¿Aventaja el clérigo al psicoterapeuta?
Nota. El artículo que sigue es una condensación de un discurso presentado a la Asociación. Occidental de Capellanes de Hospitales, reunida en el Biltmore Hotel de Los Ángeles, California.
He sido humillado más de una vez en mi ministerio, tanto pastoral como educativo, por mi falta de efectividad para hacer frente a problemas espirituales difíciles. La reflexión sobre esas experiencias me ha llevado a la conclusión de que la mayoría de esos fracasos fueron el resultado de la falta de preparación. A esta falta de preparación por lo general se la puede rastrear hasta que se une con una simultánea falta de apreciación de los recursos que se tienen a mano. En esa reflexión he visto, con demasiada frecuencia, la historia de la iglesia en miniatura.
Tan a menudo hablamos de “la iglesia” que pasamos por alto un punto importantísimo —nosotros somos la iglesia.
De modo que cuando hablamos de los problemas de la iglesia, estamos hablando de nosotros y nuestros problemas. La medida de éxito en nuestro ministerio es la medida en la que la iglesia tiene éxito; y la medida de nuestro fracaso es la misma que la de la iglesia. Carente de preparación y por ende de efectividad, la iglesia ha solido quedar a un lado, desesperanzada, al paso que los hombres se han sumido en las profundidades de la desesperación. Es trágico, pero muchos han llegado a considerar a la iglesia como una institución espiritual muerta o, si todavía viva y luchando, totalmente ajena a la realidad.
Si la iglesia es débil y vacilante, se debe a que estamos llevando a cabo un ministerio sin vigor. No obstante, la naturaleza humana posee una cierta tenacidad que la lleva a volverse del rumbo en que no hay ayuda hacia otro en el cual pueda hallarla.
¿LA RELIGIÓN NO ES APROPIADA?
Un caso de la Escritura contiene la esencia de los problemas de la humanidad y sus soluciones. El salmo 73 desarrolla el relato de un hombre que, aunque practicaba una religión formal, descubrió que la religión no era apropiada para explicar las perplejidades de la vida. Sin embargo, no se apresuró a renunciar a su fe. Antes bien, buscó primero ayuda de los líderes espirituales de su tiempo.
Su problema no era distinto del que muchos tienen hoy día. Se sentía confuso por la inconsecuencia de sus semejantes; perplejo por la evidente prosperidad de los malos; desconcertado por la total indiferencia de sus iguales hacia la moral. Y en ese estado buscó ayuda. “Si hay Dios, ¿por qué permite estas cosas? ¿Dónde está Dios, cuando debiera vérselo poniendo fin a este estado de cosas? Si realmente Dios existe, ¿por qué no contesta mis oraciones?”
En su búsqueda de respuestas a esas preguntas, se le dice en esencia: “Sí, Dios existe, pero no es la imagen infantil que te has formado en la mente. Es un Dios grande, demasiado grande para que se moleste por cosas triviales como los sucesos de este mundo y/o de tu vida. Pragmáticamente, ¡Dios está muerto!”
El personaje de este salmo era sensato. Si en realidad Dios estaba muerto —y la proposición parecía bastante razonable al considerar las condiciones sociales de su tiempo— entonces era del todo absurdo continuar con lo que había sido su experiencia religiosa hasta allí. De modo que, como lo haría una persona intelectualmente honrada, abandonó su fe. Le dio la espalda a la iglesia y se puso a proclamar su libertad recién descubierta. No subestimemos el significado de este último punto.
He aquí a un hombre que había llegado al punto de dejar su fe. Se sentía libre, sin cadenas, no más atado por los vetustos conceptos de sus antepasados; y comenzó a contarle a los demás acerca de su nuevo conocimiento.
Como ocurre en muchas narraciones bíblicas, no se presentan todos los detalles. En este caso no se nos da una explicación de cómo o por qué la secuencia de los acontecimientos se desarrolla de esa manera, pero el registro sagrado muestra que antes que pudiera informar a otros de su experiencia el hombre encontró la iglesia.
El resto del salmo contiene la alabanza del hombre por el hallazgo y por el hecho de que no había dañado o cometido falta contra otros a causa de su temporaria pérdida de la fe en un Dios viviente. En otras palabras, descubrió que Dios no estaba muerto, sino perfectamente vivo. El conocimiento de este hecho produjo un gran cambio en su experiencia.
EL ESCEPTICISMO MOLDEA EL PENSAMIENTO DEL HOMBRE
Vivimos en una época de desintegración social y espiritual en que el escepticismo moldea el pensamiento del hombre. En realidad no es exagerado afirmar que en ese medio la gente es atrapada por muchos tipos de crisis. Por lo general, en esos períodos críticos de la vida es cuando se despierta la conciencia religiosa, y sale en busca de respuestas. Y en esa búsqueda, como en el caso del hombre del salmo 73, tales personas tienen la posibilidad de entrar en contacto con la iglesia, quizá por intermedio de usted o de mí. Si nuestro ministerio no es eficaz, el deseo humano por alivio es tal que se dirigirán hacia otras fuentes de sanidad. Sin duda encontrarán otros sanadores —sanadores que tal vez resulten dañosos porque sólo curan parcialmente.
