posmodernos se alcanzan mejor de a uno, mediante amistades y relaciones con mentores. Las relaciones de persona a paso y en persona permiten que la gente explore ideas poco familiares, a su propio un ambiente seguro, y tiene el apoyo de las Escrituras.

2. De corto a largo plazo.

El evangelismo adventista reciente es un proyecto a corto plazo. Una iglesia local invierte en reuniones públicas y trata de llevar a la gente al bautismo en varias semanas. Pero el modelo del ministerio terrenal de Jesús sugiere que la paciencia en el evangelismo debiera ser la norma más bien que la excepción. Jesús mismo invirtió tres años y medio en solo doce personas, y hasta sufrió un abandono (Judas). No debiéramos esperar que las cosas avancen más rápidamente con el hombre posmoderno del mundo de hoy.

3. Escuchar antes que hablar.

Al escuchar podemos descubrir las necesidades experimentadas en la comunidad predominante y darles una solución con el poder del evangelio. Pablo articulaba esta clase de aproximación enfocada en las necesidades expresadas, en 1 Corintios 9:19 al 23. “A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos”.

4. De la iglesia a la comunidad.

El hombre posmoderno no es proclive a venir a la iglesia, aun si tiene interés en los temas que se estén presentando. Por otro lado, la gente vive en cada vecindario y trabaja en cada lugar de trabajo con adventistas ubicados en los mismos vecindarios y lugares de trabajo. Para ser exitoso en el mundo Occidental, necesitamos buscar a la gente donde ella se encuentra. De modo que un cambio de estrategia para evangelizar, trasladándonos hacia el vecindario y el lugar de trabajo, es un paso en la dirección correcta.

5. Multiplicidad de métodos.

La estrategia adventista típica de evangelizar no difiere significativamente de la que era utilizada a comienzos del siglo XX. Algunas personas responden muy bien; pero, en el ambiente posmodermo, al menos, el porcentaje de gente que lo encuentra relevante parece estar declinando rápidamente. La gente posmoderna es tan diversa como los copos de nieve. Lo hermoso es que se puede abordar esta diversidad con la variedad de dones entregados por el Espíritu (1 Cor. 12-14). Los cristianos realmente llenos del Espíritu no encajan en un molde para hacer galletitas.

6. Evento versus proceso.

El evangelismo tradicional adventista se concentra en la conversión y el bautismo. El evangelismo de la sal, por otro lado, puede ocurrir aun sin un bautismo inmediato a la vista. La clave para un enfoque centrado en el proceso incluye animar a la gente con la que trabajamos a comenzar o continuar moviéndose en dirección a Jesús. Y el evangelismo como proceso no está limitado a alcanzar al mundo secular. La idea de proceso también es relevante para el lado “positivo” del espectro, alimentando a los santos bautizados para llevarlos a una dedicación más completa en su discipulado.

7. Del control de la iglesia al control de Dios.

Adoptar el evangelismo como proceso relacional y de largo plazo puede significar cambios respecto de paradigmas antiguos. El proceso tradicional atraviesa grandes dificultades para poder conducir a la gente desde un primer contacto, pasando a través del interés por series de evangelismo, hasta el bautismo. Aunque este proceso es efectivo con cristianos modernistas, para los posmodernos es más fácil que atraviesen un proceso de conversión difícil de seguir y de enumerar. En ese caso, los resultados están más allá de nuestro control, y necesitamos estar atentos al modelo de Pablo: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Cor. 3:5-7). Algunas veces obtendremos el fruto de una cosecha gracias al trabajo de otros; en otros casos, otros cosecharán de nuestros esfuerzos.

8. De exclusión a inclusión.

Como adventistas, deseamos una iglesia doctrinalmente pura, con principios de estilo de vida consistentes. Por otro lado, creemos que Dios desea que vayamos a todo el mundo y alcancemos a toda clase de personas. Pero alcanzar a toda clase de personas diferentes requerirá flexibilidad y la capacidad de ser inclusivos como un primer blanco más bien difícil de lograr. En la ejecución de nuestra tarea misionera, necesitamos ser sabios, para que nuestra predicación no sea considerada excluyente. Si nos concentramos en “a todos me he hecho de todo” (1 Cor. 9:22,23), estaremos habilitados para practicar el principio de la inclusión sin rebajar principios ni descaracterizar nuestro mensaje. Necesitamos ser más inclusivos en la manera en que tratamos a las personas.

Dejando la zona de confort

Como ya se esboza en los párrafos previos, hay dos maneras en que la Iglesia Adventista del Séptimo Día puede responder a la emergente condición posmoderna. Por un lado, podemos ver en este desarrollo el llamado de Dios a salir de nuestra zona cómoda y alcanzar al hombre posmoderno donde se encuentra. Esto nos desafía a utilizar estrategias que requerirán sacrificios significativos de parte de las congregaciones locales, y sin duda generarán discordias y confusión en algunos lugares. Pero no podemos esperar tener éxito significativo con el hombre posmoderno si no hacemos cambios sustanciales.

Por otro lado, podríamos seguir la estrategia a la cual nos ha llamado Dios de ser una comunidad pura, enfocada doctrinalmente, cuya tarea es la preservación de la verdad y la demostración de altos valores. Podríamos confiar en que Dios utilizará a otros cuerpos cristianos para hacer el trabajo de la línea del frente de traer a hombres posmodernos al conocimiento básico de Jesucristo. Quizá podríamos confiar en que un día Dios hará un milagro, cambiando las culturas occidentales predominantes a un punto en el que nuestras respuestas satisfarán sus preguntas sin que tengamos que hacer cambios significativos. Tal vez semejante estrategia será exitosa, pero la historia y la experiencia me dicen más bien que seremos dejados permanentemente al margen de la sociedad.

En cambio, existe una base creciente de evidencia de que Dios continúa haciendo una obra poderosa en este mundo. Yo preferiría estar en el centro de lo que Dios hace en el mundo, y no en los márgenes. De modo que, de ahora en adelante, deseo alcanzar a todos, no importa cuál sea su procedencia; a quien desee algo mejor para su vida. Deseo construir puentes con otras personas y otras comunidades más bien que construir paredes que eviten que ellos perturben mi comodidad. Deseo sanar corazones antes que quebrantarlos. Deseo aprender lo que Dios desee que aprenda, de manera que pueda ser más efectivo dondequiera que él me guíe. Y espero, al estar todo dicho y hecho, que haya podido capturar aunque sea un poquito del espíritu de Jesús.

Sobre el autor: Director del departamento de Nuevo Testamento del Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.