¡Un momento, por favor! Antes de ocupar un cuarto en el hotel, antes de hacer un viaje, antes de alquilar un auto, recuerde quién va a pagar esa cuenta. La asociación, por supuesto. Pero la verdad es que usted y yo, como obreros en la causa de Dios, estamos gastando el dinero del Señor: Dinero dado por los miembros de nuestra iglesia.

     Parte de ese dinero fue dado con gran sacrificio: Fue literalmente la blanca de la viuda.

     Una hermana de edad madura, en una asociación donde trabajé hace algún tiempo, recibía 41 dólares por mes para su sustento. Cuando se hizo un llamado relacionado con las necesidades de la obra, puso un billete de diez dólares en el platillo de las ofrendas.

     Uno de nuestros pastores y su esposa, que habían estado economizando durante toda la vida para construir una casita donde iban a vivir después de jubilarse, respondieron a un llamado dando todas las economías que habían hecho.

     Dos jóvenes habían trazado grandes planes para su casamiento. Sus corazones fueron tocados por las necesidades de la obra. Desistieron de sus maravillosos planes, dieron el dinero para la causa del Señor y tuvieron una ceremonia nupcial simple en su propia casa.

     Cualquier persona que estudie el origen de la Iglesia Adventista entiende que los fundamentos de esta obra fueron colocados por obreros que se sacrificaron. Jaime White, por ejemplo, trabajó arduamente con sus manos para conseguir dinero con el fin de atender las necesidades de su familia e impulsar la causa de Dios en la tierra. Cierta vez, mientras cargaban piedras para un ferrocarril que se estaba construyendo entre Portland y Brunswick, en el estado de Maine, sus manos recibieron tantas heridas por causa de las piedras duras, que sangraban.

     Con el propósito de conseguir dinero para ir con Elena a una reunión que se celebraría a cierta distancia de allí, fue contratado juntamente con otros para segar unos seis mil metros cuadrados de heno. Cierto día. Cuando estaba lloviendo y no podía trabajar, le escribió a un amigo diciéndole: “Dios me da fuerzas para trabajar arduamente y durante todo el día… ¡Loado sea el Señor! Espero obtener unos pocos dólares aquí para utilizarlos en la causa de Dios” (Virgil Robinson. James White, Review and Herald, 1976, pág.48).

     Los que trabajaron en las primeras instituciones adventistas lo hacían por largas horas y recibían poca remuneración. ¿Por qué? Porque sus corazones habían sido bautizados para cumplir con el ministerio del amor.

     ¡Qué herencia nos dejaron esos intrépidos pioneros a nosotros, sobre quienes los fines de los siglos han llegado! Usted y yo sabemos que gran parte del dinero gastado en nuestra obra fue dado como resultado de verdaderos sacrificios. Deberíamos, entonces, ser mucho más cuidadosos en nuestros gastos. “La economía es necesaria en todos los departamentos de la obra del Señor… Grandes sumas de dinero se gastan en cuentas de hotel, lo que en forma alguna es necesario” (Testimonies, tomo 5, pág. 400).

     Cuando tengamos que viajar para hacer la obra del Señor, practiquemos la economía. Hay hoteles y moteles caros, pero también hay lugares buenos, limpios y a precios módicos. Creo que agrada al Señor cuando procuramos practicar la economía en el gasto de sus recursos.

    ¡Las llamadas telefónicas a larga distancia! Es tan fácil usar el teléfono por diez, quince, veinte minutos o más, algunas veces desviándonos del propósito real de nuestra comunicación, cuando podríamos haber escrito una carta o enviado un telegrama. Las llamadas telefónicas cuestan dinero. ¿Por qué no reducirlas al mínimo, al mismo tiempo que nos esforzamos porque nuestro trabajo sea más eficiente?

     Los viajes que planeamos: ¿Es cada viaje absolutamente necesario? Tal vez podríamos haber economizado el pasaje y los gastos de hotel escribiendo una carta o haciendo una llamada telefónica. ¿Somos verdaderamente cuidadosos, al planear nuestros viajes de modo que cada peso y cada hora contribuyan a la terminación de la obra? Debemos utilizar el dinero de Dios cuidadosamente, y con oración. Un día tendremos que estar de pie delante del gran juez del Universo y dar cuentas del modo como gastamos el dinero del Señor. ¿Será nuestro informe exactamente lo que nos gustaría ver en aquel día terrible?

     “Hay personas que practican- la abnegación con el propósito de dar recursos para la causa de Dios -nos recuerda la Hna. White-. Practiquen también la abnegación los obreros de la causa, reduciendo sus gastos tanto como sea posible. Sería bueno que todos nuestros obreros estudiaran la historia de los misioneros valdenses e imitasen su ejemplo de sacrificio y abnegación” (Ibid).

     ¡Antes de gastar ese peso para viajar, recuerde que es dinero de Dios!

Sobre el autor: El pastor Roberto H. Pierson es presidente de la Asociación General, y ha visitado varias veces América Central y Sudamérica.