Sería un insulto a la inteligencia poner en tela de juicio la medicina psicosomática. Desde la década de 1930 contamos con abrumadora evidencia empírica de que lo que un hombre cree afecta profundamente su salud, tanto mental como física.
No debemos restarle importancia a los grandes avances que se han operado en el tratamiento de las enfermedades mentales y sus manifestaciones físicas conexas. En esa búsqueda de la salud mental, sin embargo, en general se esperaba que la religión apoyara y no se opusiera a las ciencias del comportamiento. Así, casi por descuido, el clérigo se encuentra reemplazado por el científico del comportamiento.
LAS ENFERMEDADES MENTALES NO DISMINUYEN
Estamos frente a una extraña y confusa paradoja. A pesar de nuestro incrementado conocimiento psicológico, de nuestras avanzadas y sofisticadas técnicas psicoterapéuticas y del respeto y la aceptación crecientes de los psiquiatras y psicoterapeutas, las enfermedades mentales no han disminuido; antes bien se han multiplicado en forma alarmante. Debido a una cantidad de factores, el sufrimiento de los individuos no se ha atenuado, sino que se ha agravado penosamente. Esto ha causado gran preocupación entre quienes se dedican a la salud mental.
Ahora bien, estaríamos completamente errados si dedujéramos que los psicoterapeutas o los estudiosos de la conducta son en sí mismos la causa de esta enfermedad; aunque algunos, como Fromm y Mowrer, se apresuran a señalar que no habría que absolverlos del todo. El hecho es que ellos, como nosotros, a menudo tratan sólo los síntomas antes que las causas de las enfermedades con las que se los confronta.
Cuando examinamos de cerca la psicoterapia descubrimos que algunas de sus herramientas más efectivas son implementos prestados por la iglesia. Esos recursos incluyen el proceso de escuchar, de animar, de aconsejar y de la transferencia, en los que el paciente halla seguridad apoyándose en su dependencia del consejero. A pesar del hecho de que las técnicas del terapista duplican con holgura las del ministro, la cura de almas se desplaza más y más de las manos de la iglesia a las de los psicoterapeutas. ¿Por qué?
Posiblemente una razón sea que el paciente prefiere que haya causas físicas para sus dificultades, y el psiquiatra, como médico, puede encontrar una causa. Si la encuentra, entonces el paciente se libra de la necesidad de hacer frente a las realidades de su vida interior. Una causa en el cuerpo por lo general preocupa menos que una en el carácter.
PRESTIGIO DEL PSIQUIATRA
Una segunda razón es que el paciente teme al pastor. He quedado abrumado desde que dejé el ministerio formal al descubrir la proporción en que el laico pierde la confianza en el hombre de Dios. Teme que el pastor lo sermonee, ore o lo juzgue moralmente. Este puede ser uno de los factores que han contribuido a la popularidad del aconsejamiento ineficaz.
Otro factor puede ser el amplio prestigio de la ciencia médica moderna que cobija al psiquiatra. Mucha gente se siente segura por los espectaculares triunfos de la medicina moderna y transfiere esa confianza a la psiquiatría debido a la identificación de ésta con la medicina. Los triunfos de la iglesia, sin embargo, pertenecen a generaciones pasadas.
Una razón adicional tal vez sea que muchos creen que el psiquiatra, a diferencia del clérigo, se mantiene al día con importantes descubrimientos sobre la mente humana. Existe la opinión de que los clérigos han empleado todo su conocimiento con muy poco éxito y de que no hay conocimiento nuevo que pueda ser de beneficio.
A la luz de estas consideraciones, no es difícil para la mente moderna llegar a la conclusión: “He aquí una rama de la ciencia. Dios —si es que existe— ha mostrado que obra sólo por las leyes naturales”. No son pocos los clérigos que comparten ese razonamiento.
Un hecho muy importante pesa contra esta solución enteramente secular. Es la verdad siempre válida de que lo que un hombre cree determina en gran medida tanto su salud mental como física. La creencia religiosa, debido a su relación con los principios, a menudo se convierte en la creencia más importante de todas. Algunas autoridades están convencidas de que una de las razones por las que la psiquiatría no ha tenido más éxito es su predisposición secularista a ignorar la religión como fuerza mejoradora y a considerarla sólo como un factor causal de disturbios mentales.
Me agradaría explorar la contribución más significativa que se puede hacer a la salud mental y en la cual el clérigo tiene una definida ventaja sobre el psicoterapeuta típico. La psicología moderna le presta mucha atención a la hostilidad, la agresión, la rivalidad, el poder y la ansiedad, pero sólo una microscópica consideración a los preciosos elementos de la relación humana. Nos inclinamos a olvidar que esos estados negativos, siempre presentes en el desorden mental, son productos secundarios. Aparecen cuando se desordena el fundamento de la vida. Lo que nos ha estado llamando la atención es la disposición del fenómeno reactivo que resulta de la ausencia y/o privación del amor. La seguridad que proviene de ser amado y de dar amor a otros es el fundamento para una existencia saludable en cualquier etapa de la vida.
Por contraste la religión ofrece una interpretación de la vida y una regla de vida basadas enteramente en el amor. Llama la atención vez tras vez a este principio fundamental. Se recalca con insistencia a través de toda la Escritura.
Es posible que esta misma insistencia de la religión haya sido, en parte, responsable por el “tabú de la ternura” que ha caracterizado a gran parte de la psicología. Al rechazar el recurso religioso para la cura de almas, la ciencia considera que es más real centrar la atención sobre las condiciones reactivas del hombre —odio, agresión, sexualidad compulsiva, etc.
EL MAYOR ANTÍDOTO
Sin embargo, se ha estado operando un cambio en el cual los psicólogos están acentuando más y más las necesidades incondicionales del niño de seguridad y amor dentro del hogar. En algunos casos se descubre que esta necesidad es igualmente válida entre adultos que sienten un hambre apasionado por afiliación con sus familias, sus colaboradores y su comunidad. Un potencial aún mayor para la sanidad existe en la afiliación con lo infinito —en pertenecer a, en identificarse con, en ser aceptado mediante el amor de Dios.
En otras palabras, pienso que el amor de Dios es todavía el mayor de los antídotos para las enfermedades del hombre. Por la misma renuencia de los terapeutas con orientación secular a prescribir este remedio, está maduro el tiempo para que los hombres de Dios ocupen ese vacío —y nosotros debiéramos ser esos hombres de Dios.
Nunca termino de maravillarme por el poder restaurador que existe en una correcta relación entre el hombre y Dios. Recientemente aconsejé a un hombre tan inseguro de su propia identidad que en forma compulsiva había coleccionado todas las muestras y símbolos de status y prestigio. Estaba desesperado por convencer a otros —y principalmente a sí mismo— de que era alguien, de que en realidad valía, de que había algún tipo de significado para su existencia. La transformación que ocurrió después que empezó a comprender el amor de Dios, en particular la forma en que se manifestó por él en el sacrificio de Cristo, fue algo cercano al milagro. Pensar que él realmente valía, pensar que tenía la importancia suficiente para que lo notara un Dios infinito, y que deseaba profundamente que él fuese redimido por la muerte del Hijo de Dios. Esa comprensión del amor divino hizo por ese hombre lo que ninguna otra cosa podría haber hecho.
No niego que la moderna psicología ha ayudado a mucha gente. No niego que en su vocabulario corriente mucha gente ha encontrado conceptos nuevos. Pero aquí es donde se sugiere una interesante posibilidad para nuestra generación. ¿No sería posible que muchos de nuestros jóvenes, educados en el simbolismo y la fe de la psicología, cuando se enfrenten con los problemas de la vida hallaran nuevas y plenas de significado las expresiones menos familiares de la Palabra, posiblemente más relacionada con la totalidad de la experiencia? Habría hoy quienes encontrarían la belleza de la Escritura como renovadora y esclarecedora si hubiera alguien que se la leyera.
Vemos que nuestro problema no es que no hayamos contado con algo efectivo para las enfermedades de la humanidad, sino que hemos sido poco efectivos en comunicar nuestras soluciones. Hemos estado tan obsesionados con los “gigantes” de otros sanadores en la tierra que hemos perdido la fe en el Dios que ha prometido levantarse con nosotros para poseer la tierra.
¿No encontramos gente que está a menudo considerando con seriedad y cuestionando el significado de la vida? ¿No dialogamos con ella cuando está pesando las fuerzas que han obrado en su contra? ¿No advertimos una marcada evidencia de pensamiento desordenado que acompaña su aflicción física? ¿No notamos que esa gente es más abierta a la oración, a la conversación acerca de los aspectos más solemnes de la vida y su sentido? ¿No descubrimos que para muchos esas horas tranquilas producen meditación y reflexión que preparan el suelo para la semilla espiritual?
Porque no encontramos tales individuos cada día es porque necesitamos un ministerio dinámico. A través de nosotros la iglesia —y lo que es más importante, Dios— está en una posición de encuentro que rara vez se repite en la vida. Que la iglesia salga de ese encuentro como una institución dinámica, como un canal por el cual fluyan las virtudes sanadoras de Dios, depende mayormente de nuestro ministerio
Sobre el autor: Director del Depto. de Educación y Psicología, Colegio Walla Walla